Cap. 1
Inglaterra, 1069
La muchacha debería haber tenido miedo. Muchos guerreros sajones habían huido despavoridos al verle en traje de batalla, y sin embargo Draco no percibió temor alguno en los resplandecientes ojos verdes que escrutaban su rostro. Bajo su casco cónico, la observó dirigirse hacia él, ofreciéndole un vistoso ramo de flores con su pequeña mano. Sonrió, sin prestar atención a la sangre reseca que oscurecía su cota de malla ni el feroz dragón negro que aparecía en su escudo.
Debería haber tenido miedo, y sin embargo se acerco más, curiosa aunque extrañamente serena, interesada, casi ansiosa, como si hubiera encontrado a un nuevo amigo.
Draco cambio de posición en su silla de montar, sintiéndose incómodo ante aquella mirada. El enorme caballo daba coces y resoplaba; de pronto aguzó las orejas y volvió la cabeza hacia la hermosa doncella de cabello negro que no superaba en la altura las enormes cruces del caballo.
Draco Malfoy de Gere hubiera jurado que jamás había visto una mujer más bella o una sonrisa más encantadora que aquella que iluminaba el rostro de la joven. No parecía mayor de dieciocho años, con un cuerpo maduro para ofrecérselo a un hombre y un resplandor en las mejillas que daba a entender que quizá agradeciera compañía masculina. Sin embargo, los sentimientos que despertaba en él eran completamente distintos. Le hacía pensar en un hogar y un final a toda aquella sangre y lucha.
Se limitó a levantar el pequeño ramo en silencio. Draco tendió una mano enguantada y lo cogió. Cuando sus dedos rozaron los de la chica, ella sonrió más ampliamente, y él le dedico una sonrisa cansada. Esperó a que ella hablasé, sintiendo curiosidad por escuchar el tono de su voz y al mismo tiempo reacio a romper el encanto creado por su presencia. Se preguntó de dónde vendría y cuál sería su nombre.
¿Donde estaría su hermana? Hermione Granger de Ivesham hizo rodar la gran piedra de granito y buscó entre los robles que tenía a su derecha. Sólo se había ausentado un segundo: Gweneth no podía haber ido muy lejos.
Hermione oteó el prado y después el montículo situado al otro extremo. La túnica azul claro ondeaba en la brisa sólo podía ser la de Gweneth, pero a su lado... ¡Madre bendita!
A Hermione se le cortó la respiración. El caballero negro. Un dragón negro sobre un campo de rojo sangre. ¡Malfoy el despiadado! Y allí estaba Gweneth, ofreciéndole un ramillete de flores con patética inocencia.
Sintiendo en el pecho los fuertes latidos de su corazón, cogió el dobladillo de su túnica verde bosque y corrió campo a través.
-¡Gweneth!-gritó-.¡Gweneth! -Pero su hermana no se volvió y Hermione siguió corriendo. Al llegar junto a ella vio los duros rasgos del enorme caballero normando montado a caballo. Malfoy el despiadado, el hombre que había estado recorriendo el país, asolando el norte en nombre del rey Guillermo, decidido a reprimir la rebelión.
-¡suéltela!- exigió Hermione con cierta irracionalidad, ya que el hombre simplemente permanecía a lomos de su caballo.
El enorme caballero no despegó los labios, limitándose a mirar a Gweneth como si fuera una extraña criatura de otro mundo, cosa que en cierta forma era.
-Le ruego...- dijo Hermione. Mi hermana no tiene malas intenciones. Es imprudente por naturaleza. No se hace cargo de las cosas. No es... ¿Que podía decir acerca de Gweneth? Acerca del modo en el que vivía, de su dulzura, de su cariño.
Paro al contemplar el rostro del Caballero Negro comprendió que sobraba cualquier explicación.
-Es bellísima- dijo él con tierno respeto, como si se hubiera unido a ella en su mundo lejano. A continuación se incorporó en la silla, irguiéndose a tal altura que tapaba el sol. Su cabello color platinado, más largo que el de la mayoría de los normandos, resplandecía bajo el casco; tenia una mandíbula fuerte y la tez blanca. Por primera vez prestó atención a Hermione pero de su voz desapareció todo rastro de ternura.
