La maldición… Condenados a un amor no correspondido.
Capítulo I: La historia se repite.
Corrí sin detenerme un segundo.
— ¡Garras de acero! – grité mientras mis garras hacían añicos aquellas cuerdas que me sostenían… Feh, estúpidos humanos, creen que un par de hilachas gruesas me iban a contener.
Me dirigí a saltos en dirección al templo, rompí las paredes con mis puños y ahí estaba… la joya más preciada, la que todos los monstruos querían para incrementar sus poderes. La perla de Shikon. Había humo por todas partes ya que había dado vuelta las antorchas con fuego, me cubrí la nariz con mi túnica hecha con tela de las ratas de fuego. Di dos pasos, tomé la joya y salí corriendo. Lancé unas garras de acero en contra de gente que se ponía sobre mi camino.
Mi escape fue perfecto hasta que sentí un flechazo en mi brazo que me hizo soltar la perla de Shikon, seguido de ese flechazo, me llegó otro en el estómago y la pierna. Y la última dio en mi corazón.
— Kagome, miserable…. Como te atreviste – susurré posando mi mano en la flecha que hace unos segundos atrás estaba en manos de Kagome.
— Inuyasha, eres un ser repugnante, no sé cómo te atreviste a robar la perla de Shikon. – respondió ella con odio en su voz, no sé qué fue lo que pasó para que nosotros dos llegáramos a odiarnos tanto. Después de haber trabajado tanto tiempo juntos reuniendo fragmento por fragmento, después de habernos topado con Sango, Kirara, Shippo, Miroku y Kaede. Después de nuestros besos y abrazos. Todos esos recuerdos se hacían nítidos en la mente de ambos. Sólo recuerdo una bruja y algo de una maldición.
Flashback:
— ¡No permitiré lo hagas! – Grité sacando mi Colmillo de Acero, preparándome para hacer el viento cortante.
— Es inútil que lo intentes, ya está casi completo… - Dice Tsubaki.
— Pues entonces te destruiré – Le amenacé haciendo mi mano un puño. Tomé la espada con ambas manos y sentía una energía muy poderosa.
— ¡Ten cuidado Inuyasha! – chilló Kagome mirando tras de mí. Antes de que pudiera darme vuelta, estaba enredado entre un montón de cadenas.
— ¡Maldita sea! – grité con rabia. — Miroku ayúdame a sacarme estas malditas cadenas. – le pedí al monje que no hacía más que mirar a Sango. Él corrió hasta donde estaba yo e intentó sacar las cadenas con pergaminos, pero nada funcionó. Kagome dio un grito desgarrador, y la risa de Tsubaki se extendía por todo el lugar.
— ¡Huraikos! – Gritó Sango lanzando su boomerang en dirección a la bruja, pero el ataque se le devolvió lanzándola por el aire y cayendo bruscamente sobre unos arbustos.
— Inuyasha… Me das lástima, al final recuperar todos los fragmentos no sirvió de nada, puede que estén en manos de Kagome, pero aunque ella posea la perla yo puedo lanzar maldiciones sobre ella y sobre ti. – Se dirigió a mí la maldita sacerdotisa mala, ahora convertida en bruja.
— No permitiré que le hagas daño a Kagome… puedes matarme si quieres, pero prometí que a ella la defendería… ¡Con mi vida! … ¡GARRAS DE ACERO! – Grité liberándome de aquellas cadenas.- ¡VIENTO CORTANTE!
— ¡Puedes matarme ahora pero la maldición durará para siempre Inuyasha, prepárate para el peor fastidio de tu vida, la mujer que amas ahora te odia, y tu también harás lo mismo! – Alcanzó a decir Tsubaki antes de que mi viento cortante la disolviera por completo. No pude sonreír, me preocupaba Kagome, que estaba acostada en el piso a unos diez metros de mí.
— Kagome… Kagome responde, dime que estás bien, dime que me amas… - Dije desesperado tomando su rostro entre mis manos y besando su frente.
— Inu… yasha yo… Te amaré siempre. — Me respondió ella con voz débil, acercándose a mis labios. Nos besamos y la contuve entre mis brazos.
— Perdóname Kagome, no pude hacer nada para evitar esto… — resoplé frustrado.
— No te preocupes, sabes que a mí no me importa lo que me pase siempre y cuando pueda tenerte a ti a mi lado.
— Kagome, no estoy seguro de qué pueda pasar mañana, según Tsubaki nos lanzó una maldición que hará que nos odiemos. —comenté triste.
— Esa bruja… maldita. — Dijo Kagome mientras se inclinaba para sentarse. Yo aún la tenía entre mis brazos, no quería que nadie la sacara de ahí, se sentía bien tenerla tan apegada a mí como si ella me perteneciera.
— Deberíamos aprovechar el poco tiempo que nos queda juntos. – Propuse.
— Nosotros estaremos siempre juntos, lo hemos prometido. – Me recordó ella. Me abrazó fuerte y yo respondí su cálido abrazo, mi pobre chica se encontraba tan débil.
— Pero aún así no se sabe lo que pueda pasar. Aunque siempre ten presente, que si tú alguna vez llegaras a odiarme, yo permaneceré a tu lado protegiéndote pase lo que pase. – Acabé de decir luego de un minuto de silencio. Acaricié su rostro.
— Muchas gracias, Inuyasha.
