Título del fic: Inmoral
Escrito por: ¡Mí!
Personajes: Albus/Scorpius, Harry/Draco
Rating: NC-17
Género: Drama/Romance
Advertencias: Spoilers Libro Siete. Contenido sexual explícito, Bondage, Consentimiento Dudoso, Lenguaje Adulto y cierto tipo de Vouyerismo.
Nota: Si este fic tiene algo de bueno, es gracias a dos betas maravillosas que me ayudaron a pulirlo y mejorarlo. A Allalabeth y Selene, mil gracias por toda su invaluable ayuda.
Fic escrito como regalo para Darkmoona en el Amigo Invisible, organizado por la Comunidad La Torre.
I N M O R A L
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"Hablando de moralidad, yo sólo sé que moral es lo que te hace sentir bien e inmoral lo que te hace sentir mal."
Ernest Hemingway
Revelar secretos a cambio de una retribución había empezado como un juego entre ellos, una estrategia casi desesperada para ganarse la confianza de Scorpius e intentar sonsacarle algo de información. A Al se le había ocurrido el día que recordó que su abuelo Arthur le obsequiaba ranas de chocolate a cambio de cualquier trozo de conversación; conversación que de igual manera hubiera aflorado entre ellos tarde o temprano pero que le daba a su abuelo la excusa perfecta para mimarlo.
"Chantaje" acusaba su madre mientras miraba duramente al abuelo. "Inmoral, barato y que además lo está enseñando a vender las confidencias" secundaba el tío Percy seguido de un sermón completo sobre el valor de la amistad y el compañerismo, el cual por lo regular terminaba gracias a la intervención de la abuela Molly o del tío George mientras Al disfrutaba del circo familiar devorando la rana de chocolate recién ganada.
El caso fue que la primera vez que Al utilizó con Scorpius la táctica "cambio-rana-de-chocolate-por-pensamientos", todo salió muy bien y el chico pálido se mostró tan divertido por la astucia de su amigo, que de ahí en adelante se volvió un juego recurrente entre ellos y una manera de obtener fácilmente alguna ganancia. Porque obviamente, el que tenía el mejor secreto era el mejor recompensado. Y para un par de Slytherins como eran ellos, ese tipo de compra-venta fue la manera idónea de conseguir lo que se quería aunque fuera tu mejor amigo el que tuviera que liquidar la cuenta.
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Con el paso de los años los secretos fueron y vinieron entre ellos, y gracias a eso Al pudo enterarse de mil cosas de las que no tenía ni idea y que estaban bastante relacionadas con el pasado de su familia tanto de los Weasley como de los Potter. El poder que le brindaban esos conocimientos sobre sus dos hermanos era inconmensurable. Bendita manera de dominar al impetuoso e irreverente James, o de tranquilizar a la inquieta Lily.
Al pronto se dio cuenta de que Scorpius era una fuente inagotable de anécdotas ocurridas en Hogwarts durante los años en los que sus padres estudiaron ahí, y fue de esa manera como Al se enteró de que tanto su padre como el señor Malfoy habían sido en aquellos tiempos enemigos jurados, divididos por pertenecer a diferentes casas, separados por sus ideales familiares y por sus propios anhelos. Y también supo, por boca de Scorpius, que eso cambió el día en que el padre de su amigo contrajo una deuda de vida con el padre de Al.
Hasta ese momento, aquel fue el secreto más costoso de todos. El precio fue un mes completo realizando los deberes de Pociones de Scorpius, pero Al estaba convencido de que el fascinante relato de cómo su padre le había salvado la vida al señor Malfoy bien había valido la pena. Sobre todo porque había sido narrado por la enigmática voz de su hijo, la cual temblaba de emoción y admiración ante la valentía mostrada por aquellos dos chavales de apenas diecisiete años.
Pero sobre todo, la voz de Scorpius adquiría un matiz casi reverencial cuando hablaba del señor Potter, del legendario héroe de guerra, del niño-que-vivió. Y Al no pudo evitar sentir un rescoldo de celos por la manera en que Scorpius parecía idolatrar a su padre, ya que para Al no era más que eso: un padre común y corriente. Amoroso y comprensivo en gran medida, eso sí, pero a quien Al no le encontraba lo heroico por ninguna parte.
