Disclaimer: Inuyasha y todos sus personajes originales son propiedad de su autora Rumiko Takahashi, los tomo prestados para medios recreativos sin fines de lucro.

Safe Haven
Por: Hoshi no Negai

1. Nueva vida, viejos conocidos

El nuevo apartamento no estaba mal. Tenía dos habitaciones y un baño entre las dos. La sala y la cocina tenían un concepto abierto que ayudaba a darle algo más de proporciones al reducido espacio, pero no era nada demasiado extravagante: un par de sofás dando la cara a un viejo equipo de televisión, una mesita de café, una mesa de comedor con sus sillas a juego… muy al estilo occidental, pensó. Se notaba que nadie había vivido ahí desde hacía tiempo, el aire viciado del lugar cerrado era evidente y aún flotaban algunas motitas de polvo en el aire, siendo sólo visibles por la luz que pasaba por el ventanal que daba al modesto balcón. Aunque también se notaba que se habían esforzado por limpiar todo muy rápidamente para que no luciera apariencia de abandono.

Pero eso no le molestaba para nada. Dejó la última pieza de su equipaje en el suelo y soltó la correa de Ben para que curioseara libremente su nuevo hogar. No había traído mucho consigo, sólo lo necesario para sentirse como en casa. Lo cual era difícil, pues era su primera vez viviendo completamente sola. Y siendo en aquellas circunstancias su primera oportunidad, tenía buenas razones para estar nerviosa.

―Esto es todo, ¿verdad? ―preguntó la oficial Kuwashima, levantando el bolso que Rin acababa de dejar en el suelo. La mujer la pilló observando detenidamente el lugar y le dedicó una sonrisa tranquilizadora―. Sé que no es la gran cosa, pero es un buen sitio. Yo vivía aquí antes de casarme, ¿sabes? Lo compartía con mi hermano menor cuando entré en la comisaría y él aún estaba estudiando. Lo único malo es que Ben no tendrá mucho espacio para correr.

Rin asintió despacio. De nuevo sus ojos viajaban por cada esquina, recodo y puerta, buscando algún punto en el que algo pudiera esconderse entre las sombras.

―Instalamos y probamos cámaras de seguridad hace un par de días. Hay una que da a la entrada del apartamento y otra en el balcón. Incluso instalamos una en la entrada del edificio ―le dijo ella, captando rápidamente el rumbo de sus pensamientos y le señaló los puntos en los que estaban escondidas las cámaras ahí adentro―. También tienes un muy buen sistema de alarma y aunque te sea un tanto incómodo, tenemos esta línea telefónica intervenida en caso de que se repita lo de la otra vez. Nadie puede pasar por aquí sin que nos enteremos, así que puedes decir que para ti, este es uno de los lugares más seguros que hay.

Aunque era gratificante saberse con tanta vigilancia, Rin no parecía demasiado convencida. Ya la habían sometido a ese tipo de equipos de seguridad, y habían pasado por ellos como si no fuera más que un juego de niños. ¿Por qué esta vez sería diferente, aunque estuviera en otra ciudad y con otro nombre?

―Y hay algo muy importante que debo darte. Quería que terminaras de instalarte, o que al menos desempacáramos algo, pero creo que te sentirás más tranquila una vez que te lo dé. Esto ―dijo, sacando un juego de llaves del bolsillo interno de su chaqueta― es un dispositivo muy interesante. ¿Ves el llavero? ―le mostró el artilugio que no era más que un tamagotchi rosado con forma de huevo. Se notaba que era muy viejo―, si presionas este botón durante cinco segundos, sin soltarlo, enviará una señal con tu posición exacta por medio de un GPS que está conectado con nuestros teléfonos y la central de la estación. Si estás en problemas o no te sientes segura, acciónalo y estaremos contigo en menos de lo que canta un gallo.

Rin sintió el peso del llavero cuando fue colocado en su mano y notó que el corazón se le aceleraba. Aquello sin duda era mucho más tranquilizador que tener un sistema de alarma o cámaras de seguridad.

―Nunca lo dejes en el bolso, ¿de acuerdo? Llévalo siempre en tu bolsillo, porque en caso de que te roben, nadie se fijaría en un llavero cuando puedes llevarte una cartera o un teléfono celular. Y si alguna de estas cosas llega a fallar, no olvides que el bueno de Ben está contigo y te protegerá ―sonrió para darle ánimos. El perro levantó las orejas al oír su nombre, pero no despegó el hocico de la superficie que inspeccionaba. Aquel último comentario le arrancó a la más joven una tímida sonrisa.

―¿Terminaron de bajar las cosas del auto? ―preguntó alguien más desde una de las habitaciones. Una mujer menuda y de espeso y ondulado cabello negro se asomó al salón donde estaban las otras dos llevando una caja y unas bolsas vacías en los brazos―. Te cambié las sábanas y acomodé algunas de tus cosas en los estantes. El armario ya está limpio de polillas y polvo para cuando quieras que comencemos a acomodar tu ropa ―le informó amablemente.

Rin, que no se había movido desde que entró, asintió con la cabeza.

