Por fin, aquí está mi primer trabajo. Espero que les guste todos; lo de siempre, los personajes (bla, bla, bla) pertenecen a CLAM; algún parecido con la realidad es mera coinscidencia. Y ahora si, a leer:

La Historia de un Patito Feo.

¿Extintos?

¿Alguna vez han escuchado la historia de un patito feo. Si, aquella historia del chico (a) raro, feo por naturaleza y cuya única esperanza con la sociedad es pasar desapercibido lo mejor posible?

Bip, bip, bip. Un chico subía al escenario vestido de gala, el lugar está a rebosar y todos los presentes esperaban por él.

Bip, bip. El se inclina haciendo la acostumbrada reverencia, se dirige al hermoso piano negro de cola al centro de la estancia y arreglándose la parte trasera del smoking, se sienta en el delicado banquito.

Bip, bip. Sus manos blancas recorren el suave mármol de las teclas sintiendo su calidez y un ligero cosquilleo recorrer su cuerpo hasta llegar a las yemas de sus dedos. Se dispone a tocar el primer acorde, el primero de aquella melodía en Re menor.

Una suave presión de sus dedos hacia las teclas y lo que se escuchó fue… nada. Repitió la presión, nada, una vez más y nada pero, ahora se lograba escuchar algo a lo lejos que se intensificaba cada segundo; eran risas, muchas risas, risas de miles de personas que lo veían ahí sentado en un tonto banquito como un estúpido intentando hacer sonar un instrumento que se negaba a emitir sonido alguno.

Bip, bip, bip. El chico despertó sobresaltado con las sábanas regadas en el suelo, el sol filtrándose por las cortinas azules del balcón junto al escritorio y el molesto despertador en la mesita de noche.

-Fue un sueño, solo un sueño – se dijo a sí mismo para calmar su irregular pulso.

Rápidamente apagó el infernal aparato y buscó las zapatillas debajo de las sábanas. Era lunes, un pésimo día para él, tenía que salir de casa, ir a la escuela y dar la cara. Prefería mil veces quedarse encerrado en un lugar oscuro durante el día y salir de noche, como envidiaba a los vampiros.

Entró al baño, abrió el grifo y se lavó la cara con agua fría. Con las manos se quitó el exceso de agua y se incorporó para ver su rostro reflejado en el espejo. La cruda realidad era que lo único que podía envidiar de los vampiros era su flexibilidad de horario, todo lo demás él parecía poseerlo. Su rostro era afilado, su piel tan blanca que parecía un muerto, su pelo por el contrario era negro intenso con un inusual destello azul; como lo odiaba y lo peor, era rebelde como un adolescente en motocicleta viéndose obligado a (literalmente) pegárselo al cuero cabelludo con pegamento (gel) para que se estuviera quiero, de lo contrario se le formaba un horrible, espeluznante y estúpido remolino en la coronilla digno de Harry Potter y por último sus labios, teñidos de un color rojo que asemejaban sangre saliendo de su boca.

En cierta ocasión había visto el retrato de un vampiro y cuál fue su sorpresa al darse cuenta de que era extraordinariamente parecido a él: la piel, el cabello, los labios. Lo único que le faltaba era tener una vida nocturna; y lo que los vampiros podían envidiarle a él era su pulso y su reflejo en el espejo que él gustosamente les regalaría no, les pagaría para que se lo llevaran.

Tomó su cepillo dental, le aplicó una moderada porción de pasta y comenzó a cepillarse los dientes. Un destello plateado salió a relucir casi al instante de que abrió la boca. Si, era feo y para colmo tenía una malformación dental; un rasgo más para su parecido con los vampiros: ¡los caninos le habían salido amontonados sobre los demás dientes exactamente como si fuera un vampiro apunto de atacar! La solución había sido, primero sacarle unas cuantas muelas (lo cual no le hizo ni pizca de gracia) y ponerle unos espantosos frenillos que en esos momentos iban decorados con liguitas azules. Sus dientes ya estaban en el lugar indicado, pero el tratamiento aún no concluía y quitárselos antes de tiempo para su progenitor equivalía a no habérselos puesto nunca. Una pérdida de tiempo discutir.

