DISCLAIMER: Ni hoy, ni mañana, ni nunca Sherlock será de mi propiedad. Pertenece a Sir Arthur Conan Doyle y la BBC.
Escrito con fines de entretenimiento y sin ánimo de lucro.
Este fanfic es un regalo de cumpleaños para mi querida VnikLord ¡Espero que te guste!
KNEE SOCKS
Una noche de martes excepcionalmente lluviosa. En el lugar y tiempo adecuados. Cuando los ceros se alinean en un reloj de 24 horas...
-Artic Monkeys.
Capítulo 1.
Unos primeros y tibios rayos de sol entraban a raudales por la ventana sin cortinas de la habitación en donde Greg, aún sobre el colchón, con las sabanas cubriéndole el cuerpo hasta la cintura y el entrecejo ligeramente fruncido; llevaba más de diez minutos observando casi sin parpadear el techo de su habitación.
El detective oprimía ligeramente los labios, formando una uniforme línea recta rodeada por la sombra de una incipiente barba que después de dos días sin afeitarse ya le cubría las mejillas; se mantenía imperturbable; sin moverse en lo más mínimo y sin producir ni el más leve sonido, mientras que el reloj digital en la mesita ubicada al costado izquierdo de la cama; marcaba con brillantes números rojos las 7:45 de un miércoles que apenas estaba comenzando y una miríada de pensamientos se desataba dentro del cerebro del DI. como una incansable lluvia de fuegos artificiales.
Pues el acontecimiento con el que su mente había estado divagando el día anterior justo antes de irse dormir, aún resonaba dentro de sus pensamientos haciéndolo sentir más irritable de lo que alguna vez podía haber estado.
El siempre se había considerado a sí mismo como un hombre paciente, uno al que no podían hacerle perder fácilmente los estribos… y sin embargo, el día anterior, se había sentido completamente lo contrario.
No importo cuantas veces hubiera contado mentalmente hasta 10 dando profundas y pausadas respiraciones, no había podido evitar que sus puños se crisparan a ambos costados de su cuerpo, deseosos de dar un alto a la escena que había sucedido justo frente a él.
Se había contenido. Pero ya era suficiente, y esa mañana, todos los problemas similares a los que el D.I se había sobrepuesto tantos años (los había dejado pasar por que en verdad, debía admitir que Sherlock siempre le había sido de gran ayuda con los casos), se habían acumulado he implosionado en su interior hasta el punto de decir basta.
Y el detonante… esa gota que había derramado el vaso de su temple; había sido que una vez más, mientras que las gotas de lluvia caían sobre la ciudad de Londres como una cortina de agua; el mismísimo gobierno británico, Mycroft Holmes, había hecho su aparición para liberar de cualquier repercusión a su hermano menor.
Que, después de un cateo en el que además de que se encontraron sobre su persona múltiples objetos que formaban una parte esencial de un caso especialmente tétrico, -incluyendo el arma homicida- se habían también encontrado diversos tipos de drogas en ambos bolsillos de su inseparable abrigo negro. Mismas, que al ser arrestado, había intentado convencer a la persona a cargo, de que eran parte de un experimento con fines puramente científicos.
Sus replicas de nada habían servido, lo habían encarcelado y apenas hubo estado recluido cinco minutos, el pelirrojo -con el porte aristocrático, el paraguas negro aferrado bajo los dedos de su mano izquierda y el traje de tres piezas perfectamente alineado y sin una sola gota de lluvia-, había hecho acto de presencia.
Jugó sus cartas, movió sus hilos y a pesar de que Greg estuvo seguro de que el político había visto en él su negativa reacción; Sherlock había salido otra vez a las calles como si nada hubiera pasado.
Y Greg, después de presenciar por octava o veinteava vez algo parecido -lo cierto era, que ya había perdido la cuenta-, solo podía decir una cosa: estaba harto.
Harto de ambos hermanos Holmes. Harto de la actitud de Sherlock, de sus métodos; de su tendencia a ocultar información, de tomar evidencia, de denigrar a todos con sus deducciones y sobre todo, harto de que sin importar cuan graves fueran sus acciones, siempre salia impune gracias a su hermano mayor, de quien por cierto, también estaba ¡HARTO!
Y quizá, ya era momento de poner un alto definitivo a todo eso…
Gruño y después se apretó la cabeza con las palmas de sus manos saliendo gradualmente de su estado de estupor mientras liberaba con lentitud el oxigeno que había permanecido largo tiempo contenido dentro de sus pulmones.
Se levantaría (pues nada lograría si se quedaba aún quieto), tomaría el primer taxi que se cruzara en su camino, he iría a aclarar algunas cosas al despacho de aquel hombre capaz de terminar con su paciencia.
