Introducción.

Ha sido todo un viaje. Desde que me apareció la idea de escribir "Sueño Recurrente", "Divinidad Condenada" era un paso lógico inevitable, y sin temor a equivocarme puedo afirmar que ya se había concretado el proyecto en mi cabeza desde diciembre de 2010, cuando el primer de los relatos de esta saga estaba siendo escrito. ¿A qué viene esta explicación? Es simple: apelo a la condición humana del crecimiento. Creo firmemente en que el ser humano es distinto al resto de los animales por su enorme capacidad de crecimiento, refiriéndome al intelectual desde luego, y dado el gran realismo que el autor de las historias originales pudo imprimir en sus personajes, no sólo los hizo entrañables, sino que los hizo sumamente humanos y vigentes, aún a pesar de lo fantasioso del contexto en el que se desenvuelven. Por eso precisamente me atreví a jugar con ellos y ponerlos en escenarios por los que cualquier persona de nuestra generación pasa obligatoriamente, porque a diferencia de otros personajes de anime —y disculpen la crítica contra el género, que es uno de los favoritos de quien esto escribe— son flexibles, creíbles y repletos de matices comunes con los que fácilmente te puedes identificar, cosa que no cualquier historia te puede ofrecer.

A aquellos que me han seguido a lo largo de esta serie, agradezco de antemano su lectura y los invito a mantener la mente abierta y el corazón joven, porque tengo la firme intención de llevarlos a un viaje un poco más lejano en esta aventura, desde el fondo de las entrañas a perderse en el cosmos, y claro, suplico a quien tenga que suplicarle me de la lucidez para tratar de mostrarlo todo lo que pretendo a través de las palabras.

Sin más que agregar por el momento, los dejo a bordo de este avión. Semper fi!


Divinidad Condenada.

Prólogo.

—Divino. Santo. No necesariamente perfecto. Dame un buen argumento para pensar que Dios es perfecto… o dame una buena razón para pensar que en tu naturaleza humana está implícita la imperfección. Y si esa perfección no está en ninguno de los dos lados, en lo terrenal o en lo etéreo… ¿entonces simplemente no existe?— Dijo con esas pobladas cejas azulosas en alto, con su gesto condescendiente de siempre.

—Es raro que una pregunta acerca de la naturaleza humana venga de alguien que no fue humano… sin ofender—. Le respondo a la difunta alienígena. —¿Por qué me preguntas eso de todos modos?

—Porque es importante.

—Supongo que sí… pero ¿por qué ahora y de esta manera? Una vez más sin ánimo de ofender… estoy plenamente consciente de que este es un sueño… eso significa que tú no eres tú, sino algo que está dentro de mi cabeza.

—Y yo pensé que alguien que había visto tantas cosas como tú podría concebir que esta fuera una forma de comunicación legítima… te hacía de mente más abierta… también sin ofender.

—¿Por qué me hablas de estas cosas?

—Porque tu entendimiento deberá ser más profundo para resolver lo que tendrás enfrente en un futuro muy cercano. Sobre ti cae la responsabilidad de una era entera… otra vez.

—¿Por qué no entras a los sueños de Haruhi y se lo dices directamente?

—No todos podemos tocar a las divinidades—. Dicho eso me iluminó con su sonrisa de tulipán e hizo una reverencia, luego comenzó a caminar en dirección desconocida. En ninguna dirección en realidad… era algo así como un gran espacio blanco donde no era posible decir donde terminaba el suelo y donde el cielo.

—Asakura—. La llamé y ella se detuvo. —¿Volveremos a vernos?

—Por supuesto. Más pronto de lo que crees.


Según lo que los exégetas científicos del sueño cuentan, las representaciones oníricas pueden contener muchas cosas: impresiones, recuerdos, reminiscencias del día, o en el caso de los sueños recurrentes algún asunto no resuelto. Tengo evidencia vivencial de que para muchas personas hay más que eso en sus sueños. Aún hasta el día de hoy no soy creyente de que los sueños nos muestren cosas que vayan más allá de lo que está en nuestra mente, pero la vida se ha encargado de mostrarme que el hecho de no ser un creyente no hace que las cosas en las que no creo no existan. Venía regresando precisamente de uno de esos sueños tan cargados de significado que sería imposible intentar siquiera retenerlos por completo, apenas si puedo contener la sensación que me deja después de despertar, y ni hablar de tratar de interpretarlos. Ha sido el mismo sueño de las últimas semanas: una Asakura que trata de una forma siempre diferente de advertirme sobre algo e invitarme a mantener un criterio amplio.

