Clove
Despierto más temprano que nadie en esta casa y lo primero que hago es comprobar que mis hermanas pequeñas sigan durmiendo; se ven muy tranquilas en ese estado y sé que después de lo que ocurra esta mañana seguirán tranquilas, pues aún no tienen edad para salir elegidas en La Cosecha, que se lleva a cabo todos los años en todos los distritos, y aunque tuvieran la edad, sé que no se asustarían por eso. Como yo tengo quince años, soy elegible desde los doce y se supone que deba estar nerviosa, pero en realidad estoy expectante, con muchas ganas de ser parte de Los Juegos del Hambre, y si mi nombre no sale en La Cosecha, me presentaré voluntaria.
¿Nerviosa, yo? ¡JA! Eso es para débiles.
Desayuno una taza de leche con pan tostado con mantequilla y jamón, sin duda uno de mis alimentos favoritos, y al terminar, salgo al patio y lanzo cuchillos de todos los tamaños a los muñecos que mi familia y yo usamos todos los días para entrenar, y una vez más, acierto en todos los blancos, especialmente en el corazón, que es donde más me importa lanzarlos porque así los otros tendrán una muerte segura. Esto es algo natural en mí, lanzo cuchillos desde que tengo memoria, todos los días de mi vida, y a estas alturas incluso podría hacerlo con los ojos cerrados porque sé que soy buenísima en esto, tal vez solo superada por mis padres. Ellos también participaron en los Juegos en años consecutivos, ambos se presentaron voluntarios y vencieron inapelablemente en Juegos que duraron menos de una semana, convirtiéndose en personas respetadas en el Distrito Dos. Son luchadores formidables, y aunque nunca se los haya dicho, los admiro y aspiro a ser como ellos.
Termino de entrenar, entro a casa y veo a mi familia desayunando con normalidad, como si fuera cualquier otro día, pero paso de largo sin prestarles atención, pues todo lo que me importa es La Cosecha; me pongo el vestido rojo de algodón sin mangas que mi mamá usó en su Cosecha y me queda bien. Me miro en el espejo y sé que triunfaré, pues me he entrenado toda la vida para estos juegos y no voy a permitir que los niños de los otros distritos se den el gusto de cambiar el curso de las cosas.
Cuando veo a los Agentes de la Paz a punto de registrar todas las casas para asegurarse de que nadie se esconda, me apuro y soy la primera en salir, aunque no comprendo por qué lo hacen, pues desde que se celebran los Juegos que todos los habitantes de este distrito esperan con ansias este momento, en el que demostramos que somos los mejores, y quienes nos han representado nos han llenado de orgullo, y no solo a nosotros, sino que también al Capitolio, que sé que nos favorece y nos valora, y aunque muchas veces la gentuza de los otros distritos nos han ganado, solo nosotros podemos decir que aportamos con la mayor cantidad de vencedores en Los Juegos del Hambre.
Llego hasta las afueras del Edificio de Justicia y el sol está radiante como nunca; veo a los chicos y chicas alistarse con los agentes antes de instalarse y separarse en hombres y mujeres, y a lo lejos veo a mi mejor amigo y confidente, Cato, que con su altura, su cabello rubio y corto y su contextura musculosa, no pasa inadvertido, y veo en la firmeza de su mirada que está tan seguro como yo de que estos Juegos no serán muy distintos para el Dos. No hace falta preguntarle como está, porque conozco la respuesta. Él está bien, como yo, nos conocemos desde hace dos años y en todo este tiempo hemos forjado una estrecha amistad, y solo con él puedo ser totalmente yo.
Una vez que los grupos están repletos, veo salir del edificio al alcalde, a los numerosos mentores de este distrito y a nuestra escolta Dawn, una estrafalaria mujercita del Capitolio que todos los años luce trajes coloridos, y ahora lleva un traje verde limón de dos piezas con hombreras enormes y puntudas, y este año está usando una peluca de color calipso que hace que duelan los ojos. Después de hacer la típica introducción a La Cosecha, quien toma su lugar es el alcalde, que acompaña su discurso con un compilado de imágenes que hablan de lamentables acontecimientos ocurridos hace más de setenta años, la posterior creación de los Juegos e imágenes de sus vencedores, casi todos salidos de este distrito.
Posteriormente, Dawn anuncia que ha llegado el momento de conocer a los tributos de este año, y como siempre, anuncia primero el nombre de la mujer, y con voz aguda, Dawn grita al micrófono:
-Ania Thoms.
Una chica más alta que yo, de pelo castaño claro y de diecisiete años está a punto de salir del grupo de las mujeres cuando yo, al darme vuelta y ver a mis padres y a mis hermanas más atrás mirándome con orgullo, decido llevar a cabo mis intenciones de estar como sea en los Juegos y grito con todas mis fuerzas:
-¡Voluntaria, voluntaria, me presento voluntaria!
Todos se dan vuelta a mirarme pero nadie se sorprende, pues es muy natural en nosotros presentarnos de voluntarios a los Juegos, y con la frente en alto camino hasta el podio sin prestar atención a los demás.
-Una nueva voluntaria del Distrito Dos, no esperaba otra cosa—me dice Dawn con su acento del Capitolio—¿Cómo te llamas, querida?
-Clove Kentwell—respondo con voz firme y clara.
Los aplausos se hacen sentir, y una vez más veo a mi familia mirarme con orgullo, con la seguridad de que hice algo grandioso. Después, Dawn elige el nombre del tributo masculino, y anuncia:
- Dwight Danner.
-¡Me presento como voluntario!—se escucha la potente voz de Cato antes siquiera de que el mencionado Dwight se mueva para subir.
Sin esperar invitación, Cato sube al podio, y cuando Dawn le pregunta cómo se llama, él responde:
-Cato Reed—responde Cato como si aquello fuera información obvia.
Dawn nos hace darnos la mano, y después de aquello, Cato y yo nos tomamos de la mano y las levantamos en señal de triunfo, siendo aplaudidos por todo el Distrito Dos. Debido a lo ensordecedor de los aplausos, no entiendo lo que dice Dawn al final, pero después Cato y yo somos trasladados al interior del Edificio, en donde cada cual tiene cinco minutos para despedirse de sus familiares. No alcanzo a digerir toda mi felicidad cuando entra mi familia a la oficina en la que me tienen para felicitarme y para decirme lo orgullosos que se sienten de mí, que saben que representaré al distrito como la digna hija que soy, y veo en mis hermanas pequeñas la misma mirada altiva que veo en el espejo todos los días. No me desean suerte porque no la necesito, la suerte es para mediocres, según ellos y estoy de acuerdo, y antes de que se tengan que ir, me alcanzan a decir que saben que seré la vencedora.
Finalmente, Cato, Dawn y yo nos dirigimos hacia el tren que nos llevará hacia el Capitolio, en donde nos recibirán como celebridades, y dirijo una última mirada al que ha sido mi hogar. No puedo estar más feliz, orgullosa y expectante por estos Juegos, que han sido mi máxima aspiración de la vida, sé que seré la mejor y no temo a los planes de los niñatos débiles y llorones de los otros distritos, pues ni siquiera uniendo todas sus pobres fuerzas podrán vencerme, ni a mí ni a Cato.
Me subo al tren sin despedirme. Sé que nos volveremos a ver, así que los burdos sentimentalismos son innecesarios, incluso me parecen ridículos.
Que los Juegos del Hambre comiencen.