Suspiró resignado al terminar de vestirse para ir al instituto, no tenía otra salida o iba o iba (-por favor Dios, que me parta un rayo, me trague la tierra o me rapte un extraterrestre, lo que tú quieras-). Odiaba su vida medio vampiresa, ¿por qué no se le concedía ese simple capricho: dejar de salir de día? ¿Acaso era tan difícil? Después de todo, mucha gente se lo agradecería y él estaba consciente de eso.

Lo único más o menos decente y que podía llamarse humano, eran sus ojos, lo único de su apariencia que le gustaba: de un extraño azul grisáceo como inmensas lagunas de misterio. Pero ¿De qué le servían si tenía que ocultarlos tras unos lentes grandes, de armazón grueso negro que le cubrían prácticamente la mitad de la cara y que él se negaba a cambiar por ser idénticos a los que usaba su ídolo para leer? Claro que su ídolo, un llamado genio musical había comenzado a usar lentes a los 60 años y había muerto hacía más de 20. Qué importaba, sus lentes eran igualitos.

Desafortunadamente para él, eses rasgo, el único de su apariencia que le gustaba lo había heredado de… de ella; lo odiaba, ¿por qué sus ojos, porque no mejor cualquier otra cosa, una que le gustara menos? Pero no, tenía que ser precisamente eso. Tal vez por eso no renegaba de sus anteojos y ocultaba sus ojos como mejor podía.

-Como siempre esto es lo mejor que pude lograr – se dijo el chico viéndose en un espejo de cuerpo completo que tenía en el reverso de su armario. Por lo menos no era gordo, pero sí que le faltaban unos cuantos kilos. Él siempre había sido flacucho y no importara cuanto lo intentara no podía subir de peso; su dieta tenía que ser balanceada por sus alergias (si también eso, alergias), pero por todo un mes había comido hasta reventar todos los días y solo había aumentado medio kilo. Definitivamente nunca sería un chico musculoso. Y por si eso no fuera poco, tenía la estatura de una CHICA alta.

Resignado salió de su habitación, si se daba prisa no tendría que desayunar solo como de costumbre lo hacía. Bajó las escaleras y entró al comedor. Estaba vacío.

-Buenos días mi niño – lo saludó la cocinera de cincuenta y tres años, tres meses y veinticinco días), una mujer rechoncha, simpática y muy maternal que siempre había trabajado para ellos y cuyo pasatiempo era tejer de todo un poco (suertes para navidad, bufandas para año nuevo, cubre teteras, manteles, guantes y cualquier cosa que viniera en el catalogo).

-Buenos días Judy, ¿mi padre ya salió? – preguntó él sentándose en su sitio habitual.

-Me temo que si Eriol, ni siquiera desayuno.

¿Alguna vez han escuchado la historia de un patito feo que, por asares del destino tiene padres ausentes?

Podría ser algo así: Erase una vez, en un lugar muy lejano, a miles de kilómetros de distancia, en la acogedora ciudad de Londres Inglaterra, una chica paseaba gustosa por el parque como solía hacer todas las mañanas de los sábados, acompañada únicamente del viento y una canción en su cabeza. Su nombre era Elizabeth tenía veinte años, siete meses y once días. Era una chica ingenua con fantasías de grandeza y fama que toda chica alguna vez experimenta, acababa de iniciar la universidad hacía poco y deseaba siempre estar en los mejores lugares de todo (desde los asientos para el cine, hasta el cuadro de honor).

Pero, ¿Por qué aquel día sería diferente?

R= Porque aquel día conocería al hombre que le robaría más que un beso y una caricia.

Fue en la pequeña fuente, sus ojos se encontraron y al instante se atrajeron, no paso mucho para que comenzaran a hablar de todo un poco, a conocerse y desear estar el uno junto al otro. Él se llamaba Clow Hiraguizawa, tenía veinticuatro años, cinco meses, ocho días y acababa de recibirse de doctor.

Cada fin de semana volvían al mismo lugar y pasaban las horas hablando y hablando. Cuando la despedida llegaba, siempre era recibida con un beso y una promesa siempre cumplida.

