¡YAHOI! ¡Otro regalito de cumple en proceso! Para mi portu- digo, viguesa favorita de internet. ¡Va para ti, Fumiis Braginski! ¡Miña compatriota, espero que o desfrutes! Inda faltan capítulos, non está completo, este é só o primeiro, pero espero que che guste xD.
Fumiis, guapetona ¡te quierooooooooo! Qué pena que vivamos tan cerca y a la vez tan lejos (158 km nos separan T.T). Eres una personita adorable y estupenda que siempre me hace reír con sus comentarios ¡eres la bomba, nena!
Una vez más ¡espero de todo corazón que te guste mi regalo! Y que sepas disculpar el retraso xD.
Capítulo 1
Naomi Higurashi suspiró. Estaba nerviosa, muy nerviosa. Vio a sus tres hijos sentados a la mesa, devorando el desayuno como ya era costumbre. Miró para el reloj y decidió que no podía esperar más—. Chicos. —Automáticamente, las tres cabezas azabaches se volvieron a mirarla—. ¿Os acordáis de Tôga?—Su hija mayor, Kikyô, asintió; la segunda, Kagome, bufó; y el más pequeño, Sôta, se encogió de hombros. Naomi rio nerviosamente—. Veréis, hoy por la noche hemos programado una cena, los dos hemos pensado que ya va siendo hora de que nuestros hijos se conozcan. —Los tres pares de ojos marrones se clavaron en ella.
—¿Perdón?—parpadeó Kagome.
—Será un placer, mamá—dijo Kikyô. Miró de reojo para su hermana menor, quien hizo una mueca, pero al final sonrió. No es que le agradara el tal Tôga, porque ella ya tenía un padre (aunque no estuviera con ellos), pero, si hacía feliz a su madre, se aguantaría.
—Vale.
—¡Pero yo había quedado con Rin para ir a jugar!—protestó Sôta.
—Cariño, puedes jugar con ella otro día ¿vale? Hazlo por mami. —Sôta asintió, resignado. Naomi les sonrió a sus tres niños, agradecida.
—Os iré a buscar a los tres al colegio ¿de acuerdo? Llevaré el coche. —Sabía que sería una cena difícil, solo esperaba que nada saliera mal.
Al menos, no mucho.
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—Kagome, para con las piernas.
—Es que me estoy helando. —Y no era para menos. Llevaban como media hora esperando en la calle. Su madre había ido a aparcar el coche, pero como el tráfico estaba de lo peor, aún no volvía.
—¿Por qué no entramos ya?—preguntó Sôta, a quien le castañeteaban los dientes. Kikyô suspiró.
—Mamá dijo que la esperáramos… —De pronto, sus ojos toparon con un chico la mar de guapo. Cruzó a todo correr con el semáforo en rojo y se detuvo justo a su lado. Las mejillas de Kikyô se tiñeron de rosa al ver que él los observaba con curiosidad: tenía un pelo azabache largo y lacio, que le caía por la ancha pero delgada espalda como una cascada negra. La piel bronceada y, lo que más le llamó la atención, fue el inusual color de ojos del desconocido: dorados, ojos dorados como el mismísimo sol.
Kikyô le sonrió tímida, adoptando su mejor faceta coqueta. Sin embargo, se percató de que el chico no la observaba fijamente a ella, sino a algo detrás de ella. Se giró, encontrándose con sus dos hermanos menores, jugando y haciendo el idiota.
Su rostro enrojeció a causa de la vergüenza, ¿es que sus hermanos no podían comportarse por una vez en la vida? Últimamente, Kagome parecía haber retrocedido en el tiempo: pasó de ser una adolescente medianamente seria y responsable a de nuevo una niña.
Oyó reír al chico guapo, probablemente por alguna payasada de Kagome y Sôta. Rezó para que su madre volviera pronto. Sus plegarias fueron escuchadas, puesto que dos segundos después, Naomi apareció en la esquina. Venía acompañada de Tôga, cogida de su brazo y ambos riendo. Oh, claro, por eso había tardado tanto.
