Traigo una nueva histo. Una muy rara. Muy muy rara. Y es lo que simple salió con ideas absurdas y para descansar un poco de las otras, que pienso seguir en cuanto tenga tiempo. (Tienen prioridad antes que esta...) A ver que os parece y si la sigo o no depende de la aceptación...por que ya digo que es muy muy rara. Solo... mencionar especialmente a mi Kitten que me ayuda tanto! ;) Thank you, J!
(y thanks por la sinopsis. toda tuya )
S.
Eran las cinco de la madrugada del cinco de marzo del 2008. Hubiera sido curioso que fuera del dos mil cinco, pero no; era finales de invierno de dos mil ocho.
Llevaba cinco horas sentado en esa silla con sus respectivos cinco cafés. El cinco se había convertido en su número desde que llevaba cinco semanas con la inspiración perdida y cinco días con terrores nocturnos e insomnio.
Cinco minutos más-pensó el escritor- y me volveré loco.
Castle estiró sus brazos con el objetivo de crujir cada uno de sus huesos y destensar cada uno de sus músculos. Le dolía hasta el alma. Se sentía desorientado. Cerró los ojos unos segundos y cuando los abrió fijo su mirada en el cursor que parpadeaba en la pantalla blanca de Word.
Golpeó la mesa con el puño cerrado. Estaba molesto. Molesto con todo. Con el universo, con la vida y sobretodo con él mismo.
Suspiró y cerró la pantalla que con la blanca pulcraza de la página vacía de ideas parecía mirarle con ironía.
Idiota. Una pantalla no te mira.
Miró el portátil en sus manos y no lo dudó un segundo. Lo lanzó al suelo.
Y cómo era de esperar; al instante se arrepintió. Lo abrió con rapidez, pero el daño ya estaba hecho.
La marca de pequeños cristalitos en el suelo le indicaba la escena del crimen. Su preciado Mcbook había sido asesinado ahí mismo. Por él. Por su rabia. Por su nula inspiración.
Intentó encenderlo, pero la pantalla estaba partida. Lo volvió a cerrar y lo dejó tirado sobre el sofá mientras él regresaba a sentarse en la silla, con los pies en la mesa y mirando con sumo interés una mancha en el techo.
Entonces recordó la primera vez que escribió. Tenía ocho años. Acababa de llegar de la biblioteca pública con su madre dónde se habían llevado prestados varios libros, entre ellos Casino Royale.
Recordó como se estiró en la alfombra del salón del humilde apartamento de Brooklyn dónde vivía con su madre y con una libreta empezó a escribir todo tipo de historias. Historias de policías. De Asesinos. De Agentes secretos. Historias de amor.
Se levantó de su silla de un salto y buscó en unos cajones, dejándolo todo tirado, luego el turno fue de la estantería.
Nada.
Y entonces lo recordó. Hacía tanto tiempo que no pensaba en esa libreta que no lo recordaba. Separó el pequeño sillón frente a la televisión sin importarle lo más mínimo el ruido y se movió a conciencia allí hasta que una tabla floja sonó bajo sus pies.
Sonrió emocionado. Se arrodilló y como pudo la separó de sus hermanas gemelas. La única diferencia es que las otras tablas estaban estáticas y en esa, o más bien bajo esa, que flojeaba, habían varios cuadernos.
Sonrió. Abrió el primero y se rió al leer un texto que había escrito a la tierna edad de los ocho. Una edad mágica. Su letra era más deforme que ahora, que ya apenas escribía a mano.
Abrió los otros cuadernos, todos escritos desde la primera hasta la última hoja mientras miles de emociones se adueñaban de su ser, desde la más pura emoción y alegría, hasta la tristeza y el enfado.
El enfado por no ser le mismo de esa época. Con ocho, con quince, con veinte, sus ganas de escribir, su ansia por comerse el mundo, por creerse el mejor… y entonces una foto cae de las últimas hojas del último cuaderno, de piel y bastante maltratado.
El cuaderno que usó para escribir ideas para Una rosa para la eternidad. Y la foto no era otra que él y Kyra juntos. Besándose.
Miró la foto varios segundos y luego la guardó entre las hojas. Apiló todos los cuadernos y los devolvió a su hogar: Bajo la tabla floja. Posó el sofá encima y todo estaba bien.
Se volvió a sentar en su silla frente al escritorio y apoyó sus codos en la madera. Miró a la nada mientras miles de recuerdos junto a la que había creído la mujer de su vida, su primer amor, invadieron sus pensamientos.
Trago saliva y suspiró. Tantas mujeres habían pasado por su vida y ahí estaba él. A sus treinta y nueve años, solo y sin inspiración.
Si tan sólo pudiera volver al pasado. Tener inspiración. Ok, y compañía…
Siempre que había tenido compañía; había tenido inspiración.
Sobretodo con sus relaciones más estables, con Kyra, con Meredith y con Gina… todo había sido perfecto, hasta que sus problemas de relación habían interferido en su trabajo.
Y ahora, recién divorciado de su segunda mujer, se encontraba más solo que nunca y más inseguro que nunca con respecto a su escritura.
