Hacía mucho tiempo que quería escribir este fic. Empecé escribiéndolo en febrero de este año, pero hasta ahora no me decidí a publicarlo. Como habéis podido leer en el summary, es un omegaverse ambientado en una época medieval. La idea vino de una clase de Historia Moderna, donde se hablaba de los lios amorosos de los reyes, y como siempre, mi mente empezó a divagar. He intentado que sea coherente y ajustarme a la ideología de ese periodo. Puedo garantizar que el elemento principal de este fic serán las infidelidades en contraste con la vida de la corte, que solía ser recta y moral. Espero de corazón que os guste este comienzo! Besos!

Shingeki no Kyojin no me pertenece.

Advertencias: Omegaverse.


Inesperado e injusto

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Habían pasado aproximadamente tres años desde el día en que Eren Jaegar llegó a la corte de Rodd Reiss. Con solo doce años, abandonó en contra de su voluntad el reino en el cual había nacido y crecido rodeado de comodidades y lujos. Sus padres, los reyes del reino cedieron ante las exigencias del rey Reiss y renunciaron a su único hijo por una paz próspera y duradera. Por esa razón Eren detestaba a sus padres; si bien el reino enemigo había cumplido con su palabra de terminar las guerras que asolaron durante años los dos reinos, eso no ayudó a suavizar su odio hacia ellos.

Él no era una gallina o un cerdo que se podía intercambiar mediante pactos. Era una persona con derechos y libertades, y aunque tuviera solo doce años fue consciente que la corte enemiga lo vería como un trofeo, o peor aún, como un rehén.

Sus dos mejores amigos —y los únicos—, se solidarizaron con él e intentaron persuadir a Carla y Grisha para que no entregaran a su hijo. Mientras que Mikasa les amenazaba con huir del reino e irse con Eren para protegerlo, Armin trató de dialogar y hacerles ver que aquella no era la mejor opción. Mas los padres no podían elegir otro camino; los nobles, los clérigos, incluso los campesinos... todos ellos presionaban a los reyes para que las guerras terminaran de una vez.

La economía había caído en picado y apenas había cosechas, el comercio estaba estancado y necesitaban urgentemente algo de estabilidad, y el reino enemigo era militarmente superior. El hecho de que pidieran la custodia de Eren Jaegar era su forma de humillarlos y de hacerles ver su propia debilidad.

Carla y Grisha debían sacar el reino adelante y la única solución posible era renunciar a su hijo Eren por el bien de todos, y evitar una revuelta que podría haber acabado con todo el reino.

Nada de lo que intentó Eren surgió efecto; por más que chillara, protestara o llorara, sus padres —dolidos por todas las acusaciones que su hijo les había gritado sin ningún tipo de reparo—, se mantuvieron firmes en su decisión.

Cuando un carruaje se detuvo a la puesta de sol delante del castillo, Eren con el corazón teñido de rabia, no se despidió de sus padres, ni tampoco les dirigió una fugaz mirada antes de subir al carruaje. La reina Carla lloraba, ahogando en silencio la angustia que le producía ver marchar a su hijo sin poder hacer nada al respecto. Grisha lamentó profundamente que su hijo les odiara por lo que habían hecho. Hannes también se encontraba allí, había descuidado la vigilancia de la torre durante unos minutos para despedirlo. Mikasa y Armin permanecieron callados y abatidos.

Abrazada a su esposo, Carla empezó a llorar desconsoladamente mientras el carruaje se alejaba de esas tierras en medio de la luz crepuscular del día.

Desde ese día, dio inicio lo que sería una nueva vida para Eren.

La imponente corte de Rodd Reiss prevalecía como en los viejos tiempos, y la vida cortesana no había sufrido ningún cambio. Todo seguía exactamente igual para los nobles alfas. Solo el fallecimiento del rey provocó algo de expectación y entusiasmo entre los habitantes del castillo. Acechado por unas fiebres terribles, Rodd Reiss murió en su lecho en compañía de sus hijos: Frieda, Historia, Dirk, Abel, Florian y Uklin.

