Spread your wings. Like that tattoo con your soulder.

Jeongguk permaneció varios momentos en silencio, la dependienta le veía curiosa en lo que él ojeaba atento las piezas en exhibición. Jeongguk caminaba por las concurridas calles de la ciudad cuando una tienda en particular llamó su atención; le hacía evocar memorias felices. Entró decidido, más al estar cerca del estante se vio dubitativo. ¿Qué haría él con esa chaqueta de cuero? Comprarla para sí, era abuso a su guardarropa, pero quizás…

Sonrió a la mujer y asintió agradecido una vez que le fue entregada la bolsa con su nueva compra.

Le había encontrado por mera casualidad en un café y mordisqueó su labio inferior nervioso, no pensó en volverle a encontrar jamás. Jeongguk le conoció en un improvisado viaje a las aguas termales y por el estrecho pasar del tiempo, se hicieron inseparables. Así que verle de nuevo, ahora, en uno de los lugares que más frecuentaba, le parecía surreal.

Le siguió de cerca y le vio entrar en una posada, quizás el muchacho estuviese de visita nuevamente. Se armó de valor y dio un paso confianzudo, no podía ser tan difícil, ¿cierto? Encontraría a Jimin con una sonrisa y le dejaría un pequeño presente; un intento improvisado de agradecer el gesto que tuvo para con él, meses atrás.

Más todo pensamiento positivo se vio esfumado al verle salir del umbral, de la mano con un desconocido. El chico se afincaba al brazo de Jimin, sonriendo amplio y mostrando todos sus dientes; Jeongguk pensó que era hermoso.

Las noches siguientes Jeongguk se debatió el qué hacer con el presente, podía usarlo, quizás regresarlo o dárselo a alguien más; aunque ninguna de esas opciones le satisfacía. Solo quedaba una cosa por hacer.


La tarde se desvanecía y él esperaba paciente; esperaba a que Jimin apareciese y esperaba que no apareciese. El sol se escondió detrás de los edificios y Jeongguk perdió el coraje. Era una tontería. ¿Qué posibilidades había que Jimin le recordase?

Él debía ser el único tonto que todavía despertaba a mitad de la noche con el recuerdo de las palabras susurradas contra su cuello, el contacto doloroso y afilado de los dientes del mayor contra sus hombros y el recorrido húmedo y mimado de sus tatuajes.

Guindó la chaqueta en el pomo de la entrada principal y se giró dispuesto a irse, cuando una voz le llamó desde el balcón. Jeongguk alzó la mirada y su respiración se ahogó. Allí con las manos sobre el barandal, estaba Jimin. Con la espalda recta y el cabello suelto que se movía libre a causa del leve viento veraniego. Su cuerpo delineado por una simple yukata blanca con un estampado sencillo; la brisa jugaba con el filo de su ropa dejando entrever sus piernas y uno de sus hombros al descubierto, puesto que el obi —la pieza en su cintura— desencajaba el atuendo.

Jimin sonrió despacio, ensanchando su expresión con lentitud y Jeongguk asintió al ser reconocido. Regresó a su posición inicial, con la intensión de irse y alzó una mano como señal de despedida.