"Nos hicieron creer que el gran amor solo sucede una vez, generalmente antes de los 30 años. No nos contaron que el amor no es accionado, ni llega en un momento determinado. Nos hicieron creer que cada uno de nosotros es la mitad de una naranja, y que la vida solo tiene sentido cuando encontramos la otra mitad. No nos contaron que ya nacemos enteros, que nadie en la vida merece llevar a sus espaldas la responsabilidad de completar lo que nos falta.
Nos hicieron pensar que una formula llamada "dos en uno": dos personas pensando igual, actuando igual, era lo que funcionaba. No nos contaron que eso tiene un nombre "anulación". Que solo siendo individuos con personalidad propia, podremos tener una relación saludable.
Nos hicieron creer que el casamiento es obligatorio y que los deseos fueran de término y deben ser reprimidos.
Nos hicieron creer que los guapos y flacos son más amados. Nos hicieron creer que solo hay una fórmula para ser feliz, la misma para todos, y los que se escapan de ella están condenados a la marginalidad. No nos dijeron que estas fórmulas son equivocadas, frustran a las personas, son alienantes y que podemos intentar otras alternativas. Cada uno lo va a tener que descubrir solo. Y ahí, cuando estés muy enamorado de ti, vas a poder ser muy feliz y te vas a enamorar de alguien.
¡Ah! Tampoco nos dijeron que nadie nos iba a decir todo esto."
John Lennon
Las grandes historias de amor siempre fueron acerca de tragedias. En el siglo XVI, Shakespeare escribía acerca de fantásticos amores imposibles, historias de gente que se desvivía al no poder estar con el ser amado. Y bien, es que eso era un pensamiento absurdo en esa época: ¿Quién demonios se casaría por amor en una época en que todos los matrimonios eran arreglados? Muchacho loco. La unión por selección propia es un aspecto relativamente moderno de nuestras sociedades, y ciertamente no ha probado ser un método infalible; en tiempos de nuestros abuelos, no había tal cosa como el divorcio. Hasta que la muerte los separe, decían. Bonito acuerdo.
Ahora bien, el personaje principal de esta historia no está en edad de casarse. En realidad ni siquiera está en edad para comprender de lo que se trata un matrimonio. No, nuestra heroína tiene otras cosas de qué ocuparse en este momento.
"¡Papá!" Se escuchó exclamar a una frágil y temblorosa voz, en medio de la oscuridad de la noche. Inmediatamente, los pasos sobre la madera hicieron eco en las paredes de la hermosa casa. Una tenue luz en un rincón de la habitación se las arregló para iluminar un poco las tinieblas de aquella habitación con muros color rosado, y un hombre adulto, de semblante cansado y pasos lentos, se abrió paso hasta la cama al centro del lugar, donde descansaba una pequeña niña de cabello castaño y piel blanca.
"¿Qué ocurre ahora, pequeña?" Preguntó el hombre. Carraspeó un poco; apenas escuchó el alarido de su hija y saltó de la cama, así que aún sufría de ese prematuro letargo matinal.
"Hay algo… afuera de mi ventana." Murmuró la pequeña. Por reflejo, el hombre miró por encima de su hombro, hacía el cristal empañado de la habitación. La ventisca arreciaba contra la casa, por lo que las ramas de los árboles del jardín se frotaban con las paredes. Pero bien, a un niño no le enseñas a ser lógico a los 6 años; a un niño de esa edad le coloreas el mundo de tonalidades brillantes, inventas un mundo mejor para regalarle y que viva en él mientras le sea posible.
"Ya veo." Murmuró el hombre, antes de tomar una silla de un rincón del cuarto, arrastrarla hasta el pie de la cama y sentarse en ella. "Sabes, una vez, en una noche de tormenta como esta, conocí a un conejito."
"¿Un conejito?"
"Si, un conejito." Repitió él, sonriendo. "Era un conejito mercante: vendía sus zanahorias de todas partes del mundo. Viajaba de país en país recolectando las zanahorias más raras y exóticas para venderlas en otras ciudades a las que llegaba. Cuando lo conocí, me vendió un par de zanahorias que trajo de la india, y eran las más deliciosas que he probado en mi vida."
"¿A qué sabían?"
