Disclaimer: Saint Seiya no me pertenece. Es mera obra y gracia del maravilloso Masami Kurumada. Lo único de mi autoría en esta historia son los OCs, los cuales quien desee tomar prestados siéntase libre de contactarme.
Notas de Autor: Notarán que solo usaré las características que tiene en el manga original solo en un Santo Dorado, por cuestiones de gusto personal: Camus de Acuario. Los demás tendrán las características del anime.
Argumento: Ella lo había perdido todo a la tierna edad de 6 años. Hasta que, un año después, un joven cuanto menos misterioso para ella la rescató de vagar las calles del pequeño pueblo griego en el que había nacido para llevarla no solo a su hogar, sino además ante la presencia de aquel que sería su guardián. Aunque más tarde ambos aprenderían que había algo más que los unía más allá de eso. Un lazo de sangre.
I
Mara no tenía idea dónde estaba. Era solo una niña de 7 años que se encontró repentinamente en un lugar que le pareció extraído de aquellas historias míticas que su nodriza solía contarle. Aquel recuerdo inevitablemente provocó que una lágrima cayera de sus hermosos ojos granates. Su nodriza, Anabella, había fallecido apenas siete meses atrás, luego de soportar un sufrimiento de más de doce años. La pequeña Mara perdió con ella a su último familiar cercano, ya que sus padres nunca habían querido saber de ella y en cambio habían dedicado toda su atención a su hermana mayor, Ariadna. O al menos eso era lo que la mujer florentina le había contado. Sacudió la cabeza para borrar aquel recuerdo de su mente y se secó las lágrimas con la manga de la camiseta que le había puesto quienquiera que la había llevado a ese lugar. Al cabo de unos minutos, alguien golpeó suavemente a la puerta dos veces y preguntó, en un idioma que no era griego pero que ella conocía perfectamente (aunque no recordaba de quién lo había aprendido) si estaba despierta y si podía entrar. La niña de estatura y físico pequeño, cabello rizado que le caía por debajo de sus hombros de color entre carmesí y borgoña, tez ligeramente bronceada y ojos granates asintió verbalmente, respondiendo en la misma lengua en que le habían hablado. Es decir, en francés, su lengua materna. Al cabo de unos minutos, entró en la habitación un joven que Mara hubiera jurado era una copia exacta de ella y su madre excepto que sus ojos eran rubíes. Vestía lo que la niña solo podía describir como una armadura de color dorado y forma por demás singular. Tanto así que le recordaba a una de las doce constelaciones zodiacales. O a la imagen habitual de esta.
-Buenos días, ma chèrie... -saludó el joven de probablemente 27 años. Aquello fue lo único que dijo mientras se ocupaba en colocar una bandeja que llevaba en sus manos sobre la mesita de noche. O, en realidad, en su mano izquierda, puesto que en su mano derecha llevaba un ramo de rosas rojas y blancas. Volvió sus ojos rubíes a la pequeña y, entregándole precisamente el ramo casi obsesivamente armado, murmuró que ese era un presente de su vecino. La pequeña sonrió y acercó aquellas hermosas flores a su rostro para olisquearlas. Su aroma era absolutamente delicioso. Tanto como el del té que el joven puso frente a ella minutos después, cuando ella dejó el ramo a un lado. Nuevamente, Mara no pudo evitar la sonrisa en su rostro al recibir tantas atenciones por parte de aquel completo desconocido. Además de que tampoco pudo evitar -mucho menos ocultar- el ligero rubor en su rostro. Antes de retirarse, el muchacho volvió sus ojos rubíes a ella una última vez y casi automáticamente arqueó una ceja, preguntándose para sí si no se había percatado aún del frío en la habitación. Normalmente, continuó razonando para sí, cualquiera que permaneciera más de un par de horas en Acuario sentiría el aire frío que envolvía el Templo. En ese momento se dio cuenta de que probablemente tendría que tener una conversación bastante seria con el Santo Dorado que había decidido dejarla a su cuidado. Y, además, con el único que podría quitarle la duda que prácticamente le carcomiera la cabeza desde el momento en que Mara se quedó allí. Esta era; si la pequeña tenía relación alguna con alguien a quien había perdido tres años atrás. Y, por ende, con él mismo. El Santo en cuestión era Mü de Aries; la persona en cuestión, su hermana mayor, Lysse. O Isabelle, Saintia de Plata de Piscis Austrinus.
El muchacho galo se dirigió a la entrada del Santuario al mediodía, puesto que debía relevar a su camarada italiano de Cáncer en la guardia. Desgraciadamente, debería esperar unas seis horas para tener esa conversación con el tibetano. O al menos eso creía en un principio. Habitualmente, su compañero de guardia era su mejor amigo; el custodio griego del Templo de Escorpio, Milo. No obstante y como si ese día la suerte hubiera decidido estar de su lado, el heleno se había marchado a una misión en compañía de la Saintia italiana de Plata de Ofiuco, Shaina. En su lugar estaba justamente la persona con quien esperaba encontrarse el francés: el lemuriano de Aries. Recorrieron como era costumbre los terrenos del Santuario en busca de algún movimiento sospechoso y, al no encontrar nada ni a nadie, procedieron a disponer a los Santos de Plata y de Bronce que se encontraban allí. Durante el tiempo que tomó realizar ambas actividades, el Santo Dorado de Acuario había permanecido absolutamente en silencio. Aquello inevitablemente comenzó a preocupar a su compañero. No porque Camus fuese exactamente la clase de hombre que hablara demasiado -como lo hacía por ejemplo su mejor amigo- sino más bien porque Mü percibía el Cosmos de su acompañante visiblemente turbado. Como si algo le molestara y no supiera cómo expresarlo. Mientras regresaban hacia el pie de la colina en que estaban emplazados los doce Templos, el lemuriano de 27 años, estatura y físico similares a los de su par francés, cabello lacio hasta la cintura color lila atado en una cola baja y suelta, tez clara y ojos turquesas -vestido por supuesto en su Armadura Dorada de Aries- entonces apoyó su mano en el hombro de Camus para detenerlo antes de que llegara a las escaleras hacia el Primer Templo. Cuando el francés volteó apenas para verlo por encima de su hombro con una ceja levemente arqueada aunque con su habitual expresión estoica, el lemuriano por el contrario le devolvió una mirada de absoluta seriedad y, al mismo tiempo, preocupación, afirmando que a veces debía admitir que su mejor amigo tenía razón. Camus no solo arqueó aún más la ceja sino que giró completamente sobre sí para mirar fijamente a su camarada. Suspiró profundamente, sacudió la cabeza y murmuró:
-Allez, crache tout de suite avant que ma patience disparaisse…-. En ese momento y al escucharse decir aquello y de esa manera inusualmente molesta sacudió nuevamente la cabeza, apoyando su mano en el hombro del lemuriano y murmurando -Lo siento, Aries. Debo... Debo admitir que no he tenido exactamente lo que se dice un buen día...
-¿Debo suponer que lo que sea que te esté estorbando de esa manera tiene relación alguna con cierta pequeña de rizos pelirrojos?-. Si algo esperaba Acuario de su camarada era que adivinase qué era lo que ocurría. Se le conocía como un hombre tan intuitivo como el sexto custodio del Santuario, Shaka de Virgo o como el bicentenario guardián de Libra, Dokho. Ingresaron finalmente al Templo de Aries y Mü le hizo un ademán al francés para que tomase asiento en la sala; él, por su parte, se dirigió a la cocina a preparar té. Aunque, en el breve trayecto hacia aquella habitación, se detuvo y giró nuevamente hacia su acompañante, disculpándose con este justamente porque no tenía más que té para servirle. Si lo deseaba, agregó, podía preparar té frío, admitiendo que él mismo y su aprendiz Kiki acostumbraban tomarlo de vez en cuando. Especialmente, en días muy calurosos.