―Se lo agradezco, doctora Higurashi.

―No te preocupes. ¿Sango ya te explicó lo de tu nuevo equipo de seguridad?

Sango era la detective Kuwashima, quien estaba a cargo de ella desde el momento en el que puso un pie en Tokio. La mujer llevaba sobre su hombro el equipaje y lo dejó encima de uno de los sillones, al lado de otro par de cajas.

―Sí, aquí lo tengo ―levantó el llavero para mostrárselo. Dos segundos después se arrepintió de hacerlo. No tenía que ser tan confiada y menos con desconocidos. La doctora, fijándose en su vacilación, optó por cambiar rápidamente el tema.

―Hicimos compras esta mañana y te llenamos la nevera y alacena. No sabíamos qué era lo que te gustaba, así que hay un poco de todo. Si necesitas algo, hay una tienda en la acera de en frente. ¿Te parece bien?

―Ah… sí, eso creo.

―No te preocupes, no estarás sola en esto ―la doctora mostró su cara más gentil al presentir que no estaba nada cómoda con todo el asunto―. Estaremos sólo a una llamada de distancia, y hay mucha gente que estará pendiente de ti, así que estarás bien, ¿no es así, Sango?

La otra mujer levantó la vista de la caja de la que sacaba las cosas del perro y afirmó con la cabeza.

―Por supuesto que sí. Ven, Rin, siéntate un momento. Has tenido un día muy largo como para que te quedes plantada en la entrada. Vamos a preparar algo para cenar y luego te ayudaremos a seguir desempacando.

La muchacha volvió a asentir maquinalmente, sintiendo sus piernas muy pesadas cuando intentó moverlas. Esas personas eran muy amables y atentas, se esforzaban por hacerla sentir bienvenida en su nuevo entorno ―y con buenas razones: era parte de su trabajo―, y a pesar de que sabía que sólo querían ayudarla, no podía evitar sentirse rara.

Esa no era su casa ni ninguna otra en la que hubiera vivido. No había nada conocido ahí, ningún amigo o familiar que la recibiera cariñosamente, ningún recuerdo que la hiciera sentir cómoda ni ninguna sensación de apego con nada en especial. Se sentía vacía. Como una intrusa que entra en la vida de alguien más e intenta tomar su lugar.

En algún otro tiempo, cuando era más joven e ingenua, aquel nuevo sitio le habría fascinado. La idea de vivir en la capital por su cuenta siendo independiente le habría hecho colocar una enorme sonrisa. ¿A quién no podría emocionarle sentirse lo suficientemente mayor y libre como para vivir por sí misma? Bueno, a la Rin del presente, por ejemplo. Aquella oportunidad que le ofrecían no le parecía nada más que una nueva forma de amenaza. Lejos de su ciudad natal, donde había construido una vida y muchos amigos, la soledad le parecía peligrosa. Pero sabía que realmente no tenía más opción, y aquella era la única alternativa meramente segura. Ahí nadie la conocía: estaría oculta en un gigantesco mar de gente, mezclándose entre ellos como si fuera una tokiota más. Al menos podría salir a la calle sin miedo a que la espiaran o la señalaran con el dedo, sin temor a tener que repetir lo mismo que la había llevado a ese extremo. O esa era la idea de todo el asunto, al menos.

Con los pensamientos siguiendo aquel curso, Rin comió sin mucho apetito la cena que la detective y psicóloga le prepararon, ni siquiera prestó demasiada atención a lo que consumía o le decían con ánimo de distraerla.

Sango y Kagome se miraron entre ellas cuando acabaron sus alimentos. Pese a sus años de experiencia lidiando cada una con sus complicados trabajos, nunca se hacía más sencillo enfrentar ese tipo de situaciones. Rin en particular tenía un largo camino por delante, y ambas debían mantenerse con ella durante todo el proceso hasta que éste, si la suerte las acompañaba, terminara.

Y eso era lo más preocupante: si llegaba a terminar alguna vez.

La ayudaron a desempacar y acomodar sus pertenencias por el resto de la tarde, tratando de involucrarla en pláticas amenas sin tener demasiado éxito. Kagome se dio cuenta de que tendría mucho que trabajar con ella en sus sesiones si quería que eso cambiara. Su misión era ayudarla a superar sus traumas, devolverle la confianza y reintegrarla poco a poco a la sociedad, una de la que la jovencita no quería formar parte. Y conociendo su caso particular, sabía de antemano que no sería nada fácil.

―Ya se está haciendo tarde ―anunció la detective cuando el reloj marcaba las ocho de la noche―. ¿Quieres que me quede a pasar esta noche contigo? Sabes que no tengo ningún problema en hacerlo.

Rin le dedicó una mirada mientras evaluaba la oferta. Gritar un sí casi desesperado fue lo primero que se le vino a la cabeza. No quería quedarse sola tan pronto, todo estaba demasiado fresco y le daba pavor que la abandonaran a su suerte, aunque fuera sólo por unas horas. Pero tampoco quería abusar de la buena disposición de la mujer. Quizás formaba parte su trabajo y tendría que quedarse si Rin aceptaba, pero no era justo para ella. Kuwashima tenía su propio hogar, y ella conocía muy bien lo triste que era privarse de la compañía de aquellos se que amaba.

