«―Buenos días, París. El sol brilla, los pájaros cantan y… ¡el amor está en el aire! El que era el soltero más cotizado del país ya tiene pareja, la estudiante de Diseño, Marinette Dupain-Cheng quien, al parecer, ahora también se encarga de manejar la agenda de su nuevo novio. ¿Qué pensáis sobre esta noticia, chicos?

―Bueno, era cuestión de tiempo que Adrien Agreste sentara la cabeza. Se le había asociado con Chloé Bourgeois, más conocida como Queen Bee, en varias ocasiones. Incluso se le había visto varias veces acompañado por Lila Rossi, hija de una de las más famosas empresarias de Italia.

―La señorita Dupain-Cheng no tiene nada que hacer contra sus rivales. Adrien se dará cuenta de comete un error al relacionarse con alguien que no está nada acostumbrado a codearse con personajes famosos y a sortear a los paparazzi».

… … … …

«Ya ha pasado un año desde que Adrien Agreste formalizara su relación con Marinette Dupain-Cheng, aunque han sido pocas las ocasiones en las que les hemos visto juntos. Sin ninguna duda, la señorita Dupain-Cheng tiene un gusto exquisito a la hora de vestir. No me extrañaría que Agreste la introdujera en el mundo de la moda a través de su firma».

… … … …

«¿Por qué nadie habla de la misteriosa desaparición del señor Gabriel Agreste? Adrien no habla de él ante la prensa y no se ha visto a su secretaria en ninguno de los actos oficiales. ¿Creéis que el modelo y empresario más famoso de Francia tiene un lado oscuro?

¿Qué esconderá Adrien Agreste? ¿Hasta qué punto está enamorada Marinette de él y no de su fama o su dinero? ¿Durante cuánto tiempo más mantendrán lo que, sin duda, es el mejor montaje de la historia del periodismo del corazón de París?».

… … … …

Marinette apagó la televisión con un bufido y lanzó el mando al sofá. Mientras ella se tragaba todas esas absurdas mentiras, Adrien hablaba por teléfono con un nuevo proveedor de seda china, un tejido que Marinette había conseguido introducir en la pasarela de la firma Agreste a base de trabajo y esfuerzo. Muchos de los críticos de moda se habían mostrado escépticos en cuanto al uso de ese tejido, pero Marinette les había demostrado que se podían hacer maravillas con una tela cien por cien natural.

Aunque eso supusiera llevar los dedos envueltos en tiritas por culpa de los pinchazos de la aguja.

Tras un par de minutos más de charla, Adrien colgó el teléfono y se giró hacia ella desde el centro de su habitación, un lugar en el que la pareja se refugiaba en sus escasos momentos de paz, muchas veces interrumpidos por llamadas como aquella.

―Bien―suspiró Adrien, llevándose una mano al cuello y dejando la caer la que sujetaba el móvil―, creo que hemos llegado a un acuerdo. Enviarán las primeras muestras la semana que viene y podremos decidir qué tonos nos quedamos y cuántos metros queremos.

Marinette se obligó a sonreír. Era tardísimo allí, en París. Había utilizado sus poderes como Ladybug para poder colarse en la mansión Agreste sin que nadie la viera, pero tal vez habría sido mejor idea haberse quedado en casa. Adrien parecía agotado tras la última llamada y Marinette dudaba que pudiese mantenerse despierto cinco minutos más.

―Genial―asintió ella, haciéndole un hueco en el sofá a Adrien, que se acurrucó junto a ella y la obligó a tumbarse sobre su pecho.

Marinette cerró los ojos y respiró hondo. Sus momentos a solas se habían reducido drásticamente en las últimas semanas. Adrien había asumido por completo su papel como dueño de la empresa, sin renunciar a su trabajo como modelo. De alguna manera, conseguía compaginar los estudios en Administración de Empresas con sus dos trabajos. Al menos, ya no tenía tantos deberes como Chat Noir, aunque Marinette no estaba segura de que el cambio hubiera sido a mejor.

Y aunque Adrien nunca la había descuidado ni había dejado de decirle que la quería, echaba de menos esas largas noches de pasión, las conversaciones de madrugada, las patrullas y el hecho de saber que Adrien estaba con ella. Hacía tanto que no salían por ahí de manera informal que no estaba muy segura de cómo debía comportarse si alguna vez volvía a ocurrir.

Las cenas de gala se habían adueñado de sus fines de semana y casi todos los sábados o los viernes debía acompañar a Adrien a eventos de todo tipo. Había conocido a grandes diseñadores y modelos e incluso había trabado amistad con Carolina Herrera, Agatha Ruiz de la Prada, Vittorio y Luccino… Desde Channel, le habían propuesto crear un perfume con su nombre, pero Marinette se había quedado tan pasmada que Adrien tuvo que encargarse de rechazar su propuesta con toda la amabilidad del mundo.

De alguna manera, después de aquel año junto a Adrien, Marinette no había conseguido adaptarse a la que se suponía que era su nueva vida. Al menos, Alya seguía tratándola de la misma forma y las chicas de su clase en la Facultad no eran tan crueles como ella había esperado que fueran. Aun así, Marinette no bajaba la guardia y siempre salía por una de las salidas de emergencia para meterse en el coche del guardaespaldas de Adrien y que este la llevara a casa.

―¿En qué piensas? ―murmuró entonces Adrien, sobresaltándola.

―En nada―mintió, abriendo los ojos y fijándolos en uno de los hilos sueltos del botón superior de la camisa de Adrien.

―Marinette…

Ella suspiró y subió la mirada para encontrarse con la de él. Había otra cosa a la que Marinette no se había acostumbrado aún y era a tener a Adrien tan cerca, rodeándola por todas partes y mirándola solo a ella.