-Supongo que el pequeño extraña su hogar... -respondió el francés con un levísimo atisbo de sonrisa en su rostro. El lemuriano asintió, para luego darle la espalda nuevamente y dirigirse a la cocina.
Sentados en la sala, uno frente al otro, los dos Santos Dorados permanecieron en silencio por largos minutos. Hasta que aquella situación pareció incomodar al más joven de los dos (Camus) quien suspiró y, levantando la mirada a los ojos turquesas de su compañero murmuró una disculpa, admitiendo que necesitaba hablar con él, pero no encontraba la manera de explicarse. Otro rasgo por el que era conocido el lemuriano era su paciencia y comprensión. Por lo tanto, simplemente le devolvió una sonrisa amable y le pidió que hablara solo cuando se sintiera listo. Finalmente luego de un nuevo silencio, el Santo de Acuario comenzó a relatarle su teoría acerca de la posible conexión entre la pequeña que se encontraba en su Templo y su hermana mayor -quien casualmente tenía una hija de esa edad- admitiendo que no estaba realmente seguro que esta última estuviera muerta. Más bien tenía una corazonada casi tan horrible como esa; y que, de ser cierta, a su mejor amigo no le agradaría demasiado escuchar. Sin darle tiempo a explicarse más ampliamente, Aries afirmó más que preguntar que se refería a que Mara hubiera sido abandonada por su madre allí en Grecia. Camus asintió a la primera presunción, sin embargo corrigió la segunda, explicándole que, en efecto, Grecia era la tierra natal de su sobrina. Solo Lysse era francesa.
-Espera... Entonces, si esa niña es realmente tu sobrina, ¿Milo ni siquiera sabe que existe?-. Camus asintió, explicándole que eso era justamente lo que quería su madre. No Lysse, sino la madre de ambos; Katja. El Santo de Aries asintió dándole a entender que había comprendido, aunque realmente no entendía por qué motivo le negaría algo semejante a su propia hija. Su par de Acuario no respondió. Al cabo de unos minutos y habiéndose terminado su taza de té, el galo se disculpó con Mü tanto por haberle quitado su tiempo como por el hecho de que necesitaba retirarse a su Templo.
-No, por favor; no te disculpes. Solo te pediré un favor; ¿podrías volver con ella mañana? Estoy seguro que cierto enano revoltoso querrá conocer a nuestra nueva 'huésped'...
-Oh oui; j'imagine qu'il le ferait... On se rencontrerait demain alors…
Ni bien hubo puesto un pie dentro del Templo de Acuario, Camus se quedó literalmente helado. Estaba acostumbrado a que el aire en su templo fuera casi glacial, pero aquello sobrepasaba incluso su propia resistencia. Inconscientemente apretó los dientes y dio un paso atrás, mientras un vapor frío escapaba de su boca. En cuestión de segundos se percató de que ya prácticamente no tenía sensibilidad en los dedos, no cubiertos por la armadura y que estos incluso habían palidecido. No creía que tal energía pudiera venir de la pequeña en la habitación de huéspedes. Aunque fuese en efecto su sobrina, no debería desarrollar un Cosmos de hielo como el de su madre, sino más bien uno similar al de Escorpio. Aunque, de acuerdo a la única pertenencia (además obviamente de su ropa) que llevaba consigo cuando la encontraron, ese no era realmente su signo. En la medalla que llevaba puesta al momento de encontrarla, estaba grabado su nombre y fecha de nacimiento; esta era exactamente la misma que la de Camus: 7 de Febrero. Al cabo de unos minutos, una voz tan ronca como la de él aunque más grave por detrás del galo lo sacó de sus pensamientos no tanto por el sonido de la voz específicamente sino por lo que estaba haciendo el dueño de la misma. Espetando insultos e improperios en todo cuanto dialecto italiano existía. Además de que emitía un sonido por demás incómodo para el otro joven mientras rechinaba sus dientes producto del frío. Al pasar junto a Camus, sin siquiera anunciarse y continuando con su sarta de insultos, este lo detuvo apoyando apenas su mano en el hombro derecho del italiano y preguntando, en italiano, si había olvidado sus modales. El Santo siciliano de 28 años, estatura similar a la de su par francés aunque más robusto, de cabello corto azul oscuro, tez bronceada y ojos azul-violáceos fijó la mirada de manera no demasiado sutil -ni mucho menos gentil- en los rubíes de Acuario y preguntó si estaba de mal humor ese día y por ello la temperatura en el templo había disminuido tanto. Camus no respondió y, retirando su mano del hombro del Santo de Cáncer, lo ignoró y continuó su camino a la habitación de Mara. Máscara de Muerte bufó y siguió su camino al Templo siguiente a Acuario: Piscis. Era mejor continuar con su rutina casi habitual. Es decir, molestar a su 'mejor amigo', Afrodita.
Cuando Mara despertó, lo primero que vio fue a Camus sentado a su lado jugueteando distraídamente con sus rizos, aunque tenía la mirada perdida en algún punto de la habitación. Lejos de intentar asustarlo sino más bien para llamar su atención, la pequeña carraspeó ligeramente. Solo en ese momento el galo soltó su cabello y bajó la mirada a los ojos borgoñas de la niña griega. Inmediatamente tuvo una extraña sensación de déjà vu al verlos. Como si la apariencia misma de Mara no le hubiese provocado algo semejante anteriormente, su mirada le recordaba a la de Kiki, el joven aprendiz de Aries, quien tenía ya 15 años. Cuando niño y a su arribo en el Santuario, Kiki tenía el cabello de un furioso tono naranja y los ojos lavandas. Con los años, su cabello se había vuelto de un tono rojizo similar al rubí de los ojos de Acuario, mientras que sus ojos eran de un por demás extraño borgoña. Casi púrpura, de hecho. Mara se quedó observándolo en silencio hasta que finalmente y en un tono de evidente preocupación le preguntó si se encontraba bien. El Santo Dorado sacudió la cabeza para justamente despejarse y luego asintió, preguntándole finalmente si había descansado bien y agregando con una ligera sonrisa que tendrían invitados a cenar esa noche. Aunque, advirtió, probablemente dos de ellos llegaran más temprano. La niña se sentó en la cama y respondió que quizá sería mejor si se duchaba entonces.
-Quédate aquí y espérame un momento; yo me encargaré de preparar tu baño...-. Solo en ese momento la pequeña se percató de que Camus ya no vestía su Armadura Dorada, sino una sudadera sin mangas y pantalones en tonos azules, con un cinturón y alpargatas oscuras. Antes de que le preguntase qué era aquello, el galo sonrió y dijo que eran sus ropas de entrenamiento. Satisfecha, Mara lo dejó ir. Aunque, al cabo de unos minutos, el Santo Dorado regresó, anunciando que ya todo estaba listo. La niña griega sonrió e inmediatamente se dirigió al baño mientras el joven se retiró de la habitación.
Mara salió de la bañera al cabo de veinte minutos y se encontró con una muda de ropa prolijamente doblada sobre una banqueta a un costado de la misma y dos toallas también prolijamente dobladas a un costado de la misma. Se apresuró a secarse puesto que hacía frío y tomó las prendas en la banqueta. Lo primero que llamó su atención fue que eran típicas ropas griegas. En efecto era un quitón de color azul-violáceo. En los pies llevaba alpargatas blancas. Salió de su habitación y se dirigió caminando tranquilamente hacia la cocina. Antes de llegar llegó prácticamente a todos sus sentidos (si algo así era posible) el delicioso aroma a hierbas y especias. No pudo evitar preguntarse qué estaría cocinando el joven francés. Para su sorpresa, no era Camus quien estaba cocinando sino un joven de similar estatura y físico a los de este, pero con el cabello hasta la cintura azul medianoche, tez bronceada (como la de ella, lo que llamó poderosamente su atención) y ojos cerúleos. Este era, obviamente, un Santo y estaba vestido en el mismo atuendo que su par de Acuario. Cuando Milo advirtió que alguien lo observaba, giró el rostro apenas por sobre su hombro y saludó a la niña, disculpándose por no ser quien esperaba. Mara automáticamente se sonrojó; de hecho, su rostro estaba casi del mismo tono que la aguja del Santo frente a ella. Y su tez era lo suficientemente oscura como para que eso no se notara. El Santo Dorado de Escorpio dejó lo que estaba haciendo en ese momento y se inclinó para estar a la altura de la pequeña, regalándole una de sus habituales sonrisas antes de presentarse.
