Gracias a mi koibito, por su entusiasmo y geniales ideas para el desarrollo de esta historia.

Clasificado T por ciertos contenidos.

DESCARGO DE RESPONSABILIDAD: Skip Beat no es mío, porque si lo fuera, las cosas serán bien distintas…


PRÓLOGO

Los pulmones le iban a estallar en cualquier momento. Sentía el corazón dentro del pecho golpear con fuerza como si fuera un tambor y ya empezaba a notar, como un cuchillo, la punzada del flato en el costado, justo bajo el diafragma. El pulso le latía tan fuerte en los oídos que no podía escuchar su propia respiración. Le faltaba el aliento y sus pies resbalaban en la hojarasca. Amanecía y el rocío de la noche aún no se había evaporado, haciendo que todo el bosque oliera a verde húmedo. Resbaló otra vez, su pie derecho enterrándose en algún agujero lleno de hojas secas. Estuvo a punto de partirse la pierna. Se levantó otra vez y siguió corriendo sin mirar atrás. Tampoco es que supiera hacia dónde iba, pero tenía que alejarse de él todo lo posible. Estaba segura de que sus jadeos podían oírse desde lejos. Él la oiría. Con el rabillo del ojo le pareció ver moverse algo a su derecha. ¿Era él? Por todos los dioses, que no fuera él. El susurro de las hojas secas, sus resuellos exhaustos y sus zancadas cada vez más lentas hacían callar a los animales a su paso hasta que se alejaba. Ella seguía corriendo, hacia adelante, más lejos, todo lo que dieran de sí sus menguantes fuerzas, porque si no, él la alcanzaría. La luz naciente del amanecer se cuela entre los árboles y por un momento la deslumbra. Árboles, árboles, más árboles… No puede más.

Se deja caer sobre sus rodillas un momento para recuperar el aliento. Su pecho sube y baja con rapidez y el pelo le cubre la cara. Algunas hebras están pegadas a su frente, a sus mejillas, allí donde el sudor las encuentra. Una rama cruje a lo lejos, el rumor de hojas secas desplazadas… Alza los dorados ojos hacia el ruido, llenos de miedo. ¿Será él? Está cerca. ¡No puede estar tan cerca! Un nuevo susurro de hojas secas suena a su derecha. Más cerca. Y un violento escalofrío le sacude la columna vertebral. Se pone en pie, con un gemido de exasperación, y echa a correr de nuevo, sin molestarse en sacudir su ropa de las hojas secas. Puede oírlo. Puede oír los pasos presurosos tras ella. También corre. Cada vez más cerca… El pánico le llena los pulmones y no puede respirar, pero sigue corriendo, corre, corre. Se atreve a mirar atrás. Le parece ver algo oscuro moviéndose entre los troncos de los árboles, pero no va a detenerse para averiguar si es él. El sabor metálico se mezcla con la náusea y el miedo en su garganta. El pelo húmedo le golpea con violencia las mejillas cuando se vuelve para mirar. Sí, es él. La ha encontrado. Corre. Pero sus pies se enredan en la maldita hojarasca y cae. Cierra los ojos para no ver venir la muerte…

Si querían realismo, ahí lo tienen. Se había tropezado de verdad, aunque se supone que tendría que haber caído sobre el blando lecho de hojas del bosque, como ya había hecho antes, pero esta vez chocó en duro y le dolió. El camarógrafo se detuvo junto a ella, intentando recuperar el aliento y extrañado de que no siguiera corriendo. La observó apoyar las manos en el suelo para ponerse en pie, pero lo que tocaron eran telas y no hojas. ¿Telas en medio del bosque? Kyoko frunció el ceño y, siempre curiosa, tiró de esas telas. Hizo fuerza, pero tenían que estar atascadas, probablemente enredadas con alguna raíz. Volvió a tirar, sin resultado. Le lanzó una mirada impaciente al pobre camarógrafo para que le ayudara, y él apagó la cámara y la dejó con cuidado en el suelo del bosque. Juntos tiraron de aquellas prendas hasta que por fin pudieron moverlas.

No debieron haberlo hecho.

Kyoko gritó.

Un grito agudo, penetrante y muy, muy real.

Para cuando Tsuruga Ren les encontró, el segundo camarógrafo, el que grababa los planos largos y hacía las veces de perseguidor, se les había unido y estaba vomitando contra el tronco de un árbol, sostenido por su compañero. Kyoko estaba de pie temblando mirando los ojos muertos, vacíos de luz y el rostro exangüe y gris del cadáver. Sus ojos dorados brillaban húmedos por las lágrimas que no quería derramar, pero que lo hacían igualmente. Cinco cuchilladas le atravesaban el pecho y las hojas amarillas y naranjas del bosque estaban adheridas a su ropa ensangrentada. Ella lo conocía…

Alzó la vista y lo vio llegar, pálido y preocupado, y la respiración agitada. Seguramente ha venido corriendo como alma que lleva el diablo. No debería haber gritado así. Lo había alarmado sin necesidad. Después de todo, no les había pasado nada y estaban los tres bien. Ah, sí. Menos el muerto. No, el muerto no estaba nada bien.

Intentó contener un suspiro. No, era un sollozo. ¡Qué demonios! No tenía que contener nada, pero se supone que ella era una chica fuerte. Ella no iba llorando así como así, ¿verdad? O por lo menos, ya no… Pero es que era un muerto. Se había tropezado (bastante literalmente) con un muerto en el bosque. Con un muerto conocido. Y eso no es habitual. Definitivamente no. El sollozo seguía peleando por salir por su garganta convertido en un nuevo grito. Entonces él se le acercó, la miró con esos ojos dulces llenos de preocupación, y claro… Pasó lo que tenía que pasar…

—¡TSURUGA-SAAAAANN! —fue lo que Kyoko berreó a pleno pulmón cuando él abrió sus brazos para ella. Su refugio.