Mis ojos se abrieron para encontrar la mesita del asiento del avión sosteniendo la laptop en la que acostumbro tomar notas, seguramente el sueño me venció mientras escribía algo. Sólo espero que no haya sido nada importante, porque si fue así, se perdió cuando la batería de la PC se terminó.

Hora de hacer la inspección: si giro a la derecha tengo inmediatamente el pasillo donde transita una azafata repartiendo golosinas o tragos a tiempos indiscriminados; un poco más allá, un asiento triple. En el último lugar, junto a la tronera, Asahina duerme tan despreocupadamente que su escote ofrece un espectáculo al que ningún hombre en sus cabales podría resistirse, y no tanto por el escote en sí mismo, sino por la mortal combinación con ese rostro angelical. A su lado, un ésper que se quitó un lustro de encima con la excelente decisión de rasurarse, duerme parcialmente girado a su izquierda, donde puede encontrar refugio para descansar sin preocupaciones. Y en esa izquierda en la que Koizumi encuentra su tranquilidad, solamente separada de mí por el pasillo, está Nagato, despierta por supuesto, y probablemente en vigilia desde que salimos del aeropuerto de Narita, hace casi seis horas. Yo voy en otro asiento triple y ocupo el lugar junto al pasillo. Sobre mis piernas hay otras piernas más pequeñas y en perpendicular a las mías. Ryoko duerme abrigada con mi gabardina y con la cabeza sobre los muslos de su madre que está en el asiento junto a la tronera. Haruhi tampoco duerme. En lugar de eso, parece prestar demasiada atención a lo que escucha a través de los diminutos audífonos del reproductor de la manzanita… ironías… venimos del país que se supone tiene la mejor tecnología del mundo y ella prefirió una marca norteamericana.

Hice algunos ejercicios de calentamiento a mi cuello, me di un par de palmadas en la cara e hice mi repaso mental. Estaba listo para enfrentarme al nuevo idioma que acababa de aprender, y en ese afán me encontré las últimas semanas, devorando textos de Horacio Quiroga, Gabriela Mistral y Octavio Paz, y por supuesto, el Quijote de la Mancha de Cervantes. Me sentía particularmente orgulloso por eso al compararme con los normales… es decir, si Haruhi se lo proponía (como lo hizo) aprendería el idioma sin problemas en un par de meses, misma dinámica aplicaba a Ryoko, y Nagato sólo debió bajar una actualización para manejarlo, panorama completamente diferente con Asahina y Koizumi, que no habían avanzado más allá de unas cuantas frases… una disculpa mental para Asahina, pero: ¡En su cara, perdedores!

—Pareces interesada—. Le comento a Nagato, que por enésima vez extrae de su caja el objeto enviado por nuestro contacto y responsable de que estemos en este vuelo.

—Es fascinante—. Responde ella entusiasta cual cadáver mientras toma con delicadeza dicho objeto.

Y qué es ese objeto, se preguntarán.

Una pluma. Blanca e inmaculada, más o menos del tamaño de la pluma de un águila, cosa de unos cuarenta centímetros.

Nagato me había explicado cuando la recibimos hace algunos días que la pluma era diferente. "No pertenece a ninguna especie animal conocida, presente, extinta o prehistórica, y ningún camino evolutivo existente llevaría a esta genética en los próximos cien millones de años". Pregunté si sería artificial y un "no" redondo hizo aún más confuso el panorama.

—Quisiera hacer un experimento con ella—. Me consulta sin retirar sus ojos de ese blanco que no parecía siquiera recibir al polvo.

—Adelante.

En un acto que se antojó infame, tomó las barbas de la pluma y las estrujó. Sentí que sería una pena ver arruinada tan bonita pieza, pero de sólo soltarla y agitarla una vez, la pluma recuperó su forma, como si nunca hubiera sido tocada.

—Eso fue horrible, no vuelvas a hacerlo, Yuki.

¡Demonios! Esa frase la lanzó Koizumi… es espeluznante escucharlo llamar a Nagato por su nombre de pila, tal vez nunca me acostumbre. Se estiró en su asiento y se unió a la ronda de pruebas improvisadas a nuestra nueva reliquia. Asahina despertó un poco después, y luego de dar un profundo bostezo, nos veía con curiosidad mientras hacíamos conjeturas.

—Tal vez sea una pluma mágica—. Dijo con inocencia. Al parecer ella tampoco tenía información útil al respecto.

