EN EL BORDE DEL ABISMO

Me quité los tacones de un tirón y me dejé caer encima de mi cómoda cama suspirando. Había sido un día muy largo y estresante. Acababa de volver con mi madre Renée y su inútil novio de la boda de una amiga de mi madre que no había visto en mi vida. Sí, debía admitir que había gente de mi edad pero sinceramente, ya no tenía ganas de conocer gente nueva. Al menos no ahora… No después del verano que había pasado.

Como pasaba cada noche al tumbarme en mi cama, empecé a llorar contra la almohada sin poder contenerme. Sabía que eso no me haría sentir mejor pero ya era como una costumbre, no había día en que mis lágrimas no se deslizasen por mi cara.

Fue un día, un día de Julio. Ese día, ese momento… Esa noche que me destruyó la vida.

Alguien abrió la puerta de mi habitación y tuve que recomponerme como pude. Como no, era mi madre. No había día en que no me preguntase si estaba bien. Siempre igual, también era una costumbre. ¿Es que acaso pensaba que si cada día me lo preguntaba al final le contaría algo? Pues estaba equivocada, no quería recordar lo que pasó, no podía contárselo a nadie, no, no… no podía saberlo nadie… bueno, sin contar una persona, Alice Brandon. Mi mejor amiga desde hacía años, se lo contaba todo y ella me lo contaba todo a mí. El día en que le conté lo que pasó quiso ir a mi casa y explicárselo a mi madre pero yo no la dejé. Desde ese momento siempre que hablaba con ella me intentaba convencer de que debería pedir ayuda a un profesional o al menos contárselo a mis padres. Yo no podía considerar ninguna de las dos opciones ya que no tenía suficiente fuerza ni seguridad en mi misma para realizar ninguna de las dos.

- Oye, cielo – susurró mi madre entrando y sentándose en el borde de la cama con la voz dulce que sacaba cada noche al verme como estaba ahora. - Sé que si te digo que me puedes contar lo que quieras y que estoy aquí para todo, no me contarás nada así que no te preocupes que no he venido para hablar de eso… - suspiré aliviada y me incorporé para escuchar lo que tuviera que decirme, seguro que la conversación sería diez veces mejor que las conversaciones que teníamos cada noche. - Mira… he notado que no tienes buena relación con Phil y que no te agrada mucho pero después del día que hemos pasado y de hablar tranquilamente, hemos decidido que… - me levanté de la cama como si hubiese visto un fantasma entrando en mi habitación y fulminé a mi madre con la mirada pensando en lo que su novio y ella habían decidido. – Creemos que es hora de arreglar las cosas y de que formemos una familia los tres, Phil se viene a vivir con nosotras, Bella – el torrente de emociones que salió de mi pecho fue indescriptible. Me senté en la cama otra vez y me tapé la cara con ambas manos esperando a tener un pensamiento coherente. Al cabo de un par de minutos, me levanté ya más tranquila y le miré a los ojos con las lágrimas ya amenazando por salir de nuevo.

- ¡No! No... No puede ser posible, mamá. No es que me guste o no, es que simplemente lo odio. Odio todo el daño que me ha hecho, odio las decisiones que tomas y no puedo más… - el corazón me iba a cien y me estaba empezando a poner nerviosa de verdad.

- Cariño, yo también merezco un poco de felicidad, ¿no? – preguntó ella sorprendida por mi reacción.

- ¡¿Un poco de felicidad?! Lo único que conseguirás trayendo a ese tío aquí será perder a tu hija, hablo en serio. Esto me lo podría esperar de alguien muy egoísta, ¿pero de ti?, ¿es que no te das cuenta? No tengo cinco años, ¿sabes? – gritaba y lloraba a la vez. - ¿Por qué nunca me dijiste que le pusiste los cuernos a papá cuando yo solo tenía siete años, por qué nunca me dijiste que te operaste los pechos después de tenerme, por qué nunca me dijiste que me manipulaste para que me quedara a vivir contigo? ¡¿Por qué?! Es lo único que te pido, es lo único que quiero saber - le miraba a los ojos llorando y temblando de los nervios. Después de tantos años aguantando el cuento, por fin había explotado, siempre había querido decirle lo que pensaba sobre la vida que llevaba pero sabía que la verdad le dolería y nunca me había atrevido a decirle nada.