Tras ser enterrado en la cámara subterránea del castillo y guardar tres días de luto, se celebró la ceremonia donde se coronó a la alfa Frieda Reiss como reina sucesora. Eren estuvo presente durante la coronación, aunque en aquel momento él no era más que un simple figurante. Por fortuna, tanto Rodd como Frieda no lo despojaron de su estatus de nobleza, pero el trato que recibía no era exactamente gentil y respetuoso. Ciertamente, Eren no causaba ni simpatía ni desdén. Se limitaba a ser uno, y a vivir aferrándose al poco orgullo que le quedaba.

A pesar de todo, Eren se relacionó con algunas personas que consiguieron aligerar su soledad.

La primera de ellas fue Marco, un criado omega al servicio del noble Jean Kirstein. Amable, honrado y de buen corazón, Marco fue el primero en acercarse a Eren y mostrar su respeto por él. Este, quien nunca consideró inferiores a los criados, agradeció que Marco hubiera prestado la suficiente atención como para reparar en él.

Por consecuencia, conoció a Jean, un noble alfa muy irritante y con una sinceridad desmesurada. A menudo se gritaban el uno al otro, discutían con fervor y ninguno de los dos cedía. Eren jamás había conocido a alguien con tan poco cerebro y siempre que tenía ocasión, se lo recordaba. Jean tampoco se quedaba atrás, y solía burlarse de él por su situación.

No obstante, en el transcurro de los meses, Eren se dio cuenta que las frecuentes peleas con Jean le ayudaban a sobrellevar la tristeza y el desconsuelo de verse en un lugar totalmente diferente al suyo.

Otra persona que mostró interés por él, fue la médico beta de la corte, Hange Zoe. Era una mujer realmente extravagante, con tendencia a la locura, pero con grandes saberes sobre medicina y cirugía. Eren había recurrido a ella en sus noches de mayor soledad, dispuesto a escuchar sus teorías descabelladas por horas sin llegar a dormirse.

Y finalmente, hizo amistad con dos de los cocineros de la corte. Sasha y Connie, ambos betas, eran ruidosos, infantiles y despreocupados. Entrar en la cocina era como entrar en un circo, a veces la comida pasaba por encima de las cabezas de los demás cocineros, la pasión desenfrenada con que Sasha cocinaba se contagiaba y en más de una ocasión Eren comió con ellos, compartiendo cenas y desayunos entre risas.

Estar rodeado de betas y omegas era bastante agradable, desde su perspectiva eran amigables y nada pretensiosos.

En el caso de los alfas, era todo lo contrario.

Decir que Jean era el más "aceptable" de todos los alfas, era un asunto muy grave. Los nobles alfas eran arrogantes y con unos aires de grandeza que equiparaban a los mismos reyes. A excepción de Jean, Eren solo conocía a otra noble, en este caso una alfa llamada Annie. No había hablado nunca con ella, pero muchas veces se cruzaban en los corredores del castillo. En su opinión, parecía muy arrogante pero tampoco quiso hacerse un juicio de ella sin conocerla detenidamente.

Un noble especialmente aborrecible, era Reiner. Llevaba escrito en la cara la palabra "alfa" y vivía solo para cortejar a la hermana pequeña de Frieda, la omega Historia Reiss.

Los soldados, por otra parte, también eran alfas, pero en vez de pavonearse por el castillo con andares altivos, desprendían un aura siniestra que alejaba a cualquier que quisiera acercarse. Eren reparaba más en ellos que en los nobles. Siempre había admirado a los soldados y su sentido del deber y la lucha. Los de más alto rango asistían como invitados a los banquetes que ofrecía Frieda para la corte.

Eren también asistía a esos eventos. Su compañero de mesa era Jean y constantemente se pateaban por debajo de la mesa y se pellizcaban mutuamente para probar cuál de los dos soportaba mejor el dolor.

Y fue en uno de esos banquetes donde Eren quedó prendado al instante de uno de los soldados. No supo cómo, ni por qué, pero en el momento en que apareció en la sala de los banquetes, su corazón dio una fuerte sacudida y sin quererlo, se vio a si mismo contemplando aquel soldado completamente embelesado. Era perfecto.

