Advertencia: tanto los personajes como las situaciones son propiedad intelectual de George R. . Este relato participa en el reto #36 "Saliendo del closet" del foro [Alas Negras, Palabras Negras].

Now and always

[...] Pero así no me basta:
más allá de la vida,
quiero decírtelo con la muerte;
más allá del amor,
quiero decírtelo con el olvido.

[Te Quiero. Luís Cernuda]

Miró a su alrededor; todo lo que alguna vez quiso se disolvía ante sus ojos, moría a su paso, marchitado, llevándoselo al olvido. Pero él aún podía recordar; los lugares donde se amaron guardaban en su piel aquellos lejanos momentos vividos, los sitios a los que iban a esconderse, donde un beso no fuera un delito. Bajo rostros impasibles de ojos de sangre se habían besado, y fue tierno; el tiempo deteniéndose en el momento, grabándolo a fuego. Allí fue donde las palabras brotaron por primera vez; dulces, cargadas de inocencia, del delirio de un amor que nace y crece, se hace fuerte, que va tomando forma y les envuelve. Recordaba lo que habían dicho "Ahora y siempre". Era algo en lo que creía, por lo que merecía la pena luchar y morir; pero ya sólo era un vacío en el pecho, hielo palpitando, ya muerto. De ellos no quedaba nada, sólo fantasmas que le atormentaban, que llenaban sus tristes noches con el peso de la traición, con el sufrimiento de los errores cometidos, de los pecados que le acechaban el alma, queriendo arrancarle las entrañas.

Los dioses le devolvieron la mirada; le conocían, le desnudaban, dejando sólo al hombre que jamas sería, sospesaban sus crímenes, las atrocidades que en nombre de su apellido había realizado. Había sido desleal, vendiendo su honor a quien no lo merecía, dejando atrás a la persona que más quería. Debería haber muerto a su lado, luchando por él, por los dos, por mantenerse, como siempre habían hecho, juntos, por aquello en lo que creía, por aquello que quería, pero se había perdido a sí mismo; tuvo que regresar al lugar donde se habían conocido para encontrarse, para ver que lo hecho no tenía propósito, ni orgullo ni gloria, tampoco perdón. Y lo poco que le quedaba se difuminaba en el camino, perdiéndose para siempre en la eternidad, en un tiempo que no regresaría jamás. Ya no era más un Greyjoy, tampoco el pupilo de lord Stark, era menos que una persona, sólo un vano recuerdo, una imagen borrándose de quien alguna vez fue. Le habían liberado del peso de los nombres para encadenarlo a una vida de miseria, de remembranzas; allá donde miraba le veía a él, su cara dibujada en sus ojos, sus rizos de cobre, aquellos ojos que contenían el mar, en los que se ahogaba, donde hallaba a los dioses en los que su padre creía; ahí estaban, viviendo en él, enterrados en sus pupilas infinitas.

El bastardo de Fuerte Terror había intentado arrancarle su humanidad, pero nunca podría entender lo que era amar del modo en que él lo hacía, con esa intensidad, una tormenta de sentimientos abatiendo su corazón, desatándose sobre un mar de dudas para convertirle en un náufrago sin tierra, abocado en el océano de la perdición, porque Robb era quien lo mantenía a flote, el lugar al que pertenecía, al único al que quería volver. Su vida caía, precipitándose al abismo, desde que él no estaba y se había cansado de luchar. ¿Qué importaba ya todo? Estaba roto, pedazos que no se podían arreglar, fragmentos de cristal que se retorcían, clavados en su pecho, un muñeco lanzado al viento.

El fuego lo consumía todo, hacía bailar columnas de humo que ennegrecían el mundo, que le rodeaba y le hacía desaparecer. Por encima del crepitar de las llamas los cánticos y rezos le perseguían, ensalzando al Dios Rojo. Los gritos agónicos expiraban en sus labios secos, repitiendo una y otra vez las mismas palabras, y, finalmente, un nombre. Y ya nada más importaba, porque, al fin, regresaba a él.