No. Tenía que quedarse sola. No tanto por la pena que le daba que supieran lo dependiente que era a esas alturas de su vida, sino más bien porque ya estaba harta de serlo. Debía enfrentar las cosas de una sola vez. Le habían quitado demasiado y no quería que le arrebataran la poca cordura que aún le quedaba.

―Se lo agradezco, pero mejor no. Tengo que acostumbrarme tarde o temprano, así que… mejor que sea temprano ―era como arrancarse una bandita. Si lo hacía lentamente no querría quitársela, pero si lo hacía rápido, dolía sólo por un momento y se libraba de ella.

―¿Estás segura? No pasa nada si quieres compañía por hoy.

―Si quieres podemos quedarnos las dos para que te sientas más cómoda ―secundó amablemente la doctora. Bien sabía ella que en casos como el de Rin, mientras más personas de confianza estuvieran cerca, mejor. Pero cuando la más joven se negó de nuevo, sintió algo de esperanza por ella. Aún después de todo lo que le había pasado luchaba por superarlo por sí misma, y eso en sí era admirable.

Sango era otra historia. Quería creer en ella, pero su experiencia en situaciones similares no dejaba de hacerla pensar en todos los escenarios resultantes de algún pequeño detalle que pudiera salir mal. Realmente se tomaba muy en serio su labor, y aquella chica le despertó casi la misma sensación y necesidad de resguardo que se apoderaron de ella cuando Kohaku desapareció.

La culpa y la ansiedad la invadieron cuando tuvieron que dejarla sola aquella primera noche en una ciudad desconocida para la muchacha. Sólo esperaba que consiguiera dormir un poco y cruzaba los dedos para que los sistemas de seguridad no hicieran saltar las alarmas. Las amigas salían del edificio con algo de reticencia, pues Sango se volteó para asegurarse de que la cámara estuviera en su lugar y funcionara correctamente. En cuanto llegara a casa se conectaría a la red de la comisaría y dejaría que los vídeos en tiempo real corrieran toda la noche para que cada vez que se levantara, fuera lo primero que viera.

―Ella estará bien ―aseguró Kagome al ver a su amiga tan pensativa cuando reanudaron la marcha para salir del edificio ―. Sólo necesita tiempo para adaptarse.

―Sí... eso espero.

Rin las veía alejarse desde las puertas de vidrio del balcón, admirando a su vez cómo el cielo se pintaba de tonos rojos y amarillos por el atardecer, con una jungla de concreto y metal como línea en el horizonte. Antes lo que veía por su ventana no era más que un paisaje con unas pocas construcciones y grandes montañas a lo lejos. La visión de los edificios tan juntos, la gran cantidad de personas y los diferentes sonidos convertían a Tokio en el polo opuesto de su tranquilo hogar a las afueras de la capital de Kioto. Aquel sido un sitio un poco más rural, donde no había tanto ruido y no poseía tanta gente. Aunque había recorrido todo Kioto con anterioridad y sabía cómo era estar en una gran ciudad, Tokio sencillamente no era lo mismo.

Las mujeres doblaron en el recodo de una calle, y ella, desde aquel octavo piso, al fin las perdió de vista

Echó otra mirada detallada a su alrededor sin poder evitarlo. Era una vieja costumbre. Cerró las cortinas del balcón, concentrándose al máximo por regular su respiración que comenzaba a acelerarse.

Encendió todas las luces de la sala y la cocina una por una. Las grandes del techo, las lamparitas, las de adorno… todo lo que estuviera a su alcance para que no quedara ni una pequeña sombra. No era que le temiera a la oscuridad, sino que odiaba con todas sus fuerzas que algo pudiera esconderse en ella. Se preguntó si alguna vez aquella horrible sensación de agobio en la oscuridad terminaría por esfumarse, pero no lo creía posible en ningún futuro cercano. Justo cuando comenzaba a hacerlo, tan solo unas pocas semanas atrás, había sucedido algo que le hizo reforzar su miedo con mucha más fuerza. Eso, y varias otras cosas más.

Recordándose de repente que tenía un asunto que atender con urgencia, se dirigió al teléfono fijo sobre la mesita del recibidor. Era un modelo viejo y algo decolorado, pero ese detalle no podía importarle menos. Siempre y cuando la línea funcionara no tendría nada de lo que quejarse.

Tecleó un número largo que se sabía de memoria y esperó a que el interlocutor al otro lado de la línea contestara.

Buenas noches, residencia Shigeno, ¿en qué puedo servirle?

―Ah, hola, b-buenas noches. ¿Se encuentra el señor Fujika Noto?

Por supuesto, ¿puedo saber quién lo busca?

―Rin, su nieta ―contestó con un ligero tartamudeo, cruzando los dedos para que la mujer no hiciera la pregunta que tanto le incomodaba contestar. Por suerte la recepcionista no hizo ningún comentario y lo siguiente que escuchó fue cómo llamaba potentemente con la boca apartada de la bocina.