Reneé se quedó sin habla, me miró a los ojos e intuí que quería contestarme pero no encontraba las palabras. Juro que vi atravesar un destello de ira por su rostro y después simplemente salió de mi habitación casi corriendo sin saber qué decir. Yo me volví a tumbar en la cama con la cabeza echa un lío y lloré otra vez, no sabía como podían aún quedarme lágrimas. ¿Acabaría esto alguna vez?

Esa noche no dormí bien, bueno, literalmente no dormí. Estuve de las doce hasta las cuatro de la madrugada leyendo el primer libro que encontré en la estantería pero al ver que pasaban las horas y seguía sin sueño, lo guardé otra vez. Justo al fijar la vista abajo, hacia el suelo, vi que había una maleta de cuando vino Alice a pasar unos días en casa hacía un par de semanas y tuve una idea. Una idea loca, inoportuna y que podía hacer daño a mucha gente pero yo ya estaba por los suelos, mi madre se había pasado la vida mintiéndome y yo quería demostrarle que no era la única que podía hacer locuras. Hice la maleta entre lágrimas y, sin hacer ruido, salí por la puerta. Pero no antes de dejarle una nota en la encimera de la cocina y un mensaje de voz en su móvil que básicamente decía que me iba a vivir con mi padre, que estaba harta de tanta mentira, que ya la iría visitando de cuando en cuando y que por favor me dejara ir, que con la edad que tenía ya podía decidir con quien quería vivir.

Por suerte, pude comprar billetes de avión para el primer avión que salía hacia mi destino pero tuve que estar tres horas esperando el avión en el aeropuerto. Entonces, llamé a mi padre. No supuso ningún problema para él que yo viniera y fue entonces cuando supe que iba a hacer lo correcto, quería mucho a mis padres, a ambos, pero ya estaba harta de toda esa historia.

Cuando aterricé y bajé del avión, simplemente pensé: "Adiós Washington, hola Nueva York" Una frase muy simple pero que significaba demasiado para mi, de ahora en adelante intentaría ser positiva y olvidar el pasado. No era muy fácil que digamos pero debía intentarlo, sino nadie acabaría siendo feliz. Alice también se había mudado a Nueva York hacía un año y medio así que sabiendo que mi mejor amiga se encontraba en la misma ciudad que yo, lo único que fui capaz de hacer cuando salí del aeropuerto fue coger el primer taxi que vi y salir corriendo hacia su casa. Una casa elegante y cara situada en el centro de la gran manzana que siempre que pensaba en ella me hacía recordar buenos momentos. Era el lugar perfecto para ir en la situación en la que me encontraba.

- ¡Bella! – me saludó Alice emocionada justo al abrir la puerta y verme. Me abrazó como si hiciese años que no nos veíamos, me hizo entrar, saludar a sus padres y como no, me cogió del brazo y me llevó de compras. Pero no antes de acompañarme a dejar las maletas y saludar a mi padre Charlie, claro está.

- Alice, ya sabes que esto de probarme ropa y zapatos durante todo un día seguido ya no es lo mío, debes acostumbrarte a la nueva Bella, además, solo tenemos quince años – le guiñé un ojo y ella puso los ojos en blanco.

- Cueste lo que cueste, haré que vuelva la antigua Bella – sonreí mientras ella me colgaba de su brazo. – Ya sabes lo que pienso de ese tema, no puedes pasarte toda la vida así por él. No se lo merece ese desgraciado, fin de la historia – susurró. Esa vez no me reí. Mirase a quien mirase, dijese lo que dijese y hablase con quien hablase, siempre había algo o alguien que me hacía acordarme de él.

-o-

8 años más tarde.

- Sí, papá, lo tengo todo – le decía a Charlie mientras acababa el bocadillo improvisado que me había preparado para soportar otro día más de Universidad. Estaba estudiando lo que quería, sí, pero eso no significaba que no prefiriese quedarme en casa durmiendo en lugar de tener que soportar media hora de tren, diez minutos andando y por supuesto, 6 horas de clase. Estaba estudiando marketing y relaciones públicas. No era la carrera que soñaba hacer desde pequeña como en las típicas películas dramáticas americanas donde a la protagonista le va todo perfecto, estudia y tiene un final feliz. Pero solo quedaba un año y además, era lo que quería hacer desde el verano de 2006. El peor verano de mi vida sin ninguna duda.

