Era una clara mañana de Julio del año 4372. Parecía como si la realidad a mi alrededor hubiera querido detenerse y poca o ninguna novedad de importancia había surgido en mi vida en los seis años y unos pocos meses que habían transcurrido ya desde la marcha de Nalya.

Pero antes de abordar lo que ocurría en mi vida por tales fechas considero, mi querido amigo, que es necesario detenerme un rato y comenzar este mi segundo libro de recuerdos haciendo brevemente una pequeña memoria de todo lo que había sucedido entre medias.

Como bien sabrás, mi primer libro narró toda mi vida hasta el momento en que, por así decirlo, se cerró aquel capítulo de la historia abierto hace ya más de siete siglos con el prendimiento y supuesta muerte en una reyerta de Akano Kumaru, mi abuelo y maestro, y Nakajima Kyo, su teniente, su discípulo predilecto, pero también el padre del muchacho al que hoy considero mi hijo y el hombre amado por la mujer que yo amo.

Podría decirse que sus muertes, las reales, de las que yo fui, lamentablemente testigo, fueron los sucesos que marcaron el punto final de una gran etapa de la historia de la Sociedad de Almas o, al menos, en mi vida y en la de muchos de los que me rodeaban y compartían el día a día conmigo. Ya no se trataba, como había sucedido en la década que transcurrió entre la muerte del Legendario Capitán y su Teniente, de recuperar y devolver la dignidad a un pasado perdido y semi-olvidado, sino de proteger un futuro que, para todos los conocedores de la historia, estaba personificado en el pequeño adolescente que había crecido correteando por los pasillos del Cuartel de la Novena División, heredero legítimo no sólo ya del nombre de su padre, sino también de su dignidad.

Pero aparte de todos esos acontecimientos, en los que, por haberlos narrado ya, no considero necesario detenerme, seguramente recordarás también que aquella etapa de mi vida no se cerró sólo con la pérdida de un maestro y de un amigo y "rival", sino que además había finalizado con la marcha, una voluntaria y otra envuelta en un halo de misterio, de dos mujeres que habían sido puntales, en mayor o menor medida, de mi vida: mi amada, Nalya, y mi "hermana pequeña", Gaby.

Paralelamente a aquello, también había perdido una gran referencia en el ámbito profesional. Un gran maestro y un gran amigo como era el profesor Deiss, con quien no niego haber tenido mis roces en una etapa temprana de mi vida, había fallecido poco antes de que se desencadenara la gran batalla en la que había matado al hombre causante de toda la desgracia que se había cernido sobre mi pasado. La muerte del viejo Yvan Deiss había supuesto que, aún a mi pesar y con cierta reserva, tuviera que aceptar el puesto de Catedrático del Departamento de Historia y, simultáneamente, había abierto las puertas de la docencia a un valioso compañero, por aquel entonces aún miembro de la Sexta División: Headbone.

Su incorporación a la rutina académica había sido bastante beneficiosa para mí en el sentido de que tenía un hombre de gran confianza en el que depositar ciertas responsabilidades, hasta el punto de que, con el paso del tiempo, terminó accediendo a mi antiguo cargo, la Subdirección.

Además, poco después de la llegada de Bone, se solucionó también el problema del Departamento de Kidou que, con la deserción de Data motivada por los incidentes originados con la destitución de la Capitana Yutaru en el año 4356, había quedado en el aire, mantenida únicamente por profesores interinos. Digamos que afortunadamente, fue otro buen amigo el que accedió a la Cátedra de las Artes Demoníacas: Dbssdb.

Ya que cito este asunto, aprovecho también ahora para aclarar que, así como se había esforzado por arreglar la situación de provisionalidad en la que se encontraban los diversos organismos en los que los llamados "disidentes" de la Décima División ocupaban algún cargo, la Cámara de los 46 seguía sin ponerle solución al estado en el que se encontraba el citado Escuadrón y Db, como oficial de mayor rango, ocupaba la Capitanía en funciones, aunque sin ningún privilegio, durante ya más de una década. Cierto es que contaba con la asistencia de Kaiser y, de tiempo y tiempo, de Manuls, que aportaban la experiencia que habían adquirido como máximos mandatarios del Escuadrón para poder hacer más liviana la labor de mi amigo.

No fue Db la única incorporación a la Academia. También Mitsuko, que, como recordarás, fue mi primera discípula, acabó ocupando de forma estable un cargo que se había estado rotando por toda la Duodécima División como encargada de cátedra de las asignaturas científico-técnicas, necesarias para ocupar un cargo de prestigio en el cuerpo de Investigación y Desarrollo.

