N/A: ¡Hola! Aquí me tienen otra vez con una historia nueva. Empieza un poco angustiosa pero en mi favor diré que la tengo bastante avanzada por lo que no demoraré demasiado con las actualizaciones y, por otro lado, amo los finales felices, así que les ruego que tengan fe en mí y me hagan el honor de acompañarme en esta nueva jornada que, además, es la última antes del prometido regreso de "Reencuentro Inesperado". De antemano agradezco infinitamente el tiempo que dediquen a leerme y -de todo corazón lo espero- a escribirme un review. Dicho lo anterior, los dejo con este primer capítulo que espero disfruten tanto leyendo como lo hice yo escribiéndolo.

N/A2: Para efectos de esta historia -que se sitúa después de "The squab and the quail" pero antes de "The human factor"- partiremos del supuesto de que Kate no recibe oferta alguna para marcharse a Washington; de modo que todo lo derivado de esa proposición de trabajo, no existe en este fic. Aclarado ese punto, las dejo seguir.

Castle no me pertenece.


SIETE CARTAS

Baja la tapa de su laptop, suspirando más resignado que satisfecho, y dispuesto a dar por terminada la jornada de hoy; aunque tampoco podría decirse que está insatisfecho del todo con el resultado de seis horas de trabajo, inmerso en el mundo de Rook y Nikki. A fuerza de tanto consolidar su voluntad, finalmente ha logrado separar y catalogar en su mente las emociones que lo agobian, canalizar su dolor y usarlo para producir una historia que, después de todo, le está siendo útil para desahogar sus penas.

Revisa su reloj. 2:24 A.M. Se pasa la mano por su rostro cansado hasta alcanzar su cabello, enhebrando en él sus dedos en señal de extenuación y congoja; con su mano libre se talla los ojos cerrados, intentando aliviar el ardor y la pesadez que desde hace un par de horas se han apoderado de sus párpados. Su mente también es víctima ya del agotamiento, así como de una opresiva sensación de pesadumbre que se ha venido acumulando a lo largo de la semana. Siete días largos y devastadores que, de alguna manera, son peores que otros a los que, por el mismo motivo, ya se ha visto obligado a enfrentar en el pasado. Hay dolores que nunca dejan de ser nuevos y ausencias que nunca dejan de ser difíciles de sobrellevar.

Richard Castle se reclina sobre el respaldo de la silla ejecutiva de su oficina, apartándola ligeramente del escritorio. Echa hacia atrás la cabeza sin siquiera molestarse en abrir los ojos. La luz mortecina de una lámpara alumbra apenas lo necesario mientras que el resto del despacho –y del loft- están prácticamente en penumbras. Está solo en casa. Como casi siempre a últimas fechas. Alexis pasa sus días absorta en sus ocupaciones universitarias y, dado que es época de exámenes semestrales, le queda entre poco y nada de tiempo para visitar a su padre. Martha parece estar muy enfocada en su escuela de actuación por lo que la ha visto poco en las últimas semanas. Sin embargo, por una vez, Rick agradece la soledad y el silencio a su alrededor. Es mucho más fácil lidiar con sus demonios sin tener que preocuparse por Martha y Alexis sufriendo junto con él. A estas alturas ellas aun no saben lo que pasó entre el autor y su musa… Y Castle espera poder retrasar lo más posible el momento en que tenga que informarle a su familia que Kate decidió ya no formar parte de su vida. De sobra sabe el escritor que no es sólo él quien resentirá los efectos de la decisión de Beckett; ojalá ella hubiera considerado también ese detalle antes de irse.

Decir que la forma en que terminaron las cosas entre él y la detective fue inesperada, es un eufemismo en toda regla. Es que simplemente no lo vio venir. Aunque, en honor a la verdad, tratándose de Katherine Beckett, predecir es complicado y prevenir puede llegar a ser incluso imposible. El hermetismo del que es capaz esa mujer, procura el mismo margen de maniobra que un tornado; reaccionas hasta que ya tienes la catástrofe encima y no te queda sino recurrir a un emergente control de daños que a veces está más allá de toda posibilidad.