-Mucho... Mucho gusto, señor... -respondió ella tímidamente y apartando la vista del heleno mayor. Una voz detrás de ella sin embargo murmuró que el griego no apreciaría realmente que lo llamasen de esa manera ya que lo harían sentir 'viejo'. Si algo así era posible, la pequeña se sonrojó todavía más, imaginando que probablemente Camus había presenciado toda la escena con Milo. Para su tranquilidad (aunque nunca supo cómo se había dado cuenta de lo que pensaba), el galo le explicó que acababa de llegar. Y que, además, no estaba solo. Tan pronto como escuchó aquello, Mara no pudo contener su curiosidad y giró para ver de quién se trataba. La imagen ante sus ojos la dejó absolutamente sin palabras. De pie junto al galo (ya de por sí bello a los ojos de la niña) había un joven de su misma estatura y físico a quien la pequeña griega solo podía describir como un Adonis. Parecía ser al menos un año mayor que el Santo de Acuario y de origen europeo al igual que este. Mientras que los rasgos de Camus lucían más bien andróginos, los de aquel joven eran prácticamente femeninos. Su cabello era largo hasta la cintura color cian, su piel clara y prístina y sus ojos turquesas. Un último detalle que llamó la atención de Mara (dos en realidad) era el tenue brillo rosado que adornaba sus labios y que, además, tenía una rosa roja en sus labios. Vestía, como no podría ser de otra manera, una Armadura Dorada. Una que la pequeña rápidamente identificó como Piscis. Tanto Camus como su acompañante parecieron haberse percatado de que la pequeña se había quedado observando embelesada a este último. Por ello, el francés sonrió y, llamándole la atención sutilmente (como era su costumbre), le hizo volver su mirada borgoña a los rubíes de él.
-Permíteme, ma chèrie... -dijo amablemente y mientras señalaba a su acompañante con un ademán con su mano -Debes haber visto ya a mi mejor amigo, Milo de Escorpio. Este joven a mi lado es Afrodita, Santo Dorado de Piscis... Y déjame agregar algo más; eso que llevas puesto es gentileza de él y su doncella...-. Su expresión al escuchar esas palabras fue, sinceramente, un poema. Y su reacción fue aún más sorprendente. Al menos para el habitualmente inexpresivo galo. Mara se lanzó literalmente hacia adelante, abrazando al joven sueco por la cintura mientras murmuraba su agradecimiento entre ligeros sollozos. Afrodita no se sorprendió tanto por el abrazo propiamente dicho -el cual en efecto devolvió inmediatamente- sino por la acción posterior al mismo. Por lo tanto, le dirigió una mirada algo confundida a Camus, a la que este respondió, a través de su Cosmos, que le explicaría más tarde. Una vez que Mara se hubiera ido a dormir nuevamente. El escandinavo comprendió al oír eso que probablemente lo que su amigo tuviera para decirle sería cuanto menos triste. Y que por ello prefería que la pequeña no se encontrara en la sala cuando hablaran de ello.
-C'est ça, Aphrodite... -afirmó entonces Acuario, en su lengua natal y a través de su Cosmos -Je t'assure que c'est vraiment triste non seulement pour elle…-. El sueco solo asintió. Minutos después, se sentaron a cenar.
Media hora después de terminar la cena, Milo levantó la mirada a la pequeña sentada a la derecha de su mejor amigo e inmediatamente una sonrisa triste se dibujó en su rostro. Mara se había dormido con su cabeza apoyada sobre sus brazos cruzados en la mesa. Antes de que el joven francés se pusiera de pie para llevarla a su habitación, Afrodita se le adelantó, ofreciéndose a hacerlo él mismo. Camus agradeció aquello con una pequeña sonrisa y en cambio se dirigió a la cocina para lavar los platos. Aunque al parecer sus invitados no le permitirían hacer absolutamente nada esa noche, casi como si tuviera alguna lesión o enfermedad de la que debiera recuperarse. En otras palabras, Milo prácticamente le arrebató los platos de las manos y le exigió que regresara a la sala y tomase asiento. Contrario a lo que haría habitualmente, el Santo de Acuario simplemente suspiró, permitiendo que su amigo se encargara de ello y sentándose nuevamente en su lugar en la mesa. Unos diez minutos después, cuando Afrodita regresó luego de haberse asegurado de que la pequeña estaba dormida, se encontró con esa escena por demás particular. En ese momento, el griego de Escorpio estaba preparando café. El sueco declinó la oferta con su habitual amabilidad, recordándole a Milo que prefería el té. Más que protestar de manera alguna, Escorpio pareció darse el equivalente telepático a una palmada en la frente al percatarse de ello. Por lo tanto, se disculpó con el joven de cabello cian y, sabiendo que Camus guardaba té en su despensa aunque no acostumbrara a tomarlo con frecuencia, puso a hervir agua en una pava.
-Canela... Menta... Manzanilla... Tilo... Té inglés... -contaba el griego mientras sus ojos se abrían casi como platos. Eran demasiadas variedades de té para una persona no acostumbrada a consumir dicha infusión. Para alguien que en efecto solo la consumía las escasas veces que se sentía ansioso o tenso -No me preguntes de dónde diantres pudieron haber salido estos, pero en fin, aquí están...-. Un no muy disimulado suspiro de frustración se escuchó en la sala por parte del galo, quien le recordó a su mejor amigo que, si bien era cierto que había nacido en Francia, había pasado casi quince años en Siberia. Y allí era tan común tomar té como lo era tomar café. Cualquiera de las dos infusiones servía al fin de mitigar el frío, concluyó. Por último, agregó, la mayoría de esas cajas las había recibido de hecho de parte de su madre en Francia. Y esta era en efecto rusa.
-Ya, ya; ya entendí el punto... -respondió el griego frustrado. Sin embargo, su expresión recuperó su habitual apariencia segundos después y volvió a reiterar la pregunta que le había hecho a Piscis. Afrodita sonrió y respondió que prefería el té de manzanilla. Milo simplemente asintió y volvió a darles la espalda.
Ni Afrodita ni mucho menos el griego Santo de Escorpio esperaban escuchar la teoría (o más bien el temor) de su compañero con respecto a la identidad de la pequeña. Milo honestamente había olvidado el hecho de que Camus tenía una hermana mayor, aunque no estaba seguro cómo había ocurrido aquello. Conocía perfectamente a la familia de su mejor amigo. Al menos a los dos miembros sobrevivientes de esta además de él; su madre Katja y su hermana menor Sabrina, apenas dos años menor que él. No obstante no tenía recuerdo alguno de Isabelle. Ni mucho menos de que esta hubiese tenido una hija. El heleno siempre había creído que la sobrina que el galo no había conocido era en efecto hija de Sabrina, pero esta en realidad tenía un niño de solo 3 años de edad. Y, además, era como podría llamársele, una 'mujer normal'. En efecto, era arqueóloga y vivía actualmente en Bordeaux. Camus carraspeó ligeramente para sacar a su mejor amigo de su ensimismamiento y, cuando este fijó sus ojos cerúleos en los rubíes del francés, este solo sacudió la cabeza, admitiendo que solo estaba 'bajándolo a tierra'. El heleno asintió y, al cabo de un breve silencio, le transmitió aquello en lo que estaba pensando.