Fue por eso que Al resultó el más sorprendido cuando su padre y el de Scorpius entablaron una cordial camarería entre los dos que con el paso de los años se convirtió en ese tipo de amistosa alianza que suelen establecer los padres de dos compañeros de escuela. Reunirse de vez en cuando para charlar acerca de las andanzas de los muchachos, permitir que se visitaran mutuamente en sus casas, salir a tomar una cerveza, ir a ver el partido más esperado de quidditch y esas cosas aburridas que hacen los pobres y viejos adultos.
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Fue en sexto cuando llegó el primer secreto que removió por completo el suelo sobre el cual Al se sostenía.
—Por favor, Scorpius. Suéltalo ya —le insistía Al con una sonrisa la cual intentaba que fuese alentadora—. Sé bien que alguien te gusta, no puedes seguir negándolo. —Scorpius soltó una risita pero no respondió—. De acuerdo, tú ganas —se resignó Al, suspirando—. Dime tu precio, entonces. ¿Cuánto quieres por tu secreto?
Scorpius se cruzó de brazos mientras levantaba su rostro pálido y delgado hacia el sol. La luminosidad lo obligó a entrecerrar los ojos y Al se quedó mirándole hipnotizado, fascinado por la manera en que sus rubias pestañas parecían en ese momento ser completamente blancas, casi traslúcidas. Sin dejar de lado su sonrisa torcida y altanera, Scorpius bajó la cara y miró directo hacia Al, haciéndolo pestañear. —Éste sí te saldrá caro.
El dinero nunca había sido problema para Al. No era que nadara en la abundancia, pero por regla general solía tener siempre un poco de sobra pues su padre era generoso con la paga. Por lo que sabía, él había tenido una infancia dura por culpa de los severos tíos que lo habían criado, y aquello parecía ser el motivo por el cual ahora no escatimaba nada para sus hijos ni para su esposa. —Dime cuánto y veremos.
Scorpius arqueó una ceja. Él sí que era rico. A diferencia de los Potter, los Malfoy tenían montones de propiedades por todo el Reino Unido y muchos negocios lucrativos. Y a pesar de eso, Scorpius parecía gozar sacándole a su amigo hasta el último knut cada vez que podía. —Bueno, ya que insistes… Mmm. —Aparentó meditarlo un poco—. ¿Recuerdas aquel equipo de protección para vuelo que vimos en Hogsmeade la última vez que…?
Al soltó un bufido de indignación. —¿Te refieres al que estaba hecho de piel de serpiente marina e hilo de unicornio? —Ante el asentimiento de su amigo, Al bufó más—. ¿Estás chalado o qué?. ¡Por supuesto que no te lo compraré! No hay secreto que valga tal cantidad de galeones. Me niego.
Cruzándose de brazos, Al se quedó en completo mal humor, evitando mirar a su amigo a los ojos. No era posible que Scorpius estuviera intentando cobrarle tal cantidad por una confidencia que se suponía, entre amigos, debía ser gratuita. Como juego eso ya se había salido de control y de verdad lamentó haber iniciado aquella estúpida costumbre entre los dos.
Scorpius se rió descaradamente ante su actitud. —De acuerdo, Potter, como gustes. Nadie te obliga. Pero ahora no podrás saber quien es la persona que me gusta… y que pena que no te enteres porque justamente Potter es su apellido.
Al se volteó lentamente hasta encarar a Scorpius, incrédulo ante lo que acabada de escuchar. —¿Lily? —le cuestionó, preguntándose en qué momento su hermana le había empezado a gustar a su mejor amigo. Hasta donde él sabía, Scorpius no soportaba a la ruidosa chica y ni siquiera se dignaba dirigirle la palabra. Pero Scorpius, por toda respuesta, sólo levantó las cejas y sonrió más, provocando que Al frunciera el ceño y deseara asfixiarlo lenta y tortuosamente—. Qué infeliz eres, Scorpius. No me lo dirás. ¿Verdad?. ¡Cabrón, por lo menos rebájame el precio!. ¡Es exagerado lo que me estás pidiendo sólo para escucharte confesar que has caído presa del encanto de la estúpida de mi herma…!
