#1
— Entonces, si yo te pinto el cabello verde ¿Serías un perro verde? — preguntó Marlene. Odiaba las fiestas, odiaba haber sido arrastrada por Lily a una y, por último, odiaba que la hubiera dejado a la deriva por irse a besuquear con Potter, sí, con el mismo que baboseó por ella casi todos sus años escolares mientras la muchacha lo odiaba deliberadamente.
Aún sospechaba de él, claro. Quizás le puso algo en la bebida, alguna poción de Zonko, el pobre desesperado. Quizás se puso una loción que atrajo a Lily inevitablemente a su trampa. De otro modo, no lo entendía, pero bueno, ¿Quién dijo que ella tenía que entender el amor en sí?
Tampoco entendía, por ejemplo, cómo había terminado fumando porros baratos con Sirius Black.
— ¿Cómo es que tú sabes eso? — preguntó el mismo, medio atolondrado por la cantidad de hierba que había fumado esa noche. Quizás por eso había perdido las fuerzas y las ganas de seducir a alguien para que le entretuviera durante toda la noche y se había quedado allí sentado con la mirada perdida hasta que Evans dejó a McKinnon a su lado y se largó con James.
Ah, Cornamenta. Desde que había conseguido a su chica lo había abandonado como a un perro. Rió entre dientes por sus propios juegos de palabras mentales.
¿De qué estaba hablando con la Ravenclaw? Ah sí, de su forma como animago.
Un momento, ¿Por qué sabía que era un animago? ¿Acaso se le había salido?
Comenzó a entrar en pánico y la miró con una ceja alzada, esperando una respuesta rápida. Ella se largó a reír con ganas, una risa uniforme y bella. Se imaginó que era una risa redonda, y los círculos que generaba el sonido eran perfectos en su mente.
— ¿Te has preguntado de qué color es tu risa? — dijo, impactado, pasando de las formas a los colores. Marlene continuó riendo con más estruendo, los círculos comenzaron a moverse rápido y con la rapidez se volvieron amarillos. — ¡Es amarilla, McKinnon, tu risa es amarilla! — chilló, entusiasmado.
— Por supuesto que sí — dijo ella, ojos brillantes, mejillas rosadas del calor que le brindaba el alcohol y la hierba, ambos mezclados armónicamente en su cuerpo. Luego recordó que él le había hecho una pregunta y ella, oh descuidada, había olvidado responderla. — Sé que eres un perro porque te he visto. No eres tan cauteloso como crees, Sirius.
— O tú eres extremadamente observadora — él frunció el ceño. — ¿Y me viste haciendo qué? — continuó.
— Huyendo de una chica — Marlene entrecerró los ojos, intentando recordar. — Cruel, pero justo. He hecho cosas así de desesperadas. No, no soy un animago, y guardaré tu secreto — susurró luego.
Sirius la miró y entrecerró los ojos, imitándola.
— Gracias — siseó secretamente, como si estuviera en una misión altamente peligrosa.
Rieron juntos.
— Y tu risa es definitivamente verde — observó la muchacha.
— Me preocupas, McKinnon, el verde es el color de mi familia — dijo él con un sabor amargo en la boca, literalmente estaba sediento y hambriento.
— Es un verde distinto, perro. Un verde vómito, vivo, asqueroso — comenzó a describir.
Sirius, por un momento, había pensado que Marlene le diría algo agradable y que todo eso se convertiría en otra cosa, como siempre, como el procedimiento habitual con cualquier muchacha en una noche tan corriente como esa.
— Suficiente — dijo con una mueca de asco.
— Entonces, ¿Si te pintara el cabello verde y te hicieras perro, serías un perro verde? — insistió ella.
Sirius la miró. No supo en qué momento le dieron ganas de intentarlo, y después de considerarlo durante unos segundos, tomó a Marlene del brazo y la arrastró a un lugar privado. El mundo pensaría que McKinnon había caído en sus garras después de una larga noche, como una larga lista de chicas lo había hecho antes, pero a él le importaba poco el mundo.
Esa noche ambos iban a ocultarse para probar si Sirius podía ser un perro verde si Marlene le cambiaba de color el cabello antes, y se sentía mucho mejor que escaparse de la fiesta a tener sexo con una muchacha que ni siquiera recordaría por la mañana.
