Pues sí, comienzo a publicar otra historia mucho antes de lo previsto (las musas han sido benevolas con el calor)

Lo primero, quiero dejar claro de que esta historia no es una continuación de la segunda, ya que arranca varios años después, pero evidentemente tiene puntos en común y la trama central está esbozada en el epílogo de ¿Cómo llegamos a esto, Draco?; no es necesaria haberla leído antes (aunque yo encantado, claro), pero si se dan datos importantes para llegar a comprender ésta en su totalidad.

Cuando digo que no es una segunda parte es que aunque Harry y Draco siguen siendo pareja, no habrá giros inesperados en la conducta de ambos, ni aparecerá un tercero que ponga su relación en entredicho. Y ocasionalmente, veremos la historia desde otros puntos de vista. Esta será una historia de aventuras y misterios en la que trato de dar otra vuelta de tuerca a los libros de J.K.

Por cierto, el 90% de lo que aparece aquí es suyo, yo solo juego un rato.

Otra cosilla. Este capitulo es de presentación, así que a lo mejor lo encontrais un poco aburrido. Pero han pasado diez años desde que murió Voldemort y las cosas en la sociedad mágica han cambiado mucho. Así que es una especie de puesta en escena de los personajes, sus vidas, etc.

Espero que os guste,

Peter Maifayr

El misterio del oráculo

Lunes, 11 de agosto de 2008

- ¡¡Draco, date prisa o llegaremos tarde!! –le metió prisa Harry desde el piso de abajo -. ¡¡Ya sabes que odio llegar tarde a los sitios!!

Nervioso, miró alrededor, tratando de acostumbrarse a su nueva casa, en la que llevaban poco más de seis meses viviendo y en la que aun te podías tropezar con alguna que otra caja. Y eso que Thompson y Debenham, la empresa de mudanzas mágica a la que habían encargado el trabajo era de las mejores: habían hecho todo el traslado en poco menos de cuatro minutos. No es que Harry tuviese demasiadas cosas, pero Draco había querido llevarse allí todas sus cosas. Absolutamente todas.

Sus libros, sus apuntes del colegio, el equipo avanzado de pociones, la motocicleta que se compró dos años antes (y que solo cogía muy de tarde en tarde) sus túnicas, su ropa muggle (más numerosa ya que la mágica), la colección de compact disc que le habían ido regalando Harry y los demás, y que desde que se invento el MP3 primero y el Ipod después apenas utilizaba, sus dos escobas, su ordenador, su ordenador portátil...y fotos. Muchas fotos. Fotos que ahora colocadas en sus marcos invadían el recibidor, el pasillo y el salón.

Desde donde él estaba podía contemplar unas cuantas. Justo al lado del espejo estaba la foto que se habían hecho con Ron y Hermione el día de la boda de éstos. Y Draco, que por azares del destino estaba al lado de Ron, parecía decirle algo al oído que no tuvo que gustarle demasiado al pelirrojo a tenor de la cara de incredulidad con la que aparecía en fotografía. Al pensar en esa foto recordó los inicios de su relación con Draco, cuando él y Ron solo se hablaban por educación a los demás. Bien, esa etapa ya estaba superada: Ron se había convencido de que Draco no era un mortífago encubierto y Draco...bueno, aunque había terminado reconociendo que "después de todo ese Ron no era tan malo", de vez en cuando disfrutaba haciéndole pasar un mal rato.

Al lado había una foto de ellos dos con Lavender y Roger el día del nacimiento de su hija Celeste, un precioso bebe que al año y medio ya había dado su primera muestra de magia incontrolada. Para Harry eso era normal, pero al llegar a casa Draco le sacó de su error. No era normal en un bebé tan pequeño, lo usual era que diesen las primeras muestras después de cumplidos los cinco o seis años, aunque a veces se adelantaba un poco, pero a lo sumo unos meses. Harry sacó la conclusión de que debía ser una bruja muy poderosa, pero Draco le volvió a sacar de su error con el ejemplo de Neville: hasta los diez años no había dado ninguna señal de que no fuese un squib y ahora era un mago bastante bueno, echando por tierra las predicciones que se hicieron sobre él en sus primeros años en Hogwarts.

Al recordar eso buscó con inquietud la foto de la boda de Neville y Hannah, ya que no recordaba haberla visto. Pero sí, allí estaba, justo debajo de la del compromiso de Pansy y Adrian Pucey.

