Los personajes de Candy Candy pertenecen a Mizuki e Igarashi a quienes agradezco habernos compartido esta historia. La que leerán está basada en esos personajes que adoramos, pero me la inventé yo en un día de ocio… Parece que cada día que pasa, tengo más tiempo para el ocio...
Gracias a quienes han comentado mis historias. Espero nuevos comentarios de todas las personas que deseen hacerlo. Los agradeceré igual.
Si la van a leer, les informo que tiene contenido para adultos. Así que si no les gusta, no la lean por favor.
Capítulo 1
El descubrimiento
Albert. – Susurraba a su oído. – Albert.
¿Qué pasa? - Responde adormitado.
¿Qué se siente cuando haces el amor?
Se siente maravilloso: la pasión, la libertad, el contacto…
¿A cuantas mujeres les has hecho el amor? – Preguntó al interrumpirlo.
A tres.
¿Cómo te gusta la lencería?
Sexy; que deje ver algo, pero no todo.
Gracias. Ahora, duérmete de nuevo.
Candy regresó a su cuarto. Se acostó en su cama pensando en las respuestas de Albert. Él seguía sin entender. Finalmente, concilió el sueño.
¡Buenos días! – Dijo alegremente, tal cual era su costumbre.
Hola, Candy. ¿Cómo dormiste?
Bien, Archie. Dormí muy bien. ¿Hoy tienes un día muy atareado?
No. La verdad es que no lo tengo. Creo que iré por la tarde a ver a Annie.
¡Qué bien!
¿Y tú?
Es mi día libre. Iremos a comprar unas cositas por ahí.
¿Cositas? ¿Iremos?
Si, iremos con Annie.
Entonces las acompañaré.
¡No!
¿Por qué?- Pregunta exaltado.
Porque vamos a comprar cosas de mujeres. – Siguió tomando su jugo. Minutos más tarde. - ¡Son las 9! Llegaré tarde. Adiós. Te veré más tarde. – Después sale corriendo por el corredor.
Pasaron unos minutos cuando Albert entra en el comedor. En su rostro se podían observar que tenía dudas sobre lo que había pasado durante la noche.
¡Las cosas que preguntó! – Pensaba al entrar al comedor. - ¿Será que lo soñé? No sé que pensar. Ahora que la mire le preguntaré.
Buenos días, Albert.
Buenos días. – Contestó y se sentó en su lugar. Miró por todos lados y no la encontró. - ¿Candy dónde está? Dormida ha de estar todavía.
No es así. Salió hace unos minutos con mucha prisa.
Mmm…
No tienes una muy buena cara. ¿Te pasa algo?
Ehh… pues… no… nada. No me pasa nada.
Sé que me mientes. Pero si no me quieres decir, no lo hagas.
No es eso. Es que me dejó con la duda… ¿cómo te explico? - Decía mientras se rascaba la cabeza.
¿Duda? ¿A caso no respondió alguna pregunta?
No. Mas bien, ella fue la que me hizo unas preguntas anoche.
¿Anoche?
Sí. Llegó a no sé que hora de la noche y me hizo unas preguntas. El problema es que me acuerdo de ciertas palabras. Lo peor es que no recuerdo que le contesté.
¿De qué eran las preguntas?
Mmjjj… Mmmjjjj…. Cof… cof…
¡Uyuyuy! Cómo habran sido para que reaccionaras así.
Fiuuu….
Jajajajajaja… - Archie reía con gusto ante los gestos que hacía Albert. – Creo que tendrás que conversar con ella definitivamente. Vámonos porque llegaremos tarde nosotros también.
Se fueron a trabajar. Llegaron sin problemas a la oficina. Sentado a su escritorio, Albert no podía sacudirse las dudas del cerebro. Entraba su secretaria para que firmara papeles. Los firmaba y los devolvía sin leerlos. George llegaba a plantear algún tema a discutir y respondía con monosílabos. La taza de café ya tenía dos horas de estar en su escritorio. Estaba frío sin haber tomado sorbo alguno. Recordaba palabras. – Tres. Ver. Duérmete. - Pero nada en concreto. Les daba vueltas y vueltas sin recordar exactamente la conversación.
En otra parte de la ciudad, estaban las damas de compras en una tienda especial.
