Los personajes usados no son de mi autoría. Todos los derechos a sus respectivos creadores.

No podía dejar de verla, estaba convencido de que ella era la mujer mas hermosa del planeta entero.

Las manos me sudaban, tenía temblores, náuseas y un nudo en el estómago. Claro que ella me había preguntado la razón por la que me comportaba tan raro pero no podía decírselo, no aún. En cierto punto del día recuerdo que le pedí algo imposible, algo como que dejara de prestarme atención y disfrutara el paseo.

Como me lo esperaba, solo conseguí preocuparla más, pero aún no era el momento adecuado para contarle la verdad.

Kaito, ¿Qué haría yo sin él? Hábilmente se percató de los inconvenientes de nuestro plan y la envió junto a Meiko a traernos algo refrescante a la tienda mientras nosotros nos sentábamos en alguna banca con sombra. Culpó al sol de mi estado de salud y ellas no dudaron en obedecerlo.

—Oye, relájate un poco. Lo vas a echar a perder —me regañó cuando estuvimos solos.

—Para ti es fácil decirlo.

—Creeme, yo también estoy nervioso. Pero tenemos que estar tranquilos si queremos que esto funcione.

—Ella me pone así con sólo verme, por Dios, es tan bella que no creo poder atreverme siquiera a entregarle las rosas.

Antes de hablar se llevó una mano al mentón ideando un plan que en cuestión de segundos se vio terminado.

—Entonces tratemos de subirnos a todos los juegos posibles para que no te esté mirando. Tal vez así, al no recibir tanta atención de su parte, dejes de estar tan nervioso. ¿Qué te parece, Gakupo?

—Kaito, lo que tú quieres es dejarme en la quiebra. ¿Verdad?

—Ella lo merece.

—Ella merece eso y mucho más —le dije liberando todo el aire que retenía—. Ella lo merece todo, temo no poder dárselo.

—Ya hemos hablado de esto.

—Pero el día que ella me pida, algo y yo no pueda conseguirlo, ¿qué haré entonces?

—Ir conmigo. Yo te ayudaré.

Al ver que ellas regresaban decidimos cambiar el tema de conversación. No tuve mas opción que seguir el plan que mi mejor amigo me había comentado, pero funcionó. Todo el día nos subimos a todos los juegos de la feria, Luka reía y gritaba en cada atracción y sin darse cuenta hacía que todas las mariposas de mi estomago se volvieran locas y revolotearan sin control, lo que me convencía más de que ella era la indicada.

Para el final del día estábamos exhaustos. Caminando arrastrábamos los pies por el camino de cemento y nos percatamos cuando las luces de tránsito se encendieron. El cielo estaba pintado de tonos rojizos, naranjos y un ligero toque de púrpura. Su cabello rosado era el perfecto complemento para ese bello atardecer.

Sin avisar, me desvié del recorrido que tomamos y le pedí al encargado de la tienda el ramo de rosas rosas que le había dejado con anterioridad. Al tenerlo en las manos incluí en el centro del una rosa, esta vez de color carmín y de plástico. Inhalé profundo y volví con mis amigos donde Kaito ya había sacado una pequeña cámara de vídeo y comenzó a capturar lo ocurrido luego de mi corta ausencia.

—Oye, Luka, ¿qué te parece eso? —apuntó la cámara hacia mí y grabó cuando me acerqué a ella con el presente en mis manos. Sus mejillas se coloraron ligeramente y me miró formando una adorable "o" con sus finos labios.

—Luka —le dije—, con este ramo te entrego mucho más que unas flores, te entrego mi corazón. Quiero que sepas que mi amor por tí terminará cuando todas y cada una de estas rosas se marchite, cuando pierdan su color y su significado.

Entonces me arrodillé sobre una sola rodilla y le entregué el ramo. Una fina lágrima se le escapó cuando miró la rosa roja. Algunas cuantas personas que pasaban por ahí se detuvieron a ver lo que ocurría. Volví a inhalar una gran cantidad de aire, los nervios no dudaron en hacerse presentes. Del bolsillo de mi chaqueta saqué una pequeña cajita azul marino y al abrirla frente a ella dejé al descubierto un costoso anillo de oro con una fina y pequeña piedra incrustada.

—Luka, ¿Te casarías conmigo?

Meiko liberó un pequeño gritillo, Kaito grabó en silencio cada detalle y Luka, no dejaba de sonreír, dudo mucho que pudiese tener el control de su cuerpo en ese momento. Me miró fijamente a los ojos por algunos segundos en los que se secaba las lágrimas y sin poder modular palabra alguna, meneó la cabeza de arriba abajo convirtiéndome en el hombre más feliz del mundo.

Me puse de pie casi de un brinco y ella se lanzó a mis brazos y me besó. Todos los presentes nos aplaudieron al ver como fue que nos comprometimos a pasar juntos el resto de nuestras vidas.

En ese día sentí que todo era posible, me sentí inmortal, sentí que nada podía separarnos.

Qué equivocado estaba.