Oyó un gruñido a su lado; el chico guapo tenía ahora cara de molestia, en una mueca que denotaba agresividad, mirando en la dirección por la que venían los dos adultos—. ¡Oh, niños! Perdonad el retraso. —Kikyô negó.
—No pasa nada, mamá. Un gusto verlo de nuevo, Tôga-san.
—El gusto es mío, Kikyô-chan. Y veo que ya has conocido a mi hijo. —Kikyô parpadeó y miró para el chico, quien fulminaba a Tôga con la mirada.
—Oh, él… ¿es…
—InuYasha—dijo él, en tono hosco, desviando el rostro a un lado. Tôga suspiró pero enseguida recuperó su jovial sonrisa.
—Es mi hijo pequeño. Desgraciadamente, mi hijo mayor no vendrá hasta más tarde, así que podemos ir entrando…
—¡Mamá! ¡Tengo hambre!—exclamó Sôta, apareciendo de pronto y poniéndose frente a su madre.
—Sôta ¿no saludas?—El niño viró la cara a un lado, dándose cuenta entonces de la presencia del hombre.
—¡Hola, Tôga-jii-chan!
—Hola, hombrecito. —Sôta sonrió en cuanto el hombre le revolvió el pelo. Le caía bien ese hombre. Era amable, simpático, jugaba con él y, lo más importante, hacía feliz a su madre.
Tras ellos, Kagome observaba la escena, con una expresión indescifrable en sus ojos chocolates. Y lo mismo podía decirse de InuYasha. Tôga le sonrió a la chica—. Kagome… —Se obligó a sonreír hasta que le dolieron las mejillas y le dio educadamente la mano.
—Tôga-san. —El hombre se volvió ahora hacia su hijo.
—InuYasha, saluda. —El aludido frunció los labios.
—Keh. Hola. —Fue lo único que dijo. Tôga suspiró de nuevo. Aquello iba a ser más difícil de lo que él y Naomi habían supuesto.
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La cena transcurrió en un incómodo silencio, tan solo roto por los intentos infructuosos de de Naomi y Tôga de entablar conversación. La cosa empeoró aún más (si cabe) cuando el hijo mayor de Tôga, Sesshômaru, se dignó a hacer su aparición. El chico parecía un bloque de hielo irrompible.
Cuando les trajeron el postre, Tôga y Naomi se miraron y asintieron. No podían demorarlo más. El hombre carraspeó para llamar la atención de los cinco—. Chicos, sabéis que Naomi y yo llevamos saliendo un tiempo y…
—No me digas—soltó InuYasha, en tono sarcástico. Tôga lo fulminó con la mirada y continuó.
—… Hemos decidido, en fin, dar el paso.
—¿Acostaros?—saltó de nuevo el pelinegro, burlón.
—¡Ya basta, InuYasha! ¡Ten más respeto!
—Keh—bufó el muchacho, cruzándose de brazos. Tôga respiró hondo un par de veces.
—Lo que Tôga y yo os queríamos decir es que… bueno, nos queremos y hemos decidido casarnos. —Silencio absoluto.
—No… —susurró Kagome.
—¡Tienes que estar de broma!—gritó InuYasha, poniéndose en pie de un salto.
—Ridículo. —Se limitó a decir Sesshômaru. Kikyô se encogió de hombros, se lo suponía. Sôta, pasaba la mirada de uno a otro adulto.
—Entonces… ¿eso significa que nos iremos a vivir todos juntos?—Kagome e InuYasha se tensaron.
—Pues… sí, así es Sôta. —El niño sonrió y asintió, parecía feliz. Naomi agradeció que al menos uno de ellos se mostrara contento por la decisión.
Porque a Kikyô y Sesshômaru parecía darles lo mismo e InuYasha y Kagome estaban a punto de explotar de ira. Se aclaró la garganta, para llamar de nuevo la atención. Tôga fue el que habló esta vez—. Hemos decidido casarnos el próximo mes y, bueno… respecto a la vivienda…
—Chicos, Tôga-san y sus hijos vendrán a vivir al templo.
—¡NO!—rugió Kagome. Naomi suspiró.
