Shugo Chara no me pertenece. Mis respetos a sus respectivos creadores.


Safir


Corre.

Lo hacía. Con todas sus fuerzas, todo lo que le daban las piernas. Corrió, corrió y corrió, al punto de no saber ni dónde se encontraba.

Las piernas le temblaban.

Las lágrimas se le escurrían por todo su rostro, se deslizaban a la proximidad innata de terminar arrojadas al vacío.

Estaba cansada.

Ni siquiera sabía con certeza lo que tenía enfrente, sólo corría por el mero instinto. Porque sí no lo hacía...

Sí no corría...

Sintió un golpe seco en su frente, que le impidió seguir. Posó la mirada ámbar en el muro de concreto que se cernía bloqueando cualquier paso posible.

—¡Ahí está!

Escuchó muy lejos esas voces, de hombres. Las escuchó lejos cuando en realidad sabía que sólo estaban a unos pocos metros de ella. Pero ella no estaba ahí... Toda emoción reflejable en su rostro se desvaneció. Estaba pérdida. Lo último de lo que pudo ser consciente, antes de procesar lo sucedido, fue de ese muro al final del callejón en qué había terminado que dictaminaba qué todo estaba perdido.

—Mmm princesita... ¿Creíste que podrías huir?

La voz socarrona del sujeto le heló la sangre. Eran tres; sucios, mórbidos, libidinosos.

Sintió como la tomaban con una fuerza inmensa de las greñas rosáceas y la lanzaban de súbito al sucio suelo del callejón.

Tres pares de manos se entrometieron en su piel; por sus piernas, por sus brazos, por su torso. Toscamente, salvajemente, fueron desponjándola de las prendas que la vestían. El tacto era asfixiante. Ella se sentía morir.

La mirada la tenía perdida en aquel muro, aquel que le bloqueó el paso y las esperanzas. Aquel que dictó su final de una manera rotunda y le constó que sólo le quedaba resignarse, bajo un cielo nocturno sin estrellas ni ningún tipo de luz.

—Míranos, hermosa.—Demandó uno de aquellos sucios que no dejaban de murmurar obscenidades sobre su cuerpo. La tomó con fuerza del mentón para que confirmara con sus ojos cómo era ultrajada y emocionalmente despedazada por sus perpetradores. Pero no iba a darles ese gusto, así que apretó con fuerza los párpados. No los abrió ni siquiera cuando la palma impactó con fuerza en su mejilla, cuando las lenguas como babosas tuvieron la osadía de comenzar recorridos en su nívea piel y las lágrimas luchaban por desencadenarse, otra vez.—Como quieras...

¿Cómo había terminado allí, cuando horas atrás reía felizmente con sus amigas? Había sido una tarde de helados y paseos, con Rima y Yaya. A la segunda sus padres le fueron a buscar un poco más temprano, a la primera poco después. Rima le había sugerido llevarla a casa, denotando su preocupación con ella, pero cómo buena orgullosa se negó. Después de todo, era la Genial y Sexy Amu Hinamori.

Cuánto de arrepentía ahora...

Cuando se vio en las oscuras y solitarias calles, no tuvo oportunidad. O sí la tuvo, pero aquel muro impidió cualquier escape posible. ¿Qué clase de injusticia la acechaba para tener que vivir lo que le harían? Porque,a su joven edad y con lo poco que sabía de la vida, sabía que lo que sucedería en breve la rompería. Esos tipos iban a robar mucho más que algo material, aunque Amu no supiera con ninguna certeza de qué se trataba.

Entonces, se atrevió a abrir unos ojos una vez más, pero hacia el cielo. Sólo quería observarlo.

Las nubes que lo cubrían apenas eran visibles: el cielo sería el mínimo escape, confidente, acompañante. Cómo anhelaba al menos ver una estrella esa noche, una luz que le diera un poco de lo que estaba perdiendo. Un poco de paz. Y cómo sí hubiera sido oída por alguna deidad, se develó un lucero en el cielo: grande, brillante, titilando.

Relajó sus expresiones, desentendiéndose, abandonando de alguna manera su pobre y frágil cuerpo, que era devorado. Qué sería reducido a nada, a manos sucias, a lujuria perversa,

Un escalofrío atravesó su columna, cuando sus piernas fueron separadas de lado a lado. Volvió a cerrar los ojos; ya no había nada qué hacer.

—¿Una niña?

Una cuarta voz entró en la fatal escena. Otro hombre, pero este era diferente y Amu volvió a abrir los ojos posándolos en el muro: sobre éste, un joven unos años mayor que ella. Complexión delgada, pose firme, despreocupado y elegante. O no, se lo vio algo tenso; el viento revoloteó unos cabellos que percibió oscuros, pero azulados. Y descubrió otro par de destellos. Identificó dos zafiros con un deje de tristeza en un rostro pétreo, endurecido y precioso.

Algo se sacudió en todo su ser.

Esos zafiros destellaron, iracundos.

—Hay que ver que no tienen límites... Me dan asco.

—¡¿Y a ti qué te importa, cabrón?! ¡Lárgate! Aunque sí quieres unirte, no te culpa...

El tipo no pudo seguir hablando. Y ni siquiera cuando el chico comenzó a atosigar a golpes y patadas precisas a esos hombres, me atreví a ver. Sólo me quedé prendada de las orbes zafiras, que me iluminaron.

La luz de la esperanza de aquella noche.

No fui capaz de decir nada. Sólo sentí un calor inmenso cuando fui tomada en brazos por ese desconocido... Cuando ya daba todo por perdido...

Sólo me dejé llevar por esos zafiros, hasta desplomarme en sus brazos.

Nunca olvidaría esa mirada, ni al despertar en mi habitación al día siguiente, ni el siguiente, ni el siguiente...

Porque volvería a encontrarme con el poseedor de esa mirada. Lo sabía con sólo respirar. Al menos... Debía agradecerle a la única luz que se cernió sobre mí esa noche.


Bien, he tenido muchas escenas breves de Amuto últimamente. Cada cierto tiempo me ocurre así que decidí hacer esto; drabbles y One-Shots en honor a esta emblemática pareja.

Agradecería profundamente cualquier review! Saludos y que la paz os acompañe!

Se despide

MioSiriban.