—¡Cierra el pico, Potter, ya hablas tanto como ella! —exclamó Scorpius tapándose los oídos con las manos y perdiendo la sonrisa burlesca. Ahora fue Al quien sonrió descaradamente. Seis años de conocer a Scorpius no habían sido en vano a la hora de saber qué era lo que lo hacía desesperar… parlotear sin parar era su elección preferida, entre otras—. De acuerdo, entonces… —accedió Scorpius—. Me conformaré con los anteojos protectores que vendían en la misma tienda. Ésos con hechizo de anti-empañamiento y anti-quebraduras. ¿Te acuerdas?
Al asintió con un movimiento de cabeza. Ese era ya un precio mucho más accesible, y Al creyó que sería buena idea hacerse de unos para él también pues les serían muy útiles en la ya próxima estación invernal. —Es un trato, entonces. Te los compraré por vía lechuza, así que suéltalo, pues.
La arrogante sonrisa característica de Scorpius regresó a su cara. De pronto, Al, en un inusitado golpe de clarividencia, comprendió que lo que su amigo le iba a revelar no iba a gustarle para nada. —La persona que me gusta es tu padre, Al —confesó Scorpius como si tal cosa—. Es el hombre más sexy y caliente que conozco y yo… —Lo miró directamente a los ojos y mientras Al sentía que se desmayaba, Scorpius concluyó: —Bueno... ¿no te había dicho ya que soy gay?
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Como buen Slytherin que era, Al se guardó muy bien de demostrar la furia y el desconcierto que sintió ante tal revelación. Durante lo que restó de su sexto año tuvo que escuchar —sin apenas inmutarse— los comentarios inmoralesque Scorpius hacía referente a su padre y lo guapo que le parecía. De lo que haría con él si algún día se divorciaba de la señora Potter, de cómo lo seduciría al grado de no dejarle más alternativa que reconocer ante toda la Sociedad Mágica que también era homosexual. Para vengarse, Al no tuvo otra opción que empezar a relatarle a su amigo —con todos los pelos y señales que pudo inventar— las supuestas muestras de amor de su padre a su madre; así como contarle acerca de las intensas noches de pasión que protagonizaban sus progenitores y cuyos sonidos llegaban hasta su recámara cuando estaba en casa y de lo heterosexual que Harry Potter juraba ser.
Claro que todo eso era más falso que oro de leprechaun, lo que no reconfortaba a Al para nada. Todo inventado por él en medio de la desesperación y rabia que sentía ante la situación. A partir de ese momento se abstuvo de invitar a Scorpius a pasar una noche más en su casa.
Todo eso empezó a deteriorar rápidamente su amistad, y los juegos de "Te pago tu secreto", simplemente pasaron a formar parte de un recuerdo. Al consideró que ya estaba curado de espanto y que no quería ni necesitaba conocer ni una confidencia más de su anteriormente mejor amigo y que ahora, para él, no era más que un admirador más de su famoso padre y por si fuera poco, gay.
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El verano siguiente fue el más tedioso de todos los que Al recordara haber vivido después de ingresar a Hogwarts. Ni una sola vez fue invitado por Scorpius a pasar una temporada en la Mansión Malfoy como antaño, y él tampoco invitó a su amigo a visitarlo en la residencia de los Potter. Además, las cartas y noticias que recibió de Scorpius fueron menguando con el pasar de los días hasta hacerse inexistentes, llegando a desaparecer por completo llegado el mes de agosto.
Las lechuzas venidas de la Mansión Malfoy cesaron de llegar justo el día anterior al cumpleaños de Harry Potter, que fue uno de los peores días del verano para la familia en general. Ginny Potter se había empeñado en celebrar por todo lo alto el aniversario número cuarenta y cuatro de su marido, invitando a grandes personalidades de la Política y Farándula Mágica. Evento que tuvo que ser suspendido de emergencia debido a que, después de discutir acaloradamente con su mujer, el festejado simplemente había puesto pies en polvorosa.
Al y sus hermanos habían pasado la mañana completa de ese día mandando lechuza tras lechuza, avisando por vía chimenea o como fuera de la cancelación del evento. Jamás un día en casa le había sabido tan amargo a Al como aquel. Y aunque en el fondo podía comprender las razones de su progenitor, Al no pudo evitar sentirse furioso por ello.
Furioso... y horrorizado por el simple pensamiento de que Scorpius pudiera hacer válidas sus fantasías de conquistar al padre de Al a la primera oportunidad de un distanciamiento de su esposa.