Los jóvenes amantes no tardaron en profesarse su amor y en jurarse una y otra vez tiempo eterno en secreto. Sin embargo, algo salió mal. Y cuando se dieron cuenta y vieron sus planes futuros desvanecerse por culpa de un niño y una boda no planeada, el amor comenzó a aflojar.

Pese a las insistencias de ambas familias los jóvenes no se casaron, tuvieron acuerdos y encontraron una solución productiva para su pequeño "problema" que no tardaría en nacer.

Y así fue, el niño nació saludable y recibió el nombre de Eriol. Por un tiempo los jóvenes convivían pacíficamente; él visitándolos constantemente en la casa de ella con la vista de sus padres puesta encima. El niño se parecía a su padre y poseía los ojos de su madre. La relación estaba destinada a fracasar.

Elizabeth era aún una niña y no estaba lista para ser madre; pensando en lo mejor para todos, armó un plan: el niño se quedaría en casa de su padre y ella se iría del país (posiblemente a Francia) a intentar re hacer su vida. Así lo hizo.

De esta forma, Clow tuvo que hacerse cargo él solo de aquel niño con la ayuda de su madre (su padre había fallecido hacia ya unos años). Si, había sido su error y se haría responsable.

Había pasado poco más de un año cuando, al joven y talentoso doctor Hiraguizawa se le ofreció una oportunidad única en la vida que no estaba dispuesto a abandonar: estudiar especialidad (neurocirugía) en una prestigiosa universidad de Japón. Así fue como Clow llegó a Tomoeda con un niño de dos años, sin esposa y con una cocinera decidida a ayudarlo lo más posible.

Claro está que, Eriol viajaba a menudo a Inglaterra a visitar a sus abuelos y había sido a los seis años cuando se había reencontrado con su madre, arrepentida y pidiéndole perdón (que él no pudo negar). Era una rutina para él el visitar su tierra, pasaba una semana con sus abuelos maternos y otra semana con su abuela.

El tiempo ya había pasado y cuando Eriol tenía doce años recibió una "gran" noticia: su madre se casaba con un famoso empresario (y su hija de catorce años). Obviamente tuvo que asistir a la boda y conocer a su nuevo padrastro y su insoportable hermanastra.

Desde entonces había acortado sus visitas a Inglaterra de máximo una al año. De ahí en más volvía a pasar una semana con sus abuelos maternos, intentando estar con ellos el menor tiempo posible (pues sentía que no era muy bienvenido), otra semana con su abuela paterna intentando estar con ella el mayor tiempo posible (definitivamente ella era la persona que más lo quería) y poniendo pretextos para pasar no más de dos días con su madre y la familia de ella; Ahí sí que no se sentía bienvenido y le dolía ver a su progenitora (la llamaba madre lo menos frecuente posible) completamente lista para ser madre de una chica mayor que él y un nuevo niño que era su adoración.

-Preparé panques – le informó Judy con una radiante sonrisa. Aquella mujer era la que lo había criado, por lo que era normal que Eriol la consideraba más que una simple empleada.

-se ven deliciosos, gracias – respondió Eriol con una sonrisa.

-¿Listo para la escuela? – le preguntó Judy viéndolo comer.

-Si – respondió Eriol con simplicidad concentrándose falsamente en su plato.

-Claro que si, eres tan inteligente como tu padre y llegaras tan alto como él – le dijo la mujer dándole unas palmaditas cariñosas en la cabeza.

¿Alguna vez han escuchado la historia de un patito feo, que aparte de ser el menos agraciado en apariencia, es el más inteligente del instituto y por ende gana el título de NERD?

Pues ese era Eriol; el clásico patito nerd del instituto. Sus notas eran excelentes y por consiguiente, constantemente era premiado por los profesores, salía a otras escuelas a competir en olimpiadas de conocimiento ganando muchos premios y era el centro de burla de prácticamente todos sus compañeros.

Los profesores del instituto estaban convencidos de que cuando saliera del bachillerato, elegiría una carrera de suma dificultad para adquirir un estatus similar al de su padre. Y no eran los únicos, sus allegados esperaban lo mismo, ni hablar de su padre que posiblemente pronto intentaría convencerlo de seguir sus propios pasos.

