Ahí estaban todos reunidos. Ninguno de ellos sabía qué había pasado, pero el mundo había temblado. Como aquella vez que Hércules había matado a Zeus. Sin embargo estaban todos, o mejor dicho, casi todos. Faltaban Ares y Discordia. Estarían haciendo lo mismo de siempre.

Es ese momento aparecieron Zeus y Hera, sentados en sus respectivos tronos, esperando que los susurros desapareciesen para, así, poder comunicar lo que ocurría, que, a juzgar por sus caras no era nada bueno.

-Padre, madre –dijo Hefesto-, lo siento, pero no tengo tiempo que perder. Aún no he terminado el encargo que me ha hecho Ares, y creo que no necesito decir cómo se pondrá si no lo he acabado a tiempo.

-Mucho me temo, hijo mío, que Ares no podrá hacerte ya nada.

-Vale –contestó Apolo- me has conseguido intrigar. ¿Qué has querido decir con eso, padre?

-Todo a su tiempo. Os hemos convocado para daros una mala noticia.

-¿Cómo de mala? –quiso saber Afrodita.

-Muy mala, hija. Terrible. Por favor, esposo mío, habla tú que yo no tengo fuerzas para hacerlo.

-Sí, Hera. Yo lo haré. Hijos, me imagino que todos habréis sentido ese temblor de hace apenas media hora, ¿verdad? Bien, pues ha ocurrido una desgracia.

-Un momento, Zeus. Faltan Discordia y Ares, ¿no deberíamos esperarles? Todos sabemos cómo reacciona Ares cuando no es invitado a estas reuniones familiares, como él dice.

-Hércules, si me dejas hablar verás el motivo por el que tu hermano no se encuentra aquí, y el motivo de esta reunión. Como iba diciendo, ha ocurrido algo terrible. Discordia ha sido testigo de la tragedia que hoy nos sacude, y por eso no está aquí. Hera la ha obligado a permanecer acostada. Y Xena está igual. Hoy el Dios Único nos ha arrebatado alguien muy importante. Nuestra mejor baza para esa guerra que ese dios de pacotilla nos ha declarado. Vuestro hermano ya no volverá nunca. No sé cómo nos las vamos a arreglar para evitar que los humanos se destruyan los unos a los otros. Hijos míos, me duele en el alma tener que deciros que Ares… bueno, alguien ha matado a Ares.

Enseguida todos los dioses que había en la estancia comenzaron a hablar a la vez. Nadie se creía que eso fuese cierto.

-¿Ares muerto? –preguntó incrédula Atenea- Pero eso es imposible. Es un dios. Es el hijo de la Pareja Real. Nieto de Cronos.

-Sé perfectamente quién era mi hijo, Atenea, muchas gracias por la información.

-Pero –quiso saber Afrodita, quien estaba hecha un mar de lágrimas-, ¿quién lo ha hecho? ¿Por qué lo ha hecho?

-No lo sabemos. Discordia no pudo verle. Estaban discutiendo, y Discordia ya estaba marchándose del lugar cuando lo notó. Para cuando volvió con Ares, éste estaba muerto ya. Es una noticia terrible, y declaro el luto oficial de vuestro hermano durante un mes. Doy por finalizada la reunión.

Y, tras esto todos los dioses fueron desapareciendo, yendo cada uno a su respectivo reino. Todos menos Afrodita. No se podía creer que Ares estuviese muerto. Ares, su hermano preferido. El único que contaba con ella para todo.

Tras un buen rato de estar meditando, Afrodita se fue a su reino. Y allí notó algo diferente. Era una sensación familiar, como cuando Ares estaba cerca, pero eso era imposible. Ares estaba muerto y ya nunca más iba a poder ir donde ella.

-Será mejor que me tome un poco de leche con ambrosía para despejarme la mente un poco.

Fue entonces cuando oyó el llanto. Aquél llanto tan familiar. Era el de un bebé. Fue a la habitación donde sonaba y allí se lo encontró. Nada más verlo soltó un chillido que ella estaba segura, habían oído hasta en el Valhala. Era él, no había duda. Lo cogió en brazos y lo tapó con una mantita que hizo aparecer de la nada. Y él la miró fijamente a los ojos como si la hubiese reconocido.

-¿Tienes hambre, vida? –le preguntó mientras cogía un poco de ambrosía para dársela, cuando él hizo aparecer la leche en sus manitas- Oh, cariño, eres tú. Vamos con mamá y papá.

Y, dicho esto, se fue a los aposentos de sus padres, donde su madre estaba acostada ya y su padre al lado de ella, sentado en la cama, intentando consolarla mientras ella lloraba y lloraba la muerte de su hijo.

-Afrodita –le dijo su padre-, no es el momento. ¿Y ese bebé?

En ese momento Hera levantó la vista, y sentándose en la cama observó incrédula la carita de ese bebé, el cual se había medio asomado en busca de la persona que lloraba. Y, en el momento en el que sus ojos conectaron, la diosa del matrimonio y de la familia, reconoció al bebé y sin casi darse cuenta, dijo su nombre en voz alta mientras le cogía en brazos.

-¡Ares! Mi vida.

-¿Qué dices, mujer? – preguntó Zeus acercándose a ellos.- Por todos los titanes, Ares. Es imposible. ¿Dónde… Cómo…?

-Eso no es lo importante, papá. Él ha vuelto con nosotros, pero no lo puede saber nadie. Seguimos sin saber quién es el Dios Único y…

-Él lo sabía, por eso lo han matado –dijo Discordia desde la puerta-. Y, si lo ven lo volverán a matar, porque él es de la profecía, estoy segura. Ahora más que nunca.

-Nadie más que los olímpicos lo sabremos –dictaminó Zeus.

-Pero Xena tiene derecho a saber que Ares ha vuelto –protestó Afrodita-. Y los niños.

-Hija, no hay nada más convincente de una muerte que una viuda destrozada y unos hijos desolados.

-Pero…

-Déjalo, Afrodita, es un bebé, no hay otra forma de protegerle. Ya tendrán tiempo de rencontrarse. Cuando sea adulto otra vez.

-Y esta vez lo haremos bien, esposo mío. No destrozaremos su vida como lo hicimos la primera vez.

-Sí, será como si estos 3000 años no hubiesen ocurrido. Será el dios que debería haber sido y no fue por nuestra culpa.

-Sí, así será, ¿verdad que sí, chiquitín?

-Ha hecho aparecer este vaso de leche cuando le tenía en brazos, tiene que tener hambre. Yo me voy a descansar, ¿vienes, Discordia?

-Sí, vámonos que aquí sobramos.

Y, dicho esto, se fueron las dos hermanas dejando a sus padres con su hermano en brazos. Parecía la típica estampa familiar.

Esta vez era todo diferente, todo sería distinto.