No pudo evitar sentir una punzada de pena. Esa parte de la casa estaba repleta de fotos de las bodas de sus amigos, de sus fiestas de compromiso e incluso del nacimiento de sus hijos. Y cuanto más recientes eran, más se veía en los ojos de Harry una sombra de tristeza. No es que necesitase un papel para sentirse unido a Draco, pero si le hubiese gustado formalizar su unión. Por si acaso. Quitándose esas funestas ideas de la cabeza volvió a apremiar a su novio:

- ¡¡Draco, o bajas ya o tendrás a un montón de pelirrojos echándote maldiciones imperdonables por llegar tarde!!

Del piso de arriba sonó algo así como "que lo intenten" y Harry meneó la cabeza divertido. Había cosas que no cambiaban.

El motivo de las prisas era que ese día era el cumpleaños de Ginny, que cumplía veintisiete veranos. No es que fuese una fecha muy especial, pero era la primera vez en tres o cuatro años que podían celebrarlo el mismo día once, ya que por estas fechas se estaba entrenando para la pretemporada de las Holyhead Harpies. Una vez hablando con Dean le confesó que si fuese su novia no llevaría muy bien que estuviese entrenando cinco o seis días a la semana, para luego jugar fuera y a lo mejor estar sin verse más de dos semanas. Pero Dean se encogió de hombros, diciendo que si era importante para Ginny, lo era para él. Además, Ginny tenía una oferta para trabajar de comentarista deportiva en El Profeta, oferta que le esperaría hasta que decidiese dejar el quidditch profesional. Y Dean sabía que ella dejaría el deporte en cuanto fuese a tener su primer hijo, de forma irrevocable y definitiva, así que cruzó los dedos esperando que no faltase mucho para ese momento por todo lo que implicaba.

Los ojos de Harry pasearon por la estancia. Aun no se podía creer que viviesen allí. Desde el primer momento ambos estuvieron de acuerdo en que no iban a abandonar Londres por dos motivos. Uno de ellos era sus trabajos. Tanto el cuartel general de aurores y el Departamento de Misterios estaban en el Ministerio de Magia; es decir, en Londres. Y aunque ambos llegaban por red flu, les gustaba estar cerca de ellos por si un día tenían que aparecerse de forma muggle.

Otro de los motivos eran sus amigos. Poco a poco, todos se habían ido trasladando allí por motivos de trabajo o para estar cerca de sus respectivas parejas. Hannah, ya propietaria oficial del Caldero Chorreante vivía en el piso de arriba del pub, el cual había reformado como un moderno apartamento para dos personas (Neville iba los fines de semana y algún que otro día suelto)

Daphne y Astoria Greengrass habían sido las primeras en mudarse al nuevo barrio y poco a poco los demás siguieron su ejemplo, con lo que todos vivían a pocas calles unos de otros: Roger y Lavender, Ernie y Justin, Seamus y Romilda, Pansy y Adrian, las Patil y sus respectivos, Susan y Mandy...todos habían acabado siguiendo la moda de vivir en un barrio tan elegante como Nothing Hill.

En un principio a Harry le parecía una idea descabellada, sobre todo por el precio de las viviendas. Pero en los últimos tiempos estaba cada vez más a disgusto en Grimauld Place. Cada rincón le seguía recordando a Sirius. Además, era una vivienda tan vieja que por mucho que se adecentase seguía pareciendo oscura, muy oscura. Incluso se preguntó si no había quedado impregnada de la maldad de sus antiguos moradores, como si la maldad de los Black ( de algunos Black, se corrigió al instante) fuese algo físico y hubiese quedado adherida a las paredes. Además, era demasiado grande para ellos. Contando con que había siempre un cuarto preparado para Lorian y Teddy (que sólo se llevaban un año de diferencia de edad y no querían separarse cada vez que estaban juntos), el de Narcissa, el de Andrómeda y otro para visitas inesperadas, aun así quedaban numerosos cuartos vacíos cargados de recuerdos. Incluso a las hermanas Black se les nublaba la vista cuando pasaban por una estancia especialmente emotiva para ellas. Y cuando estaban solos Draco y él, parecía una casa imposible de caldear, era como si el frío que emanaba de sus paredes hiciese mella en sus corazones y sus almas. Así que Harry había decidido cerrarla sin ponerla ni siquiera la venta, sabiendo que era una batalla perdida.