Esa Tsubaki era una maldita, no podía permitir ver a Kagome así de debilitada, quizás ella comenzaría a odiarme dentro de un par de horas, o quizás minutos… Quién sabe. Lo único que deseo en este momento es despertar de esto en caso de que fuera una pesadilla. El pensar que nunca más podría estar de esta manera con Kagome me deprimía, y sentía un dolor en el pecho cerca del corazón.
— ¿Se encuentran bien? – preguntó Miroku llegando a nuestro lado con Sango en sus brazos.
— Kagome al parecer no está recuperada del todo… ¿Qué tal sigue Sango? Se ha dado un buen golpe. — pregunté preocupado por mi compañera de guerra, sin soltar a Kagome.
— Ha perdido la conciencia, espero que se despierte luego… - respondió Miroku mirando a Sango de la misma forma en que yo miraba a Kagome.
— Miroku, ¿Es que no te has dado cuenta?
— ¿A qué te refieres Inuyasha?
— ¡Estás enamorado de Sango! – le acusé mientras él se sonrojaba.
— Pero qué cosas dices Inuyasha, Sango es una mujer que jamás pensaría en estar con alguien de mi tipo.
— Pero vaya que eres idiota, pero aún así, no tengo derecho a juzgarte, yo tampoco me di cuenta cuando me enamoré de Kagome.
— Inuyasha, ¿Crees que le gusto?
— Si te lo dice alguien como yo… Si – Asentí sonriendo amistosamente.
Después de nuestra conversación de chicas con Miroku, nos llevamos a Kagome y a Sango a la aldea para que se recuperaran junto a Kaede.
Fin Flashback.
Y así fue como pasó lo que ahora se ha convertido en lo peor de mi vida, me pasa por segunda vez, que la mujer que amo se convierte en mi enemiga. Y como estoy enamorado de ella soy incapaz de hacerle algún rasguño… Sólo quiero que Kagome vuelva a ser lo que era antes de la maldición, han pasado tres semanas y ya estoy harto, si Kagome fuera consciente de lo que pasó, me dejaría usar la Perla Shikon para volvernos la buena pareja que éramos antes.
Sango, Miroku y Shippo siguen siendo sus amigos y los míos también, sólo que la única que me interesa es Kagome, por suerte los chicos me cuentan las cosas que hace ella y como se encuentra, la maldición no los afectó a ellos, y si hubiese sido así definitivamente tendría que haberme largado de este lugar con el corazón destrozado y con la sensación de que fui traicionado por las únicas personas a las que quiero.
— ¡Señorita Kagome, por favor deténgase! – era la voz de Miroku quien se aproximaba a ella.
— ¡Atrás su excelencia! – Pidió ella – Este monstruo merece ser corrido de la aldea.
— Por favor Kagome, detente – Imploró Sango tomándola de los hombros.
Kagome me lanzó una mirada de odio.
— Mira, Hanyou… te perdonaré esta vez, pero no te quiero ver nunca más por aquí.
Sólo asentí con la cabeza, Kagome se marchó y los chicos se acercaron a mí para sacar las flechas de mi cuerpo.
— Gracias.- susurré.
— De nada Inuyasha, pero no está bien que siempre te aparezcas tratando de robar la perla – me aconsejó Sango mientras ponía un paño húmedo sobre la herida de mi brazo.
— La quiero para que Kagome vuelva a ser la de antes… con ella he pasado momentos magníficos, además le prometí que si algún día ella llegara a odiarme, ahí estaría yo protegiéndola a pesar de todo. — le conté. Sango quedó perpleja y siguió con lo suyo.
— Ya estás curado Inuyasha – Anunció el monje.
Asentí con la cabeza y me puse de pie. Miroku bajó a la aldea, al parecer lo que hace tiempo atrás le dije no sirvió de nada, aún no lograba nada con Sango. Ya me había alejado unos metros de aquél lugar cuando siento unos pasos que me siguen. Me volteo y era Sango.
— ¿Qué ocurre Sango, por qué me sigues? – pregunté asombrado, nunca había esperado una actitud así de ella.
— Aquella vez… que Tsubaki desapareció… Miroku me tomó en brazos y me llevó hasta la aldea, ¿Verdad?
Asentí con la cabeza.
— Tú mencionaste algo de que él estaba enamorado de mi… ¿Crees que sea verdad? – Sus ojos estaban brillantes.
— Por supuesto que lo creo, a pesar de que sea un monje muy pervertido con las chicas, creo que en verdad él siente cosas por ti.
Sango sonrió feliz.
— Muchas gracias por tus palabras de aliento…
Asentí y seguí caminando. Sango tomó el camino de vuelta a la aldea. Mi actitud ha cambiado mucho desde que conocí a Kagome, tenía unas ganas locas de abrazarla y hablar con ella con cariño, como lo hacíamos hace unas semanas atrás.
Me senté en una roca junto al lado del río, mirando el agua y contemplando mi apariencia extraña… ¿Cómo es que ella pudo haberse enamorado de mí siendo yo tan extraño y antipático? No tengo idea, sólo quiero que todo vuelva a ser como antes.
Cayó la noche y me subí a un árbol para pasar la noche, mientras en mi mente aún habían imágenes de Kagome y yo corriendo juntos y felices en mi mundo. Y yendo de compras en el de ella.