Sobretodo por que todas sus citas eran un fracaso. Él ya no interesaba a las mujeres. No les interesaba él mismo, si no la idea que tenían de él, y eso le sacaba de sus casillas.
Miró el bolígrafo en su mano, con el que llevaba segundos jugando y un bloc de notas, amarillo frente a él.
Seguramente lo había sacado al revolver todos los cajones.
Intento dejarse llevar. Escribir. Hacer un par de ejercicios de inspiración y concentración. Nada. Ese bloqueo interior empezaba a cabrearle y a pesar que sabía que debía ir y contárselo a su psicólogo, no tenía ningunas ganas de hacerlo.
Si, ok, estaba sólo y sin inspiración, pero al fin y al cabo, no le iba tan mal, tenía algunas conferencias sobre el escritor más joven en convertirse en Best Seller del New york times, hazaña que había conseguido a los diecinueve años; y además tenía una madre y una hija estupendas, tenía amigos, iba de vez en cuando a algunas fiestas y alguna que otra vez cada unos cuantos meses pisaba el gimnasio… ¡Y tenía salud! ¿Qué más podía pedir?
Ok, si. Estaba exagerando y además ¿A quien quería engañar? Su vida era un desastre. Necesitaba algo… Algo que le hiciera salir de ese sopor por que al fin y al cabo… No sólo valía con 'tener salud'.
Castle miró el bloc amarillento y luego su boli. Repitió la acción y sonrió. Y cómo si una corriente eléctrica recorriera su cuerpo desde la punta de los dedos de sus pies a la raíz del pelo de su cabeza empezó a escribir. Tachaba. Volvía a escribir. Era como si una energía lo hubiera invadido por sorpresa. Estaba casi poseído. Extasiado. Asombrado. Enamorado. Como si estuviera sufriendo el síndrome de Stendhal ante una obra de arte magnifica. Única.
Única como la persona que él describía en esos momentos.
Sonrió mirando las anotaciones y se rió. Estaba haciendo el idiota. Estaba apuntando a la mujer perfecta. Su mujer.
Miró la libreta. Sarah. Bonito nombre. Demasiado común. Sonaba genial, pero no. Rachel. No. Tachó. Lena. No. No. Recordó a la despiadada Lena Summers en octavo grado y cómo lo rechazó. Juno. Juno era muy original… demasiado a decir verdad. Entrecerró los ojos. KATIE.
Eso, era. Su mujer debía llamarse Katie.
Kate. Ok, era un nombre bonito. Diminuto de Katherine. Siempre le había gustado.
Katie. Solo Katie. Ese era el nombre perfecto para la mujer de sus sueños.
Castle soltó una carcajada sin poder evitarlo. Siguió escribiendo sin poder parar, entre tachones mientras en su cabeza estaba inspirado por una pieza de música clásica que le instaba a seguir, a tachar, a borrar, a terminar la historia de la preciosa mujer que le acompañaría el resto de su vida.
Y casi una hora después vio su pequeña letra, pequeñísima, redonda y ajustada caligrafía para toda la descripción con algunos retoques que había ocupado una página entera.
Katie tenía veintitrés… No; no-Castle se preocupó de tachar la edad concienciadamente-tenía veintinueve. Mejor. Casi en sus treinta. Apenas se llevaban diez años. Si, aquello le vendría bien. Alguien más joven que le diera caña.
Creció en Queens. Sonrió. Si, Queens estaba bien, estaba en New York, era cercano… No tenía por que irse hasta Dayton, Ohio, como en un principio había pensado. O incluso en Honolulu, Hawai, o Alburquerque, Nuevo México, por el simple hecho que pensó que sería exótico.
No, era mucho mejor que su chica, su Katie fuera del mismo lugar que él. Neoyorkino.
Era mucho más romántico si los dos compartían el amor por su ciudad y entre ellos.
Castle sonrió y leyó con cariño la siguiente frase:
Los primeros amores de Katie fueron Jimmy Stuart, Clark Gable y John Lennon. Ella no podía dejar de ver películas de los dos galanes del cine de los cuarenta y mucho menos podía dejar de escuchar las canciones de John.
Esa frase no había sido modificada. Desde un principio pensó en ello y así se quedó. Katie era una fanática de esos tres hombres.
Lloró muchísimo al enterarse que ya estaban muertos, a sus doce años.
Castle se sintió orgulloso ante esa creación. Si. Katie había tardado en comprender que sus actores favoritos y su cantante, estaban muertos.
La echaron de primaria. Castle negó al ver el tachón y se reafirmó. No podían echarle de primaria. No era tan rebelde.
Katie fue expulsada del instituto por besarse con su profesor de arte… o tal vez de idiomas… al lado de esa frase aun estaba el signo de interrogante. Castle no tenía claro bien bien eso.
Sólo sabía, que su chica era una mujer perfecta, sobretodo desinhibida en la cama, muy muy juguetona en la cama, capaz de cualquier cosa como en todos los aspectos de su vida, valiente, pero sobretodo muy sexual, y a juzgar por sus escritos desde bien jovencita.
