Capítulo I
Una visita inesperada
Aquella noche, Candy había regresado tarde y cansada del hospital. Apenas podía levantar los pies al caminar. Llegó a su apartamento, ubicado en el centro de la ciudad de Chicago, dejó sus cosas sobre una mesa y se dirigió al baño para darse una ducha. Mientras sentía a las cálidas gotas de agua recorrer su cuerpo, recordó su día. Qué espantoso había sido. Mary Jane, la jefa de enfermeras, había sido tremendamente estricta con ella. La había evaluado en cada momento, haciéndole constantemente preguntas, vigilándola sin respiro. A veces Candy respondía bien, pero otras, la mirada severa de Mary Jane la hacía desear esconder su cabeza en un agujero y no salir jamás. Aún recordaba cuando aquella especialidad en cirugía le había parecido una buena idea. Opinión que en ése momento había desechado completamente y que hasta le parecía una locura.
Luego de que tratara en vano que los malos recuerdos se escurrieran con el agua, salió del baño, se vistió con su pijama favorito, y se recostó en el sofá con su hamburguesa con papas fritas que había comprado de paso. Agarró el control remoto y encendió el televisor. Estaba tan cansada que ni siquiera prestaba atención a la programación que pasaban frente a ella. Sólo tenía ojos para su deliciosa comida chatarra. Desgarró el envoltorio y su estómago rugió feroz, haciéndola consciente de que no había probado bocado en todo el día. Justo cuando estaba por darle un tremendo mordiscón a su hamburguesa, escuchó el timbre sonar insistentemente. Con un gruñido maldijo internamente, y se levantó como pudo de su comodidad.
Al abrir la puerta, unos ojos celestes brillantes la miraron, y una amplia sonrisa la iluminó.
-Hola Candy.
-¡Albert! ¡Oh, Dios mío! ¿Pero qué haces aquí? ¡Hace un millón de años que no te veía!
Candy se lanzó a sus brazos sin dudarlo. El rubio la alzó feliz y la hizo dar vueltas en la entrada. Albert vestía unos jeans algo gastados y una remera negra de algodón. Y a un costado de la puerta, descansaba su bolso de viaje.
-Vine a ver cómo estaba mi adorable hija adoptiva.
-¡Albert! ¿Pero qué cosas dices? Creí que no te gustaba que te llamara padre.
Él rió a carcajadas, mientras agarrando su bolso entraba al departamento, cerrando la puerta tras de sí.
-Sí, es cierto. Pero adoro la cara del portero cuando le digo que soy tu padre.
-Eres un demonio.
Albert no podía contener la risa.
-Espero que sea igual de divertido cuando estés en el infierno –lo recriminaba Candy, pero sin poder borrar la sonrisa de su rostro-. ¿No te cansas de reírte del pobre Peter? Bastaría con que le digas que eres mi tutor o mi hermano mayor... Tiene 60 años, Albert ¿lo sabías? Debería darte vergüenza.
-Es cierto, Candy. Perdoname. No volverá a suceder.
Ella logró ver el brillo pícaro en sus hermosos ojos celestes, mientras sus fruncidos labios hacían lo imposible por contener la risa.
-No te creo ni media palabra.
-¡Jajaja! Está bien, lo prometo, lo digo en serio. Pero es que sabes que no me gusta cuando se mete en nuestras vidas. Detesto que me sermoneé, insinuando que soy un depravado sexual y no sé cuántas cosas más, tan sólo porque me quedo a dormir unos días acá. Inclusive más de una vez le he dicho que tengo mi propia habitación, pero es imposible convencer a ese hombre.
-Es un poco anticuado, nada más y me cuida. Haz como yo: No le hagas caso. Pero bueno… Ven. Pasa. Justo estaba por cenar.
Albert la siguió hasta el pequeño salón, y al ver lo que reposaba sobre la mesita ratona frunció el ceño.
-¿Eso estabas por comer? No parece muy saludable, Candy-. Y observándola detenidamente, agregó: -Estás muy delgada…
-¡Uf! Lo sé. Pero no tuve tiempo de ir de compras, y tengo un hambre feroz.
La rubia se desplomó sobre el sillón, haciendo una exagerada mueca para mostrar con creces lo cansada que se encontraba.
