Derechos: Los personajes mencionados en esta historia son creación y propiedad de Masami Kurumada, Toei y Shueisha. Únicamente los utilizo con propósitos de entretenimiento y no lucro con ellos.
Advertencias: Contenido homoerótico, es decir: relaciones afectivas entre personas del mismo sexo incluyendo contenido sexual.
Notas: Publicación conmemorativa por el cumpleaños de Saga & Kanon, inspirada en la canción de Rammstein "Du riechst so gut". He descrito a Rada & Kanon en diversos escenarios románticos. Faltaban los clichés de vampiros y aquí los traje en mi versión.
Dedicatoria: Para ninnae la primera y más grande admiradora de esta historia quien se encargó de que la desarrollara hasta el final. Muchas gracias por estar conmigo y cuidar tanto de mí.
Capítulo 1: El Teniente
Huía por su vida mientras el helado aire de la noche le atravesaba la garganta como afiladas dagas que penetraron hasta sus pulmones. Sus pies descalzos ardían por el dolor de chocar una y otra vez con filosas piedras. A su vez, las ramas de los árboles atrapaban hebras de sus largos cabellos azules, arrancándoselas debido al ímpetu con el que aquel chico se abría paso a pesar de los obstáculos.
Una serie de gritos de pavor resonaron a lo largo de la oscuridad y Kanon sintió que la sangre se le helaba, pero nunca dejó de correr.
En el horizonte, el alba comenzó a despuntar y la bóveda celeste cambió de tonalidades paulatinamente. El prófugo comenzó a saborear la esperanza y los ojos se le llenaron de lágrimas. Sólo un poco más…
Un sordo y poderoso golpe que le rompió varias costillas lo azotó contra el pedregoso suelo y Kanon soltó un chillido de dolor, luego el terror puro llenó cada fibra de su ser.
Su atacante se alzó sobre él y sus ojos rojos resplandecieron en pleno amanecer. Un rostro casi idéntico al suyo lo analizó en cuestión de segundos. Kanon lo reconoció y comenzó a agitar su cuerpo violentamente. El pánico se había convertido en ira. La presa se las arregló para sacar un tenedor de plata que había robado y se lo enterró a su atacante con saña en el antebrazo. El captor siseó de dolor y levantó sus garras, dispuesto a masacrar.
— ¡Eso es, mátame, malnacido! — alcanzó a bramar con la voz ronca debido al frío que le había desgarrado la garganta mientras corría desbocado. — Y acaba con el último gramo de humanidad que te queda, maldito monstruo.
Las palabras pronunciadas por un furioso Kanon detuvieron de golpe a su victimario cuya mirada enrojecida por la sangre cedió a un tono esmeralda. El atacante titubeó y el labio le tembló.
El penetrante sonido de un cuerno de guerra desgarró el drama de la escena. Saga aguzó el oído y miró hacia el horizonte en donde la luz comenzaba a dominar por completo el paisaje. Echó una última mirada a su desafiante presa, pero no era ferocidad lo que le demostró sino una extraña mezcla de conmiseración. Luego, el atacante desapareció y corrió a refugiarse de la luz solar
La vida de Kanon había sido perdonada.
25 años después.
Maestro y pupilo arribaron a la Orden apenas unos momentos antes del atardecer. Los guardias en la puerta le dirigieron ariscas miradas y gruñidos al impuntual Teniente Kanon quien les hizo levantar las defensas del Templo al filo de noche. El desvergonzado hombre les dedicó una sonrisa coqueta y pasó de largo hacia el corazón de los recintos. Tras de él, las pesadas puertas de hierro negro bendito fueron desplegadas haciendo uso de briosos caballos de carga y los 107 candados talismán fueron echados uno a uno.
— ¡Gracias por su ardua labor, muchachos! — felicitó el Teniente socarrón. A su lado, su aprendiz contuvo unas risitas juguetonas y apuró el paso para alcanzar a su maestro mientras se dirigían a la oficina del viejo Coronel Shion para rendir su informe de misión.
Mientras tanto, las antorchas que iluminaban los pasillos y patios de la enorme abadía se encendían paulatinamente, Milo caminaba orgulloso a un lado de uno de los cazadores más legendarios en la historia reciente de la Orden quien lo había elegido como pupilo personalmente.
Los aprendices más jóvenes y, por lo tanto, más susceptibles a la impresión se arremolinaban alrededor de la pareja con ojos cristalinos de admiración y asombro; por otra parte los cazadores novatos inclinaban su cabeza con respeto ante ambos y, finalmente, los más experimentados y viejos torcían el labio con incordio al paso de aquel hombre osado y desafiante de las viejas tradiciones.
— ¡Milo! — Mientras la pareja subía las escaleras del edificio principal dirigiéndose a los despachos de los Oficiales al Mando, otro joven pupilo se aproximó a su amigo corriendo. Este entusiasta joven poseía una cabellera castaña, casi rubia, y una mirada determinada y noble.