―¿Aló? ¿Aló? ¿Rin, eres tú? ―vociferó un minuto después una voz rasposa. La muchacha tuvo que despegar el oído del teléfono para no quedarse sorda.

―Soy yo, abuelo. Estás hablando muy alto, baja un poco la voz ―le dijo entonando con especial cuidado para ser completamente entendible.

Lo siento, Rin, sabes cómo tengo los oídos. ¿Cómo estás? ¿Ya estás instalada?

―Sí, ya tengo casi todo acomodado, sólo me quedan un par de cajas. La detective acaba de marcharse.

Ya veo, ya veo. ¿Cómo te sientes, hija? ¿Estás cansada?

―No mucho. El sitio es bonito, pero me tomará un poco de tiempo acostumbrarme.

¿Acostumbrarte, dices? Es lógico. Pero estás bien, ¿verdad? ¿Has comido algo? ¿La policía te está vigilando? ―preguntó, esta vez en un intento de susurro poco reservado. Ella sonrió un poquito ante el esfuerzo de su abuelo.

―Estoy bien, abuelo, te lo prometo. La detective y mi psicóloga me acompañaron a comer, y la policía me ha instalado cámaras de seguridad. ¿Sabes cuáles son? Como las que tienen en las películas de espionaje que tanto te gustan. Voy a estar bien, no te preocupes. ¿Cómo te encuentras tú?

¿Yo? Nada del otro mundo, hija, sólo preocupado todo el día desde que te fuiste. Sigo molesto porque no me dejaron ir a despedirte.

Rin hizo una mueca al recordar ese pequeño detalle. Aunque sabía que por precaución nadie podía acompañarla hasta la estación de trenes, y mucho menos al aeropuerto donde tomaría su vuelo a Tokio, igual le dolía el no haber podido despedirse debidamente de todos. Pero ya las autoridades le habían explicado que cuanto menos supieran sus conocidos sobre su nuevo lugar de residencia mejor, pues siempre alguien podía sufrir un desliz y ser escuchado por oídos ajenos. O también esos mismos oídos ajenos podrían estar vigilando los movimientos de esas personas y dar con la información aunque no la revelaran.

No, lo mejor era que nadie supiera nada de ella. Solamente le habían informado a su abuelo que estaría en Tokio y nada más, y por ser el único familiar que le quedaba, la policía mantenía un ojo sobre él también sólo para asegurarse de que no fuera objeto de ataques ni acosos como la última vez, dándole rondas al área y manteniendo contacto frecuente con los principales encargados de atenderlo en su estadía.

―Yo también estoy molesta por eso, abuelo. Pero no pasa nada, nos despedimos antes de que saliera a la estación, y ya verás que pronto te iré a visitar. Pero hasta entonces te enviaré cartas a la dirección de correo de la residencia, ellos te las pueden imprimir para que las leas mejor, y te llamaré al teléfono, ¿te parece? Hablaremos muy a menudo, será como si no me hubiera ido.

Ay, Rin, si tan solo fuera así… ―suspiró cansadamente el anciano al otro lado de la línea―. Mientras tanto quiero que me prometas… no, que me jures por tu madre y por tu abuela que te vas a cuidar, ¿me escuchas, Rin? Te vas a cuidar y vas a ser buena, ¿puedes hacer eso por mí?

―Por ti haría lo que fuera, abuelito ―sonrió con melancolía, apretando inconscientemente el teléfono. Cómo quería darle un abrazo―. Tienes mi palabra.

No sabes cuánto te extraño, Rin. Odio que estés tan lejos.

―Yo también lo odio ―se sinceró ella, intentando mantener su tono estable. Hablar con él siempre le daba ganas de llorar: ambos habían perdido mucho en muy poco tiempo, y era absolutamente injusto que cuando más se necesitaban no pudieran estar juntos―. Pero tengo mucho miedo de involucrarte en todo esto, y más aún por cómo está tu salud. Prefiero que estés a salvo donde pueden cuidar de ti como se debe, ya lo sabes. Te lo he dicho muchas veces. Moriría si te arrastrara a todo este embrollo conmigo y te pasara algo malo.

El anciano se quedó en silencio por unos segundos. Rin había dicho lo último con un tono de voz relativamente más bajo y era probable que no la hubiera escuchado demasiado bien. Guardó silencio a la espera de la respuesta de su interlocutor. Era un tema poco agradable de tocar, pero él era obstinado y terco como una mula de malas mañas, y sabía que tendría que repetirle esas mismas palabras otra docena de veces hasta que las aceptara.

―¿Abuelo? ¿Estás ahí?

Sí, hija. Me quedé pensando un rato. Rin, ¿de verdad me prometes que te cuidarás?

―Por mamá y la abuela ―asintió ella, sintiendo que el corazón se le encogía. Su abuelo sonaba demasiado nostálgico y alicaído otra vez. Desde la muerte de su madre, a la que le siguió la de su abuela, no había sido el mismo. Frecuentemente se quedaba sin palabras y se deprimía con gran facilidad. Antes de mudarse, Rin solía visitarlo a la casa de ancianos con toda la frecuencia que le era posible, sin embargo estando ahora lejos le preocupaba que decayera más rápido al encontrarse completamente solo.