-Créeme; ni siquiera yo tengo demasiados recuerdos de mi hermana aquí en el Santuario. A diferencia de mí que solo estuve en Siberia mientras entrenaba para obtener Acuario y más tarde para entrenar a mis discípulos, ella ha permanecido allí desde los 7 años... Y tiene la misma edad que Aiolos y Saga... Ni siquiera recuerdo si alguna vez estuvo aquí en Grecia...-. Conversaron por algunas horas más hasta que el cansancio comenzó a dominarlos y cada cual decidió tomar su rumbo.
Tarde esa madrugada había comenzado a llover tan fuerte como inesperadamente y el cielo se iluminó por los relámpagos. Mientras que -extrañamente- la pequeña residente en el Templo de Acuario dormía plácidamente a pesar del ruido, el custodio de aquel lugar también estaba dormido, aunque lejos estaba su descanso de ser pacífico. El joven galo respiraba con enorme dificultad y tenía el rostro completamente empapado en sudor y los dientes apretados. Entre sueños, se llevó una mano a la frente, la cual estaba ardiendo y casi involuntariamente encendió su Cosmos, aunque no pudo elevarlo demasiado. Continuó sacudiéndose en esa especie de pesadilla que parecía no dejarlo tranquilo mientras murmuraba inteligiblemente, hasta que, sin él siquiera percatarse de ello, una mano pequeña (y casi tan fría como su propio Cosmos) se posó en su rostro. Casi automáticamente, el Santo de Acuario abrió sus ojos rubíes ligeramente cristalinos producto del sueño y el calor que parecía invadir su cuerpo despiadadamente y extendió apenas su brazo izquierdo hacia la mesa de noche para encender la luz. Entonces no supo si la imagen ante sus ojos era producto de un posible delirio febril o si realmente la persona a su lado era Mara. Necesitaba casi desesperadamente aclarar esa duda, pero se encontró incapaz siquiera de pronunciar una sola palabra. No obstante y para su sorpresa, la niña griega pareció comprender qué quería decir y asintió, explicándole con una expresión triste en su rostro y un tono igualmente triste y preocupado que lo había escuchado gritar aunque no podía comprender qué decía, como si lo hubiera hecho en sueños. Sin embargo, agregó, ahora comprendía que quizá eso había sido debido a la fiebre que tenía. El Santo de Acuario permaneció en silencio, intentando recuperar el aire y la voz, aunque solo fuera por un momento. Cuando finalmente logró esto último, levantó una mano débilmente y tomó el rostro de la pequeña griega, haciéndola mirarlo a los ojos.
-No... No te preocupes, chèrie... Probablemente solo... solo sea algo pasajero... Te prometo que... todo estará bien en unas horas...-. Aquello fue todo cuanto ese atisbo de recuperación le permitió pronunciar. En realidad, lo último que escapó de sus labios fue un grito de dolor, luego del cual se llevó una mano a la sien izquierda y luego se cubrió los ojos antes de cerrarlos. Mara supuso que probablemente la luz de la lámpara estuviese provocándole dolor de cabeza y que estorbase su visión, por lo que decidió apagarla antes de remover su mano de sus ojos y volver a poner su propia mano en la frente de Camus. Una luz de un tono azul pálido comenzó a cubrirla débilmente al principio, aunque se intensificó al pasar los minutos. Lo suficiente para que al menos el calor que parecía agobiar al mayor se aminorara un poco y le permitiese descansar.
La escena al despuntar el alba fue diametralmente diferente en algunos aspectos. En principio, el joven francés se despertó extrañamente aliviado, aunque no completamente recuperado del episodio de la noche anterior. Al cual, si debía ser honesto consigo mismo, aún no le encontraba una causa aparente. Se había sentido en perfectas condiciones durante todo el día. Se levantó lentamente y, al salir de la cama notó que había alguien más allí. Alguien que no recordaba siquiera que hubiese entrado en la habitación en algún momento. Y lo más curioso era que la niña griega estaba acostada allí en su cama, por encima de las cobijas y ovillada sobre sí. Camus no pudo evitar ni la sorpresa de verla allí ni la sonrisa triste en sus labios cuando se dio cuenta de que esta estaba en efecto tiritando ligeramente. Antes de retirarse a la habitación contigua para ducharse, el Santo de Acuario tomó a la pequeña en brazos (lo que provocó un nuevo escalofrío en ella al contacto con el pecho frío del mayor) y la recostó correctamente arropándola con las cobijas. Durante ese brevísimo proceso, Mara ni siquiera se movió. Solo en ese momento, el galo finalmente fue a ducharse. Cuando salió de allí y luego de ponerse su Armadura Dorada se dirigió a la cocina a preparar el desayuno. Sin embargo, mientras buscaba las tazas en la alacena sintió un ligero mareo y cayó hacia atrás. Aunque dos manos tan delgadas como las de la niña griega aunque visiblemente adultas lo tomaron de los hombros, evitando así que cayera.
-Por amor a Atenea, Acuario... -murmuró la mujer con acento extranjero, aunque no era europeo ni asiático, mientras ayudaba al Santo galo a ponerse de pie. Este giró lentamente sobre sí para ver quién era, aun ligeramente aturdido y se encontró con una vagamente familiar máscara color bronce con líneas borgoñas que atravesaban los ojos de su portadora. Esta era una mujer de 22 años y origen etíope, casi tan alta como el francés aunque más delgada, con el cabello rubio dorado hasta la cintura y piel clara solo visible en su cuello, pecho y brazos desnudos. Vestía su ropa de entrenamiento de color rosa y amarillo con solo dos hombreras como protección. June, Saintia de Bronce de Camaleón raras veces subía a los Doce Templos, a menos que fuera convocada por su diosa o el Patriarca al Salón Patriarcal. Súbitamente avergonzada, como si estuviese haciendo algo incorrecto, la mujer apartó sus manos de los hombros del Santo Dorado e inclinó su cabeza, disculpándose con él.
-Lo lamento nuevamente, Acuario. Debo... debo retirarme ahora...-. El Santo de Acuario entonces sacudió la cabeza y murmuró, en francés.
-Est-ce que quelqu'un t'as déjà mentionné que tu ne dois pas tu excuser chaque fois que tu te promené dans un temple, June? Je peux être dans un rang plus élevé que la vôtre, mais je dois aussi tu rappeler que nous ne sommes plus différents. Même en dépit de cela… En cualquier caso, soy yo quien debería agradecerte que hayas venido. Aunque supongo que solo fue casualidad…-. Ella asintió, explicándole que, en efecto, iba en dirección al templo principal, puesto que el Patriarca había solicitado su presencia allí. Sin embargo, no imaginaba qué podría querer de ella teniendo a otras dos Saintias con mayor rango y experiencia. El repentino contacto de la mano fría del europeo mayor con su rostro la hizo alzar la mirada a los ojos rubíes de este, aunque no esperaba lo que ocurrió a continuación. Camus le quitó suavemente la máscara que ocultaba su rostro y murmuró que eso ya no era necesario. Ni siquiera delante de un Santo de alto rango. June asintió, aunque le recordó que debía presentarse ante la máxima autoridad del Santuario.
-¿La acompaño, ma chère jeune fille? -preguntó el Santo mientras le extendía el brazo para que lo tomara. Ella se sorprendió al principio. Nunca ningún Santo Dorado se había dirigido a ella de esa manera. En realidad, los únicos hombres con quienes tenía relación más a menudo eran su prometido Shun y sus tres amigos Seiya, Shiryu y Hyōga. Los primeros tres eran japoneses y Santos Dorados de Virgo, Sagitario y Libra; el cuarto era siberiano y, además, el único Santo de Bronce, quien no había aceptado recibir la Armadura Dorada de Acuario por parte de su maestro. Aunque aquello no había sido en realidad decisión del joven galo, sino del ruso, quien había optado por regresar a entrenar en Siberia.
-Debo admitir que ciertamente conozco muy poco a Mü, pero de lo poco que sé y conozco de él es que raras veces se pierde en sus pensamientos de esta manera...
