Tokio, 2003.

La ira estaba por apoderarse de uno de los adolescentes más inteligentes del mundo. Apenas habían pasado 57 horas y 24 minutos bajo condiciones extremas, pero en teoría soportables para cualquier persona con un intelecto y capacidad para racionalizarlo todo.

En teoría.

Al principio, había tenido que acostumbrarse al peso y el tintineo constante de la cadena. Era evidente que, pese a su ligereza, la cadena estaba perfectamente armada y no habría un eslabón débil que permitiera un escape. Él ni siquiera habría considerado huir como un delincuente, pues habría desencadenado más sospechas. Resignado, asumió que ese ruidito incesante con cada movimiento de su muñeca lo acompañaría hasta que el caso estuviera cerrado. En pocas horas, había pasado a ser parte inadvertida del ambiente.

No, su ira no provenía de ninguna de las dificultades técnicas en cuanto a sus nuevas condiciones. El estudiante brillante, dueño de cualquier escenario social, estaba a punto de estallar debido a la persona que estaba al otro lado de la cadena que le recordaba su condición de sospechoso en uno de los casos más insólitos de la historia criminal. Ese escuálido individuo de nacionalidad incierta que observaba todo con unos ojos que parecían haberlo visto todo y que, por lo visto, nada podría llegar a sorprenderle. El sujeto que resultaría ser el mejor detective del mundo, oculto bajo la sombra del anonimato: nadie creería que en alguien con apariencia tan frágil se escondería uno de los intelectos más profundos que hayan existido en la faz de la Tierra.

Yagami Raito no se equivocaba al suponer que esa era la mayor ventaja de L, y asumir que el detective también lo consideraría así. Pese a su competitividad, Raito admiraba al detective del que apenas conocía su rostro y un seudónimo.

No obstante…

Eran las 2:55 de la mañana. Siguiendo el patrón establecido en los dos primeros días de convivencia forzada, Raito sintió un tirón de la cadena. Ni siquiera se había molestado en tratar de dormir esta vez: sabía lo que ocurriría en intervalos de una hora con diez minutos hasta el amanecer.

— Debo ir a la cocina, Yagami-kun.

Las primeras veces, Yagami Raito no había puesto objeción con el propósito de evitar mayores sospechas sobre él. Sabía que L no jugaría limpio y utilizaría hasta el más insignificante de sus exabruptos para justificar la tendencia natural a la violencia que caracterizaría a Kira. Pero su actitud había cambiado luego de las interrupciones que le habían costado dos noches sin dormir plenamente.

— Ryuuzaki, son las… — fingió dar un vistazo al reloj, como si no hubiera estado al pendiente de cada segundo — ¡tres de la mañana! ¿Ahora qué quieres?

Claro, como si ambos no supieran la respuesta.

— Necesito comer algo.

— ¿Otra vez? ¡Pues dile a Watari que ponga un frigobar junto a la cama! ¡Yo no voy a acompañarte más! ¡Me tienes harto!

Sentado sobre su cama individual, L volvió a tirar de la cadena con insistencia.

— Un frigobar junto a la cama alteraría la temperatura de la habitación, provocando que tuviera que ajustar el termostato. Puesto que Yagami-kun utiliza sólo una sábana para dormir, hay una probabilidad de más del 80% que sea incapaz de dormir por un aumento premeditado de la temperatura en el cuarto y…

— ¡No puedo dormir si me estás levantando a cada hora! ¡Y todo por tus estúpidas golosinas!

L entrecerró los ojos y se levantó, molesto. Su ingesta de azúcar se estaba retrasando por dos minutos…

— Mis alimentos, dada su condición de seres inanimados, carecen de los medios para ser estúpidos, Yagami-kun. Si resolvemos mis necesidades en cuanto antes, podrás volver a dormir pronto.

— ¿Y para qué? ¿Para que me despiertes otra vez? No. Trata de arrastrarme si quieres, pero no voy a acompañarte. — Raito se cruzó de brazos y ladeó el rostro con desdén.

L volvió a tirar de la cadena, esta vez con fuerza. El brazo de Raito no se movió.

— Sabes que tu reticencia a cooperar demuestra una tendencia antisocial que sólo es compatible con Kira…

— Justo como tu egoísmo sin límites al inducir a alguien a una deprivación del sueño severa sólo para conseguir dulces todas las noches. Siguiendo tu propia lógica, también es probable que tú seas Kira, debido a tu falta de empatía con las necesidades básicas de los demás. Así que tus opciones son dos: o seguimos forcejeando hasta que te canses, o vas a conseguir tus dulces por cuenta propia y me dejas dormir en paz. Conoces perfectamente todo lo que hay en esta habitación y hay cámaras en todos lados, así que no hay forma en que haga nada peligroso. Lo sabes bien.

A L no le gustaba esa resistencia en lo más mínimo. Sabía que podía enfrascarse en nuevas discusiones con el adolescente, o llamar a Watari… No, eso sería contraproducente. Watari ya tenía suficientes tareas como para importunarlo con discusiones triviales. Lo había visto envejecer y sabía que ya no tenía la misma vitalidad de antes…

— Muy bien. Vuelvo en dos minutos. Sabes que cualquier anomalía apuntaría directamente a tu culpabilidad, ¿verdad?

— Sí, ya lo sé — fue la respuesta impregnada de cansancio — ¿Podrías darte prisa? Quiero apagar la luz — y con eso, Raito volvió a taparse con la sábana hasta cubrirse por completo.