Pero eso no podría durar toda la vida. Cuando todo se normalizara podría regresar a su pueblo natal y pasar con él todo el tiempo que quisiera. Tal vez, y con algo de suerte, podrían reconstruir lo poco que quedaba de su pequeña familia antes de que fuera demasiado tarde.

Se quedaron hablando por algunos minutos más, y cuando Rin colgó no pudo evitar sentir un enorme vacío en la boca del estómago.

Era difícil saber quién se sentía peor: si la nieta o el abuelo.

Haciéndose a la idea de cómo pasaría aquella noche, hizo lo que siempre hacía cuando se encontraba nerviosa: ruido. Encendió la televisión y puso un canal aleatorio, dejando que el sonido del programa llenara el vacío del apartamento. Se trataba de otra de las cosas que Rin aborrecía, el silencio. Un rasgo que la había acompañado toda la vida, pero ahora permanecía con ella por la misma razón por la cual no soportaba estar a oscuras por mucho tiempo, y menos hallándose sola.

Se acurrucó en el sofá con la computadora portátil sobre las piernas y Ben echado a sus pies masticando aburrido uno de sus tantos juguetes. Sólo levantaba la vista si la televisión emitía algún sonido que llamara su atención.

«¿Ya llegaste? ¿Estás bien? ¿Te gusta tu nueva casa? ¿Son amables contigo? ¿Cómo te sientes? ¿Se quedará alguien contigo esta noche? ¿Ya cenaste? ¿Cómo se porta Ben? ¿Qué tal el viaje?»

La muchacha sonrió ante los correos que tenía pendientes, todos le hacían más o menos las mismas preguntas con gran desesperación, como si se hubiera ido a vivir al otro lado del mundo o algo por el estilo. Bueno, pensó enderezándose para teclear con más comodidad, al menos responder todos aquellos mensajes le mantendría la mente ocupada el tiempo suficiente hasta que fuera hora de dormir. Y cuando llegara ese momento… ya se preocuparía de qué hacer. Menos mal que esas mismas personas que le escribían a cada rato también estaban disponibles al teléfono durante las horas que las necesitara.

No tiene sentido decir que aquella noche no fue para nada buena. Cuando inevitablemente tuvo que abandonar el cómodo nido que se había hecho en el sofá para ir a la cama luego de algunas llamadas telefónicas, las horas que había pasado relativamente tranquila en la salita se esfumaron como si no hubieran existido. Fue agobiante, extraño y difícil, pero no imposible.

Quizás sólo había dormido por unas cuatro o cinco horas, pero cuando al fin llegó la mañana, se sintió tan aliviada que ni siquiera le importó estar exhausta.

Se vistió con ropa ligera y recogió el desastre que había hecho en la víspera al pasar agazapada en el sofá hasta más de la media noche. Había ropa, almohadas, envoltorios de golosinas, un par de vasos de plástico y algunas bolsas desparramadas por ahí. Además de los mordisqueados y babosos juguetes de Ben, claro, que era tan desordenado como su propia dueña.

Cuando estaba desarmando las escasas cajas de su improvista mudanza para llevarlas al contenedor, llamaron enérgicamente a la puerta. El perro levantó la cabeza con atención, pegándose a sus piernas mientras se dirigía a abrir, no sin antes echar un buen vistazo por la mirilla y comprobar que no había motivos de alarma.

―¡Calma, Ben! ―tuvo que agarrarlo por el collar para que no saliera en estampida contra quien estaba en el umbral―. ¡Cuánto lo siento! No pasa nada, perro tonto, tranquilo. No es agresivo, sólo se altera cuando tocan a la puerta, lamento haberla asustado ―se excusó Rin, en vista de que la señora había dado unos pasos atrás por la impresión. Se trataba de una anciana robusta, con el cabello atado en un apretado moño y un parche en el ojo derecho. Supo de quien se trataba al instante, la detective le había hablado de ella mientras estaban en la estación de policía, y por lo tanto, sabía que iría a verla a primera hora de la mañana―. ¿Es usted la señora Kaede Kuwashima?

―Así es ―asintió, aún mirando recelosa a Ben―. Mi nieta Sango me pidió que te diera la bienvenida al edificio. ¿Cómo pasaste la noche? ¿Todo bien?

―Sí, gracias. Las primeras noches en un sitio nuevo son siempre algo extrañas, pero ya me acostumbraré ―hizo un gesto con la mano para restarle importancia. No sólo la noche anterior había sido extraña, sino también altamente estresante, pero eso no necesitaba saberlo aquella señora.

Rin la miró un segundo, indecisa. Era asunto de cortesía invitar a pasar a un visitante, pero no se sentía del todo cómoda con la idea. No era que la ancianita le diera un mal presentimiento, o como si no hubiera equipos grabando cada uno de sus movimientos, pero sus malas experiencias la habían hecho desconfiada con el pasar del tiempo.