Harry Potter no regresó a casa hasta el mediodía del día siguiente. Los tres chicos Potter, esperando que de nuevo sus padres se pelearan a gritos y hasta con maldiciones, se quedaron de cuadros al ver que sencillamente ellos se ignoraban el uno al otro, con una frialdad casi amable. Con el ceño fruncido y pensando en lo extraños que eran los adultos, Al aceptó a regañadientes la invitación que su padre les hizo a él, a James y a Lily para ir de compras al Callejón Diagon. Se despidieron de Ginny y los cuatro marcharon a Londres donde, después de almorzar, su padre intentó disfrutar de una tarde agradable con ellos y ganarse su perdón sin pedirlo, chantajeándolos al sugerirles que eligieran un obsequio.
—¿Y tú, Al? —le preguntó su padre al fin después de pasar más de una hora en una tienda de túnicas donde Lily se había hecho media docena—. ¿A qué tienda quieres ir?. ¿Quieres buscar algún libro raro en Flourish y Blotts?... ¿O tal vez un juego nuevo de gobstones?
Durante unos segundos Al no respondió nada y en cambio clavó la mirada en sus dos hermanos.
Lily, completamente ajena a la realidad que amenazaba su armonía familiar, hurgaba feliz entre las bolsas de compra que ostentaban el nombre de una popular tienda de ropa para chicas y cuyas letras cambiaban mágicamente de color. James, por su parte, cargaba una enorme caja y se mostraba ansioso por irse ya a casa a probar todos los productos con los que había salido de la tienda de bromas del tío Ron y del tío George.
Al no supo qué pensar acerca de su hermano. No creía que James fuera tan tonto como para no enterarse de los aparentes problemas que había entre sus padres, así que tal vez era que no le importaban ni lo mortificaban tanto como a él.
El chico alejó los ojos de Lily y James y aprovechando la distracción de ambos, se acercó a su padre y le ofreció lo que él creía sería el único medio de formularle la pregunta que desde el día anterior lo estaba atormentando: —Mi regalo por tu secreto.
—¿Qué? —exclamó Harry, completamente desconcertado. Mirándolo con la sorpresa que sólo la culpabilidad puede otorgar, por lo menos desde el punto de vista de Al.
Se acercó más a su padre y le habló casi al oído. Envalentonado y de cierta manera orgulloso de ser ya casi tan alto como él teniendo apenas diecisiete años, Al se aclaró la garganta y le dijo con voz firme: —Quise decir que renuncio a lo que fuera que ibas a comprarme a cambio de que me reveles tu secreto.
Su padre se alejó un poco para poder mirarlo a los ojos. A Al no le pasó desapercibido el ligero nerviosismo con que le sostenía la mirada y eso lo llenó de terror. —¿De cuál secreto me estás hablando, Al?
Al era el único miembro de la familia Potter que conocía el lado oscuro del alma de su padre, el único que conocía que también Harry Potter tenía su buena parte Slytherin muy en el fondo. Solamente Al sabía, de entre sus hermanos y madre, que el Sombrero Seleccionador casi había mandado a su padre a instalarse a la casa de Salazar. Peculiar situación con el Sombrero, la de ofrecerle a un Potter ir a Slytherin y la cual se había repetido de nueva cuenta un cuarto de siglo después… sólo que en esa ocasión, el chico al que le fue hecha la sugerencia sí la había aceptado en medio de un arranque de orgullo y necesidad de probarse.
—¿Dónde estuviste ayer?
Y aunque Al sabía perfectamente bien que Harry Potter odiaba las fiestas de cumpleaños, y que de una temporada para acá sus padres ya no parecían amarse como antaño, aún así, Al tuvo que preguntarlo porque la duda lo mataba. Porque sabía que su padre no había estado ni con su tío Ron ni en ningún otro sitio donde lo conocieran, lo que le dejaba a Al una sola respuesta. Harry lo miró intensamente a los ojos durante un momento y como si creyera que de cualquier forma Al ya lo sabía, murmuró justo lo que el chico no deseaba escuchar pero ya intuía: —En la Mansión Malfoy.
Al jadeó tan alto que atrajo la atención de James hacia ellos, y entonces se tuvo que guardar su interrogatorio para más tarde.