—Hija…
—¡No puedes estar hablando en serio! ¡Ellos no pueden venir al templo! ¡Al templo no!—repitió la adolescente, cual maníaca obsesiva.
—¿Es que acaso temes que te vayamos a robar o algo, niña?—La azabache se volvió a mirar al imbécil del hijo pequeño de Tôga, roja de ira.
—¡Tu pequeño cerebro no lo entendería, imbécil!
—¡No me insultes, enana!
—¡Pues no hables de lo que no sabes, idiota!
—¡Hablo de lo me da la gana, loca!
—¡¿A quién llamas loca, retrasado?!—Sus respectivos progenitores se masajearon las sienes. Aquello parecía misión imposible, pero se querían, y eso era algo que, tarde o temprano, sus hijos iban a tener que acabar por aceptar.
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—¿Te lo puedes creer, mamá? ¡El viejo es un idiota retrasado mental! ¡Esa mujer no te llega ni a la suela de los zapatos! ¡¿Y te crees que Sesshômaru hizo algo?! ¡No! ¡Solo se quedó a un lado, en su actitud de todo me importa una mierda! ¡Agh! ¡Los odio, mamá! ¡Los odio a todos! ¡Especialmente a la repelente de Kagome! ¡No hace más que insultarme y hacerme la vida imposible!—InuYasha se masajeó el puente de la nariz: estaba cansado, frustrado, triste y enfadado. Todo a la vez—. Yo… no lo entiendo, mamá. Hasta hace poco juraba que no te había olvidado y que solo te amaba a ti, entonces… ¿Por qué? ¿Por qué quiere casarse con otra? ¡Nadie puede ocupar tu lugar!—La voz se le quebró y los ojos le picaron. Tragó saliva y apretó los puños—. Ojalá… ojalá estuvieras aquí. Así… nada de esto habría pasado. —Suspiró una última vez antes de levantarse y acariciar con ternura las letras grabadas en la fría lápida de piedra gris:
Izayoi Taisho
1976-2004
Tu marido y tus hijos nunca te olvidarán
Sonrió amargamente al leer la última frase. ¡Ja! Mentira. Su padre sí lo había hecho—. Yo… Tengo que irme, mamá. Se supone que hoy es el "Gran Día". —Se inclinó y depositó un beso sobre la lápida, para luego dar vuelta y desaparecer, para ir representar su papel de "buen hijo" en la ceremonia. Al menos, se dijo, tenía al niño, a Sôta. El crío le caía bien.
Oh, y Kikyô era extremadamente guapa. Punto para ella. Pero nada más.
Ellos no eran su familia, ni nunca lo serían.
Llegó corriendo al dichoso templo y tuvo que detenerse a coger aliento en lo alto de las enormes escaleras. Sesshômaru rodó los ojos en cuanto lo vio aparecer, pero le hizo un bonito gesto con el dedo medio, dándole a entender que le importaba una leche lo que él pensara o dejara de pensar—. ¡InuYasha, menos mal!—Se giró al oír la voz de su padre. Casi se rio al ver su estado de agitación: parecía un niño asustado—. Ya solo falta Kagome… ¿Sabes dónde puede estar?—InuYasha alzó las cejas.
—¿Tengo pinta de niñera? A lo mejor nos hizo un favor y se tiró por la ventana.
—¡InuYasha! ¡No hables así de tu hermana!
—¡No es mi hermana!—Se contuvo de gritar algo más al ver el gesto duro en el rostro duro de su padre. Tôga y Naomi habían estado todo ese mes llamándolos así, "hermanos". Pero no lo eran, ni de coña. Ya había sido suficiente el tener que abandonar la casa en la que se había criado con su madre y que tan buenos recuerdos le traía.