Su mirada oscura contrastaba con el brillo plateado que destellaban de sus ojos. Las facciones de su rostro eran duras y parecían delineadas con extrema perfección. Su piel pálida desprendía un brillo casi cegador y su corta estatura era solo una imperfección que potenciaba todavía más su belleza.

No cabía duda de que era un alfa en todos los aspectos. Y él era un omega... La familia real Reiss y sus amigos estaban al corriente de su condición, pero no parecieron darle mucha importancia. La razón por la que ningún alfa se le había tirado encima era porque Eren aún no había sufrido su primer celo. A sus quince años, Eren despertaba cada mañana preguntándose cuantos días faltaban para que entrara en celo. El aroma que desprendía como omega no era muy fuerte y dado que la mayoría de la corte no reparaba en él... Era como si pasara desapercibido.

Durante ese banquete, Jean a base de patadas e insultos intentó que Eren le devolviera las pullas, pero él estaba demasiado ocupado admirando a ese alfa. Ansioso por conocer su identidad, le preguntó a Jean su nombre.

—Es Levi Ackerman, lidera una tropa de sesenta soldados él solo.

Eren ya había oído ese nombre anteriormente. Según el relato que le contaron sus padres, el linaje de los Ackerman destacaba por tener los mejores soldados. Fuertes, con excelentes capacidades y un control sobre ellos mismos incomparable. Durante muchos años, estos fueron la guardia personal de los reyes, pero por razones desconocidas, rompieron los lazos con la realeza y se unieron al ejército. Como era de esperar, todos ellos subieron de rango en poco tiempo y fue muy habitual encontrarlos liderando las batallas. Pero a día de hoy, solo quedaban dos familias de dicha descendencia. Hasta ese momento, Eren sabía que una de ellas luchaba en nombre de los Reiss, pero no tenía ni idea de dónde se encontraba la otra familia.

Descubrir que ese alfa era un Ackerman logró acrecentar aún más su deseo hacia él. Que no viviera en la corte fue un inconveniente para Eren, pues solo podría verlo cuando era invitado para las ceremonias y los grandes banquetes (que solían celebrarse cada tres meses).

Pero para desgracia suya, Ackerman no pareció reparar en su presencia durante el banquete. Si bien se encontraban muy distantes el uno del otro, Eren lo observaba detenidamente para conocer algunos rasgos suyos.

Por alguna extraña razón, empezó a tener calor.

Durante la cena, aprendió que Levi antes de comer, revisaba los cubiertos y las copas, como si buscara algún indicio de suciedad, tras confirmar que no era el caso, se disponía a comer. Sus movimientos eran elegantes y pocas veces conversaba.

Cada vez sentía más calor. Estaban en pleno invierno, ¿cómo era posible aquello?

Algunos nobles se le acercaban, pero él no mostraba signos de estar interesado en ellos. Estaba estudiando qué tipo de comida le gustaba cuando de repente...

—¡Jaeger! —exclamó Jean.

—¡No grites, alfa-caballo! ¿Qué quieres? —gritó Eren fastidiado y volviéndose hacia él.

—¡Ven conmigo! ¡Rápido! —dijo mirando hacia los lados nervioso.

—¿Eh? ¿Qué dices?

—¡Levántate! ¡Vamos! —insistió Jean, poniéndose en pie.

Eren le miró desconcertado. ¿Qué le pasaba a ese alfa? Jean parecía tenso, con la mirada de un lado a otro, vigilando los invitados con una expresión de alerta. Eren que seguía en su sitio, no se levantó. Con una mueca desagradable el alfa se le acercó al oído y le susurró:

—Levanta el culo de una vez. Tu cuerpo ha empezado a soltar feromonas.

Eren palideció de inmediato. Con el cuerpo rígido, echó una mirada a su alrededor. La mayoría de invitados charlaba animadamente, pero algunos alfas olisqueaban el aire curiosos. En aquel momento, Ackerman clavó su mirada en él. Alarmado, percibió como sus fosas nasales se dilataban.

—Mierda, mierda, mierda... —repitió Eren en voz baja mientras se levantaba.