¿Qué le preguntaste qué? – Dijo con los ojos abiertos por la sorpresa. - ¿Cómo se te ocurrió preguntarle esas cosas?
Si no le preguntaba a él. ¿A quién, entonces?
¡Qué va a pensar!
No va a pensar nada. Estaba dormido. Le hice las preguntas a la media noche. Ni se ha de haber dado cuenta.
Creo que yo recordaría esa conversación por más dormida que estuviera. Eso es para despertar a cualquiera.
No se despertó. Se volvió a dormir. Esta mañana no me dijo nada.
¡Nada!
Eso fue porque venía tarde contigo y él no había llegado a comer. – Dijo sacando mordiéndose la lengua de forma traviesa.
No me vayas a decir que respondió.
Está bien. Pero te diré que le gusta la lencería sexy y que deje ver algo, pero no todo.
Te dije que no me dijeras. - Dijo muy disgustada.
Perdón. Pensé que era un buen detalle para nuestras compras. – Se disculpó. - ¿Estás segura de lo que vas a hacer? Vas a gastar dinero en esto. De repente te echas para atrás.
Puede ser, pero no me importa gastar en esto. Aunque me acobarde. Algún día la usaré.
¡Vaya que la timidez se te ha ido a otro lado!
Es que con Archie… - mientras miraba para arriba con ojitos de enamorada.
Shhhh… Eso es tu lío, no mío. Quédate con esa información para cuando estés con él.
¿No has pensado en esto?
Lo he pensado.
¿Y?
Y… nada. Si hace falta con quien.
No te hace falta con quien. Lo que pasa es que no lo quieres ver. Sigamos viendo.
Annie escogió algunas prendas para la ocasión especial. Candy tomó otras por broma. Se probaron la ropa. Después compraron lo que les gustó.
¿Para qué vas a comprar la ropa si no la vas a usar, Candy?
¿Quién dice que no la usaré? Uno nunca sabe. Tú bien lo dijiste.
¿En quién piensas?
En… nadie… - Dijo mientras pensaba que la lencería que escogió le gustaría a Albert. – ¡Qué estás pensando, Candy! Eres una tonta. Él no te ve así. Tú no lo ves así… o ¿sí?
Cuando llegó a la mansión Andley, Candy corrió a su cuarto para probarse lo que había comprado. El primero era un conjunto de corsé con braguitas en encaje rojo. El segundo era un producto nuevo. Era un conjunto de sostén y bragas en encaje negro. El tercero era igual al negro, pero en blanco. Con cada uno, se miraba en el espejo despertando su imaginación. - ¡Lo que Terry se perdió! Deja de pensar en él. ¿Entonces en quien? - Su mente traicionera la llevó a un espejismo en el que entraba Albert por la puerta. Podía ver la sorpresa del caballero al verla con esas prendas colgando en su cuerpo.
¡Candy!
¡Albert! ¿Qué haces aquí?
Vengo a verte. - Caminando hacia ella hasta llegar frente a ella. La mira con dulzura, sorpresa y deseo. Se inclina y la besa.
Tocan a la puerta en medio de esa fantasía. Se pone una bata y esconde rápidamente sus ajuares.
¿Quién es?
Soy yo. Ábreme. – Decía la voz afuera de la puerta.
Archie. – Abre la puerta. – Pasa
¿Te sientes bien? ¿Por qué estás en bata?
Estoy bien. Me estaba cambiando de traje porque hubo mucho calor. ¿No que ibas donde Annie?
Sí. Ya voy. Vine a cambiarme también. – Se sienta en la silla del tocador. – Quiero hacerte una pregunta. Más bien, pedirte un favor.
Dale.
¿Le puedes decir a Albert que lo veré en la oficina mañana?
En la oficina… - Comentó con carita pícara. - Mañana… - Mientras subía y bajaba la cabeza.
Gracias. Te veo ma…
¿Mañana?
N… n… no. Más tarde. – Con cierto tono indeciso.
Adiós. Descansa muchísimo. – Candy hablaba conservando la picardía en los ojos. Archie la miraba con desconfianza.