— Aioria — replicó el aludido y ambos se encontraron con alegría, chocando sus manos en signo de camaradería y abrazándose contentos por su afortunado encuentro.
— Teniente Kanon — saludó respetuosamente el castaño luego de cubrir de saludos a su mejor amigo.
— ¿Qué tal? — le sonrió el mayor. — ¿Cómo se encuentra tu Maestro?
— Mi hermano Aioros… — De repente, la luz abandonó los ojos verdes del muchacho y bajó el rostro en signo de duelo.
El superior lo tomó del hombro a modo de consuelo y declaró sin dudar.
— El chupa sangre que envenenó a tu maestro. Te juro que lo haremos pagar. Por otro lado, Aioros… es de los tipos más duros que conozco. Verás que se impondrá muy pronto y lo tendremos de regreso entre nosotros.
Milo agitó su cabeza de esponjosa cabellera azul para asentir efusivamente y el Maestro regaló una sonrisa al desanimado chico quien una semanas atrás presenció a su adorado hermano y mentor ser mordido por un ser de la noche al que se supone tenían que liquidar.
A la luz de las velas, los expertos y precisos ojos ámbar retiraban a jirones la carne putrefacta que no dejaba de formarse en el pectoral izquierdo de su pareja quien soportaba con dignidad la tortura de sentir su piel ser arrancada lentamente mientras yacía echado sobre la cama. Al cabo de unos minutos, su compañero terminó y colocó compresas de mandrágora sobre las heridas que comenzaron a manar sangre negra, pero en breve esta se tornó finalmente carmín siendo un signo positivo del proceso de curación.
A continuación, Radamanthys se dirigió al baño de la habitación y se limpió las manos con diligencia. Cuando terminó su labor, su pareja se posó detrás de él y lo abrazó por la cintura.
— Saga, regresa a la cama. Reposa o la sangre se te volverá a envenenar. — señaló secamente
— ¿Y no me volverás a curar? — puntualizó con tono de triunfo el pálido ser de ojos rojos y larga cabellera añil.
— No. Ya me cansé de ser tu enfermera.
— Me rompes el corazón ¿No se supone que eso hacen las parejas?
— Saga yo no soy esa clase de pareja y será mejor que te consigas otro o embauques a un novicio, me estoy cansando de esto. — el rubio salió del lugar y se dispuso a salir incluso de la habitación.
El de cabellera larga observó los pasos del otro con rictus molesto. Desde que aquel desgraciado cazador logró atestarte un letal golpe con una cuchilla consagrada, su sangre se estaba pudriendo y los efectos colaterales eran demasiados para poder soportarlo: su fuerza y poderes mermaban; su salud se deterioraba y si no encontraba cura poco a poco se pudriría hasta ser una lamentable criatura errante y deforme que suplicaría por unas gotas de sangre. Pero lo más importante: le estaba causando repulsión a Radamanthys.
Ah, Radamanthys. El haber conquistado su atención y su cama le había valido todos los escaños del mundo de los hijos de la noche. El digno rubio era casi de la realeza de los de su clase al ostentar 700 años de vida y haberse alimentado por unos años de sangre de la fuente y del origen de lo sobrenatural y profano: el Dios Hades.
Saga se desesperó al percibir cómo lo repelía sin remedio y, entonces, utilizando sus uñas se reventó una vena detrás de su rodilla lejos de la zona infectada. En el acto, el rubio abrió sus fosas nasales olisqueando profundamente.
— ¿Si te dijera que hay una forma de curarme, me ayudarías?
— No — resistió el mayor con sequedad.
— ¿Y si te digo que la cura es beber de la otra mitad de mi ser hasta secarlo?
— ¿De qué mierda hablas?
Con la puta de su dedo índice Saga rescató algunas gotas de su sangre sin enfermedad y las lamió lentamente frente a los ojos atónitos del rubio. Para Radamanthys la sangre de Saga siempre fue un elíxir gozoso del que quería beber hasta hartarse. Parecía que los Dioses le habían enviado a su debilidad encarnada y prefirió mantenerlo cerca de sí para que nunca nadie lo usara en su contra. El hecho de haberse convertido en amantes fue un error de cálculo que no había tenido remedio.
— Tengo un hermano gemelo y sigue siendo humano. Presumiblemente sigue vivo. Estoy seguro de que si lo consumo de un solo sorbo, me curaré. Por otra parte…. quizás encuentres terriblemente excitante el que te comparta algunas gotas de su sabor tierno y vivo. — Una segunda lamida de nuevas gotas de sangre.
Radamanthys frunció el ceño y sus pobladas cejas marcaron su cariz de severidad. Analizaba la situación con frialdad, pero la Sangre de Saga lo tentaba, pero sólo de imaginarlo en presentación humana le hizo perder los cabales. Pensar en aquella inimaginable calidez y éxtasis en forma de festín sangriento probablemente lo llevarían a ceder ante aquel desgraciado con el que se acostaba.
Continuará