-No deberíais estar aquí. Hay hombres en aquellos bosques, caballeros y soldados recién salidos de batalla que podrían haceros daño. Ya sabéis seguramente que es peligroso andar por aquí en estos tiempos. -Se dirigió a ella en sajón, no con fluidez suficiente pero con suficiente soltura para hacerse entender.
-Volvíamos a casa del pueblo- mintió Hermione, ya que en realidad huían del aburrimiento de todo un día en casa-. Nos equivocamos de camino, pero ya lo hemos encontrado. Regresaremos de inmediato.
-No sois campesinas. Por el aspecto de vuestras ropas, sois de alta alcurnia. Deberían cuidar mejor de vosotras.
Hermione se ofendió.
-No es asunto suyo. Yo cuido muy bien de mi hermana, mejor que nadie. ¡Sé cuidar de las dos!- Asió del brazo a Gweneth, pero ésta se soltó, y con una sonrisa en los labios, tendió la mano hacia el alto caballero. Los ojos de Hermione se abrieron como platos cuando el impotente guerrero se inclinó y la cogió entre las suyas, estrechándola suavemente.
-Id- dijo, mirando a Hermione, adoptando de nuevo un tono duro y áspero-. Volved a casa antes de que tengáis problemas. El próximo hombre con quien os topéis tal vez quiera algo más que amistad. ¡Marchad!.
Hermione tragó saliva y retrocedió. Tirando con fuerza del brazo de su hermana, la condujo hacia un soto. Aún temblaba cuando llegaron al bosque. En cambio Gweneth paseaba tranquilamente a su lado, recogiendo flores, olvidando ya el hombre de la colina.
Al pensar que habían escapado por los pelos, Hermione se apoyó contra un árbol de boj y respiró aliviada. ¡Aquel caballero era tan grande! Podía acabar con la vida de un hombre de un puñetazo. Se rumoreaba que habia matado a docenas de guerreros sajones, violando mujeres arrasando las tierras de costa a costa. Sin embargo, la imagen que conservaba de él era la de un enorme normando que sostenía un pequeño ramillete de flores y daba un cariñoso apretón de manos a su hermana.
Hermione frunció el entrecejo, incapaz de entenderlo. No deberían haber salido de casa, por supuesto, pero habían permanecido demasiado tiempo encerradas y se decía que los normandos se hallaban a muchos kilómetros de distancia.
Recordó las palabras del Caballero Negro; ella y Gweneth deberían de estar mejor atendidas. En verdad, su tío casi nunca sabía; dónde paraban, y Hermione sospechaba que el hombre se sentía aliviado cuando no estaban por allí. Además, Ivesham no corría peligro; Aunque su tío simpatizaba con la causa de los hermanos sajones, había jurado lealtad al rey. Nadie conocía sus simpatías por los rebeldes; Ni siquiera Hermione, hasta que una noche lo oyó hablar.
Soltó la mano de su hermana y se agachó para cortar una margarita amarilla. El día era soleado y cálido. Miró con anhelo el cielo despejado. Había; muy pocas cosas que hacer en la casa solariega, a excepción de las habituales tareas femeninas que tanto detestaba; Hermione dio una patada a una piedra y oyó cómo caía a un estanque cercano.
Deberían de regresar a Ivesham,- y lo harían - pero¿Qué peligro podía haber en retrasar la vuelta un par de horas? El Caballero Negro había desaparecido, tendrían cuidado, y nadie más se acercaría a ellas. Se sentarían un rato junto al estanque, y disfrutarían del sol y después volverían a casa.
Draco quedó mirando la arboleda en que se habían internado las jóvenes, dividido entre la preocupación por la bella doncella de cabello negro y la necesidad de regresar junto a sus hombres. Los rebeldes habia huido, pero siempre cabía la posibilidad de que volvieran. Si eso ocurría, sus hombres le necesitarían.
El sol caía despiadadamente sobre su casco y su pesada cota de malla. Satán, su enorme caballo pisaba con creciente nerviosismo. Sin embargo los pensamientos de Draco continuaban centrados en la joven que habia intentado entablar amistad con él y que por unos momentos habia borrado de su mente los horrores de la guerra. Sin duda las doncellas habían seguido sus consejos y regresarían a la seguridad del hogar, aunque por un instante dudo de que así fuera al recordar a la osada joven de cabello castaño que con valentía se habia enfrentado a él.
