Capítulo 1: La llamada

Mi nombre es P.... Bueno, me llamo Isabella Swan, tengo 17 años y estoy sola en el mundo. Mi vida no había sido fácil hasta ahora, pero después de "la llamada" sin duda todo fue a peor. Mi vida se desmoronó en un instante.

Cuando el teléfono sonó yo estaba en mi biblioteca leyendo como cualquier tarde.

"¡Yo lo cojo Alfred!" Le grité al mayordomo. Me fastidia referirme a él de ese modo, porque para nosotros Alfred es parte de la familia. Ha estado trabajando en casa desde antes de que yo naciera. ¡Ni siquiera sé cuantos años lleva con nuestra familia! "¿Si?"

"¡Hija!" Sonó la voz de mi padre al otro lado del teléfono y a mí se me formó un nudo en el estómago. Su voz era un susurro quebradizo, como si le estuvieran inflingiendo un dolor mortal. En ese momento horribles imágenes de aquel día, que parecía ya tan lejano, cruzaron mi mente. ¡No podía ser! ¡Nos habíamos escondido bien!

"¡Papá! ¿¡Qué pasa papá?! ¡Me estás asustando! ¿Qué ocurre?" Mi voz era fiel reflejo de mi ansiedad, mi corazón latía tan fuerte que me dolía el pecho y empezaba a faltarme el aire.

Al sentir que me mareaba me deje caer en el diván en el que hace un momento me encontraba.

"Cariño, no tenemos mucho tiempo. Tu madre y yo hemos tenido un accidente de coche. No queda tiempo. Arregla todo. Eres una chica lista y yo te he enseñado bien. ¡Te queremos hija! ¡No lo olvodes jamás! ¡Te queremos!"

"¡Papá! ¿¡Dónde estais!? ¡Papi! ¿¡Qué ha pasado?!" Había empezado a sollozar histéricamente, la falta de aire, mis sollozos y mis gritos ansiosos hacían que a penas yo supiera lo que estaba diciendo.

No obtuve respuesta. La llamada se había cortado. Marqué el número de mi padre. Apagado. ¡El de mi madre! Marqué lo más rápido que los nervios me permitieron. Apagado.

"¿Que ocurre niña? ¿A qué vienen esos gritos?" Alfred entró en mi biblioteca tan rápido como su edad le permitía.

"¡Papá! ¡Mamá! Ellos..." Me había dejado resbalar y me encontraba sentada en el suelo con la espalda apoyada en el diván. Mis manos, que aún sujetaban el teléfono, cubrían mi cara y ahogaban mi llanto. Ni siquiera podía pensarlo. Me había quedado sola en el mundo. No tenía a nadie. No podía ser.

"¿Quién ha llamado? ¿Qué han dicho?" La desesperación de Alfred se hacía visible. Me agarró por el codo y me sacudió. "¡Habla niña! ¿Qué ocurre?" El zarandeo me sacó del pozo que ahora eran mis pensamientos.

"Ellos han tenido un accidente. No sé dónde están. Papá ha dicho que quedaba poco tiempo. Me ha dicho que arregle las cosas." Empezaba a controlar mis sollozos. Mi padre me había enseñado que en los momentos difíciles hay que mantener la cabeza fría para pensar con claridad y no cometer errores. Pero en esté momento me resultaba casi imposible respirar, así que mucho menos pensar. "Yo... yo... no..."

"¡Vamos muchacha! Levántate tienes que hacer lo que tu padre te ha dicho" Dijo Alfred mientras me cogía por un brazo y tiraba de mí.

"Pero... yo... ellos..." Los sollozos volvían con más virulencia. En ese momento recordé las palabras de mi padre: "Hija, en caso de peligro, sólo se salva quien sabe volar muy bien" De repente todo cobró sentido. Creo que incluso pude oír un clik en mi cabeza. Ahora yo estaba sola y era menor de edad. Alguién tendría que hacerse cargo de mí y, por supuesto, de la fortuna de mis padres hasta que yo fuera mayor de edad. Cumpliría los 18 en menos de un año, pero sería tiempo suficiente para que el imperio financiero de mi padre y mi futuro se fueran al traste si caían en malas manos. A eso se refería mi padre con que "arreglara todo".

Me puse en pie mientras me secaba las lágrimas y le entregaba el teléfono a Alfred. "Llama a Harry. Lo necesito aquí en 5 minutos. No hay tiempo."