Dándole un vistazo a la cámara oculta que daba a su puerta de entrada, Rin finalmente se decidió.

―¿Le gustaría pasar y tomar algo? Puedo prepararle café, aunque todavía no estoy muy segura de cómo funciona esa máquina.

―La verdad es que me gustaría que pudiéramos hablar un poco, pero no creo que a tu amigo le haga gracia la idea ―tildó con la cabeza señalando a Ben, quien gruñía por lo bajo. Rin se coloreó de vergüenza, murmurando atropelladamente más disculpas―. No te preocupes, está bien. ¿Has desayunado ya?

―Eh, sí, terminé hace poco ―mintió a medias: dudaba que un vaso de leche y un par de galletas fueran un desayuno completo.

―Bien, bien. ¿Te apetece acompañarme a dar una vuelta por aquí? Te vendría bien conocer un poco la zona.

Rin la observó dudosa por un momento. Se notaba que la señora intentaba ser amable, pero no estaba del todo convencida de querer salir de la seguridad del pequeño apartamento.

―Él puede acompañarnos. Hay un parque bastante grande cerca de aquí en el que podrá correr ―la tentó la anciana.

La chica, apelando más a su cortesía que a su incomodidad, no tuvo más opción que asentir lentamente con la cabeza.

―Seguro, creo que eso estaría bien. Pero… ¿no habrá problemas con la detective Kuwashima? Ella vendrá en la tarde.

―No, qué va. Me encomendó la tarea de darte la bienvenida al vecindario, y la llamé hace poco para informarle.

Con aquella respuesta Rin no tardó mucho más en decidirse. La verdad era que no le apetecía salir, prefería acurrucarse de nuevo en el sillón y no moverse en todo el día. Pero si quería superar sus malos tragos era mejor empezar cuanto antes, pues nunca era demasiado temprano para hacerlo. Tomó la correa del perro, se puso los zapatos deportivos y siguió a la mujer que la esperaba en el pasillo para abordar el ascensor.

―Tienes mucha suerte, ¿sabes? Acaban de repararlo, estuvo dañado casi una semana entera. Menos mal que tenemos tres juegos de ascensores, porque sino los del último piso se habrían vuelto locos con tantas escaleras.

Rin sonrió por educación, imaginándose que a ella tampoco le haría mucha gracia tener que subir y bajar tantas escaleras, en especial cuando tuviera que comprar el saco de doce kilos de pienso para Ben. Miró al perro calculando qué tan rápido podría subirlo como mínimo dos veces al mes.

Se hizo un corto silencio que transcurrió muy lentamente mientras el elevador bajaba, marcando los pisos en la pequeña pantalla encima de la puerta.

―Dime, Rin, ¿te gusta el apartamento? ―preguntó la anciana cuando llegaban al cuarto piso―. Espero que Sango lo haya limpiado un poco, no recibía visitantes desde hacía mucho tiempo.

―Es agradable ―admitió ella algo intimidada. No le había dicho nunca su nombre, por lo que supuso que la policía se lo había mencionado. ¿Qué más le había llegado a contar sobre ella? Tuvo que echarle una mirada de reojo, esperando que no supiera exactamente por qué estaba de un momento para otro en esa situación.

Pero la viejita, que tenía la apariencia de ser muy perceptiva, parecía saber más de lo que Rin quisiera que supiese.

―¿Sango te explicó dónde queda cada cosa? ¿La estación de trenes, de policía, de autobuses? ¿Sabes los nombres de las calles para no perderte?

Sí, definitivamente esa mujer sabía más de lo que aparentaba.

―Ayer me explicaron muchas cosas en la estación, pero no todo ―admitió por fin, resignándose a no fingir más inocencia―. Como la detective y la doctora Higurashi vendrán en la tarde, imagino que me explicarán cada detalle entonces.

―Es una buena área ―dijo la señora tras una pausa mientras llegaban al segundo piso―. Algunos centros empresariales, locales comerciales, y más que nada, residencias familiares. Como la estación de policía está sólo a dos paradas de distancia, todo es muy tranquilo. Lo más interesante que puedes ver son estudiantes fugados de clase y los profesores dándoles persecución.

Rin sonrió vagamente ante aquel comentario, aunque para ser sincera no le estaba prestando demasiada atención a su interlocutora. Intentaba tranquilizarse lo suficiente como para salir del edificio sin que le diera un pequeño ataque de ansiedad. Cuando alcanzaron la planta baja, se animó a preguntar:

―¿Va a algún sitio en específico, señora Kuwashima?

―Sí, sí, a la farmacia y luego a la tienda. Puedes esperarme en el parque si quieres, están muy cerca.

―Eh… n-no sé si sea muy buena idea ―Rin se detuvo en seco cuando pasaban la entrada y se volteó rápidamente para ver dónde estaba la cámara de seguridad.

