Capítulo 1: Prefacio
Primeras advertencias antes de leer:
Al haber abierto esta historia, estas a punto de leer lo que habita me cabeza, estas ideas que todas juntas, organizadas y arregladas conforman una historia que considero vale la pena publicarse. Empecé esta historia hace ya algunos años, en mi época de adicción a los Dramione, en la época en la que escribía, y en ese lejano tiempo en la que mi computadora funcionaba de maravilla, la escuela era tranquila, no había preocupaciones en el mundo y no me importaba mi futuro.
Actualmente tengo mucho tiempo libre, así que mi meta es regresar a la escritura y tratar de compensar mi ausencia. A todas las personas que siguen esta historia y continúan leyendo, ¡gracias! Y a las nuevas, bienvenidas, prometo no volver a asuntarme durante tanto tiempo, y aunque lo hiciera, yo siempre regreso.
Harry Potter, su mundo y personajes no me pertenecen. Pertenecen a la maravillosa J. K. Rowling. Solo juego con los personajes y la idea y le doy romanticismo a una historia que tiene de todo menos eso.
Disfruten…
Entre cielos e infiernos…
El frio viento invernal arrasaba con toda su fuerza esa noche, cruel e imperturbable, dándole a entender a todo valiente que se acercara, que el tratar de irrumpir en sus tierras era no más que un imposible, una apuesta a una muerte segura.
El silencio del lugar fue interrumpido por una respiración entrecortada y agitada, un corazón desbocado y el sonido de una túnica ondeando contra el viento, deslizándose por entre los altos pastizales.
La figura se desplazaba rápidamente en la oscuridad de esa noche sin luna, sorteando los obstáculos, amparándose de la oscuridad. Invisible para todos, irreconocible hasta para ella misma. Solo sus largos rizos chocolate, que flotaban con el viento, y su delicada figura enfundada en una larga capa negra delataban su feminidad.
El silencio de esa noche se desvaneció con los primos gritos, seguido por el estruendo que solo una explosión provocada por un mago oscuro puede producir, ellos ya estaban ahí. Mortífagos, crueles y letales antecesores de la muerte.
¨Sangre sucia¨ esas palabras habitaban su brazo, la marcaban cual ganado, era su tarjeta de presentación, su clasificación. Bellatrix Lestrange era un ser letal, sanguinaria, una de los más peligrosos mortífagos. Era cruel, sádica, disfrutaba de las torturas que infringía en otros, del dolor que provocaba. Y esa marca, era un recuerdo que ella le había dejado en su último encuentro.
Bellatrix estaba presente esa noche, lo supo al oír su particular risa, y al sentir que su marca cobraba vida, ardía. Y a diferencia de otras noches, contra todo pronóstico y cada uno de los valores que le estaban inculcados, si tenía la oportunidad no le temblaría la mano al mandar la maldición asesina contra el pecho de Lestrange.
Su único y real objetivo era traerlo de vuelta, rescatarlo de las garras de la oscuridad, oscuridad a la que él voluntariamente se había entregado, y asegurarse de que jamás volviera a intentarlo.
Carajo, lo amaba, y la idea de perderlo la atemorizaba. No tenía idea de cuándo había dejado de vislumbrar una vida sin él, cuándo le había entregado sin reserva alguna su corazón, y cuándo Draco Lucius Malfoy había dejado de ser el cabrón idiota que se encargaba de joderle la vida, para ser su razón para sonreír cada mañana. Cuándo ella, Hermione Jean Granger la perfecta prefecta, había caído enamorada de él, hijo de mortífago, sangre pura desde la punta de sus pies hasta su platinado cabello y actualmente, el ser más maravilloso e importante de su existencia.
Pero eso no era relevante en ese momento, lo único que le importaba era el sacarle vivo de ese nido de dementes mortífagos y poder estrecharlo cuanto antes entre sus brazos, besarlo hasta perder la conciencia y sobrevivir.
Hermione acelero el paso, hasta que llego a donde las altas llamaradas de fuego iluminaban todo tras su destructivo paso. Una pequeña villa muggle era la victima de esa noche, hogares incendiándose hasta los cimientos, maldiciones verdes, rojas y plateadas volando por el aire. Llantos, suplicas y desgarradores gritos de tortura llenaban el ambiente, al igual que el viciado aroma de cenizas, carne incinerada y sangre.