Y Judy no era la excepción, tenía la costumbre de repetirle lo inteligente que era y lo alto que llegaría. Y la verdad ya era mucha presión para él vivir con el gran neurocirujano Clow Hiraguizawa, jefe de cirugía del hospital más importante de la ciudad, que no solo era solicitado en diferentes lugares de Japón, sino que también en el extranjero.

Con tanto éxito, Clow logró hacerse de una gran fortuna y fama, logrando aparecer en las portadas de las revistas médicas y científicas más importantes del planeta; aún que nunca con su hijo.

Por su parte, Eriol no se veía como médico, muchas veces ponía en duda si lograría ser tan importante como su padre, eso lo veía casi imposible. Sobre todo por su anhelo secreto de ser músico; pianista. Eso era todo, no quería ser un reconocido cirujano, ni un gran científico, solo un simple músico. Pero sabía que eso era completamente imposible.

-Ya me voy – anunció Eriol cerca de la puerta. Se despedía más por costumbre que por otra cosa, pues sabía que aunque gritara nadie lo escucharía.

Recorrió el trayecto hacia la puerta sintiendo como sus entrañas pedían a gritos quedarse atrás, en la protectora oscuridad de su cuarto. ¿Por qué le costaba tanto enfrentarse a la sociedad?, era que simplemente no se le daba. Sin embargo, esos nervios no eran completamente por su encuentro con la sociedad en conjunto, más bien eran por su encuentro con…

-Buenos días Eriol – lo saludó una linda chica poseedora de una larga cabellera negra hasta la cintura, tez blanca y ojos de un increíble color amastita.

¿Alguna vez han escuchado la historia de un patito feo que cae hechizado bajo los encantos del chico (a) lindo del cuento?

Un par de años de la llegada de los Hiraguizawa a Tomoeda, Clow había logrado lo inimaginable: graduarse con honores, ser recomendado al mejor hospital y comprarse una de las mejores casas de la ciudad (claro que parte del dinero utilizado era fruto de su herencia).

De esa forma, los nuevos vecinos de la "familia" eran los dueños de una gran empresa de juguetes: Empresas Daidoji. Al instante ambas familias coincidieron; los Daidoji o mejor dicho, las Daidoji eran únicamente madre e hija, por lo que los padres de ambas familias se convirtieron en amigos al instante y pasaban largos ratos conversando sobre sus experiencias con los niños e intentando dar consejos útiles (que casi siempre recibía el señor Hiraguizawa) y por ende, los niños comenzaron a convivir mucho tiempo.

-Buenos días Tomoyo – respondió Eriol con una ligera sacudida en el estómago.

Tomoyo tenía quince años, diez meses y veintisiete días. Ella era una de las chicas más lindas y cotizadas del instituto por su belleza, inteligencia, delicadeza, nobleza y muchas otras cualidades difíciles de encontrar en una chica de su (podría decirse) estatus. Por su voz el coro escolar había ganado más de una ocasión los primeros lugares y por increíble que pareciera, era la mejor amiga del patito de la escuela.

Eriol y Tomoyo siempre estaban juntos, habían coincidido en todos los niveles escolares; lo que para ellos era fenomenal, aun que a prácticamente nadie más le parecía correcto; simplemente ellos dos eran polos opuestos (el niño feo y la niña linda).

Y aún así, sabiendo que eran amigos y que esa era la única relación que ambos podrían llevar, Eriol no pudo evitar desarrollar sentimientos especiales por su compañera de toda la vida. Lógico era que ella nunca se enteraría de esos sentimientos que sin duda terminaría con su amistad.

-No puedo creer que el profesor de literatura haya dejado tanta tarea – se quejó la chica comenzando a caminar - apenas y pude terminarla.

-Me lo hubieras dicho para ayudarte – le dijo Eriol sin pensárselo, para él la tarea no había sido nada del otro mundo.

-Se que de esa forma habría terminado mucho más rápido, pero no quise molestarte

-No es una molestia, en serio – soltó Eriol tan de repente que él mismo se asustó de una posible reacción que pudo haber ocasionado – si necesitas ayuda en lo que sea sabes que puedes decírmelo.

-Lo sé, gracias – respondió ella con una flamante sonrisa que provocó que las entrañas de Eriol exigieran volver a casa.

