Volví a mirarme nuevamente en el espejo, mi atuendo iba perfecto con el día. La blusa gris, con la minifalda –que sí, me cubre el trasero- y las pantimedias oscuras hacían resaltar mi figura que, si bien no es exagerada, está muy bien. Busqué mis botas, con el bendito tacón de siete centímetros que hacen que yo no parezca tan oompa loompa, ya que mi metro con cincuenta y cinco a veces me perjudica. La gabardina color borgoña esperaba en el perchero, pero aun no era momento.

Voltee, encontrándome con mi cuarto de princesa –como muchos lo denominaban al verlo- hecho un desastre, los muebles barrocos y sus cajones abiertos, con miles de blusas debajo y sobre ellos.

-Bien… Esto puede ordenarse más tarde.- suspiré, me encaminé hacia la cocina de mi departamento y me encontré a Eve, mi gatita y única compañía, lamiendo lo que quedaba de comida en su plato. No la culpo, come casi tanto como yo.

Tomé la taza de café ya servida de mi preciosa cafetera Senseo Viva Café y me senté en la mesa de mármol negro, que era tan deprimente como todos los lunes de mi vida. Mordí una tostada, sentí un gusto horrible, un gusto a no tengo mantequilla para esto por ser tan idiota y no comprarla el viernes.

Eve se subió a la mesa, la dejé observarme, e intentar robarme un poco de café en mis descuidos. Ya estaría demasiado fastidiosa en cuanto yo vuelva del trabajo. Acaricié sus patitas, que parecían tener botas negras en lugar de solo simples manchas. Miré su pelaje blanco, limpio y sus ojos… sus ojos que, por mucho que lo niegue uno, te atrapan de inmediato, ya que ella tiene heterocromía y es tan dulce que puede raptarte ni bien la ves. Siempre dije viviría en mi propio departamento, con un gato… Pero no con un gato tan raro como Eve lo es, gracias a mi prima que pensó en que ella era tan rara como yo, aquí está conmigo.

Terminé la tostada casi asqueada, absorbí lo que quedaba de mi café y bajé a Eve de la mesa. Dejé mi taza en el lavavajillas y corrí al baño. Cepille mis dientes, acomodé mi cabello y me maquillé, un poco de sombra y un suave delineado no hacían mal a nadie.

Volví a mi cuarto, desconecté mi teléfono y lo guarde en mi bolso Gucci. Tomé la gabardina en brazos, junto con mi bolso y arrojé una vez más hacia mi cama la bola de estambre para que Eve no viera el momento en el que me iba. Cerré la puerta del baño y las demás habitaciones, desconecté la cafetera y la tostadora y haciendo el menor ruido posible, salí de mi departamento.

Luego de luchar un poco, prendí todos los botones de la gabardina aplicando el método primero el de en medio, luego el de arriba y luego los demás para no terminar maldiciendo a cualquiera que pasara cerca, verdaderamente, es un fastidio tener que prender los botones. Colgué mi bolso de mi hombro y casi chillé, Eve me había rasguñado al despertar, y dolía como quemarse en el mismísimo infierno.

-¿Estas llegando temprano?- preguntó Aiden, mi vecino, saliendo de su departamento.

-Sí- sonreí- ¿Fantástico, no?- entramos al elevador y presioné el botoncito color negro con el número cero, parando a observar el color de mis uñas, que debería cambiar pronto.

-¿Estas bromeando? Nos matarás a todos.

-Oh, vamos, no es para tanto.

-Sí, si lo es.

-Oh, suenas tan gay hablando así.

-¿Disculpa? Lo dice quien admitió fijarse en el trasero de las mujeres.

-Vamos, ninguno es homofóbico aquí, y sé que has visto a mi última presa.

-Para saber si es competencia… - reí. Era cierto, nuestra amistad era hablar siempre sobre las competencias.

-¿Qué con la rusa esa?

-¿Vika? Bueno… Vika es especial.

-¿Especial? ¿En qué sentido?

-No lo sé, jamás en mi vida pensé encontrarme a una rusa por aquí… es rarísimo.

-No estamos en Narnia, genio.- le saqué la lengua, oyendo el tin del elevador y saliendo antes que él.- Debo admitir…- dije abriendo la puerta principal del edificio, robando su atención del teléfono en sus manos- que ella si tiene un buen trasero.- sonreí y salí, oyendo su risa.