Estuvieron visitando varias zonas antes de decidirse a buscar algo concreto en una, pero no acababa de convencerles ninguna. Belgravia no les llamó mucho la atención, el Soho les parecía un ghetto, el centro muy ruidoso...hasta que un día recayeron en Nothing Hill. A Harry el nombre le sonaba de algo, pero no estaba muy seguro, así que le preguntó a Draco. Y este se le quedó mirando con su antiguo aire de arrogancia.

- Desde luego Potter, no sé como conseguiste acabar siquiera el primer curso con tu memoria. Esta es la película muggle de la que hablaban el otro día Hermione y Daphne. Por lo que pude entender, se rodó en este barrio. Y a Daphne le gustó tanto que decidió venirse aquí a vivir.

Aquella era otra de las novedades: Draco se había convertido en un cinéfilo de tomo y lomo. Un día, por curiosidad, le pidió que le llevase al cine a ver un película de vampiros, tema por el que siempre se había sentido muy atraído. Y a pesar del respingo que dio en la butaca cuando comenzaron a proyectarse las primeras imágenes, al salir confesó que estaba "completamente cautivado" por aquel invento muggle y arrastró a Harry en una verdadera orgía de celuloide, yendo algunos días hasta a tres proyecciones diferentes de la misma película ya que "no estaba seguro de haber captado todos los matices". Y aunque Harry no era un fanático del séptimo arte, no podía negarle nada a Draco, sobre todo si era algo relacionado con el mundo muggle.

En cuanto pusieron un pie en Nothing Hill, Harry ya sabía que habían encontrado el lugar ideal para los dos. A Draco le fascinaron las casas victorianas, suficientemente grandes para dar cabida a su extraña familia, pero sin llegar a ser caserones como el de los Black o su mansión de Wiltshire, sus tiendas (se había vuelto un adicto a la moda muggle), sus restaurantes de todo tipo...y cuando descubrió el famoso mercado de Portobello decidió unilateralmente que no necesitaban buscar más. Mientras iba mirando casas, pensando en voz alta si les convendría una alejada del resto o en pleno centro de la civilización muggle (como él la llamaba), Harry iba haciendo cálculos mentalmente. Bien era cierto que ninguno de los dos eran pobres precisamente: él tenía su fortuna propia y la heredada de Sirius y Draco había conseguido que el setenta por ciento de su capital permaneciese intacto tras la guerra, lo que no era poco. Pero desde que entró a trabajar como auror no había tocado nada de su fortuna y Draco había hecho otro tanto. Y una casa en Nothing Hill se llevaría una buena parte de sus ahorros.

Draco le miró en plena perorata sobre las virtudes de lo que iba a ser su nuevo barrio y vio la cara preocupada de Harry. En el acto su cara cambio y la sonrisa con la que hablaba resbaló de sus labios.

- Qué pasa Harry, ¿no te gusta la zona? –preguntó un poco decepcionado al ver que no compartía su ilusión.

- No, no es eso –se apresuró a decir -. Pero es que estaba pensando en lo que nos costaría una casa aquí. Y no va a ser poco. Además, tenemos que pagarla al contado. Me gustaría ver como vas a pedir un hipoteca a un banco muggle con tu nómina de inefable.

- Pues podría si quisiera –aseveró Draco con algo de chulería infantil -. Pero no va a ser necesario. Por si no te has dado aun cuenta nuestro sistema monetario se basa en el oro. Y no en el oro ficticio como los muggles, si no en oro real. Tendríamos que hacer algunas cuentas en Gringotts, pero me parece que tenemos de sobra. Y no saldrá tan cara como crees.

- ¿Estás seguro? –preguntó Harry no muy convencido de sus dotes financieras -. Mira que una casa normal nos puede salir por más de un millón de libras y...

- Y lo que si mis cálculos no fallan, debe ser algo así como cien mil galeones. Lo que cuesta un elfo doméstico –añadió sonriente, sabiendo que la batalla del precio ya estaba ganada.

Harry no pudo evitar sorprenderse al saber el precio, libra arriba libra abajo. La verdad es que hacía un tiempo que no utilizaba el dinero muggle y nunca había cambiado galeones por libras (de eso siempre se encargaba Draco), por lo que no sabía que la equivalencia no era la misma. Entonces se preguntó desde cuándo era Draco experto en economía muggle y enarcó una ceja.