—InuYasha, solo diré esto una vez y espero que se te quede bien grabado en esa cabeza dura que tienes: este va a ser tu hogar, Naomi será mi mujer y por tanto debes mostrarle respeto, al igual que a sus hijas. ¿No puedes llevarte igual de bien con ellas que con Sôta? No te estoy pidiendo que la llames mamá ni nada parecido, porque madre solo hay una y no sería justo ni para ti ni para la memoria de tu madre, que en paz descanse. Solo te pido que hagas un esfuerzo, hijo, solo eso. Por primera vez en casi diez años me siento bien y feliz, ¿no puedes hacerlo por mí? ¿Tan poco te importo?—InuYasha hizo una mueca y desvió la vista a un lado. Sí, su padre tenía derecho a ser feliz pero ¿tenía que ser casándose con otra mujer? Había esperado novias, líos… ¡pero no un matrimonio!—. Por favor, hijo, ve a buscar a Kagome. —Con un bufido, el pelinegro dio vuelta y, dando granes zancadas, se internó en la casa.
El vestíbulo era todavía un desorden de cajas de embalar y cosas apiladas a los lados. Entró en el salón, en la cocina, en el baño e incuso miró en el pequeño cuartito que les hacía de trastero. Subió al piso de arriba y buscó en las habitaciones, sin resultado. Estaba a punto de largarse cuando oyó una voz al final del pasillo—. ¡No lo acepto, papá!—Era la voz de Kagome. Sigiloso como un gato se acerco al origen de la voz, una puerta entornada de la que salía una tenue luz, al final del pasillo. Ese cuarto siempre había permanecido cerrado a cal y canto desde su llegada, si recordaba bien. En una ocasión, hace unos días, quiso abrirlo y Kagome, al pillarlo, se había puesto histérica. Nunca la había visto así en lo poco que llevaba de conocerla y se asustó. Creyó que le iba a dar un síncope.
Pegó la oreja a la puerta, atento, escuchando—. ¿Qué estará haciendo?—se preguntó.
—¡¿Por qué?! ¡¿Por qué mamá ha tenido que hacerlo?! ¡Si nos hubiéramos a vivir a cualquier otro sitio lo hubiera aceptado! ¡Incluso habría intentado llevarme mejor con Tôga-san y con sus horribles hijos! ¡Pero… el templo… profanar el templo… —Oyó un sollozo y algo en el estómago de InuYasha se tensó. Odiaba ver llorar a las mujeres. Era su punto débil. Empujó la puerta unos centímetros y se asomó. La visión que lo recibió lo turbó: de rodillas, abrazando una foto y encogida en un rincón del cuarto, vestida con un vestido de cóctel, Kagome sollozaba de forma incontrolada—. El templo… el templo es lo único que me queda de ti, papá. El Árbol Sagrado era nuestro sitio especial, fue donde te declaraste a mamá y bajo él pronunciasteis vuestros votos. ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué mamá quiere hacer lo mismo pero con otro hombre?! ¡Debería quererte solo a ti!—Y entonces lo entendió: Kagome se comportaba así por la misma razón que él; no quería que su madre olvidara a su padre ni quería que otro ocupara su lugar. Y al parecer, aquel templo al que se habían trasladado, era el lugar más importante para ella, al igual que su antigua casa lo era para él.
Se sintió fatal por todas las veces en que le había gritado e insultado. Además, él era casi un adulto, mientras que Kagome era solo una chiquilla, una niña de quince años, asustada.
Abrió la puerta de golpe, asustando a la chica, quien ensanchó los ojos como platos al percatarse de su presencia—. InuYasha… —La voz femenina sonó tan baja y lastimera que InuYasha deseó más que nunca que ella le gritara—. ¡¿Me has estado espiando?!—Agradeció a los dioses el semblante enfadado que adoptó la muchacha.
—No, solo pasaba por aquí. —Pausa—. Todos te están buscando—dijo, metiendo las manos en los bolsillos de su traje.
—Me importa una mierda. —La vio levantarse, limpiarse las lágrimas con el brazo desnudo y depositar con sumo cuidado y delicadeza la foto de su padre en el pequeño altar donde humeaban un par de barritas de incienso.
