Lo odiaba.
¿Utilizarlo?
Mierda, lo odiaba.
Él no era juguete ni algo parecido, sumiso, incompetente, no; él era un espadachín. El mejor entre todos los espadachines. Desgarraba huesos con un suave movimiento de muñeca e incluso su nombre hacía temblar a legiones enteras. Nadie le podía venir a decir en cara lo que debía o no hacer.
Nadie.
—Muévete, basura.
Y sin embargo allí estaba él. Utilizándolo como si fuera una simple pieza en su juego de ajedrez personal. Oh, pero claro que sólo era eso, si lo sabía y lo odiaba ¿Por qué seguía allí? Fácil, terriblemente simple: Se arrastraba por ése animal.
Xanxus lograba utilizarlo como un títere, le hacía sentir incompetente. Podía golpearle y él sólo alzaría la cara para que apuntara mejor.
Porque si aquello podía calmar el dolor que las marcas en el cuerpo de su Xanxus causaba, él se arrastraría para que destrozara cada uno de sus huesos. Aún si lo odiase —a Xanxus, a la forma como lo utilizaba, el daño que le hacía—, la admiración que sentía por su boss era mayor. Muchísimo más grande.
—¡No me apresures Xanxus, odio que hagas esa mierda, vroi!
Ante todo siempre estaría él, Xanxus.