-¿Qué? Oh, rayos. Dime que no estaba pensando en voz alta de nuevo...
-No; debo disculparme, pero no pude evitar escucharte... -respondió Camus, mientras la guiaba por las escaleras hacia Piscis -Y debo hacerte una pequeña corrección... Aún quedan pendientes tres combates por Armaduras; Escorpio, Ofiuco y Acuario. ¿Te ha mencionado Milo, o Shaina quién es realmente el maestro del aprendiz de Escorpio?-. La rubia no pudo responder a eso. No lo podía creer. No recordaba haber escuchado de un Santo Dorado entrenado por alguien que no fuera de su mismo signo. O entrenar a alguien que no fuera de su signo. Dokho y Shiryu ambos eran de Libra; Hyōga y Camus, de Acuario; y, por último, la adolescente etíope de 13 años a su cargo, Nadine era de Piscis y en aproximadamente tres años debería enfrentar a Afrodita por su Armadura.
-Y esta es probablemente la primera excepción... Lei es, en primer lugar, japonés y, en segundo lugar, acuariano. Si debo serte honesto, no comprendo cómo pudo desarrollar esa clase de Cosmos; es exactamente lo mismo que ocurre con el aprendiz de Aiolia...
-Fuego y electricidad... -murmuró ella -Es decir que... ¿ese niño tiene Cosmos similar al tuyo y al de Milo?-. El francés asintió gravemente y ya no volvió a pronunciar palabra. Atravesaron Piscis sin encontrar allí a su custodio. Tampoco estaba el camino de rosas rojas demoníacas reales que cubría las escaleras entre el Doceavo Templo y el de la diosa y servía como protección al mismo. Entraron finalmente a este último y fueron recibidos por guardias quienes inmediatamente se inclinaron ante ellos, abriéndoles las puertas y anunciándolos ante la Diosa y el Patriarca. Luego de saludarlos como era debido, el Santo de Acuario pidió autorización para retirarse, explicándoles que solo se había ofrecido a escoltar a June ante su presencia. No obstante, la joven diosa de 19 años, estatura mediana y físico delgado, cabello lacio hasta la cintura color lila, tez clara y ojos verde-azulados vestida en una túnica hasta el suelo blanca sin mangas sin embargo extendió su brazo para detenerlo, diciéndole que lo que debían discutir con June también lo involucraba a él. El joven de cabello carmesí asintió y volvió en dirección a ella y al hombre bicentenario a su derecha, quien tenía una expresión inusualmente sería -el francés casi podría decir afligida- en sus ojos borgoñas. El lemuriano ligeramente más alto y robusto que el francés, de cabello a la cintura color verde pálido y tez clara entonces murmuró que estaba en efecto preocupado por lo que debía informarle y, además, advertirle.
-Entiendo... -fue todo lo que dijo Camus. Hubo un incómodo silencio por un momento hasta que finalmente Shion, el antiguo Santo de Aries del siglo XVIII comenzó a explicarles su misión. En ese momento el galo comprendió el porqué de su intervención en la misma. Esta tendría lugar en un área poco familiar para la Saintia, pero extremadamente familiar para él. En efecto, sería en su país de origen, Francia aunque no exactamente en su ciudad natal, Dijon sino en los Alpes. Allí deberían encontrar (y rescatar) a una Saintia que había sido enviada a recoger a dos aprendizas en Sicilia y Piamonte, Italia seis meses atrás. No obstante, lo último que habían escuchado de ella había sido que había aparecido de manera misteriosa en la zona de los Alpes Franceses junto a las dos pequeñas. Una de las cuales sería su aprendiza.
-Creo saber cómo pudieron haber terminado allí, Patriarca... -comenzó Acuario -No obstante, preferiría probar mi teoría. Y debo pedirle un favor antes de partir...
-Marín cuidará de Mara, Camus... -respondió Saori, haciendo que el muchacho alzara la vista a sus ojos verdes completamente sorprendido. No por el hecho de que la mujer hubiese adivinado lo que iba a pedirle, sino por el hecho de que la Saintia de Aquila se hubiese ofrecido a abandonar su puesto para cuidar de la pequeña. Debería pensar seriamente en agradecerle por ello a su regreso si no podía verla antes. Luego de advertirles sobre las precauciones que deberían tomar respecto de su misión, Shion los despidió amablemente, a lo que los Santos respondieron de igual manera, inclinándose respetuosamente ante él y Atenea. Una vez que los dos se hubieron marchado, Saori alzó la mirada al Patriarca y suspiró preocupada, preguntándose si realmente había sido buena idea enviar justamente al galo a esa misión. Especialmente considerando a quién debían ir a rescatar allí en Francia. Shion apoyó su mano en el hombro de la joven casi paternalmente y sacudió la cabeza.
-Temo que hubiera sido un error enviar en su lugar a Escorpio. Camus podría aceptar que le hayan ocultado que su hermana mayor sobrevivió a lo que sucedió en Siberia hace nueve años. Milo sería capaz de atentar contra aquel a quien considera su hermano si llegara a descubrir que su esposa no ha muerto... Esa niña no existiría de haber ocurrido algo así...
-A veces creo que hubiera sido mejor eso para ella a saber que su padre murió y que su madre la abandonó simplemente por su parecido a aquel que no solo ha muerto sin ella saberlo, sino que además sirvió a mi enemigo. Supongo que sabes que los Aries consideran eso la más alta traición a su sangre. En su opinión, Caína sería poco castigo para Camus...
Camus no esperaba que, al entrar a Acuario, Mara se encontrara en la cocina. La mujer a su lado no pudo evitar sonreír bajo su máscara (la cual se había colocado para su audiencia). Se acercó apenas sutilmente al oído de su compañero y le preguntó qué edad tenía la pequeña. El Santo Dorado de Acuario respondió que solo tenía 7 años. Antes de que la mujer se retirara y en una actitud que no era habitual en él, el galo le pidió que permaneciera allí, explicándole que Shun no se encontraba en ese momento en Virgo. De hecho, se había marchado con Kiki, Aiolia y Seiya a Jamir llevándose algunas de las Armaduras tanto Doradas como de Bronce. Luego de un momento, la pequeña salió de la cocina llevando en sus manos una bandeja con un vaso de jugo y una taza vacía junto a un pocillo con azúcar. A un lado de este había dos bandejas más pequeñas con crepés y croissants. Solo después de colocarla en la mesa se percató de que no estaba sola. Camus estaba allí acompañado por una joven que, a simple vista, parecía ser un Santo como él. El galo le sonrió e inmediatamente le presentó a su acompañante, quien se quitó la máscara tan pronto como este la mencionó. Devolviéndoles una enorme sonrisa, la pequeña se inclinó ante ellos y regresó a la cocina a buscar el agua que había dejado en la hornalla y otra taza. Cuando regresó, se encontraba además en el templo el Santo Dorado de Escorpio. Antes de que Mara girara siquiera para volver a la cocina, Milo le pidió que se quedara allí donde estaba, explicándole que solo se encontraba de paso. La niña asintió aún sin borrar la enorme sonrisa en su rostro, yendo luego hacia la mesa para servir el desayuno tardío, puesto que eran ya las 10 de la mañana y ni ella ni el francés habían desayunado. Ella, porque había despertado apenas una hora atrás; él, porque acababa de regresar de su (inesperada) audiencia con el Patriarca y Atenea junto a la mujer a su lado.
-Gracias Mara cariño... -dijo la rubia cuando la pequeña griega la invitó a sentarse, sonriéndole amablemente. Dejó su máscara a un costado mientras Camus tomaba asiento frente a ella. Milo, quien aún no se había marchado del templo, no pudo evitar sonreír ante la escena. Si no supiera que su mejor amigo se negaba casi rotundamente a la idea de seguir el mismo camino que sus dos hermanas (es decir, casarse y formar una familia), pensaría que lucía completamente feliz al lado de esa niña. Quien, paradójicamente, era idéntica no solo a él, sino a alguien de su propio pasado. Justamente, a la hermana mayor de Camus. La única rusa entre los tres, puesto que había nacido cuando sus padres estaban en Moscú, la tierra natal de Katja, la madre del Santo de Acuario.
