Hola a todos (o a los que pasen para darle una oportunidad a este escrito).
Como siempre y, antes de dejarlos comenzar con la lectura, tengo que decir: los personajes no son míos; agradezco por adelantado sus comentarios y críticas constructivas y, por último pero no menos importante: Gracias por su lectura.
Como generalmente, seré una autora egoísta no con los comentarios sino con la historia. Aunque trato de responder a sus comentarios en mensajes privados, no siempre puedo responder cada uno —algunos no tienen opción para hacerlo—. Pero responderé y agradeceré al final de la historia.
En advertencia de contenido… pues, está catalogada como M por contenido explicito. (Personalmente no creo que sea TAN explícito, pero cada quién.)
Y, una última cosa antes de dejarlos leer, la imagen que ilustra la historia no es mía...
Sin más: Espero les gusté este escrito.
Rojo vs. Azul
El sonido de la puerta siendo abierta con suavidad lo despertó, alerta de inmediato. No era que se sintiera inseguro entre sus camaradas, en Briggs; era que uno no sobrevivía en el Norte durmiendo profundamente.
El susurro de prendas de ropa en movimiento le hizo entrecerrar los ojos con desconfianza y agudizar el oído por instinto. Supo, sin lugar a dudas, que se acercaban a él. Y, aunque el movimiento y el sonido no le hacían pensar que se acercaban sigilosamente, tampoco podía decir que su visitante nocturno se hubiera dado a conocer.
Deslizando el brazo derecho, fingiendo que se movía aún entre sueños, alcanzó el arma que guardaba junto a la cama.
En cuanto se supo con su arma, se incorporó sobre la cama mientras apuntaba de frente al visitante.
—General —dijo con recelo y sorpresa mezclándose entre ellos aunque internamente se preguntara si la figura frente a él era parte de un sueño.
—¿Vas a dispararme? —dijo ella con ese tono de sarcasmo escarchado que helaba la sangre y hacía temblar a más de uno.
Él bajó el arma lentamente hasta dejarla descansando sobre las sábanas. Se frotó la cara y suspiró queriendo deshacerse del resto de la adrenalina en su cuerpo.
Sin realmente darle la espalda, pero alejando la mirada un momento, devolvió el arma al lado de su cama.
Cuando volteó la mirada de nuevo a ella, para recibir la orden que la llevaba a su habitación a esas horas de la noche, abrió los ojos con sorpresa una vez más, tragó fuerte y se contuvo de abrir la boca.
Como si estuviera viviendo en cámara lenta, vio el abrigo caer de sus hombros, las manos desprenderse de los guantes siempre blancos y a éstas atacar en seguida los pantalones.
—¿General? —preguntó, extrañado también por poder pronunciar palabra. No sabía si estaba más sorprendido o excitado.
—No soy tu superior en este momento, Miles; puedes decir que no —dijo ella con ese tono de comando y autoridad que la había colocado a la cabeza de la cadena alimenticia en Briggs.
Olivier Mira Armstrong le sonrió de lado casi viéndose coqueta, casi viéndose como si lo retara.
Fuera una sonrisa de coqueteo o fuera una sonrisa de reto, el gesto de la reina de hielo lo puso a temblar también a él… no por temor, sino por el calor que le provocaba. Y, si tenía que ser quemado con algo, se quemaría con hielo.
—Sólo diré que no si quieres detener lo que empezaste —le avisó mientras se incorporaba de la cama para besarla.
De entre los labios de la reina de hielo salió un sonido que cualquiera hubiera malinterpretado como burla. Él lo entendió como alivio… como una victoria. Entonces la empujó hacia el colchón.
Ojos rojos se enfrentaron al azul de otros.
En la oscuridad casi absoluta de la habitación, el brillo de unos ojos y de otros parecía más el capricho de dos almas que buscaban una comunión.
En el momento en que la batalla entre azul y rojo se libró, rojo sobre azul, la comunión se convirtió en complicidad. Labios se unieron casi desesperados al tiempo que las manos encontraron el calor de otro cuerpo.
Sin ceder al deseo de cerrar los ojos, Miles clavó la mirada en otros igual de tercos.
Y en ese azul brillaba la seguridad —que deseaba sentir dirigida a él—, la fuerza de la mujer, su determinación y coraje. En el rojo sobre ella, miró la promesa de que esa noche no saldría de aquella habitación, la furiosa llama del deseo quemándolo por dentro y un pequeño resquicio de vulnerabilidad humana que le recordaba a ella misma.
Ambos conocían las restricciones del ejército, el deber para éste; lo peligroso de lo que hacían esa noche. Tal vez justo por eso lo había elegido a él esa noche. Su soldado de ojos rojos, cabello blanco y piel oscura era uno de los pocos que lo comprendían. Uno de los tres que la seguirían por convicción y respeto antes que por jerarquía o temor. Uno de los dos que no le temían. Y el único que parecía comprenderla más allá de las palabras.
Miles sabría mejor que nadie dejarla morir si fuera necesario para cumplir con ese deber por encima del individuo. Y, en ese aspecto, él era el mejor compañero que podría desea a su lado.
