Renuncia: Todo a Hirohiko Araki.


Rebobinar


Hay una tormenta fuera del gran ventanal.

Y lo primero que Bruno hace es mirarlo con aquella sonrisita roja agrietada en su rostro y descubrir su boca con sus dedos de durazno, pasándole las uñas cortas. Y él se tensa para evitar apartarlo de un golpe. Lentolentolento. Buccellati lo mira con alarma más prefiere comerse sus suspiros y su piel y—(descoserle el temor que tiene arraigado en el alma con delicadeza volátil).

A Abbacchio le tiemblan los labios que posa sobre una belleza que duele. Bruno se ríe y él cree que se enamora y desenamora infinitas veces, pues hay algo entre sus pupilas que le aprieta el corazón y amenaza aquel vacío que tanto se ha esmerado en proteger.

Aumentan la temperatura y sus jadeos y hay un trayecto inmaculado en forma de dos piernas larguísimas con textura de nieve que se asemejan al color de la leche y—

Leone podría beberla toda.

(Más por irracionalidades de la vida, Bruno Buccellati sacaba siempre lo peor de él

En el mejor sentido de la palabra).

Se observa de nuevo cuando las manitos fantasmales le arreglan los recuerdos descompuestos sin entender qué hace alguien como él en un mundo tan sombrío como el suyo. Más lo sigue buscando y su necesidad se escapa a cualquier comprensión. Ésta misma que es tan lejana y se refugia en una palabra de cuatro letras que se resiste a ser pronunciada (pero falla miserablemente).

No obstante Leone no puede evitar ablandar un poco la mirada y acariciarle las mejillas eternamente manchadas en sangre ajena. Bruno le devuelve la mirada, sus músculos expuestos le invitan a tocar.

Él tiene el pecho abierto y se le dibujan mariposas en la caja torácica. Ahí, donde anhela vivir para siempre y crear un refugio donde nadie pueda lastimarlos (nunca de nuevo). Le murmura con miedo

—Dame…

(todo lo que eres escrito en versos inverosímiles

escritos terriblemente)

—Algo a lo que aferrarme para no seguir rompiéndome.

El aire es húmedo y pegajoso, y siente las mejillas tibias. Cuando Buccellati lo toca, Abbacchio siente más como si estuviese sujetando su alma (con sutileza, con el brillo natural en sus ojos y sus manos de seda, en silencio, y una sonrisa calmada tirando de sus hilos). Termina por hacerse adicto a sus silencios.

—Te amo, Leone Abbacchio

(endulzas mis tardes y haces que la noche se vuelva más obscura

Te probé y me supiste a paz.)

Entonces hay un estrépito que lo ahoga. Leone solloza en su angustia renovada y aquella tortura clandestina. Frente a él hay una imagen congelada, llena de historias de rosales inconclusos. Siente que la mandíbula le tiembla, que en sus manos le crecen hojas mojadas por la lluvia que arrasa, que las piernas se le hunden en la tierra.

Leone mira, y en el fondo del abismo hace un llamado.

Moody Blues, repítelo.

Hay una habitación oscura y vacía, donde resuenan sus dientes chocando y el sonido de la estática le perfora la cordura.