-¿Tú también, Milo? -preguntó el galo mirando fijamente con sus ojos rubíes a los cerúleos del heleno más joven. Tanto así que el octavo guardián tenía la impresión de que estaba intentando entrar en sus pensamientos. Sacudió la cabeza con un gesto confundido en su rostro y preguntó a qué se refería exactamente. Camus no pudo evitar suspirar y hacer un ademán a su amigo, como pidiéndole que lo olvidara. El joven de cabello azul solo tomó un croissant de la bandeja antes de marcharse sin decir más palabras que un saludo de despedida. Mara no pudo evitar reír casi en voz baja, preguntándole al galo sentado a su lado si su amigo hacía eso habitualmente. El Santo de Acuario sacudió la cabeza con una pequeña sonrisa, admitiendo que en realidad Escorpio desayunaba con él casi todas las mañanas antes de entrenar. E incluso a veces también almorzaban juntos.
-Oh ya veo... ¿Qué hay de usted, señorita June?
-Si quieres puedo enseñarte el lugar donde vivimos. Supongo que estarás aquí por un largo tiempo... Sin embargo, solo lo haré con una condición, pequeña...
-Llámale por su nombre... -completó el francés -Sabes, nadie aquí se opondrá a eso, Mara. No estarías irrespetándonos solo por llamarnos por nombre, ¿entiendes? Solo hay una persona de quien debería advertirte...
-¿El sujeto en Cáncer? Oh Dios, créame; ya lo he visto y no quisiera pensar si su Templo refleja en lo más mínimo su personalidad. Sería...-. Se quedó en silencio como buscando las palabras para continuar, hasta que finalmente se encogió de hombros y dijo -Solía haber una palabra que mi nodriza repetía a menudo en situaciones así, pero la olvidé. Lo siento...
-¿Dantesco? -intervino el francés, a lo que la pequeña respondió asintiendo. El Santo luego sacudió la cabeza y agregó que él solía pensar lo mismo cuando regresó por primera vez de Siberia a los 13 años, luego de haber conseguido Acuario. Ángelo (así se llamaba realmente el Santo de Cáncer, aclaró) era ya un adolescente de 15 años y por lo tanto uno de los mayores además de Afrodita, Saga y Aiolos. A pesar de que él mismo era un adolescente, continuó, había ya leído esa obra en su lengua paterna. Y debía admitir que la sola apariencia del Templo de Cáncer le recordaba a cualquiera de los infiernos en ese libro. Luego de un instante recordó que la pequeña había mencionado que su nodriza le había hablado de eso, por lo que le preguntó si era una mujer italiana.
-Sí; de hecho, era de Florencia. Creo que el autor de ese libro también era de allí, ¿verdad?-. Camus asintió. Al cabo de unos minutos, escuchó la voz visiblemente cansada de Mü en su mente explicándole que Kiki y los antiguos Santos de Bronce ya habían regresado de Jamir. El galo asintió y le transmitió el mensaje a su compañera inmediatamente. Además de ello, bajó la mirada a la pequeña griega y le dijo, con una casi imperceptible sonrisa en su rostro, que había alguien a quien desearía presentarle. Un joven oriundo de Tíbet al igual que Mü y que vivía con él en el Templo de Aries. En efecto, era su aprendiz desde sus infantiles 5 años, aunque lo había criado casi como a un hijo desde que era un bebé.
Descendieron los doce Templos acompañados de June y se detuvieron justamente en el primero de estos. Allí estaban el Santo Dorado de Aries y el joven Kiki. Ya no era un pequeño sino más bien un adolescente de 15 años. El chico de cabellos rojizos similares a los del galo del undécimo Templo sonrió ampliamente al ver a la acompañante de los amigos de su maestro, inclinándose respetuosamente ante ella y presentándose. Lejos había quedado su habitual actitud traviesa que lo caracterizara desde su arribo a Atenas a los 8 años hasta los primeros años de su adolescencia. Ni siquiera su físico y apariencia delataban sus juveniles 15 años, ya que lucía casi tan alto como su maestro e incluso más robusto que este y que el mismo Camus. Vestía en ese momento un atuendo típico de sus tierras. De hecho, eran ropas similares a las que el lemuriano mayor utilizaba cuando se encontraba en Jamir reparando armaduras. Una camiseta de color amarillo mostaza de mangas largas, pantalones verde olivo y una toga café que le cubría el cuello y los hombros como una especie de bufanda y caía a lo largo de su espalda. Mientras que en Jamir acostumbraba a permanecer descalzo igual que su maestro, en ese caso tenía puestas alpargatas negras. Como estaban en mediados -casi finales- de otoño y el frío comenzaba a sentirse allí en Atenas, se había dejado la toga puesta. A pesar de que, como los Santos Dorados de Aries, Acuario, Virgo y Piscis y el Santo de Bronce de Cygnus, también el adolescente estaba acostumbrado al clima frío debido al área en que había nacido. Solo Camus era oriundo de una zona más bien templada en Francia, aunque prácticamente no había vivido allí más de seis años.
-Camus, June; buenos días... -saludó amablemente y con una sonrisa en sus labios el adolescente lemuriano. Luego volvió su mirada entre borgoña y púrpura a la niña que los acompañaba y agregó -Lo mismo para ti, pequeña; mi nombre es Kiki, discípulo de Aries...
-Mara; el placer es mío, Kiki... ¿Puedo llamarte Kiki verdad?
-Créeme; se enfadaría si no lo hicieras, hija... -respondió el lemuriano mayor en lugar de su estudiante -Lo mismo debo advertirte de mí, o de cualquiera de nosotros...-. Un ligero rubor adornó las mejillas bronceadas de la helena al escuchar eso e inmediatamente apartó la mirada del joven de cabello lila. Ni Mü ni el mismo Camus pudieron evitar la sonrisa en sus rostros. Luego de un instante, el francés la abrazó ligeramente contra sí y, observando casi de soslayo a la mujer etíope, murmuró que recordaba que alguien le había prometido llevarla a conocer su hogar. La rubia asintió, extendiendo su mano para que la niña la tomase y despidiéndose con una ligera inclinación de sus pares y del adolescente.
En un extenso campo verde rodeado por árboles y poblado de pequeñas cabañas se encontraban un grupo de mujeres y niñas. Todas ellas vestidas de manera similar y portando máscaras que ocultaban sus rostros. Entre las mujeres se distinguían dos que parecían ser las de mayor experiencia; además de ser mayores que las demás en cuanto a edad, aunque no por más de tres o cuatro años. Tenían en realidad la misma edad de June y sus nombres eran Marín y Shaina; la primera de ellas era japonesa; la segunda, italiana. Ambas eran igualmente altas y esbeltas y de tez clara (la cual solo era visible en las partes desnudas de su cuerpo). La mujer oriental tenía el cabello ondulado y castaño oscuro por debajo de los hombros. El de su par europea era tan largo como el de ella aunque verde claro. Sus máscaras eran plateadas y, mientras que la de Marín no tenía diseño alguno sobre la misma, la de Shaina tenía un antifaz púrpura alrededor de sus ojos. Vestía leotardos grises-parduzcos con calzas verdes y sandalias de taco, polainas hasta las rodillas y un pañuelo atado a la cintura amarillos. Marín usaba leotardos negros y calzas rojas con polainas y un pañuelo de color blanco y alpargatas negras. Acababan de terminar su entrenamiento del día y se habían quitado ya sus máscaras para refrescarse el rostro cuando percibieron que su compañera regresaba al recinto. Ninguna sin embargo esperaba la compañía que traía su amiga. La niña griega automáticamente se ocultó detrás de la Saintia de Camaleón, quien le revolvió amistosamente el cabello, asegurándole que no había nada que temer y que esas mujeres eran sus amigas. Mara asintió y salió de su escondite, inclinando ligeramente la cabeza para saludar a las dos Saintias de Plata, mientras sus mejillas se teñían de un leve tono rojizo.