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La familia se dirigió hacia el establecimiento más cercano con chimenea para poder regresar a casa, en vista del mal humor de Al y su negativa a comprarse nada.
Pero el chico no estaba dispuesto a quedarse sin respuestas, así que ya una vez en casa, aprovechó la primera oportunidad que tuvo para pillar a su padre a solas y a bocajarro, le soltó: —No fuiste a la Mansión Malfoy a ver a Scorpius... ¿verdad?
Harry Potter arrugó el entrecejo en un gesto que Al ansiaba fuera sólo desconcierto. El Auror dejó el periódico junto a la humeante taza de té que se estaba bebiendo, demorándose en responder. Al apretó los dientes. Qué culpable parecía ser.
—¿A Scorpius? No entiendo porqué piensas que yo fui hasta allá para verlo a él. El chico es tu amigo, no el mío... y… bueno, y ya que su padre, Draco, fue el único de mis amigos no invitado a la... —arrugó el ceño antes de completar—, fiesta. Ya sabes que tu madre no lo tiene en gran estima por... Bueno, el caso es que me pareció buena idea pasar la tarde con él. —Miró a Al a los ojos y continuó con más convicción—. ¿Por qué tendría que haber ido yo a ver a Scorpius?. ¿Acaso has tenido algún problema con él? —Sonrió con complicidad y un brillo extraño resplandeció en su mirada—. ¿Algo que yo deba saber?
Ante eso, el chico se retiró un paso, sintiéndose desconcertado y acorralado al mismo tiempo, preguntándose en qué momento el interrogatorio se había vuelto en su contra. —¡No, no ha pasado nada! —respondió a toda prisa. Tanto, que lo único que provocó fue que su padre arqueara las cejas con suspicacia—. ¿Por qué lo preguntas, papá?
Harry Potter sonrió. —Tal vez yo parezca un despistado, hijo, pero no estoy ciego. Bueno, al menos, no tanto —bromeó mientras se toqueteaba los anteojos—. He notado perfectamente la drástica disminución en el número de cartas que suelen enviarse ustedes dos. Sin contar el hecho de que ninguno ha visitado al otro, y que…
Al negó nerviosamente con la cabeza. —No pasa nada entre nosotros, es sólo que… —Se encogió de hombros, sintiéndose estúpido y aliviado por partes iguales al saber que Harry Potter no parecía estar interesado en su amigo gay—. Creo que Scorpius ya no me la misma confianza que antes.Ya no me cuenta sus... cosas.
Su padre soltó una risita mordaz bastante inusual en él. —¿Realmente creíste alguna vez que un Malfoy puede tener confianza en alguien más aparte de él mismo, Al? —El chico lo miró a los ojos y un indescifrable reconocimiento relampagueó en los verdes de su padre. Como si pensara "Yo sufro del mismo mal que tú, Al"—. A los Malfoy les cuesta mucho compartir sus secretos. ¿No te habías dado cuenta? No es personal, simplemente... así son ellos.
Al suspiró mientras fruncía el ceño. —Pero… él y yo siempre nos hemos contado todo, de hecho… teníamos un método que funcionaba muy bien hasta que… —se detuvo abruptamente. No iba a traicionar la confianza de Scorpius al contarle a Harry Potter que su amigo era homosexual y estaba colado por él.
Harry sonrió y meneó la cabeza en un gesto negativo. —¿Te refieres a ese jueguito de revelar secretos a cambio de algo? Yo creo que...
Al lo cortó de inmediato antes de que dijera lo que todos le habían repetido ya hasta el cansancio. —Ya sé lo que vas a decirme. Que comprar la confianza entre nosotros es algo inmoral.
Su padre lo miró durante unos segundos con un gesto de intensa concentración. —Yo no soy nadie para juzgar la moralidad de los demás, Al. Ni siquiera la tuya ni la de tus hermanos. Lo que iba a decirte era que yo pienso que si ese trato les gusta, les ha funcionado y además les ha dado la oportunidad de ser los mejores amigos cuando ambos eran tan solitarios... ¿quién podría atreverse a tacharlo como algo erróneo? —Harry alejó la vista y clavó los ojos en Ginny. En ese momento ella estaba en el jardín, tomando el té lejos de él y acompañada de Lily mientras revisaban las compras que había hecho la chica horas antes en el callejón. Harry Potter suspiró y dijo casi como para él mismo—: Si hay algo que he aprendido, Al, es que lo que te hace feliz y te da paz, no puede ser inmoral. Simplemente... no puede serlo.