Siguieron su acostumbrado camino, el que tomaban todos los días para llegar al instituto. Unas cuantas calles por aquí y por allá, cruzar el parque y llegar al puente donde los esperaba Lee Syaoran, el mejor amigo varón de Eriol.

-Buenos días – saludó el chico a los recién llegados. Lee Syaoran era también muy diferente a Eriol. Tenía dieciséis años, cuatro meses y cinco días, poseía la combinación perfecta entre cabello castaño, piel bronceada al punto perfecto, ojos marrones chocolatosos y la estatura ideal en un chico (ni tan tan, ni muy muy). Era el capitán del equipo de futbol de la escuela y por lo tanto gran parte del sector femenino estaba tras sus huesos.

-¿Y Sakura? – preguntó Tomoyo

-Sabes que siempre llega tarde – respondió Syaoran bajando la cabeza – no tiene remedio.

-Te escuché Lee Syaoran – se escuchó gritar a lo lejos. Los tres chicos voltearon al lugar de procedencia del grito y vieron a una chica patinando a todo lo que sus pies daban como alma que lleva el diablo.

-Sa…Sakura – tartamudeó Syaoran notablemente preocupado por su vida.

-Llegué – anunció Sakura después de frenar con una fuerza extraordinaria. Sakura tenía dieciséis años, dos meses, dieciocho días y era la cuarta del grupo. Su carácter era cambiante, pasaba por varias etapas de humor en un solo día; ya podía estar feliz, enfurecida o sentimental; pero nadie dudaba que fuera la alegría en persona. Su cabello castaño y largo (no tanto como el de Tomoyo), hacían un buen juego con el par de esmeraldas que le asomaban por los ojos. Era capitana del equipo de animadoras y adoraba las cosas dulces. Sin duda, cuando ella estaba cerca era casi imposible estar de mal humor.

-¿Co…cómo pudiste escucharme a esa distancia? – preguntó Syaoran aún preocupado por lo que Sakura pudiera hacerle.

-No estaba tan lejos – renegó la castaña notablemente ofendida – y ¿cómo es eso que no tengo remedio? Explícamelo.

-No, yo lo decía por otra cosa – se defendió el moreno moviendo las manos a un lado y otro.

Eriol y Tomoyo se limitaban a observar. Sus amigos solían tener ese tipo de peleas muy a menudo y siempre era lo mismo: Sakura salía ofendida y siendo la víctima, y Syaoran tenía que pedir disculpas y suplicar hasta que Sakura decidiera perdonarlo (siempre lo hacía). Aunque era notorio que había algo entre ellos, solo eran "amigos" y todo porque ninguno de los dos se atrevía a dar el siguiente paso.

-Esto va a durar – dedujo Eriol viendo su reloj – ¿oigan pueden continuar mientras caminamos?, tenemos cinco minutos.

Los castaños no esperaron a que se lo repitieran, comenzaron a caminar aún discutiendo sin siquiera prestar atención a los otros dos. Los níveos intercambiaron una mirada cómplice y siguieron a sus compañeros divertidos por el alboroto que hacían al pasar junto a otros.

Por fin llegaron a las puertas del instituto, el reclusorio particular de Eriol. No es que no lo gustara estudiar, al contrario, para él eran interesantes casi todas las materias; pero si por él fuera recibiría clases en casa. El bachillerato lo había comenzado con el pie equivocado y aún no lograba corregirlo, o más bien no lo dejaban corregirse.

-Miren quienes vienen ahí – gritó un chico no muy lejos de donde ellos estaban – son los cuatro fantásticos.

-Ya los veo – dijo su compañero con cara divertida – es la animadora maravillosa, el capitán de acero, la corista preciosa y el patito feo.

Prácticamente todos rompieron en carcajadas y los dos graciosos salieron huyendo con dirección a los jardines. Eriol sintió la sangre hirviéndole en la cara; ahí estaba, de nuevo lo habían puesto en ridículo y él no podía defenderse, ni podía ni sabía cómo.

-No les hagas caso Eriol – le dijo Tomoyo a su lado fulminando con la mirada el lugar por donde los dos chicos habían desaparecido.