- Esta bien, lo confieso –Draco tuvo la decencia de parecer algo avergonzado -. Llevo meses preguntando en Gringotts como van las fluctuaciones del cambio libra – galeón y ahora es el momento de comprar. En el último año sabía que acabaríamos marchándonos de Grimauld Place, que no estabas cómodo ya en esa casa. Y quería tener todo bien atado.

- Jodido slytherin –masculló Harry por lo bajo.

- Gracias por el cumplido –dijo Draco con altivez. Entonces miró a Harry de reojo y dijo con una sombra de duda en su voz -. Bueno, ¿qué te parece?

- Si el niño quiere vivir en Nothing Hill, que así sea. Pero luego no te vengas quejando si los hijos de muggles piensan que eres un pijo relamido: tu te lo has buscado.

- Creo que podré aguantarlo, gracias –y después le miró de reojo -. Por cierto, ¿qué demonios es una hipoteca?

Lo dicho, había cosas que no cambiaban nunca.

Al final, tras buscar un par de semanas una casa que se adecuase a sus necesidades, se habían decidido por el número 4 de Westbourne Grove, muy cerca de Hyde Park y a dos calles de Portobello. Era una casa como las demás, de fachada estrecha pero con tres plantas, entrada individual precedida por un pequeño porche y ventanas en todos los pisos de arco de medio punto, con la fachada pintada de un discreto color crema. Draco ya se estaba viendo viviendo allí, con su motocicleta aparcada en la puerta (y con un buen surtido de hechizos antirrobo), yendo los sábados al mercadillo, y llevando a Harry a comer y cenar a los mejores restaurantes muggles de la zona, que no eran pocos. Además, en las tres visitas que hicieron a la casa antes de comprarla, vieron un poco como era la vida del barrio.

En general se trataba en su mayoría de parejas jóvenes como ellos, con hijos de corta edad o sin ellos, donde una pareja de magos podían pasar perfectamente disimulados. Ellos estaban solo en casa para dormir, ya que el resto del día lo pasaban trabajando. Y los fines de semana o bien se quedaban apoltronados en casa descansando, o como mucho hacían alguna visita a los Weasley (a cualquiera de sus ramas), a Andrómeda o Narcissa. Era cierto que debido a su trabajo Harry tendría que entrar o salir a horas intempestivas, pero eso ya lo tenía pensando Draco: con decir a algún vecino curioso que Harry era escolta, todo arreglado. Eso les evitaría tener que inventarse alguna otra excusa y tener que dar alguna explicación, con el peligro que eso conllevaba: ninguno de los dos se había relacionado mucho con el mundo muggle (Draco prácticamente nada) y podían caer en contradicciones propias de su ignorancia.

Eso era otro de los asuntos que Draco estaba tratando de solventar. Con el descubrimiento del cine, comenzó a interesarse en la cultura muggle. Primero descubrió la música.

Un domingo por la mañana salió temprano, antes de que Harry despertase, y cuando éste bajó a la cocina le vio con una revista en las manos y muy concentrado en la lectura, tanto que el desayuno que Kreacher le había servido permanecía intacto a su lado.

- No me acostumbro –fue todo el saludo de Draco.

Harry se acercó y le dio un beso en los labios, al que su novio correspondió distraídamente.

- ¿Y bien? –quiso saber Harry y preguntó con sorna -. ¿Qué novedad muggleliana hemos descubierto hoy?

Draco levanto las cejas y por fin pareció percatarse de que estaba allí. Dejó la revista a un lado y le devolvió el beso, ahora sí, poniendo toda su alma en ello.

- No, nada. Simplemente no me acostumbro a que las fotografías muggles permanezcan quietas –volvió a coger la revista y se la mostró a Harry, quien pudo ver que se trataba de una revista de música, y agitándola ante sus ojos preguntó -. ¿Nos vamos de compras?

