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A través de las colinas se oía el fuerte galope de un caballo que era montado por una mujer joven, su melena rubia ondeaba en el viento con la cadencia de los ágiles saltos del animal, con prisa se dirigía hacia el extenso bosque de la Noche Eterna; un bosque cuyos arboles eran tan altos y abundantes que impedían el paso de la luz, el frío constante y la espesa neblina transformaban la atmósfera en un espacio donde la oscuridad permanecía a lo largo del día. Inclusive el guerrero más valiente evitaba pasar por esas tierras ya que se conocían como peligrosas y hostiles.

Con forme la mujer se acercaba al bosque la luz se escondía en el lejano horizonte a sus espaldas y el camino empezaba a ser más difícil, el caballo disminuía su velocidad y se mostraba temeroso a cada paso que daba.

—Está bien, Velkan, no va a pasar nada, no iremos muy lejos— Decía la mujer mientras acariciaba el cuello de su caballo tratando de calmarlo. Sus esfuerzos eran en vano, el animal se rehusaba a continuar.

La joven descendió del caballo lentamente, con cuidado amarró las riendas a uno de los arboles cercanos, y se acercó a la cabeza del animal sintiendo su respiración muy cerca de su cara.

—Tendrás que quedarte aquí, no puedo regresar con las manos vacías—

Se alejó en dirección al bosque dejando solo a su caballo que comenzaba a inquietarse al verla partir. No iba preparada para aquel acontecimiento, había salido de casa con la menor de las precauciones, abrumada por la situación que se había presentado. Sólo tenía un pensamiento en la mente, encontrar las hierbas necesarias para curar a su padre. Las conocía perfectamente y sabía el lugar donde podía conseguirlas, el bosque no era desconocido para ella ya que en varias ocasiones había acompañado a su padre por las mismas hiervas durante el día. La neblina era intensa, se levantaba por todo el lugar impidiendo el paso de la luz de la luna; los ruidos de los animales nocturnos le daban escalofríos que recorrían su espalda. Tenía que ser muy cuidadosa ya que cerca de donde se encontraba existía un acantilado, cualquier descuido y terminaría con una caída de más de cien metros.

Las raíces de los arboles sobresalían de la tierra como enormes serpientes, era sencillo tropezar o enredarse en aquella red; según recordaba, el lugar donde se encontraban la planta estaba cercano a unas ruinas de lo que antes había sido una pequeña iglesia; ahora no era más que un monto de piedras apiladas ocultas bajo una extensa mata de arbustos. No se encontraba muy lejos de aquel lugar, de repente los ruidos de un ser moviéndose entre los arboles la hizo detenerse en seco, no sabía si lo que escuchaba era real o si presa del miedo estaba imaginando cosas; continuo su camino poniendo atención a los ruidos que le rodeaban, al llegar al lugar pudo ver las hojas de la planta que buscaba, eran rojas como la sangre, con tallos gruesos y espinas negras, era importante arrancarla desde la raíz pues ahí se encontraba la mayor propiedad de esa planta. Estaba tan concentrada en arrancar correctamente la mata, que no se percató del peligro que la asechaba.

Sintió una respiración cercana a ella, lentamente se giró para mirar sobre su hombro, dos pares de ojos que brillaban a la luz de la luna la miraban amenazantes, eran un par de criaturas semejantes a un lobo pero de mayor tamaño, inclusive más grandes que un caballo, sus enormes garras podrían arrancar las extremidades de cualquier hombre, el rugido que provenía de sus fauces era aterrador. Estaban de pie con la cabeza baja, uno era totalmente negro mientras el otro era pardo, sus lomos estaban erizados y amenazantes mostraban sus grandes colmillos.

Rápidamente guardó la planta en un pequeño saco que llevaba atado a la cintura, los huargos empezaron a dar pasos lentos mientras Lisa buscaba entre la tierra algo con lo que pudiera defenderse, no dejaba de mirarlos cuando pudo sentir una gran roca; uno de los huargos se abalanzó al tiempo que ella pudo golpearle un ojo con la roca, en ese momento aprovechó para empezar a correr en dirección al acantilado. Mientras corría los arbustos arañaban su cara, escuchaba los pesados pasos que la seguían no muy lejos, había llegado hasta una gran roca cuando de repente uno de los grandes animales salto sobre esta, en animal tenía un gran golpe en el ojo izquierdo que sangraba profusamente, el otro huargo se encontraba a sus espaldas, no había forma que pudiera defenderse, intentó correr de nuevo pero sintió un fuerte golpe, estaba en el piso y podía sentir la húmeda tierra en su cara, intentó incorporarse y fue cuando lo pudo ver.

Un hombre alto de abundante cabellera plateada peleaba con aquellas bestias, en la oscuridad pudo distinguir su piel pálida, y una gran capa negra moviéndose en la noche como una sombra.