Disclaimer: The lost canvas no me pertenece.


Una sombra subía rápidamente los escalones que conducían al templo de la virgen. Las estrellas iluminaban su camino, pero no sus rasgos, pues llevaba una sábana a modo de manto que le cubría de la cabeza a los pies y que oscurecía su rostro. Solo se podía deducir, por su estatura, que se trataba de alguien muy joven. Un niño.

Una vez llegó al templo, entró sin pensarlo dos veces y caminó sobre sus baldosas con confianza, como si fuera el dueño del lugar. Solo dudó cuando llegó al dormitorio del guardián del templo, la habitación con diferencia más oscura del templo. Esperó unos segundos para que sus ojos se adaptaran a la severa falta de luz y se acercó dubitativamente a la figura del caballero de Virgo, trastabillando ligeramente para no tropezarse con la sábana a la que se aferraba. Ese movimiento brusco hizo que ésta cayera sobre sus hombros y descubriera su rostro; el rostro del más joven de los caballeros de armadura de oro.

—¿Qué te trae a mi templo a estas horas, caballero de Leo? —dijo una voz ligeramente somnolienta pero aun así firme que provenía de la silueta que el pequeño había identificado como Asmita de Virgo.

—He tenido una pesadilla y me da miedo volverme a dormir—admitió el niño, con dificultad para controlar la voz. Se le notaba afectado, no solo por su voz traicionera, sino por su respiración ligeramente irregular que nada tenía que ver con las escaleras que acababa de subir—. He pensado que podría venir aquí, ya que antes me recordaste a papá.

—En ese caso deberías ir a ver a tu tío, el caballero de Sagitario, que reside unos templos más arriba—señaló Asmita sin moverse de su cama. Ni siquiera se irguió para hablar con el caballero de Leo. Éste último lo atribuyó a que era ciego. Quizás la ceguera traía consigo comportamientos extraños.

—Es que está lejos. A ti te tengo más a mano—explicó el joven de ojos azules poniendo cara de pena a sabiendas de que no surtiría ningún efecto—. Prometo que no te molestaré y, si quieres, dormiré en el suelo.

El caballero de Virgo finalmente se movió. Se irguió y se sentó adoptando la postura en la que Regulus ya le había visto anteriormente aquel día. Ese acto llenó de esperanza al pequeño león; si el rubio pretendiese echarle no habría tenido que moverse.

—Alguien de tu rango no debería temer simples sueños—observó, provocando una mueca en su compañero de armas—. Necesitas enfrentarte a tus miedos para hacerte más fuerte.

—Pero no tengo por qué enfrentarme a ellos solo, ¿cierto?

El guardián del templo en el que se hallaban reprimió un suspiro. Si no zanjaba pronto ese asunto no podría descansar aquella noche. Por un lado, le gustaría mandar al pequeño de vuelta al templo del león con uno de sus ataques, pero por otro, no quería empezar una guerra de mil días por algo tan banal. Viendo cómo el pequeño no tenía intención de dar su brazo a torcer, no tuvo más remedio que ceder.

—Solo por esta noche—aceptó finalmente, volviendo a tumbarse en su cama—. Y recuerda tu promesa de no molestar.

Regulus sonrió y se apresuró a acomodarse en la cama de su compañero, tapándose con la sábana que había traído de su propio templo. ¡Victoria!

—Creo recordar que dijiste que dormirías en el suelo—dijo Asmita, al notar su presencia más próxima de lo esperado.

—Dije que lo haría si quieres, pero no comentaste nada al respecto—explicó, acurrucándose al lado del más mayor, cerrando los ojos, ya sin miedo de tener pesadillas.

—Supongo que ya es demasiado tarde para hacerlo—susurró el caballero de Virgo, escuchando la suave respiración del pequeño Regulus, que se acababa de dormir con una rapidez impresionante. En el mismo tono de voz, añadió, sin esperanzas de ser oído—. Espero que cuando despierte no haya ni rastro de ti en mi templo, joven león.