Una promesa.

Fue tal vez el presentimiento, o quizás solo su intuición; pero, de alguna manera, ella supo que él no iba a volver. ¿Fue entonces la opresión que sintió en su corazón?, ¿o fue quizás el vuelco que su alma dio? ¿Cómo pudo ella saber que, después de aquella corta despedida, no lo volvería a ver más? Fue el recuerdo de la despedida, del adiós olvidado, del mundo ya cambiado.

Porque aunque ella fuera fuerte, no pudo evitar llorar, gritar de desesperación e impotencia. No pudo evitar que el dolor desgarrara su alma y destrozara su corazón. Fue en ese entonces cuando palabras sueltas de aquella despedida acudían a su mente, agolpándose sin piedad en sus pupilas.

Volveré…

Es una promesa, ¿verdad?

Sus sollozos desesperanzados podía oírlos hasta el más duro de los corazones, el melodioso y, a la vez, desgarrador sonido de su alma al romperse podía ser entendido hasta por la más ambiciosa de las sirenas. Pero… ¿por qué ella no era capaz de ver la realidad cuándo otros sí podían?, ¿por qué ella se aferraba a su último recuerdo?

La respuesta era simple muy simple…

Es una promesa…