-¿Mary Jane te sigue haciendo la vida imposible?
-Ni te lo imaginas…
-Podemos pedir una pizza, si quieres… -ofreció, mientras se sentaba a su lado.
Candy lo miró con una sonrisa burlona.
-¿Y eso, señor Andrew, acaso es más saludable?
-No, pero al menos podemos compartir –contestó con una sonrisa-. Una hamburguesa y unas cuantas papas, claramente no es una comida para dos…
-Oh, pero me extraña, señor Andrew… ¿O acaso ya has olvidado de cuando compartimos el sándwich?
Él se sorprendió con aquella pregunta. Jamás olvidaría aquel momento, y Candy lo sabía, pero aparentemente la rubia estaba de buen humor, así que la observó con los ojos entornados por varios segundos. Luego, tomó delicadamente una de sus manos, y sin dejar de mirarla depositó un suave beso en el dorso. Inmediatamente, vio cómo las mejillas de Candy se iban tiñendo de rojo y su respiración se detenía.
Triunfante, Albert respondió:
-Jamás olvidaré aquel momento Candy, y lo sabes…
Ella se quedó sin habla, pero inmediatamente se soltó de su mano y se levantó de golpe del sillón.
-Tienes razón. Lo siento. Voy a llamar al delivery.
Con toda la tranquilidad que pudo juntar, se dirigió a un extremo del salón, donde reposaba el teléfono, y marcó aquel número que sabía de memoria.
Mientras hacía el pedido, observó detenidamente a aquel maravilloso hombre que le había salvado la vida. Albert se encontraba concentrado, haciendo zapping con el control remoto, mientras se sacaba los zapatos, y acomodaba sus pies envueltos en blancos calcetines sobre un pequeño taburete. Ella aún recordaba cuando de pequeña se había escapado del orfelinato donde vivía. Era huérfana, jamás había conocido a sus padres. Y a la tierna edad de 10 años había comprendido que ya no podía seguir viviendo en aquel lugar. No porque sus maestras, la señorita Pony y la hermana María se lo hubieran pedido. Sino porque vio que ella era la más grande de todos sus "hermanos" y decidió probar suerte buscando trabajo. Claro que no contó con los peligros de vivir sin techo, y en un abrir y cerrar de ojos, de la noche a la mañana, se encontró pidiendo dinero en las calles para sobrevivir. Fue una fresca tarde de primavera, en la puerta de un banco cuando vio por primera vez a aquel amable joven de cabellos dorados e intensos ojos celestes, que la había consolado mientras ella lloraba sus incontables desgracias. Él apenas contaba con 16 años, pero la había hecho reír de tal manera, y después la había halagado diciendo que era más bella cuando sonreía, que Candy se había enamorado al instante y se juró jamás olvidarlo. Lastimosamente, luego de aquella tarde, tampoco volvió a verlo.
Pero la vida se encargó de juntarlos nuevamente, y años más tarde aquel joven había hecho hasta lo imposible para que la familia Andrew la adoptara y la sacara de ese infierno. Y eso, Candy siempre le agradecería.
-¿Qué ocurre, pequeña? –Albert la miraba con tanta ternura, que Candy sintió que le temblaban las rodillas.
-Nada –respondió, mientras colgaba el teléfono-. Estaba recordando cuando nos conocimos…
-Ahhh, aquella historia… -Candy se desplomó a su costado, y Albert la abrazó suavemente.
-¿Qué pensaste cuando me viste por primera vez? –preguntó ella en un hilo de voz.
-Pensé que eras la niña más hermosa que había visto jamás.
-¡Oh, Albert! ¡Te lo estoy preguntando en serio! –Candy se removió a su costado, y le dio un pequeño golpe en el brazo.
-¡Auch, pero si es cierto! –se quejó-. Candy, llorabas, estabas completamente sucia, extremadamente delgada, pero tus ojos… -la observó detenidamente-. Tus ojos verdes siempre me cautivaron. Recuerdo que pensé: "Esta niña no merece ser infeliz. Es demasiado hermosa para sufrir".
Ella lo miró sorprendida.
-¿Te das cuenta que es tremendamente discriminatorio tu comentario, no?
-No. ¿Por qué lo dices?
-¡Ah! ¿Acaso las que tú consideras feas no merecen ser felices?