El único edificio que se mantenía en pie y no tenía llamas en su fachada, era el antiguo campanario de la iglesia. En cuya entrada se encontraba un pequeño grupo de estos seres encapuchados. Encadenado a la fachada de piedra del edificio, había un bulto tembloroso, quien luchaba por mantenerse de pie. Sus facciones se escondían detrás de su dolor y las sombras ocasionadas por la mala luminosidad. Distinguió en ese ser cortes, algunas quemaduras y diversos golpes. Internamente deseo que ese ser no fuese Draco, aunque el saber que seguía vivo, alimento sus esperanzas. A su lado, erguida y con la varita en alto, Bellatrix Lestrange reía por su aparente victoria: poder vengar la deshonra de su familia, perpetuada por su joven sobrino. Su alborotado y sucio cabello se mecía por el viento, otorgándole una visión obstruida de su rostro, pero con solo cerrar los ojos, podía recordar su expresión cuando torturaba. Cómo sus ojos brillaban emocionados, con la chispa de la locura danzando en su iris, la sonrisa que seguramente habitaba su rostro. Una expresión, que ella conocía bien.
Le daba la espalda y estaba a solo algunos metros de ella, le daba la oportunidad perfecta para perpetuar su venganza, para acabar con su asquerosa existencia. Solo hacía falta decir las palabras y acercarse solo un poco más a ella, dado que el odio que habitaba en su alma, el desprecio que la carcomía al recordar a Bellatrix, provocaba que la maldición asesina saliera sin problemas de su varita. Con la varita alzada y visualizando el resultado con cierto deleite, Hermione se detuvo.
Bellatrix alzaba por los cabellos, cabellos rubio platino, a su víctima liberada de sus ataduras, de manera que la luz de las llamas se reflejara en sus rasgos. Aun con las heridas, lo reconoció como su Draco.
Hermione no tuvo que pensarlo demasiado antes de correr, varita en mano, hacia ellos. La opresión en su pecho y las lágrimas que luchaban por salir de sus ojos se detuvieron por unos instantes, al igual que su corazón, al reencontrarse con esos ojos grises, llenos de vida, dolor y esperanza. ¡Sal de aquí, maldita sea! rugió el platino en sus pensamientos. Podía distinguir la angustia que se anidaba en el alma reflejada en los ojos de Draco, angustia por ella, por su seguridad. Jamás, susurro en respuesta antes de lanzar el primer golpe No te dejare, Draco. Reafirmo al llegar su maldición a su destino.
Un cruciatus que provoco un chillido de dolor en la mortífaga, esta solto a su presa, cayendo de rodillas. Pero en muy poco tiempo se volvió a levantar, sustituyendo ese chillido por carcajadas, estridentes y atemorizantes.
-Tardaste demasiado, querida - escupió con desprecio mientras lentamente se incorporaba –llegue a pensar que nos dejarías plantados a mi dulce sobrino y a mí, en esta bella noche- continuo con un tono dulce que congelaba la sangre que corría por sus venas –pero me alegra que pudieras unírtenos- dijo antes de darse la vuelta del todo para enfrentarse a la chica. La mirada desquiciada y cruel que le dedico Lestrange era la misma que aun recordaba de esa noche, provocando que una nueva lengua de fuego recorriera su cicatriz.
-¿Y bien?, ¿acaso no pretendes saludarme, inmunda?- exigió molesta – incluso los de tu clase deben de tener algún tipo de modales- movió su varita, inmovilizando a la chica con encantamiento no verbal –¿No? ¿Ninguno? Qué decepcionante- la chispa de locura bailaba en sus ojos, amenazante –Si mi sobrino arriesgo tanto por una inmunda como tú, yo creía que lo había hecho por algo más que solo por una cara bonita, algo de inteligencia, modales básicos. Algo- dijo decepcionada, negando con la cabeza – qué pena, porqué parece que tendremos que ir directamente a destruir esa cara de muñeca- con un puchero, Bellatrix, atrajo a la chica por medio de magia –y yo que quería divertirme- murmuro mientras elevaba a la chica un poco por sobre el suelo -crucio- un rayo rojo salió por su varita, provocando un chillido intenso en la chica, más largo, más doloroso, más intenso.
-Detente- rugió Draco desde el piso. Ante sus ojos Hermione sufría, retorciéndose por un dolor que él conocía muy bien, resistiéndose a gritar de dolor, demostrándole a su tía que no la doblegaría. Pero la exigencia de su sobrino solo la divirtió un poco más.