Varios nobles dirigieron su mirada hacia ellos. Jean parecía realmente incómodo, pues las feromonas que soltaba Eren le afectaban más por la cercanía, pero haciendo un sobreesfuerzo, se mantuvo sereno y condujo al omega hacia la salida. Eren no quiso mirar hacia atrás, avergonzado por la reacción de su cuerpo. Antes de salir por una puerta trasera, Jean sí echó una ojeada a los presentes, y sus sospechas se confirmaron.

Todos los alfas tenían los ojos puestos en ellos, o más bien, en Eren.

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—Podrías haber elegido otro momento, ¿no crees? —le reprendió Jean mientras recorrían los pasillos a gran velocidad.

—¡No puedo controlarlo! —respondió el omega indignado.

Jean no replicó, pero se le veía bastante molesto. Literalmente habían huido del salón y tras correr por el castillo dejando atrás un aroma dulce producto de las feromonas que soltaba Eren, habían llegado a los aposentos del alfa, un lugar supuestamente seguro para el omega. Los dos entraron y Jean cerró la puerta rápidamente, volteándose hacia Eren, hizo una mueca.

—¡Menudo olor estás desprendiendo! —dijo este alejándose poco a poco y tapándose la nariz con la mano.

—De-Déjame. Iré a mi… cámara —balbuceó el omega jadeando. Cada vez se sentía más débil.

—¿Estás loco? El castillo está lleno de alfas, y apostaría cualquier cosa que algunos irán a por ti.

—¿Y qué hago? ¿Quedarme en tus aposentos? Nada me garantiza que no perderás el control —soltó Eren asustado.

Jean, que no había tomado en cuenta ese pequeño detalle, maldijo en voz alta. Pensó en una solución, pero el olor le estaba mareando cada vez más y su cuerpo le gritaba cosas que en realidad no quería hacer.

—Ve a buscar a Marco o... a Hange —pidió Eren respirando con dificultad.

Jean estuvo más que aliviado de salir de allí. Ignorando los instintos que amenazaban con salir a flote, salió a toda prisa cerrando la puerta con llave. Aunque si un alfa soldado llegaba antes, podría derribarla en pocos segundos.

Eren se arrastró hasta un rincón del aposento y se recostó contra la pared, dejándose caer lentamente hasta tocar el suelo. ¿Sería ese su primer celo? ¿Por qué justo ahora? Jadeando, recordó la imagen de Ackerman percibiendo su olor. Sus instintos omegas pedían desesperadamente a ese hombre. Deseando que se abriera la puerta y fuera él quien se ocupara de su celo. Porque si no estaba equivocado... era eso lo que le estaba pasando a su cuerpo.

El calor era sofocante y estaba tentado de quitarse algo de ropa, pero no lo hizo. Si Jean entraba por esa puerta y lo encontraba medio desnudo, se le tiraría encima en menos de un segundo, y lo peor era que el celo hacía que lo deseara.

Por fortuna, eso no llegó a ocurrir. No supo cuánto tiempo había transcurrido desde que Jean se había ido, pero quien entró por esa puerta, no fue él, sino Marco. Situándose frente a Eren, el omega le tomó el pulso y lo olisqueó.

—Jean está buscando a Hange —informó—. Tranquilo, todo irá bien.

Sus palabras amables solo sirvieron para alarmarlo.

—¿Estoy... en celo? —preguntó jadeando.

—Creo que sí.

Eren sonrió forzadamente. Justamente cuando una tropa de soldados alfas se encontraban en el castillo, su cuerpo decidía que era un buen momento para entrar en celo. Marco lo ayudó a levantarse y lo guio hasta el lecho para que pudiera echarse en un sitio más cómodo que la fría pared de piedra. En el instante en que Eren recostó su cabeza contra la almohada, inhaló fuerte el olor que desprendía.

El olor de un alfa.

Era consciente que Jean no era precisamente el tipo de alfa soñado para un omega, pero los instintos decían todo lo contrario. Sin despegar su nariz de la almohada, se removió mientras Marco le tapaba con las sábanas. Este, que poco más podía hacer, aguardó impaciente la llegada de Hange.