Me senté en el tren como cada día y me puse a escuchar música ya que no tenía ni exámenes ni trabajos para ese día.

El padre de Alice era el dueño de uno de los mejores bufetes de abogados que existían en Nueva York así que ella, obviamente, estudiaba derecho. Alice siempre había soñado en ser diseñadora de moda o algo por el estilo, su pasión por la ropa sobrepasaba lo normal. Pero su padre, Richard, le dejó elegir entre seguir con su negocio o empezar con la moda y supongo que Alice escogió hacer derecho por su padre. Pero lo que importaba en realidad, era que Alice fuera feliz. Y desde fuera parecía que lo era, y mucho. Así que no hacía falta preocuparse por nada más. La amistad con Alice era la única que conservaba del instituto pero eso no me preocupada en absoluto, Alice fue la única con la que pude confiar plenamente cuando yo no estaba bien. Fue la única que estuvo allí siempre y se lo debía todo. Aún tenía los números de teléfono de mucha gente del instituto pero no me había molestado ni en llamar ni en hacer nada de eso, no valía la pena. Había echo algunos amigos en la Universidad también; Bryan, un chicho rubio, alto y algo refinado, que era con el que hablaba más. Angela, una chica tímida pero con un gran corazón. Jessica, ella era como la Bella de antes, le gustaba triunfar, ser libre y era muy amiga de sus amigos. Y por último, Mike, el novio de Jessica que me hablaba, sonreía y halagaba más de lo que debería.

Salí del tren con la cabeza en otra parte y empecé a andar hacia la universidad. Llevaba unos tejanos ajustados, botas con tacón que Alice me había casi obligado a ponerme y una camisa holgada. Los diez minutos transcurrieron bastante rápido ya que en un visto y no visto, me encontré entrando en mi clase y sentándome al lado de Bryan para la primera clase.

- ¿Lo has visto? Has entrado y todos los hombres de entre estas cuatro paredes se han girado a mirarte – susurró Bryan guiñándome un ojo. Sonreí y le di un flojo golpe en el brazo.

- No digas chorradas – le dije en respuesta con una tímida sonrisa mientras esperábamos a que el profesor Harrison viniera. Quizás si que había notado algunas miradas pero sinceramente, me importaban bastante poco.

- No es una chorrada, Bells. No deberías venir con esta ropa, haces que se vuelvan locos – respondió sonriendo otra vez.

- No es mi culpa, ¿sabes? Es Alice la que me acompaña siempre a comprar ropa y casi cada día me llama para decirme que debo ponerme el día siguiente. Es una locura pero ya que no ha podido estudiar lo que quería pues le dejo disfrutar de esto - susurré ya que Harrison había entrado por la puerta con cara de pocos amigos trayendo exámenes corregidos bajo el brazo. Bryan sonrió, adoraba a Alice. Él siempre había soñado con tener una amiga como ella, pensaba que era alucinante y en eso debía darle la razón, Alice lo era.

Habíamos quedado para comer todos después de las clases e incluso ir al cine pero Charlie me llamó diciendo que tenía que ir a verle inmediatamente. Y eso hice. Alice, Bryan, Mike, Jessica y Angela siguieron con su plan y yo cogí el primer taxi que vi y fui hacia mi casa. No tenía ni idea de que podía decirme mi padre, pero estaba segura que era algo bueno por como me lo había dicho por teléfono, parecía emocionado por algo. Al entrar en casa, lo vi sentado en el sofá delante de la televisión pero sin prestar atención al programa que hacían, estaba inmerso en su mundo.

- Papá, estoy aquí – dije mientras cerraba la puerta detrás de mi.

- Oh, hola cariño. Ven, siéntate – me dijo Charlie señalando el asiento libre que había a su lado.

Así lo hice. La última vez que había reaccionado así fue cuando me dijo hacía ya muchos años que le habían ofrecido un puesto de policía en Nueva York. Él obviamente aceptó y se compró la casa en la que ahora vivíamos, a mí nunca me había faltado de nada gracias a que mis padres habían estado toda la vida trabajando en altos cargos y ahora que mi padre era lo que era, aún me falta menos. Había tenido suerte en mi vida, menos en una ocasión, claro está.