―Hace mucho que no pasamos tiempo juntos―confesó Marinette lentamente, esperando su reacción.

―Pero si estamos juntos casi todos los días―sonrió Adrien, acariciándole la mejilla con los nudillos―. Vienes aquí casi todas las tardes.

―Sí, a ayudarte a trabajar―apostilló Marinette, sin poder disimular su fastidio―. ¿Cuánto hace que no te pones el traje de Chat Noir?

Adrien alzó las cejas, sorprendido por la pregunta.

―¿Y eso a qué viene ahora? ―preguntó, confuso― No necesitamos volver a ser Chat Noir y Ladybug. Ya no hay nadie a quien detener.

Marinette notó la acidez de sus palabras. El hecho de que su padre había sido Hawk Moth seguía siendo un tema espinoso. Marinette había devuelto los Prodigios de la Mariposa y el Pavo Real al Maestro Fu, pero sabía que era cuestión de tiempo que el Guardián de los Prodigios designara a un sucesor. No había tenido el valor suficiente de ir a verle para preguntarle sobre el tema, aunque algo dentro de ella le decía que no quería saber la respuesta a esa pregunta.

―No, pero siempre puedes darte una vuelta por París―comentó Marinette como si nada, desviando los ojos y tratando de aparentar que no estaba intentando convencerle para que saliesen de allí―. Además, siempre hay alguien a quien podemos ayudar.

―París no nos necesita más, Marinette―Adrien la tomó por la barbilla y depositó un suave beso en sus labios, tan breve que Marinette se quedó con ganas de más―. ¿Por qué no disfrutas de ser una persona normal?

Marinette frunció el ceño y se separó un tanto de él.

―¿Una persona normal? ―repitió en un susurro y las palabras de los periodistas del corazón resonaron en su cabeza: «La señorita Dupain-Cheng no tiene nada que hacer... no tiene nada que la haga especial».

Adrien echó la cabeza hacia atrás. Había metido la pata.

―Sabes a qué me refiero, prin…

―Ni lo menciones―le cortó Marinette, levantándose y poniéndose bien la ropa―. Tikki, puntos…

―¡Espera! ―exclamó Adrien, cogiéndola por la muñeca al tiempo que se levantaba― ¿Ya te vas?

Marinette le lanzó una mirada llena de resignación.

―Sí. No tengo nada que hacer aquí. Una "persona normal" ya estaría metida en la cama, durmiendo.

Adrien trató de serenarse y atrapó sus manos entre sus dedos, pegándose a ella todo lo que pudo.

―Sabes que para mí no eres normal―dijo en voz baja, clavando sus ojos verdes en los azules de Marinette―. Quédate un poco más, por favor.

Marinette dudó.

―Estás agotado. Te dormirás enseguida.

―No lo haré―le prometió Adrien, cerniéndose sobre ella poco a poco―. Quédate.

El tono suplicante de la voz de Adrien fue suficiente para dejarla sin defensas. Su mal humor se disipó al instante y lo sustituyó el amor incondicional que sentía por él. Era en esas ocasiones cuando Adrien se mostraba con la guardia baja, siendo simplemente un hombre de veinte años con demasiadas responsabilidades que no sabe cómo relacionarse con los demás. Si bien es cierto que Marinette había asistido con él a varias clases de protocolo, era ella quien debía enseñarle a Adrien cómo tratar a los demás.

Adrien le había confesado tiempo atrás que se sentía más cómodo con el traje de Chat porque podía ser él mismo. Marinette le había ayudado a sacar su auténtica personalidad a la luz, pero aún había algunos aspectos, como el que le estaba mostrando en esos momentos, que solamente ella podía ver.

―Está bien―suspiró, bañándose en la enorme sonrisa del rostro de Adrien―. Pero ni una llamada más de trabajo o te juro que me voy.

Al escucharla, Adrien cogió el teléfono y lo apagó delante de ella. Ya no habría nadie que pudiera molestarlos.

―Tíralo ahí―ordenó Marinette con firmeza señalando a su espalda, aunque disfrutaba en silencio de ser ella quien mandara; normalmente, era la ordenada y no quien ordenaba.

Adrien dejó caer el móvil sobre el sofá. Sus ojos brillaban ante la expectativa.

―¿Qué hago ahora, my lady? ―murmuró Adrien, llamándola de esa forma que solo ella conocía y que Adrien sabía muy bien hasta qué punto le afectaba.

Marinette respiró hondo con esfuerzo. Le costaba mantener la mente fría y las manos quietas cuando Adrien se mostraba tan colaborador.

―Quítate la ropa.

Aquellas palabras supusieron un cambio más que palpable en el ambiente. Habían pasado de la monotonía de la rutina a la tensión de una posible discusión y, de ahí, a la excitación.

Adrien obedeció, complaciente, pero se recreó en cada movimiento que hacía para volver loca a Marinette. Adrien había tomado constancia de que Marinette no era ciega y que le gustaba su cuerpo. Sin que ella lo supiera, había estado entrenando en los pocos momentos libres que tenía y, poco a poco, se había ido tonificando. Marinette había notado la diferencia, pero no había dicho nada al respecto. Sencillamente, cuando Adrien se quedó sin camisa y sin corbata, se lo comió con los ojos y esperó, impaciente, a que los pantalones y la ropa interior desaparecieran también de su vista.

En cuanto Adrien se quedó como su madre le había traído al mundo, Marinette subió la mirada poco a poco por su cuerpo y se relamió, inconscientemente.

―¿Qué quieres de mí, Marinette? ―musitó Adrien, atrayendo su atención a su boca y sus ojos.

Ella no se lo pensó dos veces.

―Hazme tuya.