Resto

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Miranda no sabe qué esperar cuando entra allí. La habitación luce normal: No hay paredes pintadas con sombras paranormales, ni muñecas de porcelana suspendidas en el aire. Pero de Rhode Camelot, se puede esperar cualquier cosa. Tranquilidad no. El silencio es , de hecho, la calma antes de que aparezca algo sumamente espeluznante. O así lo recuerda la ya no tan joven Lotte, de sus días y noches homogéneas en el castillo del Conde en Edo. Pesadillas e insomnio esposada a una pared helada, es eso lo que está grabado en su memoria. Los gritos y el llanto de Rinalí cuando la arrojaban tras las torturas, a sus pies, envuelta en sangre. No siempre suya, lo que era aún peor, debido a la incertidumbre.

Lucha consigo misma para no salir corriendo. Ahora es General y no sólo Exorcista. Mucho más que eso, trata de no sentirse la desgraciada Miranda, llorando sin fuerzas en una celda olvidada de la mano de Dios. Se recuerda con angustia que no se ha ganado ese título. Simplemente, ha vivido más que otros para obtenerlo.

Rhode Camelot –debe ser ella esa figura femenina de espaldas a Miranda, que se asoma al ventanal cruzado por sendos barrotes, una muchacha de cabello negro, rebeldes grescas por los hombros, y un vestido blanco, ribeteado por un rojo brillante que duele en los ojos- ante la luz de la mañana, es más humana de lo que solía ser.

Miranda siente la sangre subiendo a sus mejillas cuando oye su voz.

-Te huelo, presa.-Anuncia Rhode, entrelazando las manos sobre la nuca y volteando para darle la cara aniñada, que no sobrepasa los quince años de lejos, a pesar de que su dueña supera la veintena prolijamente.