Cuando me senté y le empecé a escuchar, supe con seguridad que efectivamente tenía una buena noticia que decirme. Me dijo que su viejo amigo, Carlisle Cullen, estaba buscando una becaria como secretaria en su empresa, 'Cullen COOP.', una empresa gigante e importantísima de la que él era dueño y de la que estaba muy orgulloso. Siempre que pensaba en los Cullen me imaginaba a una familia que dormía encima de miles y miles de billetes y que solo les preocupaba ganar y ganar más.

Charlie y Carlisle se conocieron cuando mi un compañero de trabajo de mi padre tuvo que parar a Rosalie Cullen, una de los hijos de Carlisle y su mujer Esme, porqué iba a más de doscientos treinta quilómetros por hora con su nuevo y reluciente Porsche rojo. Charlie tuvo que llevar a Rosalie a comisaría para que pagara la multa personalmente ya que había infringido radicalmente las normas pero ella no llevaba ni targetas ni tal cantidad de dinero encima así que llamó a Carlisle, él fue a la comisaria y la pagó. Cuando Carlisle y Rosalie estaban a punto de irse, empezaron a caer pequeños copos de nieve sobre el asfalto neoyorkino, esa nevada se convirtió en una brutal ventisca en cuestión de segundos. Fue una de las más fuertes que Nueva York ha sufrido y provocó un corte de circuitos o algo así que hizo que se fuera la luz en la comisaria y que no se pudiera salir de ahí ya que para entonces la nieve ya había bloqueado la puerta. Mi padre y Carlisle estuvieron más de cinco horas hablando y acabaron dándose el teléfono. De eso ya hacía más de siete años y desde entonces, Charlie y Carlisle eran muy buenos amigos.

- Pues Carlisle me ha dicho que tú podrías ocupar ese cargo. Ya le he explicado que tienes que ir a la universidad cada día pero me ha dicho que podrías trabajar solo las tardes de las dos del mediodía a las siete de la tarde. Sería como un trabajo parcial, como una becaria – me contó Charlie mucho más emocionado que yo.

- Eso es genial, papá – le sonreí. – Pero tengo que pensármelo primero, ya sabes que me gusta tener tiempo para descansar– le dije.

- Claro, hija, debes pensártelo – respondió sonriéndome aún más que antes.

- ¿Por qué estás tan feliz? – pregunté realmente intrigada. Me gustaba la idea de ganarme un dinero para mí pero no entendía a qué se debía esa felicidad, estaba más contento que yo cuando debería ser al revés, obviamente.

- Tendrás la oportunidad de conocer a los Cullen. Ya verás como Carlisle no es tan estirado y superficial como tú piensas, cielo. Siempre he querido quitarte esa idea de la cabeza pero no he tenido ocasión. Además, será tu primer trabajo oficial, eso me enorgullece – susurró acariciándome la espalda una y otra vez.

- Gracias por todo papá, me lo pensaré – le respondí levantándome y dándole un beso en la mejilla despidiéndome. Tenía pensado en volver a reunirme con mis amigos y continuar donde lo habíamos dejado, así podría decidir qué hacer con ellos. Charlie había echo bien en decírmelo lo antes posible.

Por suerte, cuando llamé a Bryan me dijo que aún seguían en el bar-restaurante comiendo y que tenía un sitio guardado especialmente para mí. Sonreí al oírle pronunciar esas palabras, estaba segura que sería un asiento como cualquier otro pero Bryan era simplemente increíble, sacaba lo mejor de todo el mundo y también de cualquier situación. Cuando llegué, ellos ya estaban por el segundo plato y obviamente no les importó que yo me sentara con ellos y empezara a comer, estaba muy hambrienta.

- ¿Que quería el poli malo de ti? – me preguntó Mike sonriendo. Lo expliqué todo sin dejar ningún detalle fuera y al igual que mi padre, se emocionaron más que yo. Los cinco me dijeron que lo aceptara, que no pasaba cada día esto de que a alguien le ofrecieran trabajar para los Cullen.

- Vale, chicos. Me lo pensaré – les dije ya casi convencida de que aceptaría.

