Tomó un sorbo de su café y lo dejo en la mesa, junto a su libreta.
Llevaba varios días con un bloqueo que le impedía escribir palabra alguna.
Trató de que su historia comenzara con mil y un oraciones diferentes, pero ninguna le convencía, por lo que constantemente estaba borrando las frases de su cuaderno.
Cuando las páginas, cansadas de tanto borrar, no resistían más, se veía obligado a sacarlas y hacer una bola que luego lanzaba a algún lugar a su lado.
Se encontraba en una cafetería de parís, junto a la ventana, por la cuál se podía ver un fresco día soleado de mediados de otoño.
Volvió a tomar de su café.
En eso se escuchó sonar la campanita de la puerta. Indicando que alguien había entrado al lugar.
Continuó mirando por la ventana, buscando ese algo que lo hiciera removerse por dentro y diera vida a una historia fenomenal. Creyó haber tenido una idea, por lo que se apresuró a escribirla sobre el papel.
Agh, no, eso no sirve. Está casi seguro de que ya ha leído algo como eso anteriormente.
Sacó la hoja, y queriendo desahogar su frustración la lanzó hacía su costado con fuerza.
Se escuchó un quejido.
A su lado, un chico de sudadera roja sostenía su bola de papel con una mano, mientras que con la otra, sujetaba un vaso de café.
-Ahm.. Oye, creo que se te cayó esto..-Le dijo el chico tímidamente.
El francés le miró embobado, demasiado metido en su mundo como para procesar lo que pasaba. Cuando al fin logró volver a la realidad se encontró con un chico rubio con un color de ojos peculiar observándole fijamente, en espera de una respuesta.
Al ver que ésta nunca llegó, el chico simplemente dejó la bola de papel sobre la mesa y salió de la cafetería.
El francés le siguió con la mirada hasta que se perdió de vista, y rápidamente se paró de su asiento y corrió hacía el mostrador.
-Antonio, quien era él?- le dijo apoyándose en la mesa e inclinándose hacía su amigo, para que nadie escuchara, aunque no había nadie dentro.
-Ni idea- le dijo- Aunque estaba bastante bueno, eh?- bromeó el español, alzándole una ceja.
Rayos, se había dado cuenta de que le gustaba.
-Lleva viniendo desde hace tres días. Siempre compra un Americano y se va.
Francis pareció meditar la situación.
El siempre estaba ahí en las mañanas, cómo es que no había visto semejante belleza antes?
Se maldijo por pasarse mirando por la ventana en vez de a su alrededor durante toda esa semana.
-Por que te interesa el tío?- le preguntó el moreno.
-Bueno, es adorable- fue sincero- No lo conozco, así que no te puedo dar más razones, además de que está bueno.
Ambos rieron. Francis tomó su libreta, pagó y salió del lugar con un: "Te veo mañana"
Al día siguiente el Francés tomó su lugar de siempre junto a la ventana y dejó sus cosas sobre la mesa.
Ya se le ocurriría algo sobre lo que escribir. Algo grande se le vendría a la cabeza y se haría rico, ya que ese se convertiría en su mejor libro hasta ahora.
Salió de sus pensamientos cuando el ruido de la campanilla de hizo presente en el lugar.
Ahí estaba. Parado frente al mostrador.
La misma melena rubia y la misma sudadera roja.
El corazón le dió un vuelco.
Ese era, probablemente, el chico más lindo con el que se había cruzado.
No podía dejarlo escapar tan fácil.
El español le miró, haciéndole gestos casi imperceptibles ante los demás.
Le iba a ayudar.
Dios, ese si que es un buen amigo.
-Hola, supongo que quieres un Americano, no?- Antonio le sonrió, con una de sus sonrisas que son capaces de derretir a un iceberg de sólo verlas.
-S-si.. Gracias
-Verás.. La máquina tuvo un problema. Tendría que hacértelo manualmente, y para eso necesito que esperes un poco más.-de nuevo la sonrisa- Vale?
Alguien tendría que estar ciego para no sucumbir a esas formas de manipular que tiene el español.
-Oh, está bien.. No importa
El rubio fue a sentarse en el sitio junto a la ventana, y puesto que solo habían tres mesas y la del medio era ocupada por Francis, termino sentándose justo frente a él.
Muy bien, Antonio le había dado tiempo extra para hacer su movida, pero... Cuál era exactamente su movida?
Ya se le ocurriría algo, después de todo, el era un maestro conquistando a las señoritas.. y alguno que otro caballero afortunado.
Nadie se le resistía.
Estaba seguro de que tendría a ese chico a sus pies.
Dejó caer su lápiz accidentalmente a propósito de forma que este quedara bajo su silla.
-Oye, disculpa- le dijo- Me puedes pasar mi lápiz?
El chico se volteó a mirarle, clavando sus ojos violetas en él.
En ese momento Francis perdió el control.
Se dio cuenta de que él mismo ya estaba a sus pies.
-Ahm, sure. Donde está?- le dijo aún mirándole.
El rubio tenía unas gafas redondas que lo hacían verse adorable, pero que a la vez lo volvían extremadamente guapo, de una manera extraña.
-Bajo tu silla- intentó darle su mejor sonrisa libre de nervios, lo cuál por el momento era bastante difícil..
El chico le entregó el lápiz, y al momento de hacerlo el Francés retuvo su mano.
-Me llamo Francis, es todo un placer- acercó la mano ajena a sus labios y deposito un suave beso en ella.
-Ma-matthew.. -El chico se sonrojo ante el gesto.
-Matthew.. -sonrió mientras pronunciaba, saboreando cada letra por separado- Dime, puedo invitarte un desayuno?
El chico dudó, no sabía si era correcto aceptar tal oferta de un extraño.
-Vamos, di que sí, te compraré unos panqueques- rogó el otro- Te gustan los panqueques?
No quería ser una molestia.
Pero oh rayos, Francis había dicho panqueques.
Y como decirle que no a esa carita?
-Uh, supongo que está bien..
Entonces, por primera vez desde que se conocieron, Matthew le sonrió.
Y Francis agradeció al español desde el fondo de su alma por haberle ayudado a encontrar esa musa que tanto buscaba.