-Draco, querido, tu aquí no eres más que un solo espectador, así que disfruta del show, no creo que dure mucho- rio a carcajadas, mientras se acercaba a la chica -¿Sabes cuál es la mejor parte de torturar a alguien?- pregunto, mientras alejaba un rizo de su rostro –sus gritos- respondió, mientras le lanzaba una vez más la dolorosa maldición.
Draco, gimió al escuchar como Hermione gritaba internamente, sentía su dolor, y sabía lo mucho que le costaba retener esos aullidos de dolor. Hermione, grita. Complácela, por favor suplico mentalmente, provocando que la chica liberara sus gritos.
-Por fin- exclamo aliviada Bellatrix, deteniendo la maldición momentáneamente –esos gritos hacen que todo este esfuerzo valga la pena, ¿sabes? Porqué, ¿qué punto tiene todo este esfuerzo, si no consigo esta satisfacción?- pregunto a la chica mientras la veía fijamente, su rostro pálido y perlado por sudor, su respiración dificultosa y el miedo y dolor en su mirada –aunque, creo que también disfruto de otra cosa, de esa mirada- dijo mientras la tomaba por la barbilla y la miraba fijamente –esa mirada de miedo, de resignación, de miedo a la resignación- detallo maravillada.
-¿Ves esa mirada, Draco?- pregunto al muchacho volteándose a verlo, provocando que su sangre hirviera de furia –creo que no- se respondió sola –Draco nunca estuvo hecho para esto, es bueno, yo me encargue de que lo fuera, pero no lo disfruta, no saborea los pequeños detalles- continuo, dejando a la chica, y deteniendo el hechizo que la elevaba, provocando que se impactara con el suelo, incapaz de levantarse de nuevo –su madre es blanda y su padre…- dijo con un gruñido molesta -…no merece el título que el lord le dio, no es más que un cobarde- escupió asqueada –así que no es sorpresa que Draco también lo sea, aun con la sangre Black corriéndole por sus venas, ¡con mi sangre!- exclamo furiosa –desperdiciaste tu legado, despreciaste a tus antepasados, las ultimas gotas de sangre de la honorable familia Black fueron desperdiciadas en un maldito cobarde traidor- chillo, mientras sacaba una daga de su túnica –y ahora yo, le sacare hasta la última gota de sangre de tu asquerosa sangre sucia, de la manera más dolorosa posible, para después terminar con la vergüenza de tu existencia, la inmundicia de nuestra familia erradicada- dijo satisfecha, mientras arremetía de nuevo contra la chica con un nuevo crucio que incineraba sus entrañas.
-Bellatrix- Draco la detuvo, mientras lentamente se levantaba –esto es entre tú y yo, tía. Déjala fuera de esto- exigió con fiereza, mientras invocaba un Finite incantatem sin varita, en apenas un mormullo, hacia la chica. Hermione dejo de retorcerse y a excepción de su agitada respiración se mantuvo lívida en el piso. Sus pensamientos volvían a regenerarse y lentamente tomaba conciencia de lo que sucedía a su alrededor.
-Draco, siempre tan aburrido- le reprocho la mujer con un puchero –pero si quieres que acabe contigo antes que con tu sangre sucia… te lo concederé- dijo en un tono afable, casi generoso –siempre te consideré mi sobrino favorito, aunque deshonres a esta familia con tu cobardía y malas decisiones, tu sangre Black es suficiente esta noche- antes de continuar saco algo de la cinturilla de su vestido y lo lanzo a su alcance. Su varita. La atrapo en el aire e inmediatamente la apunto en el pecho –un duelo justo, para que esto quede… entre familia- agrego con una sonrisilla en las comisuras de los labios, mientras se posicionaba para el duelo –Jamás permitiría que alguien más te asesinara, Draco. Quiero guardarme ese placer solo para mí- término sonriente.
-Lo mismo digo, tía- respondió Draco Malfoy mientras le sonreía por última vez.
-Avada Kedavra- gritaron ambas voces al unísono, a la vez que dos rayos esmeraldas salían de cada varita con un objetivo en concreto. De los dos rayos solo uno llego a su destino, provocando que un cuerpo cayera inerte a la tierra. Marcando su final, pero solo el comienzo de lo que se avecinaba para los otros.
Gracias por leer.
Lunes 26/ octubre /2015