-Yo no he dicho eso.
-¿Cómo que no?
Un fuerte timbrazo los interrumpió. Candy lo miró con el ceño fruncido.
-Salvado por la campana… -dijo, mientras se levantaba a abrir la puerta.
-Idem…
Candy no le prestó más atención y fue a recibir la pizza que habían pedido. Luego de separar las porciones y acomodar todo en la mesita ratona, se volvió a sentar a su lado.
Y mientras le daba un enorme mordisco a su porción, agregó:
-De todos modos, agradezco que estés conmigo hoy. Te extrañaba, ¿lo sabías?
-Sí, yo también…
-¡Mmmh, qué rico que está esto! –Candy cerró sus ojos un momento, mientras disfrutaba los deliciosos sabores que se fundían en su boca.
-¡Fiuuu! ¿A mí me parece, o alguien tenía hambre?
-Mmmh, ni te lo imaginas… Pero, aún no me has dicho el motivo de tu visita. ¿Qué opina la tía abuela de que estés aquí?
-Nada, ¿qué va a opinar?
-Albert….
-Pero si ella sabe que ya soy un hombre adulto, y que puedo ir adonde yo quiera, y que…
-Albert…
-Está bien, no lo sabe.
-¡Ajá, lo sabía! –exclamó triunfante-. Pero no me extraña. Ella jamás me quiso…
-Candy, no, no es eso…
-¿Ah, no? ¿Entonces qué es, Albert? Jamás aceptó mi adopción. Y bueno… Creo que tampoco ayudó la muerte de Anthony y de Stear… -su mirada se oscureció un momento-. Siempre sentí que me echaba la culpa de todas las desgracias…
-Candy…
-No. No es necesario que lo niegues. Sé que es así. Pero… Mejor cambiemos de tema ¿ok?
Él no quería cambiar de tema, pero Candy no le dio oportunidad de continuar.
-Aún no me has dicho por qué estás aquí. Creí que estarías viajando por Europa o por algún lugar exótico. Tengo registrado todos tus viajes ¿sabes?
-¿En serio?
-¡Sip! Más tarde te lo muestro-. Respondió con una media sonrisa que hacía resaltar sus pecas-. ¿Y bien?
-¿Y bien, qué?
-Vamos, Albert… ¿por qué has venido?
Él dio un pesado suspiro. Dejó la porción de la pizza a medio comer, y fijó su mirada en ella.
-Vaya, es algo grave… ¿Qué sucede, Albert? Me asustas…
Él no quería llegar a ese punto, no todavía. Rogaba tener más tiempo para disfrutar de su compañía.
-Albert…
-Candy… ¿tú sabes que yo no soy de pedir favores, cierto?
-Sí, lo sé… ¿Y tú sabes que yo haría cualquier cosa por ti?
-Sí…
Nuevamente un instante de silencio se escurrió entre ellos.
-Albert ¿qué ocurre?
Candy también dejó su pequeña porción sobre la mesa, y lo miró detenidamente. Luego de varios segundos, insistió.
-Vamos, dime… ¿qué necesitas?
Albert no podía creer que había llegado el momento, pero otra alternativa no tenía. Estaba definitivamente entre la espada y la pared. Así que suspirando profundamente, mientras tomaba delicadamente sus manos, preguntó:
-Candy… ¿quieres ser mi esposa?
Continuará…
¡Hola candymundo!
Acá vengo ante ustedes con este nuevo proyecto que de a poquito se está formando en mi cabecita. Sí, sé que "Contando Estrellas" está en el tintero, y ya voy a subir un nuevo capítulo de aquella historia también, pero como mi mente por el momento se desvió un poquito a esta historia, y como aparentemente estoy un poquito entusiasmada, ya que siempre quise escribir una adaptación de Candy en época actual, es que vengo a publicarla :)
El siguiente capítulo ya está siendo escrito, así que en cualquier momento lo subo. Esta historia no tiene pensado ser muy larga, van a ser solamente unos cuántos capítulos, sólo espero lograr mi cometido.
Bueno, espero que quieran acompañarme también en esta aventura y si quieren dejarme su opinión o sugerencia, sean bienvenidos los review! :)
Les dejo un abrazo y nos vemos en el próximo capítulo, por este mismo canal! ;)
