En la oscuridad abrumadora que ciega mis ojos,

tus resplandor es tan brillante que me ciega también;

y respirar,

respirar es muy doloroso si tu estas en el aire,

el aire es deseo que quema mi garganta cual ácido;

mis pulmones explotan y mi cabeza da vueltas;

y respirar,

respirar no es necesario, vital,

respirar es una ventaja ;

no respiro para escapar de ti. Me atrapas.

La soledad es refrescante, nuevo amanecer;

Mas el silencio grita aquello que no quiero escuchar,

no es la voz de mi mente,

es el recuerdo de la realidad:

son las voces de los demás,

voces inconscientes que no son escuchadas,

escuchadas por nadie más;

pero yo no escucho con mis oídos, son inservibles,

la mente escucha los murmullos más débiles,

los que emiten las mentes.

Y si nada se compara con el roce,

en mi piel,

de los sublimes perfumes que emana la inmortalidad,

es extraño que el aroma de tu mortalidad sea tan peligroso,

irrestible para mi.

El dolor insoportable, que libra de la muerte,

es largo, mas no imperdurable.

No lo sabes,

no debes saberlo tan bien como yo lo sé;

no debes desear conocerlo.

Al final, cuando la esencia de la nueva vida,

vida redefina, vida sobrenatural, vida superior,

vida junto a ti, junto a mí,

tu sacrifico será también mi nuevo aliento;

muerte para el mundo, renacimiento en mi mundo,

no hay otra forma, preferida mil veces por mí sería;

tu decisión, mi resignación;

mi actuación, veneno frío recorre tu piel,

contra mi voluntad;

tu dolor, mi sufrimiento, mi desesperación.

¿Porqué me elegiste?

Con la sed roja, en semejantes nos hemos convertido,

tu igual a mi, pues a la inversa: imposible.

Deseaste, exigiste mi veneno, renunciaste a lo terrenal;

sabías que yo, en cambio, no podría renunciar a ti.

Si tiempo atrás la muerte verdadera,

irreversible, te hubiera encontrado,

a sus corruptos brazos me habría arrojado,

para que la fría sangre que recorre,

mi marmóreo, duro, cuerpo,

las llamas secara

y todo a su fin llegara.

Con la sed roja, las puertas de la eternidad se abrieron;

verdaderamente no podemos morir,

y en tus ojos, escarlata brillante,

aún puedo ver aquello que de tu mente nunca pude escuchar;

y el tiempo ya no existe, ya no importa,

y la muerte ha sido vencida;

solo somos tu y yo,

juntando nuestros labios,

jurando un para siempre.