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Septiembre llegó y Al y Lily regresaron al colegio, dejando esa vez a James atrás. Al, que se relamía la anticipación por ver de nuevo a Scorpius y disfrutar por fin la ausencia de su molesto hermano mayor, no pudo evitar decepcionarse enormemente cuando notó un extraño cambio en el comportamiento de su mejor amigo.
Encontró a Scorpius sumido en un ensimismamiento más profundo de lo habitual, que provocó que Al hiciera conjeturas que no deseaba hacer y atara cabos que ya había dejado a un lado. Pero por mucho que se negara a pensar en eso, no podía evitarlo. Y orgullosos como siempre, uno se resistió a preguntarle nada y el otro dejó pasar los días sin contar qué era lo que le sucedía. Su amistad ahogándose lentamente en la agonía de la duda y el resentimiento.
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Pero al acercarse diciembre y las vacaciones, la actitud de Scorpius comenzó a cambiar para bien. Ante la grata sorpresa de Al, el ánimo de Scorpius se tornó más alegre, casi optimista. De nuevo concentró su atención en su amigo tal y como lo había hecho los años anteriores antes de que la desconfianza se sembrara entre ellos, como si nada hubiera pasado y todo hubiese sido un mal sueño.
Con paso de los días y creyendo que la noticia ya no sería tan terrible, llegó el momento en que Al se atrevió: —Y… ¿Cuánto por tu secreto, compañero?
Scorpius, interrumpido por la pregunta de Al justo cuando llevaba hasta su boca la copa con jugo de moras, apenas sí pareció alterarse por ella. Depositó su bebida en la mesa con lentitud y parsimonia, y giró el cuerpo para encarar por completo a su amigo. El comportamiento tan serio que adoptó sólo atinó a poner nervioso a Al, que se arrepintió casi instantáneamente por haber preguntado aquello. No supo cómo ni porqué, pero algo le dijo con claridad terrorífica que lo que iba a escuchar era algo que no deseaba ni necesita saber. Y peor aún, iba a pagar por ello.
—Pensé que nunca lo preguntarías —susurró Scorpius, sonriendo levemente y entrecerrando los ojos con alevosía. El tono bajo y confidente que empleó provocó un extraño estremecimiento que recorrió la piel de Al por completo. Y si de algo estaba seguro Al, era de que eso no podía ser un buen augurio—. ¿De veras estás dispuesto a pagar el precio?
Al tuvo la suficiente dignidad como para no negar frenéticamente con la cabeza. En vez de eso, sólo pudo mascullar: —Si lo vale, sí.
Scorpius sonrió de un modo que lo aterrorizó. —Por supuesto que lo vale. Por lo menos, para mí.
Y sonrió más.
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Durante el par de semanas que siguieron a esa conversación, Scorpius se negó a ponerle precio a "su estúpido e inútil secreto" —como ahora lo llamaba Al-, alegando que debía pensárselo bien. Y a pesar de la aparente indiferencia de Al, la verdad era que tanto suspenso y espera deliberada sólo habían provocado que el chico Potter estuviese cada vez más interesado aunque se guardara muy bien de expresarlo.
Las vacaciones de Navidad se acercaban con rapidez y hubo un momento en el que Al creyó que todo era una farsa y que en realidad ni siquiera existía ningún secreto. Que al final se marcharían cada uno para su casa a pasar las fiestas, como siempre y sin ninguna novedad que valiera la pena mencionar.
Sin embargo, una noche Scorpius esperó hasta que todos los demás chicos de la habitación de séptimo estuvieran dormidos —incluyendo a Al— para levantarse y sacudir a su amigo hasta despabilarlo.
—Por atención, Potter —le susurró—. Te voy a decir qué quiero a cambio del secreto
Al estaba demasiado cansado para mostrarse entusiasmado o por lo menos curioso, pero hizo un gran esfuerzo para permitir que su conciencia se abriera paso entre las brumas del sueño y así poder abrir aunque fuera un ojo. —¿Cuánto… entonces? —masculló arrastrando la voz.