El viento me dio una bofetada, y recordé mis modales a tiempo, antes de largarme a maldecir. Miré mi Audi a7 esperándome, el chico que se encargaba de dejarlo para mí a las ocho en punto frente a puerta parecía sonreír… Lo entiendo, todos los días espera más de diez minutos en el frío o bajo los rayos del sol.

-Que tenga un buen día…- me entregó las llaves, y le sonreí, entré y me puse en marcha rumbo al salón de estética que tenía el orgullo de decir era mío. Últimamente, en todo momento, siento que alguien me vigila. Quizás sea paranoia, o estoy llegando a la esquizofrenia, pero ese punto no debo tocarlo en este preciso momento.

Luego de unos quince minutos de conducir, maldecir, y dejar salir a mi camionero interior, reí al bajar del auto y empujar las puertas del salón, olvidando que debería yo abrir por llegar temprano. Estaba acostumbrada a solo entrar, lanzar mis cosas por ahí y comenzar a atender a los clientes, ya que normalmente me dormía y Ángela abría el salón… Busqué en mi bolso las llaves, podría hasta encontrar un fósil de dinosaurio aquí dentro antes que a las llaves. Wow… Gulliver cabría aquí.

La bendita llave abrió sin problemas la puerta y corrí a encender la calefacción. El lugar comenzaba a tomar la temperatura indicada y era rarísimo no ver a nadie con ganas de atacarme. Encendí la computadora y di play a la lista de reproducción, un inconfundible sonido llegó a mis oídos y me relajé un poco. En solo minutos comenzaría al llegar gente, los lunes, por lo que sé, no se amontonan antes de la hora de apertura en la puerta.

Camine el estrecho pasillo que conducía a una sala de juntas, que normalmente usábamos para dormir en días como este a la hora del almuerzo. Abrí la puerta y dejé mi bolso sobre el sofá, me quité el abrigo y lo colgué en el perchero.

Sentí un aroma a tabaco que mareaba, tosí un poco y me cubrí la nariz y la boca con mi mano derecha. El aroma era muy fuerte, y hasta juraba que alguien habría estado fumando aquí, el humo era un poco visible. ¿Qué demonios es todo esto?

Corrí a un armario que había cerca y saqué un desodorante de ambiente, sin mucha duda perfumé el lugar y volví a toser. Lo olvidaba, soy asmática… Una jodida asmática que no sigue instrucciones de un viejo que la atendió varias veces en una sala de emergencias por manipular cosas como desodorantes de ambiente fuertes.

Salí, llevando mi celular conmigo y oyendo la campanita de la puerta sonar, avisando que un cliente ya llegaba, o una de mis empleadas. Caminé más deprisa, llegando al centro del salón y miré a ambos lados. No había nadie allí.

Muy bien, es hora de enloquecer.

Caminé hasta llegar tras el mostrador, paré la música y miré hacia todos lados. Me vi reflejada en un espejo en la pared y me asuste. Mi cabello negro, lacio y largo, mi piel lechosa y mis ojos celestes me daban el aspecto de niña bruja de película. Porque sí, a pesar de mis veintiún años, la gente dice que parezco mucho menor.

Volví a oír la campanita, voltee casi con miedo y me encontré a Lizzie… a Lizzie bajo unos cien abrigos. Suspiré, sentí como mis muslos dejaban de estar contraídos y agradecí por tener a alguien como ella que me salvase en un momento así.

-Buenos días…- se acercó a saludarme, dejando ver su delgada figura al quitarse la mayoría de prendas sobre ella.

-¿Qué tienen de buenos? Estoy volviéndome loca, Lizzie.

-¿Qué sucedió?

-Creo que alguien estuvo aquí antes de que llegara.

-Eso es imposible.

-No lo creo tan imposible ahora. Cuando llegué fui a la sala, parecía que alguien había estado fumando. Y luego sentí la puerta pero nadie entró.- me alteré, llevé mis manos a mi rostro y luego estuve a punto de morder mis uñas.

-Quizás solo fue el viento.

-Lizzie, las ventanas estaban cerradas. ¿Cómo explicas el humo?

-Oh, cálmate. Tranquila… ¿Revisaste la caja?

-Es imposible que hayan accedido a ella.

-Tienes razón… ¿Quieres que eche un vistazo?