Al irse, se quita la bata para vestirse. No vaya a ser que alguien más venga. Se vistió. Salió de su habitación, bajó la escalera principal y se dirigió al jardín. No se percató que Albert ya se encontraba en casa. Caminó por unos 5 minutos. Sus pensamientos regresaban a ese corto espejismo y a otras cosas. En las ramas de un árbol, estaba sentada cuando escuchó a Dorothy llamarla a cenar.
¿Los demás dónde están?
El Señor Andley fue a una cena.
Claro. Vi a George venir. Siempre que se aparece, se lleva a Albert a alguna cosa de negocios. – Decepcionada.
Esta vez no. Se fue con una señorita. – Le comentaba Dorothy.
¿Señorita?
Sí. Según tengo entendido es una amiga del colegio.
Se conocen desde hace mucho. – Dijo muy celosa. – Me ocultó esto.
Comió y decidió ir a dormir.
Jajajajajaja. – Se escuchaban las risas de Albert con una mujer.
¡Qué divertido! – Decía la mujer.
Si te ríes así, imagínate si hubieras estado ahí.
Ustedes la pasaban alegrísimo. – Salían lágrimas de los ojos de la dama. Él se acercó a ella, la abrazó y consoló. Candy entró.
¡Ho… - Decía al darse cuenta que estaban abrazados. Ellos no se dieron cuenta. Ella salió muy enojada.
Las razones que tenía él para abrazar a esa extraña eran desconocidas para Candy. Sacar esa imagen de la cabeza era casi imposible. Los celos retenían la razón. Más tarde, al mismo lugar donde estaba ella, llegaba esa mujer.
Hola. ¿Eres Candy?
Sí. – Respondió con seriedad.
Es un gusto conocerte. Me llamo Victoria.
Ahh… - Dijo con desgano.
Creo que te importuné. Mejor me retiro. Pero fue un gusto conocer a la famosa Candy.
¿Famosa? – Pregunta logrando que su visita regresara.
Willy me ha contado mucho de ti.
Que raro. Él no me ha contado nada de ti.
No me extraña. Nos vemos únicamente cuando va a Nueva York. – Le cuenta. Candy piensa en el sinnúmero de veces que Albert va a Nueva York. – Los negocios de mi esposo nos reencontraron después de años.
¿Esposo?
Sí. Bueno, en realidad ya no es mi esposo.
El divorcio se está volviendo una epidemia.
No te equivocas con ese comentario. Pero no es mi caso. Mi esposo murió hace poco.
Lo siento. – Baja la mirada.
Tranquila. Así es la vida. – Dijo con resignación. – Mi esposo, Willy y yo fuimos al colegio juntos. Ahí nos conocimos y nos hicimos amigos.
Es difícil pensar en Albert como niño.
Según lo que me cuenta de ti, creo que te divertirían mucho sus anécdotas.
¡Me fascinan! Siempre le pido que me cuente de África, de Italia, de dónde sea.
Espero que te cuente la verdad porque es muy bueno para contar historias.
Sí. – Con un poco de reserva le hizo una pregunta que la atormentaba desde que le había preguntado sobre las mujeres a con las que había estado. – Disculpa que me tome la confianza de hacerte una pregunta ya que lo conoces desde hace tanto. Lo que pasa es que no sé a quien hacérsela.
Pregunta.
¿Sabes con quién estuvo él por primera vez?
La primera vez de quien y de qué.
L… la pri… primera vez de A… Albert. – Tartamudeaba por los nervios. – La primera vez que… tú sabes… - Le costaba sacar las palabras. Al fín Victoria entendió.
¡Uff…! Eso se lo deberías preguntar a él.
Yo sé. Pero no puedo.
Pensé que se tenían mucha confianza. ¿Para qué quieres saber eso?
Es una duda que tengo desde hace un tiempo.
Le corresponde a él responderte esa pregunta. Aunque creo que no te respondería. Es un caballero.
¿Ves? Otra razón para no preguntarle.
Jajajaja… Las cosas que dices.
Te voy a hablar con sinceridad. Yo no tengo una madre. Acá vivo alrededor de hombres. Nunca he tenido con quien hablar de ciertas cosas que… ¿me entiendes?
Ya veo. No soy de las que hablan de eso con cualquiera, para decir que ni al médico le hablo si no me pregunta. Aún así, me da vergüenza.
