AMARIEL

Hubo un tiempo en que fue una niña deseando tener una familia, encontrar mágicamente a su padre y poder reunirlo con su madre. Una niña que a veces se dejaba llevar por una melancolía que no parecía suya, que parecía venir de muy lejos, de otros ayeres que no alcanzaba a comprender.

No le gustaba ser esa niña, indefensa. La sangre de su madre era fuerte en ella, le había dado rasgos hermosos pero la hacían parecer, alguien que necesitara ser protegida. Pero el orgullo de su padre buscaba aflorar, demostrarles a todos que no era alguien delicado, que ella podía ser más fuerte que todos.

Pero finalmente era esa niña pequeña y a veces, asustada. Con sueños espantosos que atormentaban sus noches y con días interminables donde parecía no pasar nada. Para cuando cumplió 15 años estaba harta de todo. De los árboles y su perpetuidad, de los elfos y su frialdad, de su familia y sus verdades a medias. Tal vez esa fuera la razón de su partida, se repetía que tal vez saliendo de aquel lugar, pudiera cambiar las cosas. Porque su madre se negaba a cambiar, cada que su padre era mencionado, el terror invadía su rostro.

Los dúnedain la recibieron sin muchas preguntas. Después de todo era parte de ellos y con el suficiente entrenamiento podría ser de utilidad. Así que a nadie le sorprendió cuando se convirtió en parte de la patrulla de la Comarca, un lugar suficientemente tranquilo para que alguien sin experiencia no tuviera grandes problemas.

Los hobbits eran curiosos. Así los describía ella. Bastante huraños en cuanto se refería a los extraños pero una vez que llegaban a conocerte, eran amigables y hasta cierto punto, encantadores. Sobre todo los pequeños. Los mayores se ponían algo redondos y ese hábito de fumar no era muy saludable, pero llevaban vidas envidiables. Rodeados de amigos y familiares, preocupados por cosas triviales, eran algo diferente y cálido.

Las patrullas de dúnedain iban y venían a través de la Comarca pasando casi desapercibidos o tal vez algo ignorados. Los hobbits los veían sin saber bien por qué estaban ahí. Rara vez interactuaban, casi siempre eran los jóvenes hobbits que armados de valor se acercaban a ellos y les preguntaban alguna que otra cosa. Pero aquellos respetables hobbits maduros, jamás interrumpían sus vidas y los tomaban en cuenta. Aquello era normal, parecer sombras en un lugar de perfecta paz y quietud.

Ella era buena con la espada y ligeramente sobresaliente con el arco y la flecha pero aún le faltaba mucho entrenamiento. Su patrulla era de tres personas, ella era la más joven y el que estaba al mando era un primo tercero de su madre, así que prácticamente era su tío. El hijo de este era la tercera persona, unos cuantos años más grande que ella, pero con una cuenta interminable de orcos abatidos con el arco y la flecha que era legendaria. Ambos se dedicaban a entrenarla en aquellas tardes de la Comarca donde no sucedía nada y se podía imaginar que la paz era completa y maravillosa.

Generalmente montaban un campamento en un lugar diferente cada noche. Ella compraba comida cada tercer día en el mercado y por ser una muchacha muy joven era recibida sin mayor preocupación por los hobbits. No le hablaban más que lo mínimo pero ya se había vuelto una cara conocida para ellos. Esta poca interacción era algo que fomentaban los dúnedain de las patrullas, no era su intención entrometerse, solamente proteger.

Esa especie de equilibrio se rompió una tarde de verano, cuando ella llevaba poco más de 6 meses en la Comarca. Caminaba de regreso por una de tantas colinas con agujeros hobbits, aunque esta parecía más larga de lo usual, cuando una serie de pergaminos que reconoció como mapas salieron volando por la ventana de uno de esos agujeros. Se escucharon gritos y luego unos cuantos azotones de puertas y acto seguido una hobbit muy enojada bajó por el camino por donde estaba ella y la miró de reojo sin siquiera hacer el intento de saludar.

Recogió los mapas y regresó unos cuantos metros hasta la puerta del agujero hobbit en cuestión. Toco a la puerta y momentos después apareció el hobbit con el rostro más amable que había visto, realmente agraciado, tanto que le dieron ganas de sonreír.

-Vuestros mapas. –dijo ella sencillamente entregándole los pergaminos. Como ella no espera otra cosa, dio media vuelta para regresar por el camino y dirigirse al campamento con las provisiones.

-¡Espera! –dijo apresuradamente el hobbit. Ella se detuvo y esperó a que dijera otra cosa.- Tal vez gustes pasar y tomar el té de la tarde conmigo.

Aquello era inesperado. Ella se quedó un poco con la duda de qué hacer, hasta el momento no había entrado a un solo agujero hobbit hasta el momento y ahí estaba, aquel pequeño ser con una media sonrisa en el rostro, invitándola a una de sus especiales comidas del día.

-Claro.-respondió.

Al entrar al agujero hobbit comprendió la definición de hogar. Era un lugar perfecto, acogedor y especial. Se sentó en un banco en la cocina y miró al hobbit preparar afanosamente el té. Al tener la taza en sus manos, su calor la llenó de alegría, esa sensación de tranquilidad no la había tenido en años. Era lo que solía sentir cuando su madre la abrazaba, antes de que ella entendiera la tristeza y la soledad en la que vivía.

-Me llamo Bilbo Baggins. –dijo de repente, poniéndose todo rojo de la cara, algo que la hizo sonreír de nuevo.- No puedo creer que haya olvidado presentarme correctamente.

-En ese caso ambos cometimos el mismo error. –dijo ella dedicándole una vez más, una sonrisa.- Y soy Amariel.

El hobbit permaneció con la mirada fija en ella, tal vez esperaba de quién era hija o su procedencia, como muchos hijos de los hombres se presentaba. Pero ella era sólo Amariel, lo demás no importaba en este momento.

-¿De verdad eres una de los dúnedain? –preguntó él y ella se echó a reír.

-¿Acaso crees que sólo cocino para los otros dos? –le dijo ella aun riendo. Bilbo abrió los ojos de par en par y se volvió a poner todo rojo, comenzó a balbucear cosas que parecían disculpas pero Amariel lo tomó de la mano y dijo: El que cocina realmente es mi primo, Haleth. Dice que yo no tengo ninguna cualidad para la cocina.

Bilbo rio de buena gana y retiró la mano que tenía Amariel bajo la suya, aquello era extraño para él, el contacto con alguien más. Para ella era algo normal, algo que necesitaba para recordar que estaba viva.

Pasaron tres horas y la noche había caído cuando Amariel regresó por el camino hasta el campamento. Bilbo la había dejado ir con la promesa de compartir el segundo desayuno al día siguiente. Las historias de lo dúnedain que había compartido con él aún las repetía en su cabeza, recitadas por su hermosa voz. No entendía muy bien lo que estaba pasando y porqué su corazón parecía latir más rápido cuando estaba a su lado, era algo inesperado y por lo mismo, quería pasar más tiempo a su lado. Desde que la vio por primera vez en compañía de los hombres había deseado hablar con ella pero no fue hasta que estuvo parada en el umbral de su casa que tuvo el valor suficiente para hacerlo.

La única razón que se le ocurría a Bilbo era que quería ver esos ojos azules. Quería que esos ojos azules lo vieran una y otra vez.