Me comí el primer y el segundo plato en un visto y no visto, como los otros ya habían acabado de comer hacía rato, me levanté para ir a pedir el postre en la barra. Estaba esperando a que me diesen el helado de vainilla que había pedido cuando vi de reojo como alguien salía del baño de hombres, no sé por qué diablos lo hice pero sin pensarlo dos veces, giré el rostro y casi se me escapó un grito. Lo que al principio había sido solo un movimiento de cabeza instintivo, ahora se había convertido en una auténtica pesadilla. Empecé a respirar demasiado deprisa, incluso noté como mis manos empezaban a temblar.

- Disculpa, ya no quiero el helado – susurré mirando a la pobre camarera que tenía delante y que estaba aterrada al ver mi rostro.

- ¿Está bien, señorita? – preguntó acercándose.

- Sí – susurré secamente. Esperé a que él pasara por detrás de mí y supliqué para que no me reconociera. Cuando vi que salía del restaurante, pude respirar un poco más calmada. Entonces, empecé a andar rápido hacia nuestra mesa y los cinco me miraron asustados.

- Alice, ¿puedes acompañarme al baño, por favor? No me encuentro bien – dije mientras luchaba contra mi misma para no empezar a llorar.

- Claro – respondió ella sonriendo mientras se levantaba. Cuando estuvo a mi lado, me cogió de la mano y me condujo hacia el baño de mujeres. Por suerte no había nadie allí dentro y por fin pude desahogarme. Alice empezó a preocuparse de verdad y me preguntó repetidas veces qué había pasado, yo no podía responder, no encontraba fuerzas por ningún lado. Me sentía asustada y desprotegida.

- Alice… Es él, lo he visto… Yo… - dije entre sollozos.

- ¡¿Qué?! No puede ser… Joder, Bella calma – dijo ella casi gritando presa del pánico. Se acercó y me abrazó intentando calmarme pero podía notar perfectamente que ella estaba también muy asustada.

- Voy a llamar a la policía – musitó entre dientes mientras me abrazaba.

- ¡No! Alice, ¡no puedes! Por favor, prométemelo – grité desconsolada.

- Estoy harta de este cabrón, ¡te está amargando la vida! ¡¿Es que no lo ves?! Cálmate y déjame pedir ayuda a los profesionales, sabes perfectamente como es su rostro e incluso sabes su nombre y apellido. Lo encontrarán fácilmente y tu vida volverá a ser tan perfecta como lo era antes de que apareciera ese hijo de… - Alice no pudo acabar la frase, estaba de los nervios. Y yo además de asustaba también estaba realmente sorprendida, ¿Alice escupiendo tacos como si alguien se los arrancara de la boca? Lo tendría que haber grabado o algo.

- No. Él se enterará de que lo están buscando y volverá a por mí, me lo dijo, ¿recuerdas? – le pregunté empezando a temblar de nuevo.

- Pero, ¡mírate! No puedes seguir así… Esto acabará destruyéndote – dijo mientras cogía un trozo de papel higiénico y me lo daba. Intenté calmarme, suspiré profundamente tres veces y me lavé la cara. Cuando levanté el rostro, me vi en el espejo y me asusté. Estaba aterrorizada, se podía ver perfectamente y estaba segura de que si salía así del baño, todos me verían y me convencerían para explicarlo. Eso no podía pasar así que me volví a lavar la cara e ingenié un "plan" con Alice. Al salir del baño, el miedo volvió a aparecer ya que lo vi en la barra pagando, ¿por qué había vuelto entrar? ¿Es que acaso había estado todo el rato comiendo fuera y yo no me había enterado? Temblé otra vez. Alice me miró y yo le indiqué con un rápido movimiento de cabeza donde se encontraba él. Ella lo vio y se cambió de sitio, se puso a mi derecha para que así si por alguna razón cualquiera él se giraba, yo estaría menos visible. Cuando llegamos a nuestra mesa, todos me preguntaron qué pasaba pero por suerte, Alice habló por mí, dijo que me había sentado mal la comida y que tenía que irme a casa pero que ellos podían continuar sin ellas. Como suponía, insistieron en acompañarme pero Alice me salvó diciendo que si íbamos todos, yo me agobiaría. Conté mentalmente hacia tres, cogí a Alice del brazo y salimos rápidamente del restaurante. Por suerte, conseguimos salir antes de que él acabara de pagar. Miré hacia dentro del establecimiento por última vez y me fijé en que la camarera que me había preguntado antes si me encontraba bien, era la que ahora le estaba atendiendo a él. Quería ir hacia ella y decirle que se alejase de ese monstruo, debía decirle que parara de hablar pero sabía que no podía hacerlo.