Sin ganas de siquiera moverse de donde está, Rick repasa mentalmente –no por primera vez- la cadena de acontecimientos que derivaron en esa noche desastrosa en la que la mujer que ama le anunció que se iba, luego de un par de días de silencios ominosos, frases cortantes y miradas glaciales e impenetrables. La pregunta de rigor brotó de labios del atónito escritor, intentando encontrar, si no sentido, al menos una razón coherente que explicara por qué los sueños largamente acariciados de un futuro en común, repentinamente estaban siendo destrozados sin contemplación alguna. La explicación fue tan tajante y fría como la conducta de Kate en los días previos: "un video juego es más importante que yo para ti, Rick; luego intentas conformarme, cortando simbólicamente el cable de un control remoto, y cuando intento que hablemos de hacia dónde se dirige nuestra relación, tu brillante respuesta es, como siempre, una broma con la que evades los temas a los que les tienes miedo. No tienes idea de cuánto me costó atreverme a poner en palabras esa duda que me había estado atormentando…pero tu reacción fue suficiente para darme idea de cuál es la respuesta. Y yo no puedo ni quiero seguir bajo estas circunstancias, Castle. Necesito certezas, no incertidumbres; necesitaba con desesperación un indicio de que tú también tenías en mente movernos hacia el siguiente nivel de esta relación; pero no fue así…y yo me rindo. Y me voy. Si en algo valoras mi paz mental, por favor déjame ir sin intentar detenerme…por favor".

Y así, sin más ni más, Kate se fue sin voltear la vista; sin asomarse a sus ojos, sin pronunciar una palabras más, sin escuchar ni una queja de labios del hombre que dejó tras de sí, destrozado, aturdido por un impacto demoledor, y con un montón de palabras atascadas entre el dolor, el orgullo y una garganta anegada en llanto contenido. Una semana después, aquí sigue Rick, con el alma en un hilo; con la mente cuajada de preguntas enteras para las que sólo hay respuestas a medias; con la soledad adherida a él como una segunda piel; con la mitad de la cama y el resto del espacio en el mundo vacíos de esa presencia anhelada que se ha vuelto ausencia; con lágrimas de sobra y un exceso de tiempo que se convierte en desperdicio y calvario a falta de ella. No hay agilidad mental o capacidad intelectual que alcancen para entender con clarividencia una partida tan súbita con el subsecuente caos al que se ha reducido su vida. Lo que logró vislumbrar en esos ojos profundos y brillantes de lágrimas fieramente retenidas, fue suficiente para atarle la lengua, inmovilizarle los brazos y predisponerle los ánimos para hacer lo que pocas veces ha hecho: atender las instrucciones de Kate, abstenerse de presionarla…y, una vez más, dejarla ir. Si sufrir en silencio y verla alejarse es lo que ella necesita para su "paz mental", Rick está determinado a asumirlo, a aprender a vivir sin ella, y a dejarla vivir bajo sus propios términos. Quizá algún día vuelva si él no la fuerza; tal vez, eventualmente, recapacite y decida devolverle la mitad de la vida que se llevó con ella. Mientras tanto, sólo queda seguir hacia adelante y acostumbrarse al escozor de la herida en tanto que se convierte en cicatriz.

Sin embargo, Rick sabe perfectamente que superar a Kate es más fácil de pensar que de hacer. Ya ha tenido antes que lidiar con el abandono y la ausencia de su musa; y si cuando la amaba sin esperanzas de ser correspondido, fue muy duro tenerla lejos, reparar el daño causado por perderla ahora, luego de conocer la belleza y felicidad de vivir bajo el mismo techo con ella, implica un esfuerzo que por momentos parece sobrehumano; y Rick decide entonces que lidiará con eso de la única forma en que siempre ha vencido las adversidades, volcando sus emociones en hojas blancas a través de las palabras.