Harry sonrió y asintió con la cabeza. Por suerte, y gracias a un potente hechizo de Hermione, ahora era posible utilizar aparatos eléctricos en Grimauld Place, y todo por un capricho de Draco, que un día descubrió las palomitas de maíz hechas en el microondas y declaró que a partir de ese día no quería probarlas de otra forma. Así que ya tenían el microondas, un televisor de plasma, un DVD y una radio convencional en la que solo escuchaban noticias muggles y alguna vez música clásica. Pero estaba claro que Draco quería ampliar horizontes musicalmente hablando. Así que después de desayunar, arrancó la pagina con la lista de los cincuenta éxitos de la semana y salieron a unos grandes almacenes.

Draco aun se sentía cohibido entre muggles y cada vez que podía le contaba a Harry la primera vez que fue a comprarse ropa a unos almacenes, cuando casi le detienen dos especie de aurores. Harry reía por lo bajo (por lo menos las primeras diez veces: como todo, las cosas acaban perdiendo su gracia) cuando se lo imaginaba siendo registrado por dos guarias de seguridad porque a la dependienta se le había olvidado quitarle la alarma de plástico a alguna de las prendas. Pero también le emocionaba verle mirando todo como un niño y tratando de no parecer demasiado pasmado, aunque sabía que por dentro se moría de la inquietud por comenzar a comprar.

- O sea, que cogemos lo que queremos y después lo pagamos en ese puesto de ahí, ¿no? Por cierto, que ropa más fea llevan, ¿será por algún motivo en especial? Y con qué vas a pagar, ¿con esos billetes? ¿Me dejas a mí?

A Harry cada vez le recordaba más a Arthur Weasley. Quizás algún día podrían llegar a intercambiar enchufes y fusibles.

Aun así se divirtieron mucho eligiendo cd´s aunque ninguno de los dos tenían mucha idea de lo que estaban comprando. Por ejemplo, Draco eligió uno de Evanescence, sólo por la portada, pero luego no pudo parar de escucharlo. Y escogieron los que más a la vista estaban, suponiendo que eran los que más se vendían: Celine Dion (que no gustó a ninguno de los dos y decidieron regalárselo a Lavender por su cumpleaños), Beyoncé, Craig Davis (que gustó especialmente a Harry), Dido (este fue a parar a una sorprendida Daphne), Madonna (tuvo que aguantar a Draco durante semanas cantando Die another day), Metallica, Robbie Williams, U2 (estos fueron considerados como una gran acierto por parte de los dos) y así hasta cuarenta o cincuenta. Aun se reían al recordar la cara del dependiente que les cobró, ya que no recordaba que nadie hubiese comprado nunca tal cantidad de música.

De camino a casa (con las compras convenientemente enviadas mágicamente al salón de los Black) Draco quiso parar a comprar un equipo de música para escucharlas, pero Harry le dijo que se podían escuchar perfectamente en el DVD de casa, así que fueron corriendo y pasaron todo el día escuchándolos, descartando unos, seleccionando otros y anotando aquellos que les habían gustado tanto que pensaban comprar en cuanto pudiesen la discografía completa de los que ya eran sus artistas favoritos.

Pero lo cierto es que ellos también ahora formaban parte de lo que se empezaba a conocer como la "elite mágica londinense" En su mayoría se trataban de parejas jóvenes (de las cuales muy pocas tenían hijos), con bastante éxito en el mundo profesional, que habían acabado adoptando lo mejor de los dos mundos. Después de la guerra hubo una mirada cada vez más intensa al mundo muggle y pronto descubrieron que había gran cantidad de lujos que por ser magos (o de mente muy cerrada) no estaban a su alcance. Como siempre, los más jóvenes eran los primeros en atreverse a mezclarse de una forma tan descarada con ellos. Y para sorpresa de todos, las primeras fueron las hermanas Greengrass.

Cierto día de verano, uno de los pocos calurosos, estaban Daphne y Astoria en el Caldero Chorreante esperando al novio de ésta última, Urquhart. Las dos estaban literalmente empotradas en la barra mientras Hannah se afanaba en atender a toda la clientela. Daphne se quedó mirando a su alrededor y tuvo una especie de revelación tan fuerte que estuvo a punto de considerarla una epifanía: no era posible que todo el mundo mágico británico se apelotonase en un solo pub. Aquello era impensable. Metió la mano en su bolso (siempre acostumbraba a llevar ropa muggle en verano, era mucho más cómoda) y descubrió que tenía algo de dinero muggle que había cambiado unos días antes por curiosidad. Así que tiró de su hermana y la sacó a la calle, entre quejas e improperios de los clientes, y allí le expuso sus ideas.