―O puedes esperarme afuera, aunque creo que tu amigo se aburrirá. Te aseguro que no pasará nada, no demoraré ni veinte minutos ―la mujer se giró un poco más para verla mejor por su único ojo. Rin se hubiera preguntado la razón por la que llevaba parche, pero había otras cosas en su cabeza en ese momento―. Te hará bien estar un momento a solas en un sitio tranquilo. Aquí no corres peligro, corazón, y te darás cuenta tarde o temprano. Además, si así no fuera, ¿crees que tu guardián no te protegería? ―volvió a señalar a Ben con la cabeza. Estaba completamente seria, pero no de forma amenazante, sino más bien franca y lógica.

¿De verdad lo sabrá absolutamente todo? ¿La detective le dio hasta el más ínfimo detalle? Se preocupó ella, pero a juzgar por la mirada inquisidora de la anciana, muy astuta por cierto, terminó de convencerse que para esa mujer no existían secretos con respecto a su historia. Se sintió muy avergonzada y triste; no le gustaba que la gente supiera lo que le había pasado. Era repugnante, y no quería ser objeto de juicios personales ni de lástima de nadie, especialmente ahora que se creía tan lejos de todo aquello.

Aunque, sin contar sus lúgubres pensamientos, la mujer no parecía juzgarla ni dedicarle esas miradas tan desagradables.

―¿De verdad lo cree? ―preguntó por lo bajo.

―Por supuesto que sí. Las viejas solemos saber muchas cosas ―le comentó enigmáticamente―. Ahora, ¿qué me dices si nos ponemos en camino? El clima está delicioso.

Kaede echó a andar enérgicamente por la acera de adoquines sin esperarla, entrelazando sus dedos en la espalda. Rin no tardó en situarse nuevamente a su lado y juntas avanzaron por un par de cuadras. La jovencita se sorprendió al ver las calles tan amplias y poco concurridas, tanto por autos como por personas. Entre ellos se encontraban algunos estudiantes de secundaria que pasaban caminando tranquilamente, conversando y bromeando entre ellos. Los vio atravesar la calle sumidos en su propio mundo, y sintió una oleada de nostalgia. Extrañaba esos días de colegiala, todo parecía mucho más sencillo cuando la única meta cercana era acabar los deberes y estudiar para los exámenes.

―Aquí está mi farmacia. Espero que haya llegado el pedido, no quisiera esperar a mañana. La tienda a la que iré después está más allá ―señaló un local de vidrios transparentes y toldo rojo al extremo de la calle―. El parque está justo en frente, así que no estaremos lejos. ¿Te animas a explorarlo o prefieres quedarte por aquí?

―Creo que me gustaría darle un vistazo ―le contestó y la anciana se mostró satisfecha. Mirando hacia todos lados, la chica y el perro cruzaron la calle por el paso peatonal y se detuvieron antes de atravesar la entrada. No había muros ni rejas, pero sí unas altas paredes de setos perfectamente recortados, y entre ellos estaba talada una entrada parecida a un arco incompleto. Kaede no entró a la farmacia hasta que ambos hubieron pasado el umbral.

Rin se sorprendió gratamente mientras contemplaba el enorme lugar. Había muchos árboles plantados estratégicamente, más grandes variedades de floridos arbustos, miradores de madera pintada de blanco y banquitos clásicos. Estaba segura de que encontraría más cosas conforme lo recorriera, pero eso era todo lo que se veía desde la entrada. En pocas palabras, era encantador. Un agradable cambio en contraste con la cantidad de edificios que se alzaban por doquier.

Caminó un poco, girando el cuello para admirar nuevos detalles que saltaban a la vista. También había estanques artificiales, fuentes y a lo lejos distinguía columpios y toboganes. En vista de que el sitio estaba prácticamente desierto, y al no encontrar ninguna señalización que dijera que estaba prohibido, se atrevió a soltar la correa de Ben del collar.

Su vecina tenía razón; le hacía mucho bien estar a solas en un sitio tan tranquilo, opacaba cualquier pensamiento deprimente o preocupante.

Se mantuvo cerca de Ben, viéndolo mientras perseguía olores con el hocico pegada al suelo y moviendo la cola como loco, echando carreras cortas de vez en cuando. Con el agite de la mudanza, entre otras ocupaciones, el animal no había podido estirar las patas adecuadamente.

Con las manos metidas en los bolsillos de su sudadera verde acarició el llavero que la detective le había entregado la tarde anterior. Era increíble cómo una cosa tan pequeña pudiera hacerla sentir tan segura. Pero en su fuero interno esperaba nunca tener que llegar a necesitar aquel aparato.

Sacó su celular del otro bolsillo, reprendiéndose por haber olvidado informar sobre su posición. Era otra de las cosas que le habían dicho en la estación el mismo día que había llegado a Tokio. Había pasado un buen par de horas sentada en las incómodas sillas metálicas, escuchando cada pequeño detalle que la policía tuviera que darle, haciendo declaraciones, firmando papeles y recibiendo sus nuevos documentos. Era un proceso al que estaba más que acostumbrada: había pasado gran parte de su tiempo declarando en estaciones policiales en los últimos años, así que no era nada extraño. Lo que sí había sido una novedad fue recibir sus nuevos papeles personales. Nuevo número de identificación, partida de nacimiento, certificados escolares… y más que nada, un nuevo apellido. Todo lo referente a su verdadera identidad personal había sido drásticamente cambiado. Lo único que le quedaba de cierto en esos documentos era su grupo sanguíneo y su nombre de pila. Rin era un nombre tan común que los agentes, luego de sus insistencias, decidieron dejarlo tal y como estaba. Era, en realidad, todo lo que le quedaba de su vida real.