Rojo y azul se enfrentaron de nuevo. Un jalón, un movimiento; sentir el frío de la noche en la piel al descubierto y el azul de un zafiro vivo con emociones quedó ahora sobre el rojo brillante del rubí exaltado. Los labios se detuvieron de su labor y las manos de Miles detuvieron su exploración.
Azul y rojo permanecieron enfrentados un momento más. Y, aunque esa conexión de complicidad seguía extendiéndose y creciendo en esa dulce batalla a corta distancia, habían palabras que tenían que ser dichas.
—¿Esto es por una noche —preguntó Miles luchando por recuperar el aire—, o el comienzo de algo?
La respiración se le cortó de nuevo en cuanto sintió la mano del general… de Mira, bajando por su vientre.
—Y si fuera por una noche —retó ella sonriendo de lado, pero aún enfrentando un rojo brillante frente a ella—, ¿qué harías?
La sonrisa de Miles escapó, también, por la comisura de sus labios.
—Sacar el mayor provecho —respondió con un tono de reto propio antes de atacar el cuello níveo con una mordida sensual y devolver la espalda de la mujer al colchón.
Olivier suspiró con gusto ante la mordida que apenas dolía, pero que creaba estragos, mientras cerraba los ojos y terminaba la batalla por esa noche.
Sintió a Miles acomodarse sobre su cuerpo y bajó la guardia que sólo en momentos parecidos a éstos se permitía bajar. Acarició el rostro de facciones cuadradas pidiendo que se acercara a besarla y recibió los labios de él en su palma, no donde los había deseado.
Se fastidió de inmediato. Preparándose para demandar lo que deseaba, la interrumpió un jadeo al sentir esos labios en su centro. Arqueó la espalda involuntariamente y las manos de su compañero de noche le detuvieron la cadera en el aire. Privándole en mayor medida de su libertad de movimiento, ella luchó un segundo por recuperarse; el segundo que a él le tomó conseguir un jadeo más de los labios rosados.
No estaba acostumbrada a ello; aún así, dejó de pelear. Se dejó llevar por las sensaciones que el contacto le provocaba hasta que él la liberó.
Acostada sobre el colchón, cobrando el paso normal de su respiración, se descubrió… relajada. O al menos creía que así se sentía aquella sensación extraña. "Relax" no era una palabra que cupiera normalmente en su vocabulario.
Apenas logró calmar su respiración, sintió las manos de Miles sobre su espalda, bajando hasta la curva de las vértebras y de ahí a las nalgas. El toque era demandante, pero más sensual que apresurado.
Se sorprendió con el movimiento ajeno y más aún al no haberlo previsto. Nunca antes había bajado la guardia tanto, ni siquiera en sus poco frecuentes escapadas… privadas.
—Miles, te necesito ya —soltó en cualquiera fuera el tono que hubiera salido por su garganta, acercando el calor ajeno hasta su cuerpo.
Como respuesta, Miles soltó una risa provocadora y un tanto cruel.
—No te desesperes, Mira; aún falta mucho.
"Mira".
Esa piel amestriana la delató con un sonrojo al escuchar su segundo nombre. Aunque estaba acostumbrada a ser llamada "General", "Hermana mayor" o incluso "Olivier", el nombre "Mira" nunca era usado para referirse a ella. Nadie, nunca, la llamaba de forma tan… femenina.
—Miles… —llamó ella sin saber para qué.
Aún así, el llamado sirvió para que sus miradas se encontraran de nuevo. Allí vio los ojos ishvalís brillar con picardía, con tesón, con deseo.
—Quieres decirme qué hacer, ¿o lo descubro solo? —aprovechando el titubeo de ella, la provocó con las palabras y el tono.
Ella abrió los labios para responder, para maldecir… para callarlo; él fue más rápido al cubrir sus labios con los propios.
El pensamiento de castigarlo por ello, una vez de regreso a la realidad de sus vidas, cruzó por su cabeza justo cuando uno más la advertía para no hacer precisamente eso. Jamás mezclaría esos momentos privados con el trabajo. Miles lo sabía tan bien como ella… y él se aprovechaba de ello.
Sonrió en el beso mientras encontraba la forma de tener lo que quería en ese momento. Deslizó las manos por los fuertes hombros del ishvalí y aplicó la fuerza necesaria para girar al hombre y dejarlo de espaldas al colchón. Inmovilizó la sorpresa de él sentándose a horcajadas en su cadera.
—Mira, no… —jadeó él sosteniéndola por la cadera para detener el movimiento que había comenzado. Sus dedos clavándose en la piel blanca. Ella se detuvo, de inmediato entrecerrando los ojos. Miles mordió las quijadas con fuerza para suprimir un quejido—. Por favor, no termines esto tan rápido —sonó casi como una súplica.
El azul brilló con poder sensual, con picardía, con promesas por ser cumplidas.
—¿De qué hablas, Miles? —Olivier Mira Armstrong le sonrió casi con maldad—. Apenas hemos comenzado.
Y el rojo ishvalí que brillaba en la oscuridad encontró el azul amestriano, devolviendo el brillo y los sentimientos de una complicidad tan adictiva como las caricias.