La vida continúa. Las historias deben seguir siendo contadas. Los ciclos tienen que cerrarse. Rick sabe que necesita vivir su duelo, recoger los restos de sí mismo, reconstruirse y vivir…vivir otra vez, ahora sin ella. ¿Cómo lo hará? Todavía no está muy seguro al respecto. Pero lo que sí tiene claro es que se trata de caminar un paso a la vez y de dar el primero cuanto antes; sabe también que el dolor lacerante que lo agobia ahora ha de encontrar un escape antes de que explote por mantenerlo encerrado y bajo presión. Se quedó con tantas cosas por decir, enclaustradas entre paredes de contención y silencio, que si no las pone afuera de algún modo, será imposible avanzar aunque sea mínimamente. De manera que sólo queda el camino de siempre, a través del cual se abrirá la válvula que liberará la presión y se volverán palabras los sentimientos, las emociones, las frustraciones y el dolor. Escribir es para él la panacea infalible y eterna. Pero esta vez le escribirá a ella, en vez de escribir sobre ella. Ahora no se trata de un capítulo más, relatando las aventuras de Nikki y Rook, sino de una carta para quien ha sido su fuente de inspiración. Una misiva que jamás dejará las manos del remitente para llegar a las de la destinataria, pero que guardará secretos anhelos, recuerdos sagrados, nostalgia, las explicaciones que se quedaron presas, las promesas que no hallaron su liberación y las esperanzas fallidas de un futuro que no va a llegar.

Dejando a un lado el cansancio, y acuciado por el afán de empezar a deshacerse cuanto antes del pesado fardo que lleva sobre los hombros desde la noche misma en que la vio marcharse, Rick toma papel, bolígrafo y, haciendo caso omiso de la hora tan tardía así como de la extenuación que hasta hacía poco lo aquejaba, comienza a escribir.

Kate:

No debe ser para ti ningún secreto que, desde el día en que te conocí, te convertiste para mí en un fascinante misterio que he sido feliz intentando descifrar. Lo que he aprendido a ser a partir de tu entrada en mi vida, es algo que no terminaré de agradecerte, porque me enseñaste a encontrar lo mejor de mí, siempre con la esperanza de ser digno de tenerte a mi lado como algo más que mi compañera o mi amiga. Las fases por las que atravesamos antes de llegar a ser pareja valieron tanto la pena que, si volviera a vivir lo vivido, no cambiaría ni un ápice de la historia que escribimos para poder alcanzar ese momento en el que decidimos entregarnos sin reservas a ese amor que estuvo ahí desde…quizá desde siempre.

Sin embargo, mentiría si dijera que el camino fue fácil y libre de penurias. Como todo lo que vale la pena, lo nuestro costó trabajo, esfuerzo, voluntad y muchas batallas libradas que supimos ganar juntos. La larga jornada que nos llevó uno hacia el otro estuvo sembrada de aprendizajes y de crecimiento; de vulnerabilidades expuestas y debilidades compartidas que nos fortalecieron como pareja, mejorándonos como individuos.

Pero hay miedos que no descansan…demonios que no mueren, sólo duermen en espera de emerger en el momento más propicio. La relación amorosa entre dos personas es un viaje aventurado, audaz, arriesgado. Cada día junto al ser amado es como jugar un partido en equipo pero siempre con la posibilidad latente de que se convierta en una batalla entre los dos compañeros. Los daños potenciales se magnifican por venir de alguien que nos importa más que todos y que nadie… Y los traumas o complejos individuales, puede llegar a puntos críticos en los que el temor se superpone a la razón, a la sensatez, a la valentía y, a veces, al mismo amor.

En nuestro caso, Kate, los cuatro años de preámbulo estuvieron siempre teñidos por un continuo estira y afloja. Por el juego incesante en el que yo presionaba y tú te escondías en todo lo que podías. No voy a negar que esos años en los que luché palmo a palmo por un lugar en tu vida, fueron lo equivalente a caminar permanentemente sobre el filo de una navaja; un paso en falso y…corría el riesgo de perderte; perderte siempre ha sido y es una dolorosa opción. Lo cierto es que, bajo esa dinámica, me condicioné a ser cauteloso en extremo; a tener muy claro hasta qué punto presionar para no cruzar límites que nos llevaran a un punto de no retorno en el que el distanciamiento fuera inevitable. Se me fijó en la mente que cada paso hacia ti debía ser mesurado y preciso, sin transgredir tu independencia, ni amenazar tu autonomía; sin coartar tu libertad y, lo más importante, sin exaltar tus miedos. Aprendí a leerte, a adivinarte, a anticiparme a tus deseos y a tus reacciones para reducir al mínimo las posibilidades de asustarte o impulsarte a salir huyendo. No obstante, debo admitir que cometí el craso error de acomodarme en una zona de confort y entonces, dejé de prestar la debida atención a las señales que me enviabas en silencio.