—Siento causaros tantas molestias —se disculpó Eren.

Marco negó con la cabeza.

—Tranquilo, no es culpa tuya. Todos los omegas pasamos por esto todos los meses.

Eren se imaginó su vida en la corte a partir de ahora y un escalofrío le recorrió la espalda. Marco le miró con lástima, comprendía perfectamente por lo que estaba pasando ese omega, pues él lo vivía desde hacía dos años. Sin embargo, no era lo mismo pasar el celo sin nadie que te aliviara. Marco, por suerte, sí tenía a alguien, aunque lo mantenía en secreto.

Pocos minutos después, la médico Hange Zoe entró en la habitación, prohibiéndole la entrada a Jean que esperó con evidente molestia detrás de la puerta. Aproximándose a la cama, frunció los labios.

—Pasarás mala noche, la primera vez es siempre la peor —le dijo Hange examinándolo.

Marco asintió solemne. El recuerdo del primer celo era imborrable.

—Los alfas son un problema —dijo Hange pensativa—, el primer celo es muy fuerte y si lo sacamos y lo llevamos hasta su cámara el olor llegará hasta ellos y siendo una beta no podré contenerlos.

—¿Qué hacemos? —preguntó Marco preocupado.

—Lo mejor será que pase la noche aquí. ¡Jean! —llamó esta en voz alta—. ¡Tendrás que buscar otro lugar para dormir!

Al otro lado de la puerta, se le escuchó protestar.

—¿Eh? ¡¿Lo dices enserio?!

—Fue idea tuya llevarlo hasta aquí, ¿verdad?

—¿Y qué querías que hiciera? —gritó con su voz estruendosa—. Mis aposentos son privados, en cambio, su cámara no tiene ninguna restricción.

—¿No tienes... no tienes nada para calmar estos ardores? —preguntó Eren.

—No es recomendable tomar nada durante los primeros celos, me temo que tendrás que aguantar hasta que pase.

—Y... ¿cuánto tardará?

—Depende de cada omega. Por lo general, cuatro días. No suele durar más de una semana —contestó la beta.

Eren sintió que su cabeza daba vueltas con solo imaginarlo. Necesitaba un alfa... No... Necesitaba a Ackerman. Lo quería ahora. Sentirlo encima suyo... Marcándole. Quería gritar que viniera, suplicar que lo llamaran...

—Eren, cerraremos la puerta con llave. Hablaré con Frieda para que guardias betas custodien la entrada y prohíban acceder a esta parte del castillo. Los soldados alfas habrán percibido tu olor en el banquete y seguro vendrán atraídos por el celo —explicó Hange preocupada.

Era posible que Ackerman le buscara por el castillo. Por muchas precauciones que tomasen, para un alfa como él no serían suficientes. Aferrándose a ese pensamiento, asintió sin decir nada.

—Sobretodo no salgas de aquí —le advirtió Hange—. Me parece que Jean no pisará este suelo en muchos días.

—Cuando su celo termine, me ocuparé de cambiar su lecho por uno nuevo y borrar todo rastro de olor —dijo Marco.

Hange y Marco abandonaron la instancia dejando a un Eren combatiendo contra su primer celo.

—Y hasta entonces, ¿dónde dormiré? —preguntó Jean una vez la beta y el omega salieron de sus aposentos.

—Puedo consultar con Frieda si hay alguna cámara disponible para usted —ofreció Marco.

—Bueno chicos, quedaos aquí hasta que regrese con un par de escoltas —informó Hange seriamente. Pasando entre ellos, se encaminó apresuradamente hacia las escaleras de piedra que conducían hacia el piso inferior, donde se celebraba el banquete.

Jean esperó unos segundos hasta que los pasos de la beta ya no se oían, y con un tono de voz sensual dijo:

—He pensado que en lo que dure el celo de ese idiota, podría hospedarme en tu cámara.

Marco enrojeció hasta las orejas.

—No es apropiado que un noble se hospede en la habitación de un sirviente —declaró avergonzado.

—Como si me importaran los protocolos de la realeza.