Sonrío al pensarlo y a continuación maldijo la estupidez que la habia llevado a pasear sola por el campo. No era en absoluto tan bella como su hermana, pero quizá con el tiempo llegaría a serlo. Ambas muchachas eran menudas y de tez blanca; la castaña, mucho más delgada, se hallaba en esa etapa algo ambigua que preludia la madurez. Se preguntó qué aspecto tendría cuando se convirtiera en mujer.
Volvió a mirar hacia el lugar en que habían desaparecido. No debía preocuparse; habia visto cómo temblaba la joven al oír el tono de su voz. Ni siquiera ella seria tan estúpida como para desobedecer sus órdenes. Miró las flores que aún sostenía en la mano y su fragancia le recordó aquellos ojos verdes y la increíble dulzura de la doncella. De mala gana, arrojó el ramillete y cabalgó para unirse a sus hombres.
-¡Draco! Menos mal que has vuelto. Tu ausencia comenzaba a inquietarme.- Theodoro Nott, su caballero de confianza y gran amigo, cabalgó hacia él, con lanza en mano.
-¿Que noticias hay?-pregunto Draco- ¿Han regresado los exploradores?
El caballero castaño asintió.
-Han informado de que una fuerza rebelde avanza hacia los hombres de Montreale. Deberíamos intentar atraparlos antes. -La rivalidad entre Draco y Tomas Ryddle de Montreale, señor del castillo Malvern, era legendaria, una enemistad que se extendía a los hombres que se hallaban a sus órdenes.
-¿Hacia dónde se dirigen?
Theodoro señalo en la dirección por la que acababa de llegar Draco. Éste pensó en las dos doncellas y se estremeció.
-Reúne a los hombres. Avísales de que estén en guardia. Partiremos enseguida.
Dos horas más tarde la pequeña fuerza rebelde habia sido descubierta. Veinte sajones fueron hechos prisioneros, otros tantos yacían muertos o moribundos en el campo de batalla; No obstante, la rebelión estaba lejos de ser reprimida.
Pronto recibirían un mensaje del rey que desvelaba la traición de otros sajones. A Draco le correspondía poner fin a esa oposición. Guillermo quería que la paz reinase de nuevo en esa tierra dividida por la guerra.
Y Draco ambicionaba tierras propias.
-Los hombres han realizado un buen trabajo-dijo contemplando al enemigo derrotado y a sus agotados soldados-. Hay un prado no muy lejos de aquí. Será un buen lugar para acampar.
Rendido, cabalgo junto a Theodoro a través de la aliseda donde habia encontrado a las dos jóvenes. Al no verlas por allí, se sintió aliviado. De pronto un ruido le llamó la atención y se detuvo. A su derecha, junto al borboteo del agua del riachuelo, oyó las estruendosas voces de hombres que hablaban francés normando.
-¡Deteneos! -ordenó a las tropas que cabalgaban detrás de él-. Theodoro, Ronald, Vicent y Gregori acompañadme.- Seguramente; eran los hombres de Thomas. No eran asunto suyo, pero así se enteraría de sus planes.
Avanzaron silenciosamente entre los árboles, escuchando las risas groseras de los guerreros, y entre ellas Draco oyó el grito agudo de una mujer. Espoleó el gran caballo negro, que dio un gran salto hacia delante. En pocos minutos llegó al claro de donde procedían las voces y vio con horror lo que un sexto sentido le habia estado anunciando todo el día. Bajo de caballo y desenvaino la ancha espada.
-¡Deteneos! Las risas se desvanecieron ante la dureza de su tono. Un grupo de hombres de Ryddle, manchados de sangre y cansados de la batalla, se volvió a mirarlo.
-Tal vez Ryddle no censure el saqueo y el asesinato, pero yo no lo tolero. Si deseáis vivir, dejad a las mujeres y retroceded.
Un robusto caballero dio unos pasos hacia al frente.
-Las chicas son nuestras por derecho de guerra. ¿Con qué derecho nos lo prohíbes?
-Con este derecho.- Draco alzo la espada; la gruesa hoja resplandeció al sol. El escudo en forma de cometa le colgaba en un hombro, y el feroz dragón los contemplaba amenazador.
-Es él-susurro uno de los cinco hombres-. Ve con cuidado, Bernart; te enfrentas al Caballero Negro. Habrás oído hablar de él.-Trago saliva con tanta fuerza que Draco pudo distinguir el nudo que se le hacia en la garganta.