Por otra parte, en la División habíamos encontrado una cierta estabilidad. A pesar de la marcha de Nalya, Henkara, confiada en su vuelta, había decidido mantenerla en su puesto de Tercer Oficial, aunque en la práctica Blod ocupaba dicho cargo en funciones en las escasas veces en que era necesaria su presencia.

Contábamos también con algunas incorporaciones importantes, entre ellas Ari, a quien el viejo Kaiser Wolf seguía llamando "mi protegida", y un prometedor compañero de promoción suyo llamado Kyrek. Además de aquello, la Cámara de los 46 nos había reservado una pequeña gran sorpresa y es que, por las mismas fechas que ellos dos ingresaban en la División, se decretó el traslado desde el Sexto Escuadrón de Headbone.

Y esto nos lleva al punto inicial, pues es en esta época donde he decidido situar el comienzo de este mi segundo libro, en el verano del año 4372 después del Gran Estallido. Obviamente, habría bastante más que contar, como la estancia de mi padre adoptivo durante mi vida mortal, Uxío, entre el peculiar Clan Wolf, pero considero que no debo extenderme más en este momento y abordaré los temas necesarios en el instante oportuno.

Como decía al comienzo, era aquella una cálida mañana estival. Hacían varias semanas que habían terminado los últimos exámenes en la Academia y había decidido tomarme un pequeño período de vacaciones antes de retomar los trabajos de investigación para un nuevo libro que estaba preparando sobre la historia de mi familia.

Sin embargo, esas vacaciones se ceñían únicamente al ámbito académico. Ni el trabajo en la División, que casi diariamente suponía alguna misión de eliminación o bien de patrulla, ya fuese ésta en el mundo mortal, ya fuese en el Sereitei, ni la responsabilidad educativa que había adquirido para con Kyo permitían que ese descanso fuera completo, pero tampoco importaba demasiado. Al fin y al cabo, esa era la vida que yo había escogido y, aunque echaba en falta ciertas cosas, era bastante feliz.

Precisamente, aquella mañana estaba realizando los habituales ejercicios de meditación junto con Kyo, antes de comenzar nuestro entrenamiento cotidiano. Notaba que cada vez era menos lo que podía enseñarle y cada vez estaba más convencido de que llegaría alto si conseguía dominar todo su potencial, algo que suponía una gran ventaja y, también, un gran peligro.

– ¡Rido! – llamó la voz de Ari, sacándome de mi concentración.

– Buenos días – me levanté, haciéndole un gesto a Kyo para que entendiese que él debía seguir realizando sus ejercicios.

Al levantar la vista, pude ver como mi compañera venía cargada de carpetas de color pálido, una de las cuales me entregó con su cola, que utilizaba como una extremidad más. Sobre la portada, un nombre desconcertante…

– Henkara me ha pedido que informe a todo el mundo de esto – dijo mientras yo tomaba el expediente.

– Yorokonde… – leí en alto.

– Yorokonde – repitió, como confirmándolo. – Se trata…

– Tranquila – la interrumpí con una sonrisa. – Lo sé.

"Yorokonde", el Distrito 72 Norte, el infierno helado al que había sido enviada aquella pobre muchacha, aquel espíritu de tierra que había tenido que purificar en Kyoto como parte de mi primera misión en solitario hacía ya mucho tiempo.

Durante años aquella palabra había pesado sobre mi conciencia como una especie de maldición, como si hubiese tenido parte de culpa en aquel fatal destino al que había sido asignada, aunque mis más cercanos se empeñaban en sacarme de esa idea, sobre todo durante la primera época.

Contando rápidamente el tiempo que habían transcurrido desde entonces, me di cuenta de que aquel sello que le había impuesto bien podía estar comenzando a debilitarse. ¿Cuánto había pasado ya? ¿Veinte años? Quizás se acercaba el momento que la Dama Fortuna había estipulado para ser aquel en el que nos reencontráramos. Quizás aquel solitario "Yorokonde" en la cubierta de aquel expediente fuera una señal de su cercanía.

– Rido… – me devolvió a la realidad.

– ¿Sí?

– Ni que hubieras visto un fantasma…

– Casi… – murmuré, apartando finalmente la vista de la carpeta.

– ¿Y eso?

– Creí que te había contado ya la historia… – sugerí.

– Puede ser, pero con la entrada en la División, el cambio de aires y esas cosas tengo la cabeza en mil historias – se disculpó. – Ya me la recordarás, que ahora no hay tiempo.

– ¿Qué es tan urgente? – me interesé.

– Vamos a participar en un dispositivo conjunto con la Decimotercera División – explicó.

– ¿Dispositivo conjunto? ¿Por qué?

– Porque la Cámara de los 46 ha decretado la Ley Marcial en la zona – afirmó con un tinte sombrío en su voz. – Se nos ha ordenado tomar el distrito y…

– ¿Pero por qué? – insistí. – ¿Qué es tan grave?