- Astoria, vámonos de aquí. No es normal, ni saludable, que estemos hacinadas como el ganado.

Astoria frunció el ceño e hizo un mohín de disgusto.

- Pero he quedado dentro con Jason y si no...

- Bien, ya sé lo que haremos. Buscaremos un sitio muggle para esperarle y desde allí le mandas un mensaje con la varita –después preguntó -. ¿ La llevas encima, no?

- Sí, sí, claro –aseguró.

Así que las dos comenzaron a callejear y encontraron un pub mucho más tranquilo y se sentaron en una mesa. Después de pedir dos capuccinos (aunque no tenían ni idea de que era, pero el nombre les sonó exótico), Astoria sacó discretamente la varita y le susurró unas palabras, que supuestamente aparecerían de inmediato en la varita de Urquhart. Después de media hora y otra ronda de capuccinos, apareció Jason Urquhart, explicando que recibió el mensaje cuando ya estaba en el callejón Diagon y había tenido que volver a casa a cambiarse de ropa. Todo esto lo dijo mirando con curiosidad el modesto pub, aunque Daphne pudo ver una ligera aprobación en sus ojos. Bien es cierto que casi monta un escándalo cuando no le quisieron cobrar los seis knuts que él pensaba que costaban los cafés, pero gracias a un hábil confundus de Astoria nadie salió mal parado.

No fue hasta días después cuando en una cena en Grimauld Place Daphne contó a los presentes su reciente incursión al mundo muggle, que ya contaba con otras dos salidas a tomar el té y una cena. Todos la miraban entre escandalizados y curiosos. Porque la verdad era que hasta el más amante de los derechos de los muggles era partidario de que se les dejase vivir su vida, no de mezclarse con ellos en la vida cotidiana. Pero al final de la cena, Parvati declaró en voz alta su deseo de ir a cenar con Wayne al restaurante que había mencionado Daphne. Y poco a poco todos habían hecho lo mismo. Rara era la semana que alguno no descubría un pub, un restaurante, una discoteca o una tienda de ropa, antigüedades, muebles, etc.

La sociedad mágica se estaba mugglelizando.

Y el ministro de magia se empezó a poner nervioso.

Por lo general, se trataban de inocentes escapadas, en pareja o en grupo, a cenar o a tomar una copa, a hacer algunas compras, etc. Pero era cierto que en alguna ocasión tuvo que intervenir el Departamento para el Uso Indebido de la Magia, ya que los confundus a los muggles empezaban a ser frecuentes. Aunque tras un hábil artículo de Lavender Davies las aguas volvieron a su cauce: pero ahora los primerizos se informaban bastante bien antes de adentrarse en el mundo muggle.

Y entre todos ellos, Draco era el que parecía más complacido. Algunas veces se preguntaba a sí mismo cómo había podido ser tan idiota, cuando el mundo muggle ofrecía tantas maravillas que era incapaz de asimilarlas todas. Y eso que reconocía sus limitaciones: aunque le intrigaba la coordinación del metro de Londres, en el fondo le parecía una perdida de tiempo. Nadie en su sano juicio se metería en un túnel cuando se puede aparecer o utilizar la red flu. Pero estaba cautivado por su tecnología en cuando a entretenimiento y las diversas ofertas de ocio que presentaba.

Draco y Harry muchas veces se partían de risa cuando veían alguna serie o película en la que aparecían gente parecida a ellos: ricos, con algo de fama, con éxito en sus trabajos. Draco bromeaba diciendo que a este paso todos acabarían rompiendo su varita y viviendo como muggles, pero Harry sabía que eso era imposible: a todos les gustaba demasiado la magia. Solo había que ver las casas de sus amigos y vecinos.

Por ejemplo, la casa de Padma y Miles por fuera era muy similar a las que la rodeaban. Pero una de las estancias había sido convertida en una especie de sala de curas donde Padma practicaba sus hechizos como sanadora de San Mungo; Romilda tenía en el ático un bosque exactamente igual al que tenía Firence cuando daba clases en Hogwarts; Susan, aficionada a la herbología, tenía un invernadero que hubiese hecho que cualquier botánico muggle se hubiese vuelto loco. Por no hablar de las cocinas, de cuyas placas vitrocerámicas salían llamas directamente y las ollas y sartenes levitaban sobre ellas.