-Ellos son cinco y nosotros también. Propongo que luchemos.
-Deja que se quede con las chicas- intervino otro-. No hay que ser avaricioso. Nosotros ya nos hemos aprovechado.
Sus compañeros rieron nerviosos. Se apartaron de las mujeres que tenían rodeadas, se alisaron las túnicas y se ataron los cordones de los pantalones.
Draco miró a las dos jóvenes tendidas en el suelo, desnudas. La doncella de cabello negro yacía sobre la hierba, con la mirada fija en el cielo. Tenia los muslos ensangrentados, y su melena enmarañada, cubría sus pálidos hombros. A escasos metros, la muchacha de pelo castaño, levantó la cabeza, recobrando el conocimiento. Tenia el cuerpo magullado, un ojo hinchado y el labio partido. Un hilillo de sangre le caía por la comisura de la boca.
Draco tenso los dedos alrededor de la empuñadura de la espada.
-Os repito que os apartéis de las mujeres.
Un robusto caballero de cabello castaño fue el primero en obedecer.
-Considera a la delgadita un regalo de lord Thomas- se burló-. Su virgo permanece intacto. Puedes hacer con ella lo que gustes.
-La buena era la rellenita-dijo otro-. La tomamos uno tras otro y lo cierto es que la chica disfrutó más que cualquier criada.
Draco actuó con tal rapidez que lo pilló desprevenido. Con la mano enguantada, cogió al hombre por el cuello, cortándole la respiración, y lo levantó del suelo. Éste pataleó y se retorció en un intento por liberarse, jadeando, pero Draco lo asió con más fuerza. Cuando el caballero se desmayó, Draco masculló una maldición y lo arrojo al suelo como un trozo de carne podrida.
-¡cogedlo y marchad! -ordenó Draco.
Murmurando entre sí mientras arrastraban al hombre inconsciente, recogieron las armas y se adentraron con sus caballos al bosque.
-Ve a buscar otra manta-dijo Draco a Theodoro mientras cogía la suya de la silla de montar y desaparecían los últimos hombres de Ryddle. Se arrodilló junto a la doncella de cabello negro, la cubrió y la levantó para depositarla sobre los brazos extendidos de Theodoro. Cuando se agachó para tapar a la joven castaña, esta empezó a forcejar, golpeándole con fuerza.
- ¡Dejadla!-exclamó la muchacha mientras le asentaba un puñetazo en la mandíbula-. ¡No le hagáis daño! ¡Por favor!.
La cogió de las muñecas y le habló con dulzura para calmarla:
-Tranquila, ma petite. Tú y tu hermana estáis a salvo. - Ella se resistió unos minutos más, debatiéndose hasta desvanecerse en sus brazos. Draco la alzó y la llevó hacia los caballos.
-Menos mal que llegamos a tiempo-dijo Theodoro-. Un poco más y las doncellas habrían muerto.
Draco asintió.
-Es lamentable.- Theodoro cambió de posición el peso que llevaba-. La morena es muy bella, y la más joven se defiende como una leona.
-Lucho con valentía.
-¿Que vamos hacer con ellas?
Draco vacilo un instante.
-No sabemos dónde viven. Si sus parientes apoyan a los rebeldes sajones, no estarían a salvo ni tras los muros de su propia casa. -Pasó la chica a Ron, el más joven de sus caballeros, un chico pelirrojo de diecisiete años que habia servido de escudero a Theodoro.
-Llévalas al convento del Sagrado Corazón. Las hermanas averiguaran su identidad y avisarán a la familia para que acuda a recogerlas.
-Considerando lo que puede deparar el futuro, parece una buena idea.
Draco se limitó a asentir. No podía dejar de pensar en la bella doncella de cabello negro atacada por los crueles hombres de Ryddle. O en la cara ensangrentada de la joven castaña que habia luchado con tanta valentía para protegerla.
Draco apretó los labios. Debería de haberles acompañado. Eran tan jóvenes, inocentes y confiadas. Conocía los peligros a que podrían enfrentarse. Estaba acostumbrado a mandar que jamás se le ocurrió que las chicas lo desobedecerían. Maldita sea. Se sentía culpable.
Al verlas tan maltrechas en los brazos de los hombres sintió una gran pesadumbre.
hola!!... espero que les guste. nos seguimos leyendo.