—Espero que no—. Respondí. —No me gustaría que un grupo de aurores nos estuviera esperando al bajar del avión.

—Sí, eso no sería bueno… ¿aurores?

Nota mental: regalarle a Asahina la colección de libros de Harry Potter.

—¿Siguen perdiendo el tiempo con esa cosa?— Preguntó Haruhi cuando nuestro barullo no le permitió seguir escuchando música.

—De hecho, Suzumiya, estaba a punto de proponer una prueba más… ¿me permitirías un poco de tu rímel?— Respondió el ésper, como si acabara de descubrir algo.

Haruhi arrugó el entrecejo, pero accedió y le alcanzó el tubo de negro maquillaje. Koizumi tomó el bolígrafo de su bolsillo de pecho y se le dio a Nagato junto con una servilleta.

—¿Podrías escribir en la servilleta lo que voy a dictarte?— Nagato accedió y se preparó para escribir. Koizumi interpuso su mano entre la cara de Nagato y el papel y se apuntó hacia los ojos. —Por favor, sin mirar el papel.

—De acuerdo.

¿A qué está jugando este loco? Si no resulta en algo sumamente asombroso, lo golpearé de tal forma que despertará de vuelta en Japón. Estoy seguro que mi esposa está pensando exactamente lo mismo. Koizumi dictó:

—"Cuando muera, no me llevaré nada".

En fracciones de segundo, con ese hiragana que parece de impresión, Nagato había tomado nota.

—Interesante—. Fue lo que concluyó el ésper… ¿Qué fue interesante, soberano idiota? Estuve a punto de lanzar esa pregunta justamente con esas palabras cuando lo vi abrir el tubo de rímel y mojar con él la punta de la pluma y dársela a la alien… ¿qué demonios pretende? —Por favor, Yuki, vuelve a hacerlo sin mirar el papel… "Cuando muera, no me llevaré nada".

—¡Pero qué mier…!— dijimos Haruhi y yo al unísono al ver el resultado.

Sobre el papel estaba escrito, en letra perfecta lo siguiente:

Y cuando llegue el día del último viaje,

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.

Nagato parpadeó perpleja al ver lo que había escrito.

—No sabía que hicieras poesía, Yuki…— Lanzó la detective tratando de hallar lógica a lo que recién pasó.

—No la hago. No escribí voluntariamente este texto, aunque según mis registros, transcribí textualmente las palabras dictadas por Ko… por Itsuki. No entiendo el resultado.

—Esa cosa está endemoniada…— Dije en broma y cerrando con ello la ronda de pruebas. Nuestra pluma volvió a su empaque y nosotros a nuestros asientos. —¿Y qué escuchabas tú con tanta atención?— Pregunté después a Haruhi.

—Oh, debes escuchar esto…

Puso uno de sus audífonos en mi oído y oí acordes de una guitarra tristísima. Y si bien la música me pareció triste, la letra era deprimente:

Si yo muero primero, es tu promesa,

Sobre de mi cadáver dejar caer

Todo el llanto que brote de tu tristeza

Y que todos se enteren fui tu querer.

Si tú mueres primero, yo te prometo,

Que escribiré la historia de nuestro amor

Con toda el alma llena de sentimiento;

La escribiré con sangre,

Con tinta sangre del corazón

—En efecto… dan ganas de lanzarse al vacío—. Le dije cuando la canción terminó, un tanto contagiado por ese espíritu nostálgico.

—Pero… ¿no crees que es perfecta para nosotros…?

—Quizás… pero no quiero que mueras aún… más importante, no quiero morir todavía.

—Tarado.

Ya son mediados de octubre. Miré a Ryoko, quien hace pocas semanas cumplió siete, tan plácidamente dormida como aquel que sabe que no tiene absolutamente nada que temer. Y así era, dormir en el regazo de alguien como Haruhi te hace tener esa sensación. Unos minutos después, la luz dorada del amanecer entró por las troneras, indicando que la hora local no debía superar las seis de la mañana.

Los altavoces del avión anunciaron nuestra proximidad con nuestro destino, una vez más en América. Los últimos dos años el trabajo de mi esposa nos ha hecho viajar mucho por acá: Buenos Aires, Santiago y hace apenas unos meses Nueva Jersey.

Con delicadeza, Haruhi pellizca las mejillas de Ryoko.

—Ryoko-Chin, despierta, mira las montañas.

Sólo le tomó unos segundos espabilarse y se sentó en las piernas de su madre para ver el panorama, yo me acerqué también.