-Por favor, sí.- parpadee reiteradas veces y la vi irse.

El aroma volvió a mí, sentí mi garganta picar y comencé a toser nuevamente, corrí hacia la sala, donde vi a Lizzie acercarse al área donde escondíamos la caja fuerte del lugar y tomé mi bolso, saqué mi inhalador, lo agité un poco y oprimí dos veces cuando lo tenía en mi boca. Error. Lo había hecho mal, como siempre.

Unos diez segundos luego, observando como Lizzie seguía controlando que todo estuviese en orden, quité el aparato de mi boca y respiré más calmada. Sentía como mi corazón latía más deprisa, y eso lograba calmarme de alguna extraña manera, al igual que el hecho de que mi pecho no doliese al respirar. Ya no había humo, ni aroma a tabaco en la sala, solo éramos Lizzie y yo junto con mi extraña y paranoica cabeza.

-Creo que te has confundido, deberías dormir más y no interrumpir tus costumbres.

-¿Tú crees?

-Sí, lo creo. Además, en cualquier minuto lo olvidarás en cuanto llegue la señorita Williams a arreglarse.- dijo mientras bailaba y tomaba mis hombros.

-No me la recuerdes, me vuelve loca. ¿Por qué solo se arregla los lunes y con tanta prisa?

-Los mayores también tienen citas… y en días específicos. ¿Tus abuelos…?- calló, sabía que de mi familia no podíamos hablar mucho. Un extraño silencio nos rodeó, y agradecí a la señora Williams por hacer sonar la campana y llegar al grito de:

-¡Buenos días!- con su voz tan aguda como siempre. Corrí hacia el salón, le sonreí y saludé, moviendo mi mano casi como si esto fuese un desfile.

-Por favor, tome asiento. En minutos mi compañera la atenderá.- me zafé y miré seriamente a Lizzie, que parecía como si estuviese a punto de entrar en un laberinto sinfín.

-Te quiero tanto…

-No me lo recuerdes.

-Lo haré hasta que te duela.

En estos dos años había conocido infinidad de gente importante, y no miento al decir que una o más veces atendí a la realeza… Mi vida no era la mejor, o más bien, el mejor no era mi pasado. Pero ahora estoy perfecta, con un trabajo perfecto, amigos… no tan perfectos, pero buenos. Tengo mi fantástico auto, mi gatita endemoniada y un guardarropa para morirse.

Lo único que me falta es solo una pareja, si, lo sé, es penoso tener que hacerme problema por eso. Soy alguien muy activa en… ehem, aquellos asuntos. Pero jamás, jamás, duré más de dos semanas con alguien. Enamorada, oh si, lo estuve. Pero fue un desastre. Principalmente porque mis tíos estaban asqueados de mi novio, mis abuelos más que disconformes y yo no quería generarles un disgusto, menos sabiendo que estaban en sus últimos años de vida. Y así fue que solo estuve dos meses con el que creí el amor de mi vida, viéndonos a escondidas. ¿Casi de película, eh? Pero la realidad, es que el chico rockero del que me enamoré, no era más que un interesado y hasta intentó agredirme. Y siendo tan femenina como solo yo puedo serlo, le rompí un diente y la nariz… ¿A que no sabían que fui por años a boxeo? ¿No lo mencioné, no? Bueno, olvido muchas cosas también.

Parpadee cuando noté a alguien pararse frente a la puerta, y al mirar bien ya no había rastro de la persona. Salí de mi maceta tras el mostrador y corrí a la calle, buscando a alguien que no debería buscar por el simple hecho de que jamás cruzó la puerta y no estaba relacionado conmigo. El frío me estaba destruyendo, las manos comenzaron a arderme y la quemadura –producto de mi fallido encuentro con la buclera- en mi mano, comenzó a joder de nuevo. Volví a entrar, bajo la mirada de la vieja chismosa y la ocupada Lizzie.

Me amotiné nuevamente tras el mostrador y ahí esperé, y esperé. Hasta que la campana sonó, y entraron la mayoría de mis empleados, muertos de frío, lamentando y maldiciendo por lo bajo. Sonreí al momento que se acercaron a saludarme.

-Hola…- agité levemente mi mano. Les di sus minutos para acabar sus cafés y todos se pusieron en marcha.

-¿Estás viéndote con alguien?- Ángela llegó sonriente, dando unas vueltas antes de acercarse por completo, presumiendo que tiene un mejor trasero que el mío.