-Lo siento... -murmuró casi inaudiblemente -Buenas tardes; mi nombre es Mara...
-Mucho gusto, niña... -saludó la mujer italiana -Soy Shaina; ella es mi amiga, Marín...-. Al escuchar su nombre, la mujer oriental repitió el saludo, levantando su mirada verde-parduzca a su par etíope con una ceja arqueada. June entonces le preguntó a la pequeña si quería ir al lago con las otras niñas. Una vez que ella se marchó, la rubia volvió la mirada a Marín y le explicó, antes de que la japonesa pudiera siquiera preguntar, que Mara había sido llevada al Santuario días atrás por Mü y que desde entonces había permanecido con Camus en Acuario. Al escuchar eso, los ojos de Shaina se abrieron de par en par, por lo que volvió la mirada hacia el lago donde estaban las niñas y luego a su amiga, preguntándole de quién había sido la idea de dejarla allí y si nadie había notado cuán prácticamente idéntica al francés era esa pequeña.
-Si a eso agregas que no solo es Acuario, sino que además nació el mismo día que Camus... -dijo la etíope -¿De qué estás hablando?
-De que probablemente no quieras saberlo... -cortó en su habitual tono frío -e incluso severo- el mismo Santo de Acuario, cuya presencia allí nadie había notado. Nadie excepto, extrañamente, dos de las niñas que estaban en el lago cercano. Mara y una adolescente de 13 años de origen etíope y apariencia prácticamente idéntica a la de June excepto por su cabello azabache levemente ondulado, el cual llevaba atado en una cola a media altura. Nadine entonces se acercó a los cuatro Santos acompañada de la joven helena y dejó escapar un grito casi involuntario al ver al onceavo guardián allí. Aunque entrenaba bajo la tutela de la Saintia de Camaleón, la adolescente africana era en realidad aprendiza del Santo Dorado de Piscis, Afrodita. No obstante, no había sido él sino Milo y Camus quienes la habían llevado al Santuario de su encierro en Moscú.
-Buenas tardes, ma chére... -saludó el Santo Dorado, suavizando apenas ligeramente su expresión. La joven etíope devolvió el saludo inclinándose y luego se disculpó con los cuatro Santos y con su nueva amiga, pidiendo autorización al joven francés y a June para visitar a su maestro.
-Debo regresar a Acuario en un momento; puedo acompañarte yo mismo, si tu tutora lo permite...
-Por supuesto... -asintió la mujer rubia con una sonrisa -Afrodita estará feliz de verla. Solo asegúrate de regresar antes que anochezca, cariño...-. La adolescente asintió, a lo que el Santo galo agregó que podría llevar a Mara con ella si lo deseaba. Y si ella aceptaba acompañarla. Ambas asintieron y Nadine tomó de la mano a la más pequeña, saludando respetuosamente a los cuatro mayores antes de regresar junto a las otras niñas.
-Debemos irnos mañana antes del alba, June... -dijo seriamente y sin mayores preámbulos Camus una vez que estuvieron solos los cuatro adultos. Volteó a ver sobre sus hombros el punto más alto de la colina donde estaban las Doce Casas, hacia el Templo Principal y agregó, casi en un murmullo -Al menos no decidieron enviar a Milo conmigo. De ser así, puedo asegurarte que no regresaríamos enteros de Francia...
-¿De qué hablas, Acuario? -preguntó extrañada Marín, a lo que el francés respondió que solo alguien como su hermana mayor sobreviviría al clima alpino durante siete meses en cautiverio. La habían enviado a Sicilia en primera instancia para luego ir a Torino, en Piamonte, a recoger a dos chicas italianas. Una de ellas sería su propia aprendiza. No obstante, después de encontrar a esta última se habían 'detenido' en los Alpes Franceses antes de regresar a Grecia. Shaina en ese momento comprendió el por qué había hecho particular énfasis en la palabra 'detenerse'. En primer lugar, ni Sicilia ni Piamonte estaban en la ruta a Francia; en otras palabras, alguien las había desviado de su camino y retenido allí.
-Aunque Piamonte se encuentra en un lugar casi tan frío como donde fueron llevadas... -razonó la mujer europea -Está prácticamente al pie de los Alpes...-. Camus asintió, aunque argumentó que probablemente no hubiera sido demasiado prudente -ni mucho menos sabio- de parte de sus captores dejarlas en el mismo lugar de donde venían. Luego de un momento, volvió la mirada a la colina y se disculpó con sus compañeras, admitiendo que debía regresar a Acuario. Sin embargo, no había olvidado que le había prometido a Nadine y a Mara que las llevaría a ver a Afrodita. Por lo tanto, se despidió cordialmente de las tres mujeres y se dirigió al lago. Algunas de las niñas estaban bañándose en el pequeño lago, habiéndose quitado solo sus calzas de entrenamiento, dejando así sus leotardos. Cuando el joven galo se acercó a la orilla, ninguna de ellas se dio cuenta de que estaba en efecto allí, por lo que una de las niñas más grandes, de 10 años y origen chino, apenas más alta que Mara e igualmente delgada, con el cabello azul-violáceo lacio y por debajo de los hombros, tez levemente bronceada y hermosos ojos grises se zambulló en el lago cerca de donde estaba parado el onceavo guardián, dejándolo literalmente empapado. Aquello no obstante lejos estuvo de molestarle. Encendió apenas perceptiblemente su Cosmos y el agua que cubría su armadura se volvió una delgadísima capa de escarcha. El efecto sobre la misma provocó que esta pareciese aún más brillante de lo que era bajo la luz del sol. Y en cuestión de segundos se encontró con la poco familiar escena de poco más de una decena de ojos observándole atónitos. Hasta que una de las tantas niñas -justamente la misma que lo había dejado en ese estado en primer lugar- reaccionó de su estupor inicial y rápidamente apoyó su mano en el pecho del francés, encendiendo tanto cuanto pudo su Cosmos. Camus no pudo más que observar en absoluta estupefacción -algo que no era para nada habitual en él- cómo su Armadura Dorada y más tarde todo su cuerpo se cubrió de una luz de un tono rosa pálido como el Cosmos de la Saintia de Camaleón, para luego desvanecerse tan pronto como la niña retiró su mano. No obstante ello, el Santo de Acuario se llevó casi automáticamente una mano al pecho, dándose cuenta de que se sentía extrañamente cálido.
-¿Cuál...? ¿Cuál es tu nombre, niña?
-Mei Lang, señor... Soy... soy discípula del Santo de Andrómeda...-. Al oír eso, el galo no solo abrió enormemente sus ojos rubíes sino que además lo invadió una repentina sensación de déjà vu. Como si algo así le hubiese ocurrido antes. Palideció visiblemente al recordar por qué había sentido eso. Lo siguiente de lo que fue consciente fue de que la imagen de su primer enfrentamiento con Hyōga en Libra ocupaba completamente sus pensamientos. Y lo último que vio antes de regresar abruptamente a la realidad fue a su discípulo encerrado en el Ataúd de Hielo. Y, como si fuera poco, luego lo invadió el recuerdo de la persona que había salvado su vida. A pesar de que él no había presenciado esa escena, ya que se encontraba de regreso en Acuario. La mano de Shaina en su hombro sosteniéndolo casi como si fuera a caerse lo hizo regresar definitivamente a la realidad y este sacudió la cabeza, volviendo la mirada a la niña china. Suspiró y finalmente dijo:
-Eres Virgo entonces...-. La voz de Shaina detrás de él sin embargo negó verbalmente, explicándole que en realidad Shun la había aceptado como aprendiza debido a sus habilidades no a su signo. Era en realidad Acuario, pero poseía poderes psíquicos (aún en desarrollo, aclaró) que seguramente se volverían tan poderosos como los del mismo Shaka. De hecho, concluyó la Saintia de Plata, poseía ya la habilidad de leer la mente. Su Cosmos, naturalmente, era tan cálido como el de su maestro.