Jean le sonrió y Marco no pudo rechazarlo. Al fin y al cabo, él era un omega a su servicio y no podía ir en su contra.

—Como usted diga.

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El celo iba en aumento, y a pesar de que Hange le había advertido de no salir de la cama, necesitaba urgentemente un alfa para poder aliviar ese ardor que le quemaba por dentro. Jamás se había detenido a pensar cómo de desagradable podía ser un celo, pero ahora lo estaba experimentando en carne propia, y podía jurar que era de lo más asfixiante.

Se había tocado para calmarse, pero ni siquiera eso borraba el fuerte instinto que le gritaba ser tomado de la forma más salvaje posible. Cegado como estaba, creyó imposible poder conciliar el sueño en su estado… ¿Pasaría la noche en vela aferrándose a las sábanas e inhalando el aroma de ese estúpido alfa-caballo hasta que cayera rendido?

"Por favor… Que venga alguien… Cualquier alfa… Necesito aliviarme…"

Llegados a ese punto, Eren ya no podía pensar con claridad. Intentaba no perder el último grano de cordura, pero realmente el celo le estaba volviendo loco. Retorciéndose entre las sábanas, se volvió a tocar, pero el placer que sentía era mínimo.

Transcurrida una hora de lo más agonizante, se escucharon voces de protesta al otro lado seguido de golpes y quejidos de dolor.

Sin entender qué estaba ocurriendo, Eren visualizó a alguien irrumpiendo ferozmente en los aposentos. Un intenso olor inundó de golpe toda la instancia; el aroma de un alfa. Alzando la mirada, sonrió complacido. Era él.

Levi Ackerman.

Lo había encontrado. Sin pensarlo dos veces, se abrió de piernas a la espera de que le poseyera sobre ese colchón. Este soltó un gruñido salvaje al ver el omega completamente entregado.

En un abrir y cerrar de ojos, el alfa ya estaba encima de Eren.

—Voy a hacerte mío.

Eren gimió excitado, sintiendo el peso del alfa encima de su cuerpo.

—¡LEVI, NO! —exclamó Hange irrumpiendo en la cámara.

El alfa volteó el rostro y gruñó amenazadoramente. Hange, quien nunca había enfrentado a un alfa, extendió los brazos por precaución.

—Levi, no tienes derecho a poseer este omega —dijo manteniendo cierta distancia entre ellos.

—¡Vete! ¡Este omega es mío! —rugió encarándose con ella pero sin abandonar la cama.

—Un soldado de tu categoría no puede comportarse así, ¿acaso eres un salvaje?

—No eres nadie para decirme eso. ¡Puedo hacer lo que quiera!

—No creo que tu comandante se ponga muy contento si descubre que preñaste a un omega de la realeza —argumentó Hange.

Levi calló unos instantes, analizando las palabras de la beta. Finalmente, sonrió con superioridad.

—Le preñaré y luego le convertiré en mi esposa.

—No tienes el permiso de Frieda para hacer tal cosa.

Rechinando los dientes, Levi se dispuso a luchar con ella y sacarla a patadas de los aposentos. Pero el enfrentamiento no llegó a suceder, puesto que otro soldado entró súbitamente en la habitación, al ver el panorama enfrente suyo, se irguió y adoptó una postura recta y decente.

—Levi, deja a este omega en paz —ordenó el alfa sin rastro de vacilación en su voz.

—Erwin —murmuró Levi clavando su mirada en su superior.

—¿Quieres ser expulsado del ejército por tu conducta impúdica y ser sancionado por la corte de los Reiss por reclamar un omega que no es tuyo?

Ya fuera por ser su comandante, por el aroma que desprendía en un intento por intimidarlo o simplemente porque sus palabras eran del todo ciertas, Levi relajó sus instintos. Recapacitando sobre sus acciones, hizo el ademan de bajarse de la cama. Eren que había presenciado toda la escena mudo, le agarró del brazo para impedirle que se fuera.

—Por favor, no te vayas —suplicó con los ojos bañados en la lujuria.

Levi tembló al oír su voz. Ese omega le estaba reclamando, su obligación era cumplir con su deber.