La generación post – guerra, en lugar de quedar traumatizada por los hechos, habían conseguido lo que muchos habían intentado a través de los siglos: una perfecta conjunción del mundo mágico y el muggle.

Y había que reconocer que la cosa funcionaba.

También tuvo otro curioso efecto. Muchos magos comenzaron a vender sus productos fuera del callejón Diagon, en el que en los fines de semana no cabía ni un alfiler. Eran tiendas camufladas de comercios muggles o bien vendían productos muggles. Justin había abierto una tienda en el centro de Londres de remedios naturistas que funcionaba muy bien entre los muggles, pero también tenía una trastiendas (al mejor estilo Weasley), en la que se podían encontrar ingredientes para pociones de importación. En cambio Parvati decidió abrir un tienda de ropa muggle, en la que todos los días se mezclaban con magos sin saberlo. Su negocio fue pionero en su sector, ya que nunca antes había exsitido una tienda de ropa muggle regentada por un mago, por lo que muchos que miraban esta nueva moda con desconfianza, siempre compraban allí lo necesario para cuando tenían que vestirse como muggles. Y en seis meses ella también tuvo su propia casa en Nothing Hill.

Aparte de todo, y lo que era más importante, era que el mundo mágico parecía por primera vez en mucho tiempo en paz. Tanto que incluso a veces le aburría su trabajo como auror y pedía permiso a la jefa de su división, Pandora Avicus, que le permitiese trabajar con otras secciones en délitos menores, tales como contrabando o robos a todas las escalas. Pero no había vuelto a haber indicios de magia tenebrosa y por ello su trabajo a Harry se le antojaba un tanto innecesario. Aunque la experiencia le decía que nunca se sabía lo que podía suceder en el futuro. En cambio Draco no parecía tener esos problemas, aunque tampoco estaba seguro. Al fin y al cabo era un inefable del Departamento de Misterios: no tenía ni idea de en que trabajaba.

Pensando en todo aquello Harry se dio cuenta lo que había avanzando la sociedad mágica desde que él entró en ella, hacía casi veinte años. Tan absorto estaba en sus cavilaciones y recuerdos de los últimos años que tampoco se percató de que Draco estaba a su lado, ya arreglado y le miraba con una chispa de diversión en sus ojos.

- ¿Qué pasa, señor Potter? ¿Se nos ha ido de viaje a alguna parte?

Harry le dio un sueva puñetazo en un hombro y Draco se lo devolvió.

- Tanto meterme prisa y ahora te quedas aquí como si te hubieran lanzando un petrificus totalus –después se quedó serio y le miró preocupado -¿Estás bien?

Harry hizo una leve señal de asentimiento y le dio un beso en los labios antes de hablar.

- Si, solo estaba pensando –y continuó antes de que le interrumpiese -. Pensaba en lo que han cambiado las cosas en los últimos diez años. Hace ese tiempo que vencimos a Voldemort.

- Como para no olvidarlo –rezongó Draco -. Los vecinos deben pensar que los Beckman han vuelto a la ciudad. Nunca vi tanto paparazzi mágico junto esperando a alguien, ni siquiera durante los juicios.

Y es que ese año se había cumplido el décimo aniversario de la muerte de Voldemort, por lo que en mayo fotógrafos y periodistas del Profeta, Corazón de Bruja, Cosmobruja (la revista de hoy para la bruja del mañana), e incluso el Quisquilloso, se habían apostado a la entrada de la casa de Harry y Draco con la esperanza de tomar alguna imagen de ellos o algunas palabras sobre lo que significaba para Harry el haber vencido al mago tenebroso de todos los tiempos. Y desde ese momento su vecina Claudia Paulson les miraba con curiosidad, por si eran famosos y no se había dado cuenta.

- Solo tengo una cosa clara –siguió Harry -. Nunca antes había tenido una vida normal, con los pros y los contras que esto conlleva. Pero no quiero que cambie nunca.

Draco le acarició la mejilla con dulzura y tomándole de la mano, se desaparecieron rumbo a la Madriguera, donde una horda de pelirrojos alborotados ya les estaban esperando.


Pues hasta aquí la presentación (esquemática: se que me he dejado algunas cosas que ya irán saliendo, no os preocupeis). Poco a poco iremos entrando en harina, que ya sabeis que no me gusta precipitar las cosas

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