-Me sorprende que ese chico haya aceptado a un Acuario de discípulo... -dijo el Santo Dorado -Especialmente después de casi perder la vida a causa de uno...
-¿Sabes que ese es el destino de Andrómeda, verdad? Quiero decir, de la constelación. Shun no se hubiese perdonado dejar morir a Hyōga. Aún si eso significaba su propio sacrificio... ¿O tú te perdonarías algo así?
-Temo... Temo que tienes razón, Shaina...-. Volvió a sacudir la cabeza y se llevó una mano a la sien -Discúlpame con las niñas, realmente debería marcharme o de lo contrario me será imposible descansar esta noche...-. Antes de que se retirara del recinto, June le advirtió que se asegurara de comer algo antes de dormir. O de lo contrario ni siquiera él soportaría el trayecto al amanecer. Acuario asintió, agregando que eso resultaría especialmente difícil teniendo en cuenta que debían ir a pie hasta llegar a Estrasburgo, en Alsacia. El resto del trayecto sería en tren.
-¿Alsacia? -exclamó Marín, luego de haber permanecido por un largo tiempo en silencio -Creí que debían ir a los Alpes. Debo admitir que no conozco demasiado, casi nada de hecho respecto de Francia. Pero me consta que eso está demasiado alejado de donde realmente deben ir...
Aquella noche y como lo había previsto de alguna manera fue prácticamente un calvario para el joven galo. Por mucho que lo intentó, no pudo siquiera dormir una hora. Acabó casi inevitablemente encerrado en la biblioteca privada de su Templo; quizá el único lugar en el que encontraba tranquilidad cuando estaba tenso o, como en ese caso en particular, insomne. Algo que no recordaba que le hubiese ocurrido con anterioridad. Se sentó frente al enorme y antiguo escritorio y levantó la mirada al librero a su derecha, navegando con sumo cuidado y con la yema de su índice derecho a través de los títulos que se encontraban allí. Hasta que su búsqueda se detuvo en un tomo particularmente grueso -e incluso tan antiguo por su apariencia como su camarada Dokho- y lo retiró de su lugar con el mismo cuidado. Era en efecto un libro unos cuatro siglos más viejo que el bicentenario Santo de Libra. Y era, además, una obra que le recordaba quizás al peor momento desde que se convirtiera en Santo de Atenea por una simple razón. El Infierno tal cual él, Afrodita, Shura, Saga y Shion de Aries lo habían experimentado era la viva imagen de aquel descrito en esa obra renacentista. Dejó ese pensamiento a un lado y tomó el libro de todas formas, sentándose ante el escritorio nuevamente y colocándose las gafas que usaba para leer. Pasaron un par de horas en las que permaneció profundamente sumido en su lectura, hasta que dos golpes (suaves) a la puerta le hicieron levantar la mirada, sin quitarse aún sus gafas. Se levantó pesadamente, ya que estaba comenzando a resentirse a causa de la falta de sueño y se dirigió a la puerta. Antes de poder abrirla, se recargó sobre la misma con su mano derecha apoyada en la manilla y la frente apoyada en la puerta. Intentó tomar aire para calmarse pero le fue imposible. Al escuchar aquellos ligeros jadeos, la persona al otro lado desistió de golpear nuevamente y en cambio le preguntó en un tono preocupado si se encontraba bien, admitiendo que Mara le había informado que estaba allí en la biblioteca. Camus abrió sus ojos rubíes en completo estupor al darse cuenta de que la persona en cuestión era nada menos que Atenea. Y su sorpresa -y hasta cierto punto temor- solo aumentó cuando la mujer mencionó que había sido su pequeña huésped quien le había informado de ello. Una vez que pudo salir de su asombro, se alejó de la puerta y la abrió, permitiéndole el ingreso a la mujer e inclinándose a su paso.
-No has dormido... -dijo, en un tono inhabitualmente cortante en ella la diosa. El muchacho de ojos rubíes solo asintió y le preguntó, con su habitual cortesía, qué más le había dicho la pequeña griega de lo que él debiera saber. La mujer no dijo nada sino que caminó lentamente hacia el escritorio. Encontró aquella antigua copia de páginas amarillentas, la cual estaba abierta sobre el final del libro Inferno, casi en el relato del autor de su ingreso al Purgatorio y levantó nuevamente la mirada a Camus. Inmediatamente después arqueó una ceja.
-¿Dante? ¿Soy la única que ha preguntado si no has visto ya suficiente de esto, Acuario?-. Al hombre francés no solo le sorprendió que le preguntase aquello, sino que se dirigiera a él de esa manera. Nunca la joven Atenea había llamado a sus Santos Dorados o de Plata -monos aún a los de Bronce, sus guerreros más cercanos, por sus rangos. Sí recordaba con absoluta claridad que el bicentenario Santo de Libra, aún a pesar de ser su camarada, los trataba de esa manera habitualmente. Aunque quizá fuese más lógico en su caso. Sacudió esos pensamientos de su mente y volvió sus ojos rubíes a la mujer que lo observaba con un gesto de sincera preocupación en su propia mirada verde-azulada. Finalmente suspiró y respondió:
-Sí; por desgracia cierto heleno que custodia Escorpio me lo ha recordado un par de veces...-. Se acercó al escritorio y cerró abruptamente el libro, olvidándose de marcar donde había dejado su lectura. Se encogió ligeramente de hombros antes de darse vuelta hacia la mujer junto a él. Lo recordaría de todas maneras; le sería casi imposible borrar de su mente la imagen de los prisioneros de Giudecca. Le sería imposible borrar las escenas de aquel libro en realidad. Debía haberlo leído prácticamente en todas sus traducciones en los idiomas que conocía a excepción en una; el griego. Aquella era, en efecto, la obra original, en dialecto toscano. Sacudió nuevamente la cabeza y apoyó su mano en el hombro de Saori, guiándola a la salida de la habitación hacia la sala principal del Templo. Para sorpresa de ambos y a pesar de las altas horas de la noche, se encontraron con un visitante poco habitual tanto justamente para esas horas como en ese lugar. Shaka de Virgo no acostumbraba siquiera salir de su Templo; y si lo hacía alguna vez, solo visitaba a sus pares de Aries o Libra. El joven rubio se inclinó ante su diosa y saludó amablemente al onceavo custodio, quien simplemente inclinó la cabeza como respuesta.
-Lamento haber venido aquí en este momento, pero imaginaba que aún no habrías podido conciliar el sueño. Solo faltan seis horas antes del alba, Acuario...
-Agradecería que no me lo recuerdes, Shaka. Aunque, por otro lado, agradezco que te hayas molestado en venir. Necesitaría sinceramente pedirte un favor...-. El joven hindú no pudo evitar arquear una ceja sorprendido. No porque su par galo estuviese pidiéndole un favor, sino porque sabía perfectamente qué necesitaba de él. También Saori tuvo una reacción similar. Finalmente Shaka sacudió la cabeza y preguntó:
-¿Cuánto tiempo has estado despierto?-. Sorprendido por la pregunta, el francés tardó un par de minutos en responder, hasta que finalmente le dijo que habían sido más de doce horas. En realidad, admitió, desde que se había levantado la mañana anterior. Sin mediar más palabras, el Santo de Virgo se inclinó ante la diosa y se disculpó con ella en nombre de él y su camarada, escoltando a este último a su habitación. Saori asintió y, una vez que se aseguró de que todo estaría bien, se retiró a sus propios aposentos. Afuera, nuevamente y como si se tratase de un mal presagio, había comenzado a llover. La casi cegadora luz de los rayos opacaba por completo lo que había sido un apenas tenue menguante.