Te entiendo. No lo hagas, si no quieres.
Lo haré. Creo que no tienes que quedarte con la duda. Willy me dijo que eras enfermera. ¿No te enseñaron ese tema?
Sí. Sólo la biología.
Ya veo. Pues pregunta.
¿Cómo haces para que un hombre te mire como mujer? ¿Qué sientes cuando se están amando? ¿Quién comienza? ¿Cómo empieza? ¿Cómo lo tientas o es al revés? Háblame sobre las emociones.
Son muchas preguntas. Veré cómo puedo responderte lo más exacto y claro posible. Déjame pensar. – Comenzó a recordar la primera vez. – Veamos… Te preguntaré primero unos detallitos. ¿Has estado enamorada?
Sí.
¿Ha estado él enamorado de ti?
Sí.
¿Te besó?
Sí.
Bien… eso me facilita las cosas. Te acuerdas de ese beso.
Sí, lo recuerdo. Estábamos bailando, paró y, de repente, me beso. Pero le pegué después por abusivo.
No te pidió permiso.
No.
Eso fue un error. A pesar de eso, ¿recuerdas cómo te sentiste durante el beso?
Al principio no sabía lo que estaba pasando. Luego, me sentí atraída, deseada… lo deseaba a él… me dejé llevar por unos segundos. Fue maravilloso. Hasta que mi conciencia retomó el uso de razón.
Todas tus preguntas se responden con el sentimiento que tuviste del principio hasta el momento antes de pensar. Todo comenzó con la mirada de él y la tuya. Así es en esos encuentros también. La diferencia es que no termina en golpe.
Ya veo. Entiendo más o menos. Todavía tengo preguntas.
Sólo te diré que empezamos con un apretón de manos y terminamos en… Ejem… ni me di cuenta. Estaba en una nube. No te puedo decir quien empezó, ni en qué momento… sencillamente, nos entregamos al momento. – Aclaró. – Eso no tiene que ver con saber con quien Willy estuvo primero.
Lo sé. Quiero saber qué pasa por la cabeza de un hombre. No tengo a nadie más a quien preguntar.
Jajajajajaja… Ellos no piensan con la cabeza…
¿Entonces?
Pues… no piensan; se dejan llevar por el impulso y la atracción.
¿Albert también?
Es hombre, ¿no? Conociendo a Willy, te podría decir que fue un caballero, algo salvaje, dulce, apasionado, delicado…; pero caballero.
Él siempre es un caballero.
Es mi turno. ¿Te puedo hacer unas preguntas?
Claro. Fuiste franca conmigo. Lo seré contigo.
¿Cuál es tu interés en él?
Soy su hija adoptiva.
Ajá…
Me gusta saber todo de él.
Te gusta saber lo que le pasa, lo que hizo en la oficina, si el negocio le salió bien…
… si tiene un problema, si está enfermo o sano, lo que piensa, lo que siente, lo que vive… todo.
Ya veo. Eso sentía cuando no me había dado cuenta que amaba a mi esposo con toda el alma. – Con eso dejó pensando a Candy. Entre su fantasía y ese comentario no sabía qué sentía ni qué pensaba.
Por un sendero, viene caminando Albert. Las encuentra platicando amenamente como dos buenas amigas.
Veo que ya se presentaron.
Sí. Es un encanto.
Albert, tienes una muy buena amiga.
Victoria, es hora de volver a la oficina. Terminemos esto para que puedas volver a Nueva York con tus hijos.
Está bien. Fue un gusto, Candy. - Se levantó y regresaron a la oficina.
Candy es un encanto.
Ya me lo dijiste. ¿De qué tanto hablaron?
Cosas de mujeres… y de hombres.
¿Hombres? – Volteó a verla sorprendido. - ¿Cómo está eso?
Estás loco si crees que te diré lo que platicamos.
Respóndeme. ¿Está enamorada? ¿Está pensando en alguien?
Creo que sí.
¡Sí! – Sonaba muy celoso. Pasó a reclamar a su amiga por detalles del aludido.
No te puedo contestar esas cosas. No sé su nombre. Lo único que tengo es una sospecha, pero…
¿Quién? Ese hombre se lo quito de su vida…
¿Por qué harías eso?
