Do you want me to leave?

Pese a las botellas que se había bebido la noche anterior, la vida en el cuartel de los mosqueteros debía seguir; y ahora que él era el capitán era su cometido dar ejemplo. De modo que se refrescó antes de bajar al patio de entrenamiento, donde pasó gran parte de la jornada dirigiendo a los cadetes, entre bostezos disimulados.

Si embargo, lo que parecía un día corriente de resaca y entrenamiento, se acabó complicando a primera hora de la tarde, cuando él y sus tres camaradas fueron llamados al Louvre a la presencia del rey para cierto asunto de seguridad.

Al llegar, fueron recibidos por su antiguo capitán, ahora primer ministro, quien les indicó que el soberano se encontraba ocupado en aquel momento, y que tendrían que esperar para ser recibidos, y les emplazó a volver a aquel salón una hora más tarde. Los tres refunfuñaron por la volubilidad del ánimo del rey, que tan pronto les hacía llamar con la más extrema urgencia, como les hacía esperar. Sin embargo, al no tener más remedio que aguardar a que el rey estuviera disponible para ellos, acordaron en matar aquel tiempo de alguna manera, pues no podían volver al cuartel en tal intervalo.

D'Artagnan se excusó nada más marcharse Treville para ir en busca de Constance, quien como dama de la reina pasaba gran parte de su día en el palacio. Desde luego, se ganó una de las miradas de Ararmis por el asunto en el que planeaba invertir aquella hora de su vida. Él por su parte cogió a Porthos por los hombros y salieron al jardín a afinar la puntería con el mosquete.

Athos sin embargo se despidió de ellos y buscó un pequeño salón donde recordaba haber visto un diván para recostarse unos momentos. La noche anterior había sido larga y enfrentarse al carácter infantiloide de Louis le resultaría menos costoso habiendo recuperado algo de sueño.

Al encontrarlo, se descubrió y se sentó en el diván, para luego colocar una pierna estirada sobre este, recostarse y cubrir su cara con el sobrero que acababa de quitarse. El mueble estaba colocado de espaldas a la puerta, junto a una ventana por la que entraban los rayos del sol, que pese a ir de caía aún era capaz de hacer cálida la estancia.

Y así estuvo un rato, adormilado bajo la caricia del sol de otoño, hasta que la puerta de la estancia se abrió,

-Oh, lo siento, no sabía que aquí hubiera… alguien. - se disculpó una voz femenina al advertir su presencia.

Su instinto de soldado le hizo quitarse el sombrero de la cara y erguirse en menos de un parpadeo. Y al hacerlo, la vio. Parada en la puerta, con un libro entre los brazos, se encontraba la condesa Ninon de Larroque.

Llevaba un cierto tiempo en el palacio, gracias a la benevolencia de la reina Ana. Ella le había procurado un escondite seguro cuando el cardenal Richelieu la expulsó de París, despojándola de su rango, su título y sus posesiones en su propio beneficio. Pero a la muerte de este, la reina la había hecho llamar, devolviéndole todo aquello que le había sido arrebatado, y tomándola como dama de compañía.

Pese a todo, pese a que él sabía por Aramis que había vuelto, no se habían encontrado. Tal vez de forma inconsciente, o no, pero Athos había eludido el palacio hasta aquel momento; en realidad, tratando de evitar aquel reencuentro que el destino o su mala fortuna se empecinaban en propiciar.

Había asumido hacía ya tiempo que no iba a volver a verla; se había hecho a la idea, como cuando…

Y, tras aceptar que aquella mujer que había logrado hacerle sonreír después de tanto tempo, y que había despertado sentimientos que creía muertos en su interior no iba a volver a su vida, ¿Aramis le dice que ha regresado a París? ¿Qué iba a vivir junto a la reina, a quien había jurado proteger con su vida? Desde luego no estaba preparado para más reencuentros con mujeres de su pasado.

Estaba resuelto a evitarla en la medida de lo posible, a evitar el dolor de volver a sentir aquello que ella le provocaba: desconcierto, admiración, inseguridad, exaltación, dudas, júbilo… No, no quería volver a sentirse tan vulnerable como cuando, de rodillas, le suplicó a Richelieu que le perdonara a ella la vida.

Tras unos instantes, que para ambos resultaron eternos, la joven rompió el silencio que los separaba.

- ¿Queréis que me marche?

Pero en aquellos segundos de silencio, mientras la contemplaba, se dio cuenta de que hacía demasiado tiempo desde que su corazón palpitó de verdad por última vez, y que, en aquel momento, cuando había escuchado su voz, se había puesto en marcha de nuevo.

-No, no os marchéis…- le respondió mientras se aproximaba torpemente a ella.

El nunca que terminaba aquella frase no llegó a salir de sus labios