-¿Por qué preguntas?

-Está mañana vi salir a alguien de tu departamento, iba a llevarte el abrigo que me prestaste, pero supuse que no estabas… Siempre sales antes de que se vayan.

-¿Cómo que alguien salió de mi departamento? Estas loca…

-No, no estoy loca. Juro que vi a un hombre salir de allí… ¿Te emborrachaste acaso?

-Sabes que eso es imposible… ¡Nadie entró a mi departamento en estas dos semanas!- razoné un poco, pero seguía siendo imposible.

-Oh, dios.

-¿De qué hablan señoritas?- se acercó Tiffany.

-Tiene un nuevo novio y lo niega.

-Yo no tengo novio. Lo que aquí sucede es que esta chica necesita gafas… ¿Estas segura de que era mi departamento?

-Completamente.

-Nah, sigues equivocada.- descansé mi mejilla en mi mano quemada, sin darle mucha importancia.-Pudo ser un fantasma.- susurré. Reí y supuse lo idiota que pude verme diciendo aquello.

El resto del día pasó sin muchos disgustos… Lo único malo podría ser la lluvia que ahora estaba amenazando con destruir el cielo, y la rabieta de la señora Williams al haber arruinado sola su peinado.

Estaba parada, echando mi peso sobre una pierna, golpeando frenéticamente el tacón de mi bota izquierda sobre el suelo, casi bailando tap. Hacía más de cinco minutos el idiota del supermercado estaba intentando pasar mi tarjeta de crédito. Mi amada está perfecta, el inútil es él.

-Oh, déjalo…- comenté arrojándole unos billetes y tomando la bolsa con mis cosas. Salí apresurada, casi echando fuego por la nariz y las orejas. Corrí hasta mi auto, y casi sin mojarme entré.

Las calles estaban vacías, no se veía ni un alma. Juraba que en algún momento una vieja aparecería en medio de la carretera y yo podría atropellarla, pero en cuanto bajara ella no estaría, y serían solo alucinaciones mías… Debería dejar de ver tantas películas. Seguí conduciendo hasta ver el parque, tan inerte como siempre. Desde que me mudé no veo más que los columpios moverse por el viento, al igual que por la resbaladilla solo veo caer hojas y agua. Dejé el auto en el segundo piso del estacionamiento, por precaución. Ya saben… En este maldito lugar llueve… y llueve.

Casi bailando llegué al elevador y oprimí el botón del onceavo piso. Algunas veces me ponía demasiado nerviosa subir y bajar en el elevador, además, desde que tengo memoria decía padecer claustrofobia. La musiquita infernal de espera me acompañó durante un minuto, y al salir casi grito de emoción. Tenía mantequilla, más café, dulces y una película para ver esta tarde.

Cuidadosamente abrí la puerta, encontré a Eve y su bola de estambre en el sofá. Ella estaba completamente quieta, con la sus patitas una sobre la otra, oí su ronroneo, y juraba que la muy desgraciada me estaba sonriendo. A saber que rayos había hecho.

-Tú morirás si te metiste con mi ropa.-amenacé, dudaba que ella entendiera.

Encendí la calefacción y arrojé mi abrigo al sofá junto con mi bolso. Ordené un poco la alacena y guardé la mantequilla en el refrigerador. Estaba a punto de tomar una maldita lata de soda cuando oí el rechinido de las puertas de mi armario. Eve estaba conmigo, adivinando si había comprado algo especial para ella.

Caminé lentamente hacia mí cuarto, la puerta estaba entreabierta. Intenté ver algo, sin embargo al abrirla nadie había. Voltee, dispuesta a volver a la cocina.

Y… vi frente a mí a un extraño…Reaccioné, no grité, pero intenté golpearlo. Y de alguna maldita forma, me esquivó. Retrocedí, me armé de valor y corrí, intentando encajar una patada en su abdomen.

-Tu, hijo de puta…- gruñí cuando tomó mi tobillo y lo alzó un poco, sonriendo.

N/A: Mmm… Bien, este es mi primer fic (en esta cuenta, lol) Espero que les haya gustado y dejen muchos comentarios (?
Alimenten mi pobre autoestima de escritora xD y díganme si les gustó, si les pareció lo más horroroso y si los ojos no le sangran :3

Saludos~