Scorpius echó un vistazo alrededor de la habitación como para cerciorarse de que nadie de sus otros compañeros lo estuviera escuchando.
—Para pagarme, tendrás que ir a mi casa y pasar conmigo las fiestas...
Se interrumpió para observar la reacción de Al. Éste puso gesto de extrañeza; ¿es que Scorpius era tan bobo que no se daba cuenta que ir a la Mansión Malfoy no representaba ninguna molestia para él, sino todo lo contrario? El hogar de Scorpius era un lugar genial para pasar la Navidad, hasta donde Al sabía… Siempre había montones y montones de comida y regalos. —¿Y?
—Y ya estando ahí… —continuó Scorpius—. Tendrás que ser mi esclavo por un día.
Al, que ya estaba acostumbrado a ese precio (de hecho, tanto él como Scorpius lo habían utilizado más de una vez sobre todo para humillarse públicamente al obligarse a hacer cosas ridículas), cerró los ojos mientras mascullaba: —¿Tanto tiempo y tanto suspenso para terminar solicitando eso? Vaya, Scorpius, por un momento creí que se te ocurriría algo realmente genial. U original… o costoso.
Ya sin pensamientos inquietantes que le robaran el sueño, Al se dejó caer en la almohada para dormirse otra vez. Pero antes de lograrlo, alcanzó a escuchar la voz de Scorpius que le mascullaba algo. —Sabes muy bien que cuando digo "ser mi esclavo" es porque vas a hacer todo lo que yo te pida... ¿verdad, Potter?
—Mmmsí, sí… Lo que digas, Scor... piuss—farfulló Al más dormido que despierto e ignorando la voz de alarma en su interior que le gritaba que ese tono cadencioso y sugerente con el que su amigo había pronunciado las últimas palabras, había sonado bastante peligroso.
Pero en vez de eso, Al se arropó entre sus sábanas y ante el repentino silencio en el que se sumergió la habitación de los chicos Slytherins de séptimo, no pudo evitar caer profundamente dormido casi de inmediato.
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Al día siguiente, Al apenas sí recordaba la promesa que le había hecho a Scorpius de pasar la temporada navideña con él. Pero no era que le molestara la perspectiva; en realidad le emocionaba bastante poder volver a los viejos tiempos en los que él y su amigo vagaban juntos por la enorme Mansión, tan llena de secretos y de objetos de magia oscura que cualquiera creería que los Malfoy alguna vez bien pudieron ser una familia de magos malvados y oscuros. Figúrate tal cosa.
Al escribió a casa para solicitar el permiso. A juzgar por la respuesta de su padre, el chico pudo deducir que a Harry Potter le agradaba la idea de que retomara una amistad cercana con Scorpius. Por el contrario, James no podía estar más enojado.
La noche anterior a la partida llegó hasta la sala común de Slytherin un Vociferador con la cariñosa voz de su hermano gritándole delante de todos sus compañeros su frustración y molestia, y dejándole bien en claro que ése era el peor momento para largarse a la Mansión Malfoy con su amiguito aristócrata, ya que las cosas entre sus padres no andaban muy bien que digamos. Ante el sonrojo y vergüenza de Al, la voz de James le chilló que tenía que ir a casa a brindarle apoyo moral, porque claro, cómo él no era el que estaba presente día a día viviendo los conflictos, era bastante fácil optar por escaparse a la casa del amigo rico en vez de enfrentar la tragedia familiar. ¿Verdad, Al?
Al, acomodado en el suelo frente al fuego mientras el Vociferador de James se desintegraba y todos los presentes se reían casi con desgana, sólo tuvo ojos para Scorpius. Sólo pudo pensar en su reacción.
Sentado a su lado y con un libro sobre el regazo, Scorpius arqueó una ceja y suspiró con condolencia. Al lo conocía demasiado bien y sabía que James le inspiraba casi ninguna simpatía, sobre todo por las ocasiones en las que su hermano había insultado a Al por haberle dado a la familia Potter la deshonra de pertenecer a Slytherin.
—Así que… —comenzó a decir Scorpius sin levantar la vista de su lectura— ¿hay problemas en casa?