– Esto – respondió, desplegando un mapa que había sacado de una de las carpetas.

Sobre el plano, había dibujadas una serie de flechas que partían desde el Anillo Exterior y el Distrito 80 Norte y que avanzaban hacia los distritos más interiores. Conocía la zona, era el lugar de paso casi obligado hacia las Montañas del Aullido, el hogar de los Wolf.

– No puede ser… – susurré pensativo.

– ¿Qué no puede ser?

– Ese idiota de Banisher… – murmuré.

– ¿Banisher? ¿El hermano de Gaby?

– El mismo – asentí. – El territorio de los lobos se extiende a través de estas montañas – señalé una zona.

– ¿Crees que son ellos?

– No – me apresuré a aclarar. – Aunque Banisher ostente el título de Caudillo, siguen siendo leales a Kaiser.

– ¿Entonces?

– Me extraña que alguien haya podido atravesar la frontera norte sin que ellos informaran…

– Pudieron haber informado, ¿no?

– Supongo que Kaiser hubiera comentado algo… Pero también hace un par de semanas que no le veo así que… Bueno, da igual – me encogí de hombros. – Ya lo hablaré con él más tarde. Volvamos al tema.

Había un motivo más para estar preocupados: la razón que me había llevado a conocer el Clan Wolf y aquella zona del Anillo Exterior había sido la localización en la zona de un posible operativo de Nadie. Aunque aquello había sido una falsa alarma, la capacidad de ocultación a los sentidos que habían demostrado sus hombres hacía pesar una ligera sombra de duda. ¿Y si realmente nos habíamos equivocado al suponer la no existencia de un puesto de la organización en la zona?

De todas formas, no quería dar la voz de alarma respecto a aquello. No a Ari que, en cierto modo, era bastante ajena a toda la trama que me envolvía junto a Nadie. Se lo comentaría a la Jefa antes de embarcarnos en la misión, pero sólo era una vana suposición y comentarla en alto, aunque fuera con alguien con el que tenía tanta confianza como Ari, podía crear una psicosis ante la próxima misión muy poco recomendable.

– Eso, que aún tengo más gente a la que informar – reaccionó. – La situación es la siguiente. Un ejército ha partido de estos dos puntos y aprovechando el cauce del río ha tomado los distritos al norte del 75 – señaló el área sobre el mapa.

– ¿Se sabe quiénes son?

– Desconocemos la identidad de los que han cruzado la frontera, pero parece ser que hay altas posibilidades de que el batallón que ha partido del Distrito 80 esté formado por todas las bandas de asesinos que…

– Entiendo… Es razonable – comenté con tono pensativo. – Entonces supongo que su estrategia será continuar por el río hasta Yorokonde y desde allí extenderse a los distritos 73 y 74. Con esta cadena montañosa aquí haciendo de frontera natural y el Anillo Exterior al norte… Controlarían todo el Norte del Rukongai de forma casi independiente.

– Eso es lo mismo que ha dicho la Capitana Henkara – corroboró. – Quiere que diseñes una estrategia y que te reúnas con ella dentro de una hora en su despacho.

– Entendido – asentí con la cabeza mientras recogía mi carpeta.

– Espera…

– ¿Sí?

– Vas a tener que dirigir también un grupo de inteligencia – apuntó.

– No hay problema – sonreí. – ¿Podrías…?

– ¿Podría qué? – preguntó cuando vio que me había detenido.

– Nada – corregí. – Tienes que avisar a los demás.

– ¡Cierto! – exclamó justo antes de salir disparada en busca de algún otro miembro del Escuadrón.

Mientras observaba como, aún cargada de carpetas, Ari se alejaba, me acerqué de nuevo a Kyo y le pedí que buscara a Irah para hacer un poco de ejercicios con la espada. No era la mejor opción, pero tenía que solucionar aquel entrenamiento de alguna forma y era de suponer que todo el resto de oficiales de la División estarían ocupados con la misión.

Me dirigí luego hacia la biblioteca del Cuartel, hacia un pequeño rinconcito del que me había apropiado a lo largo del tiempo y donde tenía los pocos libros que había sacado de mi despacho en la Academia para aquel período vacacional. Allí extendí de nuevo el mapa y analicé la situación pero sólo una palabra y una posibilidad rondaba mis pensamientos: "Nadie".

¿Y si habían vuelto? Sería demasiado ingenuo pensar que habíamos acabado con ellos en la batalla que se había librado en la casa de mi familia seis años atrás, aunque también sería incorrecto pensar que el golpe que habíamos asestado era duro, al menos tan duro como había sido para nosotros la muerte de Kyo. Ikkyuu, Li… Es cierto que ninguno de ellos era el líder de los Nadie, el Sumo Sacerdote, como luego averiguamos que se llamaba, pero también era bien cierto que no eran meros peones.