—¿Quieres saber la historia de esas montañas?— Le pregunto a mi hija, que devora con la mirada a los titanes kilómetros abajo.

—Sí—. Dice escueta, aunque entusiasmada.

—Cuenta la leyenda que ella era una doncella, hija de un emperador y la joven más hermosa del reino. En esas lejanas épocas era la usanza sacrificar a los dioses a esas muchachas tan especiales. Ella estaba enamorada de un valiente guerrero y él la rescató del destino que la esperaba… sin embargo, mientras ambos escapaban hacia su libertad, una flecha alcanzó a la princesa, él la tomó en brazos y logró escapar junto con ella, encontrando refugio en este valle. Él juró cuidar a su amada hasta que despertara, aún si eso nunca sucedía y la recostó en un lecho de vegetación perfumada y él se hincó a su lado, esperando. El tiempo pasó y ella no despertó, los dioses, conmovidos por el valor y la lealtad del guerrero, los convirtieron en estos dos volcanes, para perpetuar hasta la eternidad su historia de amor.

—¿Estás seguro que esa es la historia?— Me pregunta Haruhi.

—Es una de las versiones. Con pequeñas diferencias entre ellas, todas cuentan más o menos lo mismo.

—El "guerrero" me recuerda lejanamente al monte Fuji.

—Yo creo que esa historia se parece a la de ustedes—. Dice Ryoko sin despegar la vista de la diminuta ventana.

Estudiamos detenidamente las dos alternativas que la comisión de Haruhi nos había propuesto y al final optamos por esta, la otra nos haría volver a los Estados Unidos… a un pueblito fantasma del Condado de Toluca, al Oeste de Virginia que sonaba muy interesante… ¿cuál era el nombre…? ¿Silent Village…?

—Silent Hill será donde pasemos las próximas vacaciones, la idea de ir a un auténtico pueblo fantasma también me emociona—. Dijo Haruhi aún viendo por la ventana.

—Ya estuvimos en Prípyat por si no lo recuerdas.

—Sí, pero Prípyat es aburrido… no está embrujado.

Y seguramente Silent Hill tampoco… pero no tenía sentido hablar de eso, era mejor concentrarnos en este trabajo.

Unos instantes después, el panorama mostrado por la misma ventanilla me regresó un poco a la realidad. Al centro de aquel valle montañoso se erguía la siniestra cúpula oscura que produce la contaminación sobre todas las grandes ciudades del mundo. Mi mente voló hasta el compartimento del equipaje, metros abajo, donde ocultos en una bolsa para palos de golf y camuflajeados con la magia de Nagato viajaban los dos sables que conformaban mi Daisho, desde la experiencia de Nueva Jersey me hice el propósito de no viajar de nueva cuenta sin mis fieles espadas.

Los altavoces sonaron una vez más, esta vez anunciando que en pocos minutos estaríamos aterrizando, y solicitando abrocháramos nuestros cinturones mientras las maniobras correspondientes eran realizadas.

Una vez más esa sensación… de que algo inmenso está a punto de desbordarse sobre nosotros, esa incertidumbre que me molesta al pensar que quizás esta aventura podría ser finalmente aquella que no seremos capaces de manejar. No debería quejarme tanto, este es nuestro trabajo después de todo, y espero de corazón que no sea el último. ¿Y qué es lo que buscamos aquí? Bueno, tenemos mucho de donde escoger: drogas, corrupción, crimen organizado… al dar un último vistazo a los miembros de la brigada pude notar sonrisas nerviosas. Parece que todos, a su modo, experimentan este mismo sentimiento, excepto por Ryoko, cuya inocencia la mantiene a salvo de la zozobra que consume a los adultos; y Nagato, que apenas comienza a aprender sobre como mostrar sus emociones.

Eché un último vistazo a las montañas… la bella Iztaccíhuatl seguía ahí, recostada, cubierta por ese blanquísimo atuendo de nieve inmaculada, custodiada hasta la eternidad por el valiente Popocatépetl, que lanzaba con arrogancia una fumarola al cielo, como tratando de demostrar que a pesar del tiempo aún era viril.

El Valle del Anáhuac nos recibía esa mañana pintado en los colores del amanecer, en cosa de minutos tocaríamos tierra en las pistas del Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México.

Prólogo.

Fin.


¡Y aquí vamos! Bueno, por aquello de que se vaya a ofender el autor y todo eso: Haruhi Suzumiya y sus correlativos (Excepto por Ryoko Suzumiya) son creación de Nagaru Tanigawa.

¡Espero sus comentarios!