Al lo miró largamente antes de responder. —No tengo idea de qué demonios está hablando James. Tal vez se está volviendo un poco paranoico ahora que ha terminado Hogwarts y debe quedarse en casa como todo buen adulto responsable —resopló.
Scorpius arqueó la otra ceja, mirando a Al por encima de su libro.
—¿Estás seguro de eso, Potter? A mí me sonó como el primer anuncio de que entre tus padres está gestándose una batalla marital que culminará con el divorcio más escandaloso de la historia, sobre todo porque se sabrá que tu padre es gay.
Los chillidos del Vociferador de James no habían logrado conseguir que Al se enfadara ni un poco; de hecho, apenas sí había sentido una especie de pena ajena. Pero en cambio, el comentario de Scorpius logró ponerlo rojo de furia en un santiamén.
Se incorporó hasta quedar arrodillado frente a su amigo y, tomándolo por las solapas de la túnica, lo jaló hasta tenerlo frente a frente. Sintiendo el enojo palpitarle en las sienes, Al le recriminó:
—Si te atreves a volver a insinuar eso, Malfoy, yo… —miró a su alrededor para cerciorarse que nadie más en la sala había escuchado lo que Scorpius acababa de decir. Afortunadamente, todos los demás Slytherins parecían demasiado ocupados en sus propios asuntos. Al giró de nuevo su rostro hacia Scorpius, que le sostenía la mirada con un gesto completamente desafiante en la cara—. Eres un imbécil, Malfoy. Eso es lo que eres… Que te quede bien claro que mi padre no es homosexual y no tiene problemas con mi madre. No te atrevas de nuevo a difamarlo porque te arrepentirás.
Lo soltó y levantándose, se dirigió a grandes zancadas hacia su habitación. Tiró al suelo su maleta a medio hacer y sintiéndose demasiado furioso como para seguir empacando, se acostó sin siquiera molestarse en desvestirse. Todavía respiraba agitadamente cuando escuchó la puerta abrirse y de inmediato, los sigilosos y livianos pasos de Scorpius dirigiéndose hacia él.
Cerrando los ojos para fingirse dormido, Al sintió a Scorpius quedarse de pie junto a su cama. Y después de uno o dos minutos que le parecieron jodidamente largos, escuchó que su amigo le cerraba las cortinas.
Sorprendido ante el inusual gesto de amabilidad, Al se levantó bruscamente hasta quedar sentado. Pero si esperaba encontrarse a solas dentro del refugio que sus cortinas cerradas le brindaban, estaba muy equivocado.
Scorpius aún permanecía al lado de su cama y dentro del espacio de las cortinas corridas. La expresión en sus ojos era tan extraña y tan intensa, llena de una emoción que Al no lograba identificar, que de repente el chico tuvo la seguridad de que Scorpius sacaría su varita y lo asesinaría ahí mismo, justo sobre su cama y con apenas diecisiete virginales años.
—¿Qué demonios quieres, Malfoy? —le preguntó, intentando disfrazar su miedo con fingida molestia.
Scorpius pareció pensarlo un momento antes de responder. —Que sepas que yo jamás digo nada si no estoy completamente seguro de lo que hablo, Potter. Me gusta tener los pelos del unicornio en la mano antes de decir cualquer cosa y así... demostrar que tengo la razón.
Al sintió que la rabia renacía en su interior.
—¿Por qué sigues empeñado en afirmar eso, Scorpius? Que mi padre es… —arrugó la nariz ante el simple pensamiento—, gay... ¿Y TODAVÍA VIENES Y ME DICES QUE ESTÁS SEGURO DE QUÉ ESO ES VERDAD?. ¡¿Cómo puedes saberlo, Scorpius, CÓMO?! —Scorpius sólo lo miró con lo que casi fue un dejo de lástima, y entonces Al pudo vislumbrar la respuesta implícita en el silencio de su amigo. Y fue como un golpe en pleno estómago, impidiéndole respirar por un largo momento—. No me digas… que tú… que él… —masculló entre dientes.
No podía ser verdad. No su padre. No con su mejor amigo. ¡Eso sí que es completamente inmoral!, tuvo que callar un grito.
—Lo sabrás cuando lleguemos a casa —fue toda la respuesta que Scorpius le dio antes de atravesar ágilmente la abertura entre sus cortinas y desaparecer de su vista.
Continúa...