Katie era preciosa. Era única. Tenía un cuerpo de infarto, senos no muy grandes pero perfectos para sus manos, vientre plano y largas piernas que lo volvían loco así como un corazón tatuado en la costilla izquierda, cerca de su propio corazón, un lunar en el hombro y una mancha de nacimiento cerca de donde su espalda pierde su nombre…
Katie tenía el cabello por los hombros, a veces ondulado, otras veces liso, de color castaño oscuro, casi cobrizo y tenía unos ojos especiales, únicos, entre verdes y marrones, sin definir… o definidos dependiendo de su estado de animo.
Sus facciones eran duras, y al mismo tiempo sensual.
Katie era perfecta –releyó Castle interiormente- Era algo torpe si; risueña y cabezota. Muy terca. Pero adorable. Katie conducía fatal a pesar de ser detective de homicidios y tener que conducir muy a menudo.
Sin embargo, tenía una puntería única y sabía disparar todo tipo de armas.
Castle se imaginó a su creación vestida con unos jeans ajustados, una chupa de cuero negra y un arma y se sintió realmente excitado.
Se mordió el labio y siguió con su lectura intentando concentrarse entre los diferentes borrones.
Katie odia su segundo nombre.
Había pensado en ponerle Tiffany. O Marie –Castle se rió- Sin embargo la dejó con Houghton. Katherine Houghton.
Houghton era un nombre especial. Castle sonrió. Siempre había adorado la idea de conocer a alguien con ese nombre, el nombre de un estado, de una editorial, el segundo nombre de una gran actriz, un nombre que definía a una persona en armonía con la naturaleza, con un gran sentido humanitario como el que tenía Katie que siempre, y debido a su trabajo, defendía al más débil y siempre estaba en busca de la justicia.
Katie era complicadísima y seguramente eso era lo que Castle más adoraba de ella.
Castle suspiró.
Katie no era fácil para convivir ni una vida diaria. Katie sólo vivía por y para su trabajo, para la búsqueda de la justicia, de su justicia personal por la perdida de algún ser querido.
Aquello Castle tampoco lo tenía claro. No sabía si quería que Katie hubiera pasado por un trauma.
Lo tachó a medias.
Katie era un desastre.
Lo remarcó y subrayó varias veces.
Katie había tenido varios novios. El último había sido policía como ella, y el anterior era alcohólico.
Castle miró el reloj. Casi las seis. Las seis era una buena hora para ir a dormir. Miró el bloc de notas y apenas le quedaba un párrafo por leer. Lo leyó. Una última frase:
Katie sentía que algo iba a cambiar… buscaba un cambio, algo nuevo…
Tal cual como Castle buscaba algo nuevo. Algo diferente.
Él la buscaba a ella. Ella a él. Eso era todo.
Richard movió sus hombros agotado y se sintió perdido de nuevo. Se odió a si mismo y arrugó el papel tras arrancarlo del resto, que pendían de un hilo que los unía en un taco de hojas.
Suspiró y vio la bola de papel amarillo y sin esfuerzo la tiró colándola en la papelera, que estaba apunto de desbordar por todos esos envoltorios de chocolatinas y esas latas de refrescos que bebía mientras intentaba escribir.
Se levantó y miró a través de la ventana el cielo estaba por abrirse paso en un nuevo día.
Se arrastró hasta su cama y se dejó caer. Se tiró en el centro abrazándose a su almohada y buscó la posición correcta hasta encontrarla.
Tras unos minutos encontró la paz que tanto buscaba en el mundo de sus sueños. Y soñó con ella. Soñó con esa perfecta detective de homicidios de ojos verdosos. O marrones. De cabello castaño. De sonrisa perfecta.
Soñó con Katie.
El ensordecedor ruido de la batidora le hizo saltar de un brinco de su adorable y reconfortable colchón. Se separó de las sabanas revueltas y miró la hora.
Era tarde. Ni Alexis ni su madre se suponía que debían estar. La primera tenía clase y la segunda o estaba de compras o en su estudio. Frunció el ceño. ¿Tal vez alguna de las dos se había quedado?
Se levantó y completamente descalzo avanzó por su casa, esquivando muebles mientras se frotaba los ojos para despertarse cuando se quedó helado.
Cabello castaño.
Dio un paso más. Sorprendido por la presencia de una mujer.
Y completamente desordenado.
Se quedó a escasos metros de ella.
Cuerpo increíblemente perfecto. Aunque era un poquito más bajita que él. No pudo evitar mirar su trasero. Y vestía su camisa azul hasta sus muslos. Relamió sus labios.
La chica que se movía como pez en el agua en su cocina, se giró.
Su mirada le hizo creer que estaba en el cielo.
-¿Katie?-Apenas pudo formular-.
Katie sonrió.
Castle frunció el ceño. Aun debía estar soñando. O eso o el personaje que se acababa de inventar se había hecho realidad, de carne y hueso…
Continuará…
?
Pd. Si, esta inspirada en Ruby Sparks :3