L suspiró, fastidiado. Tomó la llave de su bolsillo y abrió su esposa. En un parpadeo, ésta había sido fijada a uno de los barrotes de la cama. Apagó la luz y tomó la laptop que tenía en el taburete, sin advertir que, a través del fino tejido de la sábana, Raito todavía podía ver las sombras tenues de su comportamiento.

Y Raito contempló, intrigado, que L había salido con un objeto adicional del que no podía explicarse mucho: un libro de bolsillo. Comprendía que el detective no quisiera dejar su computadora al alcance del sospechoso principal del caso, pero… ¿qué riesgo podría haber en un simple libro de bolsillo?

A menos, claro, que no fuera un simple libro. Podría ser un cuaderno de notas, un registro valioso sobre el caso, o… incluso si su contenido fuera mundano, una pista para conocer mejor la personalidad del detective. Para Raito, estaba claro que L necesitaba esconder ese libro de cualquier par de manos que no fueran las suyas, por una sencilla razón: lo estaba dejando al alcance aparente de cualquier persona.

"Lo mantiene consigo porque es importante, pero lo mantiene fuera de foco, desapercibido. Es su estrategia común, justo como cuando me reveló su identidad. Su mejor defensa es el ataque y sabe que si hace esfuerzos evidentes por esconder ese libro, despertará mi interés. Pero si así fuera, L sabría que llevárselo ahora, sin razón alguna, despertaría mis sospechas… Y entonces se expondría a que le preguntara sobre él…"

El cansancio se apoderó de Raito, quien cayó dormido mientras valoraba si L lo había hecho interesarse en ese libro de bolsillo conscientemente, como parte de un plan para ponerlo a prueba respecto al caso Kira o sobre la supuesta amistad que ambos se tenían.

-.-.-

En la cocina, L comía una tarta de fruta valiéndose de la pericia de dos de sus dedos para tomar la cucharilla. Por un momento había temido que fuera demasiado tarde para su ingesta programada. Necesitaba azúcar, ahora más que nunca. Este había sido su caso más largo hasta ahora y no quería ceder a la inclemencia del sueño. Le había bastado con que Matsuda lo viese dormir una vez…

Dormir no era necesario, sino una molestia. Ahora más que antes, porque no podía permitirse que los sueños lo transportaran al pasado. Debía estar alerta para aprender todo lo posible sobre el caso Kira, la primera novedad auténtica que había descubierto en el mundo desde hace mucho tiempo. Había pasado años preguntándose si llegaría a sorprenderse nuevamente, luego de haberlo visto prácticamente todo. Y justo cuando creyó que no podría soportar un día más de la constante repetición de la existencia, llegan a él las noticias de muertes inexplicables. Muertes que encajaban con un ideal de justicia muy similar al que él mismo había defendido en su inexperiencia.

Criminales.

Pecadores.

Y todo envuelto con la mención de shinigamis y poderes sobrenaturales.

Como si esas novedades fueran poco, la identidad de su principal sospechoso había coronado el montón de sorpresas que volvían a darle cierto interés a vivir. Un estudiante modelo, buscando la perfección en cada faceta posible de su existencia.

Esa personalidad narcisista e infantil no era nueva para L en tantos años de experiencia acumulada. Ya la había conocido en incontables ocasiones, entre políticos, empresarios y criminales. No era un patrón inusual. No, su interés por el adolescente perfeccionista yacía en que jamás había encontrado a nadie con quien pudiera comunicarse al mismo nivel. En toda su existencia no había cruzado palabra con alguien que pudiera equipararse como su igual.

Esa situación bastaba para estudiar con mayor cuidado a su sospechoso. Pero los riesgos eran infranqueables…

Desorientado en su cacería contra el peor asesino de la historia, no le había quedado más remedio que volver a sacar su libro de bolsillo, aunque supiera que se deterioraría todavía más por las condiciones del ambiente. Sin abandonar su pastel, tomó el libro con la mano izquierda y comenzó a leer.

"Virtus divina non est alligata sacramentis", comenzaba aquel compendio filosófico que él había cubierto con la portada de un libro de oración. Era un ejemplar desgastado y triste, que amenazaba con reducirse a polvo ante el menor roce de unos dedos menos experimentados que los suyos. Todavía recordaba con claridad el día en que había podido robar ese libro para salvarlo del fuego, y a veces se preguntaba si ése no había sido el error que lo condenara a una eternidad de constantes repeticiones.

Si así fuera el caso, no se arrepentía en lo más mínimo. El libro maltrecho, de los últimos que fueron fabricados gracias a la labor de los copistas, era su último vínculo con el pasado que nadie más que él podría recordar. Había sido el único objeto propiamente suyo antes del gran cambio que sacudiría su vida y, por eso, no estaba listo para abandonarlo a la seguridad de una caja fuerte. Estaría lejos de ojos indiscretos, pero también lejos de su corazón.

Después de todo, las probabilidades de que Yagami Raito dedujera su condición con base un falso libro de oración del siglo XVII, eran inferiores al 1 por ciento.

N/A: este mes me he dedicado principalmente a cuestiones laborales. Para fortuna de quienes siguen mis historias y traducciones, me han despedido (sí, otra vez... y no por mi culpa, para variar), por lo que es altamente probable que pueda actualizar pronto mis proyectos pendientes. Sin embargo, ha sido complicado entre los movimientos sísmicos y mi propio desdén por la vida. En fin.

In aetérnum surge a partir de mi necedad por agregarle cuestiones sobrenaturales a lo que ya es sobrenatural... así que no esperen algo muy sólido. Meras cuestiones de imaginación. Cualquier comentario es bienvenido.