-Sí, ellos lo dijeron solo para molestarte – le dijo Syaoran caminando hacia las taquillas para guardar los zapatos – lo que pasa es que te tienen envidia.

¿Envidia?, si como no. Eriol estaba consciente de que todo lo que los dos chicos habían dicho era la verdad, pero para que discutir con sus amigos, después de todo ellos nunca le dirían: ¿por qué te pones así si sabes que es la verdad?

Entraron al salón, se acomodaron en sus asientos (Syaoran se sentaba atrás de Sakura y Eriol detrás de Tomoyo) y se pusieron a hablar mientras llegaba el profesor.

Después de tres horas seguidas de clases, por fin tocó el timbre para el descanso. Los cuatro amigos estaban exhaustos después de tener matemáticas y química seguidas. Salieron al patio y se sentaron en el cerezo, donde por lo regular era su lugar para comer.

Desafortunadamente, lo bueno dura poco y el receso se terminó más rápido de lo que termina la celebración de los juegos olímpicos. Los chicos volvieron al salón para tomar las clases restantes e intentar dormir un rato en la clase de literatura (y es que su profesor era aburridísimo, todos opinaban que ese tiempo se aprovechaba más cuando se dormía un rato). Terminaron las clases con una hora de idiomas que a Syaoran, siendo de nacionalidad china se le complicaba más que cualquier otra.

-Nos vemos en un rato – dijo Sakura alejándose de donde estaban ellos con su uniforme de porrista.

-¿cuánto dan a que se golpea con el bastón? – preguntó Syaoran con una sonrisa burlona.

-Cómo eres Syaoran – lo reprendió Tomoyo aun que sabía que era lógico que Sakura saliera de su práctica con por lo menos un chichón en la cabeza.

-Sabes que es cierto – dijo él alejándose hacia el campo de futbol.

-La verdad si – confesó Tomoyo cuando Syaoran ya no los escuchaba – nos vemos aquí para regresar juntos ¿de acuerdo?

-De acuerdo – aceptó Eriol caminando hacia el gimnasio.

Sakura era porrista, Syaoran futbolista, Tomoyo era primera voz en el coro y Eriol había elegido el esgrima. Eriol también era bueno para el tenis, pero no quería hacer el ridículo frente a toda la escuela (el corriendo con una raqueta era parecido a un extraterrestre con un espantamoscas); el esgrima era mejor: dominar una espada, usar un lindo traje y lo mejor, la máscara; así nadie tenía que verle el rostro cuando competía.

Después del entrenamiento, Eriol regresó a donde había quedado con Tomoyo; ella aún no llegaba por lo que no le quedó de otra que esperar. Para su desgracia, el equipo de Judo ya había terminado su entrenamiento y eso significaba que Takato Ichijoyi no tardaría en verlo.

¿Alguna vez han escuchado la historia de un patito feo, que sin proponérselo, sin buscarlo si quiera tiene un enemigo que es a la vez su verdugo particular?

En este caso, el verdugo particular de Eriol respondía al nombre de Takato Ichijoyi. No se sabía por qué, simplemente Eriol era atacado constantemente por aquel joven que, obviamente era el polo opuesto de Eriol. El chico era Rubio con destellos dorados en el cabello, ojos verde intensos, rostro de rasgos finos y buen físico gracias al judo, además era muy alto (le sacaba por lo menos treinta centímetros a Eriol).

Gran parte del problema radicaba en que a Takato le gustaba Tomoyo, ya la había invitado a salir varias veces recibiendo siempre una negativa por parte de la amastita, lo que había aumentado más su rencor con Eriol y no se había molestado en ocultarlo, al contrario: lo molestaba siempre que tenía oportunidad, metiéndose con su aspecto, sus calificaciones, incluso con lo que llevara puesto (que por mucho, no era muy distinto a lo que él mismo llevaba puesto)

-Miren quien está aquí – efectivamente era Takato – Eriol soy horrible Hiraguizawa – todos los compañeros del rubio rieron por la broma – tengo una interesante teoría Draki, pienso que tu padre tuvo una relación sentimental con una vampiro antes de sacarle el cerebro; ¿es cierta?

-No – respondió Eriol con un tono algo aburrido, no permitiría que Takato se saliera con la suya.