Tecleó rápidamente el nombre del parque en el que estaba y a la hora que había llegado al número de la detective, no sin antes desearle los buenos días. Cada vez que saliera del apartamento debía decir el lugar al que iba para que la policía tuviera un registro de sus movimientos y supiera dónde buscarla en caso de ser necesario.

La verdad era que aquello no le importaba. Prefería mil veces que la policía supiera hasta el color de sus calcetines a que lo hicieran los otros que la estaban buscando. Arrugó la nariz con ese desagradable recuerdo, intentando mantenerlo lejos.

Estuvo tentada de leer la avalancha de mensajes de texto que le habían llegado desde la última vez que los había revisado, sólo unas cuantas horas atrás, pero prefirió ni abrir la bandeja de entrada; ya tendría tiempo al volver a casa de responder. Aún no se sentía lo bastante cómoda como para tomarse la libertad de andar desprevenida, ni siquiera por un minuto.

En lugar de eso, se dedicó a escanear el parque de la misma manera que lo había hecho con el apartamento el día anterior. Debía familiarizarse con el entorno y buscar si había algo extraño en él.

Todo parecía demasiado tranquilo como para alertarla, o al menos lo era por el momento. Y francamente, era demasiado hermoso y relajante como para imaginar que podría pasar algo malo ahí.

Tras un buen rato mirando con ojo crítico hasta el matorral más inocente y trazar rutas de escape en su mente, notó que Ben había llegado muy lejos y podría resultar ser un problema. Guardó apresuradamente el aparato de vuelta en el bolsillo, pues aún lo tenía en la mano, y trotó hacia el animal que estaba de lo más entretenido persiguiendo una desafortunada ardilla. Por más entrenamiento que hubiera recibido y por muy obediente que fuera, era imposible hacerlo prestar atención cuando tenía una presa en la mira.

―Vamos, deja a esa pobre ardillita en paz ―trató de calmarlo cuando lo alcanzó. Ben se puso en dos patas, intentando alcanzarla desde el tronco de un árbol. Le costó algo de trabajo hacerlo reaccionar y volver a caminar con la cabeza hacia el frente porque era bastante fuerte, pero cuando lo hizo y se disponía a salir del parque para reunirse con la anciana, se le cayó la correa al suelo.

Justo delante estaba un hombre de cabello plateado, enfundado en un traje oscuro y con un vaso de café en la mano. Él también se había detenido al verla a tan sólo unos pocos pasos de distancia, tan sorprendido como ella, aunque disfrazándolo muy bien.

La boca de Rin se abrió ligeramente, haciendo juego con sus ojos desorbitados y su alocado corazón. Él, en cambio, la miraba con total seriedad, como si hubiera visto algo que debía examinar detenidamente. Sus ojos dorados, fríos e inexpresivos la recorrieron de arriba abajo deteniéndose por más tiempo en su rostro.

Rin lo había reconocido y era obvio que él también.

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¡Hola, guapos! ¡Al fin me decidí a publicar este fic! Ha estado en proceso a la par de Haunted desde el 2014, creo que ya era hora de que viera la luz del... internet xD Como es un AU al 100%, me daba nervios sacarlo. Es mi primera vez haciendo humano a Sesshomaru, así que es normal que me esté comiendo las uñas, ¿no?

Para esta oportunidad, decidí expandir un poco más mis horizontes y hacer una historia bastante diferente a las otras en mi historial. Debo decirles que esta me ha costado aún más que Haunted y Butterfly Wings (mis dos más grandes dolores de cabeza xD), por lo que espero cumplir sus expectativas. Por favor, si encuentran algún detalle que merezca una crítica constructiva, se los agradeceré mucho.

Las actualizaciones serán cada sábado, si no pasa nada que lo impida, porque este proyecto está prácticamente terminado. Hasta la fecha van 32 capítulos listos y el 33 (que espero que sea el último) va a la mitad, por lo que hay tiempo de sobra para acabar las últimas páginas. Varias personas han estado pendientes de mis historias, y por ellas me he animado a publicar hoy, por su enorme paciencia y por siempre darme ánimo con sus mensajes.

Muchas gracias a mi querida beta y amiga Ginny chan por corregir cada dedazo y darme los merecidos guantazos para evitar caer en el penoso OoC. Es por ella que esta historia tiene sentido fuera de mi cabeza, sino sería un desastre xD Un aplauso para Ginny y su fantástico trabajo, por favor :D

Espero que hayan disfrutado el capítulo. Sé que crea muchas preguntas y no se ha explicado casi nada, pero descuiden, esto apenas comienza. Un millón de gracias por haberle dado una oportunidad :)

¡Nos vemos el próximo sábado!