Porque… porque… ella…
¡Qué tontería! No creo que harías eso. - Sonreía mientras lo miraba enojarse por celoso.
¿Ella quiere algo con él?
¿Algo? Willy, sé claro. – Demandó Victoria. Además que disfrutaba verlo luchar contra la demostración de sus verdaderos sentimientos e intenciones para Candy.
¿Quiere tener una aventura o un novio?
Buena pregunta, Willy. Muy buena.
Contesta. - La tomó por los brazos.
No me lastimes. Suéltame.
Lo siento. Es que no puedo controlarme. No sé que me pasa.
Eso no te lo creo. Piensa. ¿Por qué te pones así? ¿No te recuerda hace años en el colegio cuando mi esposo me estaba cortejando? – La sonrisa pícara de ella se hacía notar cada vez más.
¿Crees que son celos?
Sí.
Estás loca. Eso fue diferente porque yo estaba enamorad…
E…na…mo… ¿qué? Tendrás que hablar con ella. Tiene muchas preguntas que hacerte. Quiere saber el punto de vista de un hombre con respecto al amor y sexo, qué se siente… tú sabes… la dinámica para llamarlo de alguna forma.
¿Qué voy a hacer?
Primero, calmarte. Segundo, aceptar que la amas. Tercero, averiguar la forma de encontrar las agallas para presentarte frente a ella para confesárselo. Es mejor que sepa sobre temas de amor por medio de una persona que la quiera bien y no uno que se quiera aprovechar.
Ella es inocente estas alturas de su vida. No… no puedo. El rechazo de su parte sería insoportable.
Hazlo. Si te acepta, habrás desaprovechado una oportunidad para ser feliz. – Le tomó la mano. – Yo ya estoy sola. El arrepentimiento es inexistente en mi corazón. Tengo a mis hijos que son el recuerdo vivo del amor. Nos dimos una oportunidad. La tomamos. La aprovechamos.
Y si…
Atrévete. Estoy segura que no te arrepentirás.
Finalmente, firmaron los papeles para que Victoria regresara en el tren de la noche. Así estaría de vuelta con su familia al otro día.
Pasaron los días. Ninguno de los dos se hablaba, casi ni se miraban. La duda los consumía a los dos. Era difícil conciliar el sueño, enfocarse en el trabajo. Un día de tantos, la fue a recoger al hospital. En el camino de vuelta, sólo se vieron una vez. Esa mirada los consumió e inquietó aún más. Esos sentimientos se iban incubando poco a poco. El momento de explotar estaba cercano. Albert ayudó a Candy a bajarse del automóvil. Ella tropezó. Antes de caer, Albert la tenía en sus brazos.
¿Estás bien, pequeña? – Parándola en el suelo.
Sí, gracias. - Con rubor en sus mejillas se disculpó a su habitación.
Seguido, sacaba aquellas prendas que había comprado con Annie. Hoy fue el conjunto blanco. Lo tenía puesto cuando tocaron a su puerta. Se estaba poniendo la bata cuando abrieron. Era Albert quien quería hablar con ella. Ella creía que era otra fantasía. Conforme pasaban los segundos se daba cuenta que era real. Se sorprendió mucho al verla con ese atuendo. Ella se sorprendió de igual forma al darse cuenta que él la había visto así. Los dos tenían la boca abierta de la impresión. Él se dio cuenta que su pequeña ya no era pequeña. Tenía a una mujer enfrente, semivestida con encajes blancos. Parecía lista para una noche de lujuria y amor. Se disculpó por haber entrado sin avisar, sin quitar la vista de ella. Ella no podía mover un músculo. Le permitió verla así. Aumentó el deseo entre los dos. El caballero cerró la puerta con llave quedándose adentro del cuarto. Sin pensar, sólo dejando que sus sentimientos y deseos afloraran, se acercó a ella sin decir palabra. La tomó por la cintura y la besó suavemente. Ella aceptó el avance al responderle el beso.