-Mmmm, si tu lo dices, aun que muchos no opinan lo mismo que tu, tan solo tienes que entrar al sitio de leyendas urbanas de la escuela y veras cuantos apoyan mi teoría – dijo Takato con una sonrisa maliciosa en el rostro. Eriol lo fulminó con la mirada, ¿cómo se había atrevido a subir algo así a la red? – oye, en mi casa tenemos una pala muy grande, si quieres te la presto para que cabes un hoyo y metas ahí tu cabeza como toda buena avestruz.

Eriol se tensó inmediatamente; como odiaba a aquel chico.

-que buen plan – dijo la voz de Tomoyo a espaldas del grupo de judo - ¿por qué no lo has llevado a cabo?

-Mi linda Tomoyo – dijo Takato cambiando instantáneamente su tono de voz – es que no quiero privarte de verme todos los días.

-Eso sería un privilegio – respondió la chica colocándose junto a Eriol.

-O, vamos, ¿qué te parece si sales conmigo y olvidamos todo esto? – siguió Takato como herido por el comentario.

-Déjame pensarlo… no gracias – respondió Tomoyo frotándose la barbilla.

-No lo entiendo, ¿por qué te gusta juntarte con perdedores como este? – preguntó Takato dando un paso al frente – tú podrías llegar mucho más alto estando con alguien como yo.

-Prefiero quedarme donde estoy – dijo Tomoyo muy decidida – y Eriol no es ningún perdedor.

-Vaya Draki, no sabía que necesitaras a una chica para defenderte – se burló Takato provocando una nueva ronda de carcajadas por parte de sus compañeros.

-No necesito que me defiendan – contestó Eriol apretando los dientes y las manos.

-Vamos Eriol, no vale la pena – le dijo Tomoyo jalándolo del brazo para que la siguiera.

De mala gana Eriol comenzó a moverse guiado por Tomoyo, y es que él no podía resistirse cuando Tomoyo tenía algún tipo de contacto con él.

-Vaya hombrecito que resultó ser, dejando que una chica lo domine – escucharon que les decía Takato a sus compañeros.

Eriol se tensó más, pero de nuevo la delicada presión en su brazo le ganó. No fue hasta las taquillas que Tomoyo lo soltó y se volteó para hablar con él.

-No tienes que hacerle caso Eriol – le dijo con un poco de culpa reflejada en el rostro – tu eres mucho mejor que todos ellos juntos.

-Claro – respondió Eriol en tono sarcástico abriendo la puerta de su taquilla.

-Es en serio – insistió Tomoyo posando su mano en el hombro de él – y sabes que prefiero estar contigo mil veces a pasar un solo minuto con él.

No podía evitarlo, quería hacerlo, pero sabía que no podía evitar sonrojarse por el comentario que acababa de recibir. ¿Por qué lo hacía, por qué prefería estar con él que con uno de los chicos más atractivos del instituto?, simplemente no lo entendía.

-Ok, tenemos que darnos prisa o llegaremos muy tarde – dijo Eriol con la excusa de voltearse hacia sus zapatos.

¿Alguna vez han escuchado la historia de un patito feo. Si, aquella historia del chico (a) raro, feo por naturaleza y cuya única esperanza con la sociedad es pasar desapercibido lo mejor posible, que por asares del destino tiene padres ausentes, que aparte de ser el menos agraciado en apariencia, es el más inteligente del instituto y por ende gana el título de NERD, que cae hechizado bajo los encantos del chico (a) lindo del cuento, que sin proponérselo, sin buscarlo si quiera tiene un enemigo que es a la vez su verdugo particular?

Esta es la historia de ese patito feo. Su nombre es Eriol Hiraguizawa, tiene quince años, diez meses, veintitrés días, y una de las cosas que ha aprendido a lo largo de todo ese tiempo, es que los patitos feos no se han extinguido, aun que son raros, aún existen y para su desgracia, él es uno de ellos.

¿Qué les a parecido? a mí un poco largo, pero tenía que explicar un par de cosas. No lo sé, tal vez el próximo capitulo este igual de largo, tal vez no.

Por favor, dejen comentarios (buenos o malos); anímenme a seguir la historia.

Me despido, hasta pronto (espero) :D