Disclaimer: NADA ME PERTENECE. Los personajes son de Stephanie Meyer y la historia es de la escritora: Penelope Sky - Serie Escocés #3

Isabella es mucho más útil de lo que había anticipado; me da lo que necesito como si fuese una profesional.

Con ella a mi lado siento que puedo hacer cualquier cosa.

Mi necesidad de venganza está atenuada y mi ira contenida.

Pero su hermano sigue siendo un problema: ella quiere que lo deje marchar.

Y no sé si puedo hacerlo.

CAPITULO 1

Edward

Siobhan entró en mi despacho sin llamar, con una agenda encuadernada en cuero en los brazos. Llevaba puestas las gafas de montura negra, como siempre que prefería no llevar lentillas.

—¿Tiene un minuto?

Cogí el vaso de whisky que había sobre mi escritorio y me lo bebí de un trago.

—Supongo.

Se sentó y cruzó las piernas antes de abrir la agenda. Revisó sus notas, agachando la cabeza, y las gafas le resbalaron, quedando al borde de la nariz.

—¿Qué tal el pecho?

Dolorido. Molesto. Débil. Elige.

—Bien. —Había pasado un mes desde que Joseph me había disparado. Seguía acudiendo a fisioterapia tres veces por semana, intentando recuperar el músculo del pectoral izquierdo. No podía usar el brazo izquierdo como antes, pero en cuanto recuperase la fuerza todo volvería a la normalidad.

Siobhan no miró la botella casi vacía de escocés que había sobre mi mesa.

—Sabe que no puede beber mientras toma narcóticos.

Y a mí me daba igual.

—No me va a pasar nada. ¿Qué quiere?

Entrecerró los ojos al oír mi brusca contestación.

Todavía sentía mucho dolor, y mi humor se había vuelto más negro que una tormenta invernal. Estaba constantemente enfadado y me moría de ganas de darle un puñetazo a todos los muebles con los que me encontraba. Pero Siobhan era la última persona en el mundo que merecía mi ira; era una de las pocas personas que me era leal de verdad.

No había nadie más.

Y desde luego, aquella zorra estúpida no lo había sido.

Reformulé mi respuesta.

—¿En qué puedo ayudarla?

—Mejor —susurró Siobhan—. Está invitado a un torneo de golf en Londres. Nadie sabe que le dispararon, por lo que he tenido que aceptar. ¿Será un problema?

Mi swing estaría algo descompensado, pero me las apañaría.

—No.

—Bien. —Volvió a la agenda—. Tenemos un comprador interesado en adquirir la destilería. ¿Debería concederle una audiencia?

No vendería mi negocio ni por todo el dinero del mundo.

—No.

—Eso pensaba… —Continuó con la lista—. Sasha le ha llamado.

Sabía para qué llamaba. Siobhan sabía que prefería no recibir llamadas personales de nadie; ya no.

—Dígale que la recogeré a las siete.

Siobhan asintió.

—Lo haré. Layla ha llamado también para ver si podían cenar esta noche.

—Dígale que también la recogeré a las siete.

No parpadeó ni mostró el más mínimo atisbo de estar juzgándome. Me prefería así: follando sin que nada me importase una mierda. El alcohol y las mujeres eran más poderosos que los narcóticos que tomaba; evitaban que pensase en nada que no fuesen tetas y coños.

—Eso es todo por ahora. ¿Necesita algo más?

—No. Gracias.

Siobhan se puso en pie y me echó una mirada antes de dirigirse a la puerta.

No habíamos hablado de lo ocurrido aquella noche. Cuando abrí los ojos en la habitación de hospital, ella había estado allí, sosteniéndome la mano. No me había hecho preguntas ni me había dicho «se lo dije»; entendía que no quería hablar de ello y lo dejaba estar.

Y me sentía agradecido.

Me merecía una regañina por mi estupidez. Me merecía que me insultasen por mi mal juicio.

Me merecía la bala que me había perforado la piel y casi penetrado el corazón.

Siobhan se detuvo junto a la puerta.

—¿Edward?

—¿Sí?

—Beba menos whisky.

La miré a los ojos sin decir palabra, incapaz de cumplir su petición. El alcohol era lo único que me mantenía cuerdo. Era lo único que me hacía seguir adelante.

—Lo pensaré.