Los labios se mantenían unidos. Las manos de él viajaban por todo el cuerpo de ella. Se dejaba acariciar con respiraciones delicadas. En un momento, la lengua de Albert rozó los labios de ella. Así abrió su boca también. Jugaban el uno con el otro. Caricias iban y venían por todos lados. Cuando se dio cuenta, estaba acostada en la cama mostrando sus senos. Los pezones erectos llamaban la atención de la boca de Albert. Los buscó y besó. Ella gemía de placer con cada contacto. La dama logró meter sus manos en la camisa ya casi abierta. Se terminó de quitar la camisa rápidamente. Siguió con sus pantalones y ropa interior para quedar igual que ella. Se acostó al lado de ella. La acariciaba, la besaba, la estremecía. Las manos tocaban su feminidad logrando gemidos de placer. Sintió cómo el cuerpo soltó su eyaculación en sus manos. Este fue el indicador que ella estaba lista para más. Con cuidado, se colocó entre las piernas de su compañera. Dirigió su erección hacia el lugar indicado. La penetró con gentileza. Comenzó sus movimientos de vaivén. Las piernas lo envolvían. La suavidad de sus balanceos, a veces más rápidos, a veces más despacio, la llevaron a sentir espasmos de goce por todo el cuerpo cual si fuera una corriente eléctrica. Antes que pudiera hacer otra cosa, ella se dio vuelta. Lo colocó boca arriba. Ella se sentó sobre él conectando sus sexos. Adelante y atrás, su cabeza echada para atrás, quejidos como pequeñas explosiones… Después, él tomó el control de nuevo. La volteo y puso boca abajo. Se puso arriba de ella y la embistió por detrás. A cada cierto tiempo, cambiaban de posición. Continuaron el ritual hasta que los dos llegaron a la culminación del bellísimo acto del amor. Todo fue más de lo que Candy imaginó su primera vez.
Descansaban uno a la par del otro. Él la envolvía en un abrazo, ella se recostó en su pecho. Las caricias iban y venían. Tomó el mentón de la joven para verse a los ojos.
Te amo, Candy.
Yo también te amo, Albert.
No me imaginaba que querías responder a tus preguntas conmigo.
¿Cuáles?
Las que me preguntaste la otra noche.
¿Las recuerdas?
No muy bien.
Ahora ya sabes que se siente cuando haces el amor y qué tienes que hacer para que te vean con deseo y amor.
Quiero saber otra cosa.
¿Qué?
¿Me prometes decirme la verdad?
Por supuesto.
¿Quién fue la primera?
¿Estás segura que quieres saber eso?
Sí.
La verdad es que no te puedo contestar esa pregunta.
¿Por qué?
Porque no soy el tipo de hombre que revela esos detalles. Hablaría de ella tanto como hablaría de ti.
Por favor, dime algo al respecto.
Está bien. Ella fue mi primer amor. Su dulzura se puede comparar con la tuya. Comprensiva, amable, considerada, preciosa y muchas cosas más. Ella dice que no me la robaron, pero siempre pensé que sí lo habían hecho. Me dejó.
¿Te dejó? ¿Cómo es posible?
Pues… ni modo. Tuve que regresar a América y se enamoró de otro. Fue un error dejarla sola. No tenía opción. Cuando volví, me sorprendí al verla con su nuevo acompañante.
¿La nueva pareja sabía de ti?
Sí. Él también sabía que yo tenía dudas de mantener una relación a largo plazo. Creo que se aprovechó de eso. Sin embargo, creo que nunca se enteró que fuimos amantes.
¿Esa palabra no es muy dura para esa edad? Mejor digamos que tuvieron un romance.
Puedes colocarle otros nombres; amante es la palabra. Ella me amaba y yo a ella. Nos entregamos por amor. Ella fue mi primera y yo su primero.
Si te amaba, ¿cómo es que se fue con otro?
Te dije. La dejé durante mucho tiempo. No era justo una relación a larga distancia si no estaba seguro de las cosas.
Si la amabas, no debiste dudar.
Yo era muy joven. Ella también.
¿Qué edad tenías, malandro?
¿Malandro?
Pues sí…
Jajajajajaja… Estaba en el colegio. – Dijo con serenidad. – Ya no diré otra palabra más. Ya sabes lo que necesitas saber.
No me dijiste su nombre.
Eso no. Te diré que es la única persona que me llama de otra forma.
¿Cómo te dice?
Willy.