Alice me llevó en taxi hacia mi casa y le explicó a Charlie la misma excusa que les había explicado a nuestros amigos. Obviamente, mi padre se lo creyó y le dijo a Alice que podía irse, que ya se encargaba él. Pero Alice insistió en que seria mejor que no estuviera sola, que me sentiría mejor acompañada que sola y mi padre estuvo de acuerdo. Además, Charlie debía irse a trabajar en apenas una hora, su idea no era muy buena que digamos. Ella me condujo hacia mi habitación y ambas nos sentamos encima de la cama sin saber qué decir ni pensar. Al cabo de un par de minutos, me levanté y fui hacia el baño para volver a limpiarme la cara, sentía que así también borraba el recuerdo que había vivido hoy. Levanté el rostro al igual que hice en el restaurante y me miré más detenidamente, pelo castaño largo, ojos marrones chocolate y aún enrojecidos de llorar tanto, pechos normales, no pequeños ni tampoco muy grandes y constitución más bien pequeña. Me miraba de arriba abajo y me preguntaba una y otra vez, ¿por qué a mí? Parecía una chica de veintitrés años normal y corriente, ¿no? Salí del baño y bajé las escaleras, quería hablar con mi padre.

- Papá, ¿verás hoy a Carlisle? Quería decirte que sí que acepto el trabajo, creo que me distraerá de la monotonía y será genial ganar algo de dinero – le dije a mi padre que comía en la cocina con ganas.

- ¡Eso es genial, cariño! Lo llamaré hoy – me respondió con una sonrisa gigantesca.

Le sonreí con la típica sonrisa correcta que te sale cuando no estás de humor para sonreír y volví a subir por las escaleras a trompicones para volver con Alice. Ella me sonrió al verme y volvimos a sentarnos en la cama para empezar a hablar, en teoría, pero no salía nada de ninguna boca. Pasó casi un cuarto de hora hasta que decidí romper el silencio, estuvimos hablando durante más de 2 horas, Charlie entró para despedirse y se fue a trabajar aun conservando la sonrisa que lucía desde que le había dicho que aceptaba el puesto. Alice me estuvo consolando durante un par de horas más, decía que debía ser fuerte, que habían pasado muchos años y quizás él ya no se acordaba de mí y podía estar tranquila. Sabía que era una opción muy remota pero, ¿y si tenía razón? Tenía que calmarme, no sabía donde vivía, ni siquiera sabía que yo estaba en Nueva York, ¿no? No había por qué preocuparme. Cuando empezaba ya a encontrarme mejor, le enviaron un mensaje a Alice, era de Angela, le preguntaba como me encontraba y que no la habían llamado para invitarla otra vez al cine porqué quizás aún seguía conmigo. Alice respondió el mensaje y justo cuando iba a guardar el móvil, llamó su padre preguntando dónde estaba. Alice tenía que irse y yo se lo estaba impidiendo.

- Tranquila, sé tu número de teléfono de memoria, si me encuentro mal te llamo, ¿vale? – le dije sonriendo. Ella asintió y me abrazó despidiéndose.

Cuando cerré la puerta, me invadió una soledad que pocas veces había sentido. Empecé a hacer un trabajo de la universidad que nos habían puesto para la semana siguiente pero eso solo me distrajo durante poco más de una hora. Subí las escaleras lentamente y empecé a buscar su nombre por internet, no había nada, solo su cuenta de Facebook y poco más. Decidí parar de ser tan masoquista y bajé otra vez para ver El Diario de Noah, Jessica me había recomendado esa película hacía algún tiempo. Eso me mantuvo distraída hasta que llegó Charlie y me dijo que mañana tenía que ir a hablar con Carlisle sobre mi nuevo trabajo. El simple hecho de saber que no tendría que madrugar para ir a clases me calmó.