Disclaimer: Prison Break no me pertenece.
NdA: un amigo me enganchó a la serie la semana pasada (he llegado muuuy tarde, I know it) y ahora mismo voy por la segunda temporada y no sé qué me ha pasado.
Quemadura
por
Janet Cab
Cuando su padre estaba vivo, por lo menos Lincoln podía dejar de sentirse un cabrón durante unos minutos, porque se conformaba con pensar que lo que pasaba, lo que hacían Michael y él se debía a una ausencia sempiterna a lo largo de sus infancias. A lo largo de su adolescencia. Que no eran un par de monstruos, sino dos tíos a los que no habían cuidado como era debido de críos, y que habían tratado de absorber todo el cariño que necesitaban del otro, como una esponja en un cuenco, porque no había nada más a lo que aferrarse.
–Linc.
Querría recordárselo. Que nunca ha estado bien pero que ahora están traicionando el recuerdo de una mujer que dio su vida tratando de arrancarlo a él de las zarpas de la muerte. Quiere preguntarle qué pasa con Sara. Gritarle a voz en cuello "es una buena chica que ha perdido su trabajo, su identidad y a su padre por ti y no entiendo por qué coño no te quedas con ella y tratas de vivir la vida que os merecéis".
–Dios, joder –gime con la lengua casi fuera de la boca–. Me merecía esa puta silla.
El sillón del motel de carretera es de muelles y Michael nota cómo se le clavan por todas partes. Cómo uno de los filos atraviesa la piel surcada de tinta y se le entierra en el corazón.
–No digas eso –le gruñe con los codos hundidos en el tapizado y las piernas de gelatina por primera vez en casi tres años–. Ni se te ocurra, Linc. ¿Me estás oyendo? No digas eso ni en broma.
Eres demasiado bueno. Lincoln no sabe hacer muchas cosas con delicadeza pero le acaricia ahí donde debería haber dos dedos más. Le besa cada centímetro del tatuaje y se le forma un nudo en la garganta cuando se da cuenta de que ya no es capaz de recordar cómo era antes de que los ángeles y los demonios invadiesen la piel de su hermano, librando una guerra santa que de santa no tiene una mierda.
–En la quemadura –le suplica Michael con la voz ronca y rota–. Por favor. Linc.
Y Lincoln pasa la lengua por ella. La traza con los pulgares y con los labios como si pudiera robarle el dolor que supura e inyectarle algo mejor. Algo que sanara todas sus heridas y borrase las huellas que las balas y un poder viciado y corrompido han dejado en él.
–Michael.
Se desploma encima de él y antes de que pueda coger resuello, su hermano se ha girado para buscarle la boca. Lincoln lo coge de la nuca porque está cansado de huir del mundo, y esa noche no quiere tener que huir de él también.
Cuando lo mira con esos ojos verdes e inteligentes y esa devoción desmedida, ese "no hay nada que no haría por ti" quiere llorar y romper los botellines de cerveza que han comprado contra la mesa, pero en cambio se queda ahí lamiéndole la saliva con pereza hasta que Michael dice que habrá que ducharse. "Habrá que ducharse" es "habrá que ducharse juntos", así que Lincoln sonríe con cansancio y pone los ojos en blanco.
–¿Has visto la ducha? –le responde por fin, ayudándolo a levantarse. Besándole la frente y dejándose abrazar en medio de ese salón lleno de polvo y moho y sintiéndose a salvo–. Ni siquiera tú cabes ahí dentro.
¿Michael? Michael pone esa cara de haberse aliado con el universo para una travesura de antología y dice lo de siempre.
–Tengo un plan.
Y como siempre, Lincoln le cree.