—Levi —llamó Erwin listo para enfrentarse a su subordinado si era necesario.

Requirió de todo su autocontrol no abalanzarse sobre el omega, su cuerpo lo deseaba desesperadamente, podía olerlo, sentirlo, ese omega… era su pareja destinada… Lo sabía, sus instintos eran precisos como una espada cortando el cuello de sus enemigos.

Profiriendo un gruñido de frustración, se alejó de la cama y sin molestarse en mirar a Erwin, salió a toda prisa y sin mirar atrás. Eren ahogó el llanto al verlo marchar.

Hange suspiró aliviada. La situación se había resuelto sin necesidad de derrame de sangre. A los alfas les encantaba luchar, y temió que Levi y Erwin empezaran una lucha y terminasen los dos gravemente heridos.

—Menos mal que llegaste a tiempo —le dijo la beta sonriente—. Es curioso… ¿Acaso no te afectan las feromonas de Eren?

Erwin respiró profundamente y dándose la vuelta, dijo:

—Me afectan más de lo que crees. Pero soy el Comandante, no puedo perder el control.

Hange le miró curiosa y se apresuró a seguirle fuera de los aposentos. Cerrando una vez más la puerta, dejó solo a Eren, que en aquellos momentos maldecía todo lo que conocía. Había estado tan cerca… Había tenido a Levi encima suyo, a punto de poseerlo, de ser suyo…

¡Qué injusto había sido!

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Tal y como le había dicho Hange, el celo duró aproximadamente cuatro días. Durante esos días, permaneció encerrado, envuelto entre sábanas y recibiendo las visitas de Marco, quien le entregaba el desayuno todas las mañanas, la comida y la cena. Aparte, le preparaba el baño y le proporcionaba ropa limpia.

Según le había explicado, la noticia de su celo se escampó como el humo por el castillo, y al día siguiente casi todos los nobles estaban al corriente de su situación. También le informó que los soldados alfas habían dejado el castillo, por lo que aparentemente, ya no corría peligro alguno. Pero por precaución, Frieda ordenó a los nobles no acercarse al ala oeste del castillo, concretamente en el rellano del tercer piso.

Lo que Eren desconocía es que Frieda había enviado un mensaje urgente a Grisha y Carla, poniéndoles al corriente de lo sucedido. Tratándose de un hijo de la realeza y tras haber sufrido su primer celo, el deber le llamaba. Debía desposarse con un alfa como dictaban las leyes.

Para consternación suya, todo se planificó sin estar él presente. Grisha y Carla aceptaron que su hijo se comprometiera con un alfa de la corte Reiss, y después de un intercambio de cartas, se eligió al alfa para desposar a Eren Jaeger.

Cuando este se recuperó y ya no quedó ni rastro del celo, fue informado de todo por la propia Frieda. Su consternación, rabia, impotencia y desolación hicieron que casi llorara frente a ella.

—¡Soy un Jaeger! ¡Merezco tener voz en esto! ¡Es mi vida!

La joven reina le miró con lástima.

—Lo siento Eren, pero ya sabes que cuando un omega entra en celo por primera vez, debe comprometerse con un alfa.

—¡Sí, pero todo se decidió sin mi presencia!

—Tus padres lo aprobaron enseguida —explicó a modo de disculpa.

—Esto… Esto no puede estar pasando —murmuró Eren alarmado.

—Tus padres asistirán a la ceremonia, por supuesto, será dentro de una semana. Me dijeron que te dijera que tus dos amigos también estarán.

Supuestamente eso tenía que alegrarlo, pues volvería a verlos, pero se sentía demasiado traicionado como para sonreír si quiera.

—Todos sufrimos el mismo destino —dijo Frieda poniéndole una mano en el hombro—. No podemos luchar contra las leyes.

Dándole un apretón, se alejó para seguir con sus funciones como reina. Eren se quedó quieto, con el corazón acelerado y en estado de shock. Al reparar en un "pequeño" detalle, alzó el rostro pero Frieda ya se había ido.

Había olvidado preguntar quién sería su futuro marido.

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