"¿A qué sabían?" Rio por lo bajo, tratando de no despertar a nadie más. "Pues a zanahoria, mi niña. No puedes esperar que tuvieran gusto a naranja, ¿O sí?" De labios de la pequeña castaña brotaron un par de carcajadas, para después volver a ese silencio atento y expectante. "Ese conejo me dijo 'Iré a los Estados Unidos, y traeré las zanahorias más sabrosas que jamás hayas probado. Guarda tu dinero, pues querrás comprar veinte costales cuando menos'. Y dicho y hecho, al día siguiente se marchó al norte."
"¿Y qué ocurrió después?"
"Ah, esa es otra parte de la historia." El hombre se levantó de la silla, tomó la sabana sobre la cama y la reacomodó justo bajo el mentón de la pequeña. "Te contaré el resto mañana por la mañana."
Y así, pensando en conejos, zanahorias y países exóticos, con una sonrisa plegando sus labios, la pequeña castaña se dejó envolver en brazos de Morfeo nuevamente, mientras su padre le sonreía, con una mano sobre el interruptor de la luz.
"Buenas noches, princesa."
Qué dichoso sería vivir de esa manera: escapar a la ficción, a una realidad ficticia cuando la realidad actual no es favorable. A quién no le gustaría escapar a una buena historia cuando no le apetece enfrentar una situación por su propia cuenta. Todos hemos querido hacer lo que esa niña en algún momento de la vida. Si la vida fuese una historia, todos querríamos saltar uno o dos capítulos.
Por eso proseguimos con esta historia, porque pese a ser la realidad de mis personajes, yo decido lo que ocurre con ellos.
La niña nunca entendió porque su padre tenía que ir a aquel lugar todos los días, pero no le molestaba: era un bonito lugar. Las paredes y las figuras parecían como sacadas del castillo de alguna princesa, y el interior estaba repleto de estanterías con millones de libros, de variante grosor. Ella amaba las historias, y aunque no supiese leer aún, le emocionaba algún día poder encerrarse en ese sitio, olvidar que el mundo existía y solo leer hasta el cansancio. Leer y saber de otras vidas, de otras historias.
Esa tarde, salió de la mano de su padre de aquel sitio. Bajó un par de peldaños de concreto hasta llegar a la acera, y de allí siguieron de frente, atravesando un pequeño jardín. Al centro del jardín, se erguía una estatua de roca, ya con algunos signos de antigüedad haciéndose presentes en la figura. Al pasar de largo la estatua, la niña pudo vislumbrar algo más allá.
Era otro niño. Delgado, pálido, con una gorra que le quedaba cuando menos tres tallas más grande de lo usual, tanto así que no dejaba ver sus ojos. En un mundo ideal, ese hubiese sido el punto en que ambos se hubiesen visto a los ojos. En una de esas historias que tanto le encantaban, ese habría sido el momento en que sus vidas se hubiesen entrelazado, dictando que era su destino terminar juntos algún día.
Y sí, lo fue. Porque cuando el niño levantó su gorra- solo un poco, solo un centímetro fue suficiente- y la pequeña castaña vio directo en sus ojos, supo que esa era una mirada que quedaría por siempre en su memoria.
Esa mirada de ojos rojos.
Aún entonces, esta historia podría acabar aquí. Ella tenía 6 años, y solo iba a ese sitio acompañada por su padre. Él nunca se movía de su lugar frente a la estatua. No tenían ningún motivo aparente por el cual cruzar palabra o volver a mirarse a los ojos. Y eso estaba perfecto:
Si no se conocían, no habría una historia que contar. Si ellos dos no se hablan y continúan sus vidas ignorando la existencia del otro, este drama nunca tendría que ocurrir. Esta historia no ganará ningún premio, ni salvará la vida de nadie, no traerá la paz al medio oriente ni erradicará la hambruna en África. No es necesario, el mundo no será un mejor lugar solo por contar esta historia. Si no se hablan, no tendré que hacer sufrir a nadie, no habrá lágrimas, ni sangre, no habrá cartas en llamas, canciones sin cantar, promesas sin cumplir.
Pero bien, he llegado a ese punto en que dejé de sentir pena por mis personajes.
"Hola, ¿Cómo te llamas?"
"Red."
"Yo soy Blue. Me gusta tu gorra."
¿Qué clase de historia épica de amor podría contarse con personajes de seis años de edad? Sí, lo mismo pensé. Pero tú y yo estamos equivocados, porque en efecto, este par de niños puede protagonizar esta historia, y hacerla una buena historia en efecto. Como ya mencioné, quizá no un nuevo Hamlet o una de esas cosas de vampiros adolescentes que les gustan a los pubertos, pero una buena historia al fin y al cabo.
