Disclaimer: Ninguno de los personajes aqui mencionados me pertenecen, son propiedad exclusiva de J.K. Rowling.
Prólogo
Nunca imaginé que una cosa así me sucedería. Jamás pensé que mi vida se vería tan desordenada y ordenada a la vez, y todo, absolutamente todo, era culpa de ella. Me cambió la vida y es que... ¿Cómo no hacerlo? Su belleza fue algo que me cautivó poco a poco, aunque sinceramente yo nunca la admiré. De un momento a otro dejé de verla como una loca pues al parecer el loco era yo, sobretodo luego de fijarme en ella.
Nadie sabía de mis sentimientos, ni siquiera ella sabía que la amaba, pero fue algo tan rápido, y quizás también tan loco, que lamentablemente no pude parar. Constantemente me descubría espiándola, y sintiendo unos terribles celos por cada chico que se le acercaba.
Y ahora he llegado a la clara conclusión de que los nargles suelen ser peligrosos, como ella misma me lo dijo una vez. En aquel entonces yo sólo sonreí de manera arrogante, me di media vuelta y la dejé allí, sola en medio del pasillo. Nuestros encuentros fueron cada vez más constantes, y así fue como poco a poco se introdujo en mi corazón, dejando a su paso un toque de locura y un amor infinito difícil de contar.
Me negaba a aquél sentimiento que lentamente iba creciendo, pero entonces… comencé a añorarla.
Sin embargo todo cambió de un momento a otro. Cambió el maldito día que tuve que dejar el colegio y nuevamente la dejé sola. Pero sabía que sus amigos la cuidarían, sobre todo -y aunque odiara admitirlo- Longbotton, el chiquillo miedoso de Gryffindor, que al parecer estaba enamorado de ella. Lo supe desde aquella vez en que nos descubrió y en sus ojos pude notar la tristeza. Desde ese momento lo odié, porque se había fijado en la mujer de mi vida y eso no me gustaba para nada.
Aunque ella no daba muestra alguna de sentir algo por mí, la sentía mía. Sí, a veces logro ser muy posesivo; pero me había enamorado de esa chiquilla sin poder evitarlo, sus nargles me habían envuelto y ahora simplemente no podía vivir sin ella.
Cuando la dejé no pude evitar sentir aquella tristeza que se apoderaba de mi alma y mi cuerpo, pero nada podía hacer. No podía volver al colegio, por lo menos no en ese entonces.
Y la extrañé. Extrañé cada una de sus incoherencias, cada una de sus ocurrencias, como aquella de que siempre andaba descalza. La extrañé a ella. Me encerré en mi habitación de Malfoy Senior y no salí hasta que escuché unos gritos que me desgarraron el alma. No sabía por qué; pero cada vez que oía un grito de aquellos mi corazón latía como si quisiera salir de mi cuerpo. Invadido por la curiosidad, bajé rápidamente las escaleras y al llegar al último escalón mis ojos se abrieron como platos.
Mi tía Bellatrix se encontraba allí; pero no estaba sola: sostenía a una chica de cabellos rubios que mi corazón se aceleró al reconocer. El amor de mi vida estaba allí sufriendo uno de los cruciatus de mi tía.
- Mira, Draco -dijo con su aniñada y aterradora voz -, es la Lunática Lovegood. -Soltó una risilla sarcástica.
Agradecí a Merlín el haber logrado contenerme.
- ¿Qué hace aquí? -pregunté con la voz más neutral que pude articular, pues mis sentimientos me traicionaban y no sabía cuánto tiempo más podría callarlos.
Bellatrix me observó y sonrió malévolamente.
- Su padre ha publicado cosas que no debía -contestó, jalando los cabellos de Luna y logrando que gimiera de dolor. Mi corazón se desgarraba al observarla-. Y el Señor Tenebroso ha decidido invitarla a nuestra mansión para que... se sienta cómoda. ¿Y adivina qué, sobrinito? -me preguntó, observándome fijamente.
Yo sólo negué con la cabeza.
- La adivinación no es lo mío, tía -aseguré con voz fría.
Mi tía siguió observándome y nuevamente sonrió con malevolencia.
- La chica está a tu cargo.
Sentí que mi corazón saltaba de felicidad. Sin embargo, debía protestar, quizás oponerme, hacer algo que se dejara en evidencia que no me gustaría realizar aquella tarea, aunque fuera mentira.
- ¿Por qué? -cuestioné, sin bajar la mirada.
- Nadie tiene tiempo para encargarse de ella, y además el Señor Tenebroso confía en que tú la harás pagar en cuanto su padre no cumpla su promesa -dijo la que cada vez odiaba más que fuese mi tía.
- ¿Dónde la tendré? -pregunté.
- Ese es tu problema. Puedes tenerla donde quieras; pero no puedes quitarle los ojos de encima -respondió Bellatrix muy seria y segura-. Yo ya me voy. Ahora es tu responsabilidad -agregó antes de jalar por última vez los cabellos de la chica y tirarla al suelo.
Esperé a que desapareciera en la esquina más cercana y me lancé hacia el cuerpo de Luna.
- Luna -susurré, pero noté que estaba inconsciente. La cargué en brazos y subí con ella hacia mi habitación.
Y allí, alejados de todo, limpié su hermoso rostro, la contemplé durante algunos minutos y luego me odié a mí mismo. Y también odie a mi tía, que le había hecho daño a Luna, a mi Luna.
Parecía un ángel, un bello e inocente ángel caído del cielo y que, por cosas del destino, ahora estaba en mis sucias manos.
-HP-
Se inclinó frente a su señor, habiendo cumplido la misión que le había encargado.
- ¿Estás segura de lo qué dices, Bella? -cuestionó una voz parecida a un siseo.
La mujer sonrió maliciosamente y asintió.
- Por supuesto que sí, señor, por eso debemos retenerla e impedir que se una a Potter -respondió la mujer, haciendo otra reverencia-. Ella sería de mucha ayuda para el chico, créame, mi señor.
- Está bien, Bella. En ese caso la mantendremos aquí hasta que termine con Potter y luego…
- Me desharé de ella -completó la pelinegra y, tras hacer otra reverencia, salió de la habitación.