Casi inconscientemente, envié en dirección a la mansión una mariposa infernal con el objeto de preguntar a Kaiser acerca de lo que podían o no podían saber los hombres de su clan mientras dibujaba con un lápiz líneas que indicaban los que serían los movimientos de nuestras tropas.

La estrategia parecía sencilla: el grueso de nuestro pequeño ejército se dirigiría, atravesando las cordilleras, directamente hacia Yorokonde mientras que dos divisiones inferiores en número se adentrarían en los Distritos 73 y 74, al este y al oeste del 72 y controlarían la zona antes de sumarse a la batalla que, seguramente, se libraría en la frontera entre Yorokonde y el Distrito 75, ya controlado por el ejército "rebelde".

Por nuestra parte, los grupos de inteligencia ocuparíamos la avanzadilla de estos dos pequeños regimientos que se adentrarían en los distritos exteriores para inspeccionar la zona antes de los movimientos y procederíamos directamente hacia el Distrito 72 para poder preparar la gran ofensiva de los ejércitos del Gotei 13 o comenzar a coordinar las fuerzas de resistencia autóctonas que nos pudiéramos encontrar allí.

Eso bastaría para, por lo menos detener y hacer retroceder la amenaza, o eso esperaba. Pero si cabía la posibilidad de implicar a los Wolf en el operativo para que atacaran desde las Montañas del Aullido aquello podría ir mucho mejor. Así, atacando a los invasores desde todos los puntos, podríamos acabar fácilmente con la amenaza.

Volví a convocar una mariposa infernal y sugerí al antiguo y legendario Capitán de la Décima División esa opción, aún siendo consciente de lo laborioso y lo lento que sería la comunicación y la organización con el Clan, incluso teniendo allí a Uxío como un embajador de excepción.

Consciente de la urgencia de la situación, me levanté y me dirigí, con los mapas bajo el brazo, hacia el primer piso del Cuartel, donde se encontraban las dependencias de la administración divisional. Tras recibir una indicación de Henkara para entrar, abrí la puerta y descubrí que, junto a ella, se encontraba también Ela, la Capitana de la Decimotercera División que, según me enteré poco después, coordinaría el operativo desde el terreno.

– Buenos días – saludé respetuosamente a ambas.

– ¿Tienes lo que te pedí?

– Aquí está – anuncié, desplegando los mapas sobre el escritorio de la Jefa. – Formaremos tres batallones y dos cuerpos de inteligencia de unos 4 ó 5 miembros. Además, este batallón de aquí – señalé el centro del plano – será más numeroso que los otros dos… el doble más o menos. Será…

– Nuestra fuerza de combate principal – completó la frase la Capitana Ela. – Perfecto – comentó como si le restara importancia. – Se lo explicaré a los oficiales… ¿Convoco también a los de tu División, Henkara?

– Sí – respondió ella mientras su homóloga ya recogía los planos de encima de la mesa. – Yo me sumaré cuando pueda.

– ¿Qué…? – comencé a preguntar sin entender cuando vi que Ela comenzaba a abandonar el despacho sin que siquiera llegara a exponer totalmente la estrategia.

– Rido, quédate un momento – me ordenó mi superior.

– De acuerdo – acepté mientras aún seguía con la mirada a la Líder del Decimotercer escuadrón. – Sólo una cosa – advertí antes de que se fuera. – He enviado un mensaje a Kaiser Wolf. El apoyo de su clan desde el norte podría ser altamente beneficioso. Debería responder en breve.

– Yo me encargo – estableció Henkara, antes de hacer un gesto a Ela para indicarle que no pasaba nada grave. – Cierra la puerta, por favor – me indicó al fin.

– ¿Ocurre algo?

– Más o menos.

La mirada de los ojos carmesís de mi capitana se posó gravemente en mí. Realmente ocurría algo. Pude notar cómo, fugazmente, buscaba las palabras exactas para explicar la situación sin dar lugar a engaños pero también sin dejar lugar para falsos alarmismos. Abrió un par de veces la boca sin llegar a emitir ningún sonido hasta que al fin habló.

– No irás en la misión de esta tarde.

– ¿No iré? – me rasqué la cabeza extrañado. – Ari me dijo…

– Sé lo que te ha dicho, pero la situación ha cambiado – me interrumpió. – Estoy preocupada por la situación de un compañero tuyo – explicó crípticamente. – Se encuentra en apuros.

– ¿Una misión de rescate?

– Podrías llamarlo así – asintió.

– ¿Qué compañero? – inquirí. – ¿Arte? ¿Blod?

– No…

– Los demás ya han regresado de sus misiones…

–No, Rido, no son ellos –me cortó. – Se trata de Nalya.