Kate, me tomó años enteros derrumbar tus muros y alcanzar tu corazón; una vez que te sentí mía, decidí mantenerme firme sobre la cuerda floja para no caer…para conservarte junto a mí. Me obligué a no ansiar más; a no querer correr hacia mi futuro soñado contigo para no atosigarte. Me forcé a conformarme con haber llegado hasta ti y a quedarme ahí, quieto, en espera de que al paso del tiempo, tú estuvieras lista para dar un paso hacia adelante. La cautela se volvió comodidad y seguridad; dos ingredientes que, juntos, pueden ser peligrosos para cualquier relación, tal y como ya ha quedado comprobado con tu partida.

Hoy que ya no estás aquí; hoy que tengo claro que no hay riesgo peor que el de no correr riesgo alguno, no tienes idea de cómo lamento mi ceguera, mi torpeza, mi falta de atención y de sensibilidad. Ya no estás aquí conmigo, Kate, y el dolor de tu ausencia quema y hiere infinitamente. No hay momento en que no sea consciente de lo mucho que te extraño, que te necesito y que te amo. En nombre de ese amor es que te he dejado ir, respetando tus motivos y tu necesidad de espacio y de tiempo; pero ni por un instante creas que no te pienso, que no te sueño, que no te añoro…porque echarte de menos y lamentar mis errores son, hoy por hoy, dos de mis actividades rutinarias.

No voy a presionar; no voy a aprisionarte en el círculo interminable de mi necesidad y tu compasión. Voy a asumir las consecuencias de mis actos, confiando en que tal vez eso obre a mi favor en el largo plazo. Sí, lo sé, soy un optimista empedernido, pero me gusta pensar que eso fue algo de lo que te gustó de mí. Quiero creer en que si acepto y espero, quizá algún día… Y si no sucede así, al menos aprenderé de la experiencia, a vivir sin ti pero con este amor que dudo que sucumba nunca.

Mi amor, perdóname. Perdón por mi estupidez, por mi falta de sensibilidad, por considerar nuestra relación como algo seguro, y por evadir cobardemente lo que me causaba miedo. En mi favor sólo puedo decir que no quería perderte y fue ese siempre mi freno para expresar mi más secreto deseo: el de pedirte que compartiéramos un futuro juntos, formando una familia y comprometiéndonos en todos los sentidos. Ese, Kate, ha sido siempre mi mayor anhelo; si te hice pensar algo distinto, lo lamento…créeme que lo lamentaré cada día que no te tenga.

Te amo…siempre.

Rick.

El bolígrafo rasga la parte baja de la hoja ahora llena; el reloj indica casi las cuatro de la madrugada, y un exhausto Rick apenas atina a enjugar las lágrimas que emergieron sin restricciones junto con el puñado de palabras nacidas de la fragilidad y la melancolía. Trabajosamente dobla el papel y lo deposita en un sobre que va a dar en uno de los cajones de su escritorio. Tal y como se lo ha prometido a sí mismo y a ella, guardará distancia y silencio; la dejará libre en nombre del amor que le profesa. Esa y todas las cartas que le dirija, no saldrán jamás de las penumbras de ese cajón desde el cual no podrán causar interferencia alguna en la vida que Kate decida vivir y de la que él ya no formará parte de ninguna manera.

Con la relativa tranquilidad que brinda una catarsis, Castle se dirige a su recámara con la firme intención de dormir como no ha podido hacerlo hasta hoy. Mañana…mañana será otro día y, con algo de suerte, puede que sea mejor que hoy.


Gracias anticipadas por su apoyo y sus amables comentarios.

Val.