Felices sueños
Me desperté sudando. Una pesadilla. Cerrando los ojos, traté de normalizar mi respiración. Me incorporé en la oscuridad, tanteando salí de mi cama y avancé hasta chocarme las rodillas con otra. Palpé el colchón, delineando el bulto que era mi hermano. Apartándolo con cuidado, me metí entre las mantas, abrazándome a él aún asustado de mis sueños. En la oscuridad es difícil deshacerse de los fantasmas de la guerra.
Mi hermano se movió. No necesitaba preguntar para saber que era yo, que el cuerpo idéntico que se apretaba contra él era conocido. Giró para abrazarme, buscando mis labios en la oscuridad. Me acarició la espalda, calmándome, abrazándome con las piernas enredadas. Enterré la cera en el hueco de su cuello cuando los sollozos comenzaron a agitarme. Me abrazó todavía más, acunándome, arrullándome con palabras tranquilizadoras.
Me calmé poco a poco. Dejé besos ligeros en su cuello, agradeciéndole estar allí. Movió la cara para besarme, un beso largo y profundo que me dejó con ganas de más. Nos movimos para que nuestras erecciones se frotaran, ansiosas. Mi hermano bajó el pijama, quitándonos los pantalones a tirones. Piel contra piel serpenteamos el uno sobre el otro, sin dejar de besarnos y frotarnos. No necesitaba más para correrme encima de él con un gemido, acompañado de mi hermano, manchándonos a ambos. Volvía a abrazarle y besarle, feliz.
Me desperté con un sollozo. Me había vuelto a pasar. No podía controlarme, el llanto me agitaba el cuerpo. Me giré hecho un ovillo, con el dolor desgarrándome el pecho y manchándome de mi propio semen. No podía parar de llorar y pronunciar su nombre. Porque él ya no estaba aquí. No estaba conmigo. No volveríamos a dormir juntos, no volvería a consolarme después de una pesadilla. Pero esto era peor. No era una pesadilla, era un sueño feliz. Y eso dolía más. Me quería morir. Me agarré el pelo a mechones y tiré, carcomido por la impotencia y ahogado en el dolor. No podía seguir así. Mis gemidos y sollozos despertaron a mi madre, que entró en la habitación con un débil lumos.
- George – me llamó suavemente. La miré, tenía los ojos hinchados de llorar.
- No está – tenía la voz rota. – No está Fred.
- Lo sé, hijo. – mamá se aguantaba las lágrimas. Se sentó en la cama, abrazándome.
Obvió el hecho de que estaba manchado y me limpió con un movimiento de varita sin preguntar. Me abrazó, me acunó como cuando era pequeño.
- Lo quería, mamá – sollocé – Quería a Fred, lo quería y ya… ya no está… - no podía hablar.
Mamá me abrazó más fuerte, llorando también. Una noche más me dormí en los brazos de mi madre, destrozado, llorando la muerte de Fred.
Hola gente. Vengo con una historia muy muy cortita de Fred y George. Necesitaba escribirla, una vez tuve la idea en la cabeza la escribí de un tirón. Sí, es muy triste, no sé como he llegado a estos niveles de depresión :S
Bueno, no aburro más, esta va dedicada a todo aquél que quiera a Fred y a George tanto como yo. Sentiros libres de incluiros en la dedicatoria. Un abrazo, y todo aquél que quiera decirme que le ha gustado o que no, ya sabe que hacer. Aquí se acepta de todo :)