—A mí también, pero se supone que hoy tiene que ser un día feliz para nuestros padres, y además, están preocupados. —Percibió la tensión en la nuca de la chica—. Mira—empezó, dando un paso en su dirección—, yo no te agrado y tú no me agradas, y tampoco queremos que se celebre esta idiotez de boda. Pero eso no es algo que tú y yo podamos decidir. —Respiró hondo y, tratando de no atragantarse con las palabras, prosiguió—. Así que, si tú estás dispuesta, yo voto porque dejemos de lado nuestras diferencias e intentemos llevarnos bien, aunque sea solo por mi padre y tu madre. Ellos no se merecen que nos comportemos como niños malcriados. —Kagome se volvió a mirarlo, con los ojos abiertos como platos, incrédula.
Reflexionó unos instantes lo dicho por el muchacho: era cierto; la última temporada había venido comportándose como una cría caprichosa e insufrible, y todo porque simplemente no soportaba la idea de que su madre… ¿fuera feliz? Suspiró, dejando caer los brazos a sus costados y meneó la cabeza. El mero pensamiento era absurdo, su actitud era absurda.
Levantó la cabeza y asintió—. Tienes razón, no nos hemos portado muy bien, que digamos. —Respiró hondo, alisándose la falda del vestido—. De acuerdo, onii-chan, intentemos llevarnos bien. —Sonrió al ver la mueca que atravesó el rostro del chico.
—No me llames así, suena horripilante.
—Oh, ¿en serio? Perdóname, onii-chan. —InuYasha gruñó, pero se sintió mejor al verla sonreír, con los ojos brillantes—. Y gracias. —Él se ruborizó en cuanto ella se acercó y le dio un pequeño beso en la mejilla.
—Keh. —Se rascó la nuca y suspiró—. Vamos, niña. —La empujó al pasar a su lado. Kagome cerró la puerta del cuarto y corrió para ponerse a su altura.
—Eres un idiota.
—Y tú una llorona.
—Imbécil.
—Loca.
—Estúpido.
—Bipolar.
—Tierno. —Se quedó sin palabras y Kagome rio. Todo su cuerpo se paralizó al oírla reír; era la primera vez que escuchaba su risa, y era el sonido más fresco y hermoso que había oído nunca.
Salieron de la casa y se situaron en sus lugares. Tôga respiró aliviado al verlos aparecer y sonrió agradecido a su hijo menor, quien se encogió de hombros. La ceremonia empezó. El abuelo de Kagome, quien oficiaba la boda como sacerdote del Templo Higurashi, empezó a hablar. Cuando llegó el momento de pronunciar los votos, ambos adolescentes sintieron pinchazos de dolor en sus respectivos corazones, pero se obligaron a mostrarse felices.
Kagome tuvo que admitir que fue precioso, y su madre lucía de lo más bonita con aquel kimono blanco. Pero lo más importante era la enorme sonrisa de felicidad que surcaba sus labios.
Tuvo ganas de llorar y bajó los ojos, ocultándolos bajo el flequillo. A su lado, InuYasha lo notó y, sin pensarlo mucho, la cogió de la mano, apretándosela fuertemente—. Estoy aquí—susurró en su oído. Había sentido el impulso de consolarla.
Una vez más, Kagome levantó la cabeza y le sonrió, una sonrisa genuina, que hizo que su corazón se acelerara.
Volvió la vista al frente y él también sonrió.
Tal vez, no sería tan difícil hacer el esfuerzo, después de todo.
Fin capítulo 1
¿Y bien? ¿Qué dices, rula? ¿Me ha quedado bien? ¿Te ha gustado? xD.
Y a los demás ¿qué? ¿Me dejáis un review relleno de azúcar y crema diciéndome vuestra opinión? (Inner: de nata no, por favor, ya con el roscón de reyes vamos a ir sobradas).
Ah, y si queréis pasároslo en grande realizando retos cumpleañeros como este... ¡entrad en el foro ¡Siéntate! y en sus topics de cumpleaños! Como por ejempo:
www(punto)fanfiction(punto)net/topic/84265/101831210/1/Cumplea%C3%B1os-de-Fumiis-Braginski#103932984
Son las 3:37 de la madrugada (sí, de un sábado noche, no tengo vida, lo sé LOL). Así que en un rato me iré a dormir xD. ¡Buenas noches, internautas!
¡Nos leemos!
¡Ja ne!
bruxi.
