RE:CONNECT
By Lorem Ipsvum / Madame Noir
Capítulo I. 'The Venue'.
Detroit. 18 Abril, 2039.
Los barrios marginales situados en el extrarradio de la ciudad de Detroit parecía un basurero donde arrojar lo que en el área metropolitana caía en desuso. Su trazado recordaba más bien al sistema circulatorio de un animal: calles poco iluminadas que se bifurcaban en otras más estrechas a medida que se alejaban del gran centro cívico, serpenteando desorganizadamente desde Livernois Avenue hasta Delray, y quedando finalmente de puntillas mirando hacia el borde del río, espeso y opaco bajo su costra de inmundicia. Los sin techo, tanto humanos como androides, se acumulaban en callejones y recovecos como residuos. Matar era fácil en Detroit, sólo era necesario descargar tu ira contra alguien, quitar el seguro a la pistola y disparar sin escrúpulos.
A pesar del alto grado de criminalidad que había en el barrio de Delray, situado al sur de Detroit, la noche se describía tranquila, sin incidentes. El cielo comenzaba a aclarar, pintándose de un azul oscuro profundo. La llovizna que fue cayendo durante la noche había disipado la eterna nube de contaminación que escondía a la ciudad de Detroit y que no tardaría en anunciarse junto con el amanecer, y la luna yacía borrosa como un espejismo reflejando su exigua luz en los contornos de acero del puente Ambassador, el cual servía como frontera entre Norteamérica y Canadá.
Gavin Reed dejó de mirar la silueta oscura y siniestra del puente y elaboró un largo y ruidoso bostezo. Había pasado toda la noche metido en su coche a un par de metros de un bar que, según sus investigaciones, estaba sirviendo como tapadera para la venta de Hielo Rojo. Esta droga era ilegal y su fórmula molecular era semejante a la cocaína, pero contenía un aditivo de más. Aparte de la acetona, el litio, el tolueno y el ácido clorhídrico, este estimulante sintético contenía Thirium, una sustancia química que hacía posible el funcionamiento de los biocomponentes de los androides, también conocida como Sangre Azul. El Thirium se procesaba y, al mezclarse con la cocaína, se cristalizaba como la metanfetamina y adquiría una tonalidad rojiza semejante al óxido. Su principal atractivo radicaba en que su efecto se prolongaba a mayor plazo que la cocaína común.
Como detective dentro de la especialidad de narcóticos del Departamento Policial de Detroit, este era una de las labores más tediosas por las que tenía que pasar Gavin. Si había algo que detestaba de su trabajo era esas largas horas nocturnas de vigilancia.
Bostezó de nuevo y se recostó mejor en su asiento, tamborileando sus dedos contra el volante.
Gavin quedó mirando el local por unos segundos, en silencio. Desde hacía rato no había visto nadie entrar al bar; sin embargo, seguía abierto y daba la impresión de que había bastante gente dentro por el ruido amortiguado que salía del edificio. No tenía pinta de que ese local fuese un after, pero al parecer el dueño no tenía intención de cerrar las puertas.
Las luces de neón de la calle aún iluminaban la entrada de varios establecimientos nocturnos, entre ellos las del bar. Estas resplandecían y contrastaban con el panorama habitualmente gris de la ciudad:
«The Venue ».
Gavin leyó con indiferencia las siglas que conformaban el nombre del sitio en el enorme panorámico que se encendía intermitentemente en tonos rojos y violetas.
De pronto, la transmisión de la radio policial parpadeó. La pantalla anexa se encendió y Gavin aceptó la llamada presionando en ella. Se escuchó la voz de una mujer saludarlo desde el otro lado.
Ella era Tina Chen. Una oficial de policía que también participaba en sus horas extras en casos del área de narcóticos para ascender a detective. A Gavin le caía bien Tina porque ambos tenían una dinámica de trabajo semejante y venían de abajo sin que nadie jamás les regalara lo que obtenían, criados en el seno de una familia suburbial conflictiva. Habían luchado con uñas y dientes por hacerse con un puesto en el DPD.
Además, tanto Tina como Gavin no eran partidarios de los androides.
Las expectativas resultantes de la Revolución pacifista androide fueron positivas, aunque no a ojos de una importante minoría humana, Gavin y Tina incluidos.
Detroit se había convertido en la primera ciudad androide, cuya tasa de población humana no superaba siquiera el 40% por ciento del escalofriante porcentaje total, mientras que el otro 60% era androide. En consecuencia, el desempleo en la población humana había aumentado desorbitadamente desde la Revolución, y este hecho se estaba extendiendo en el resto de ciudades en las que también se estaban promoviendo los derechos para los androides.
Esta consideración hizo que su boca se torciera en una mueca de amargura. Muchos administrativos, oficiales y otros trabajadores humanos que antes de la revolución trabajaban para el DPD se habían largado de Detroit para no regresar. Ahora Gavin tenía que lidiar todo los días con esos pinchazos sabelotodo insufribles.
¿Cuándo perdería su empleo siendo sustituido por un androide? ¿Cómo cojones se ganaría la vida después?
Lo que Gavin sí tenía claro era que no iba a marcharse por culpa de esas tostadoras desviadas. Había crecido en esta ciudad; todos sus recuerdos estaban anclados allí. Irse de Detroit también representaba dejar su trabajo como detective y aceptar su derrota en su batalla personal contra los androides.
Si existían rasgos en él rasgos lo suficientemente definidos que determinasen su personalidad, esos eran la tozudez y el orgullo. Ya bien podría venir el mismísimo líder de Jericho, ese androide Mahatma Ghandi contemporáneo, y sacarlo a rastras de Detroit porque Gavin Reed no iba a dar su brazo a torcer.
―Ey, cabezón, ¿me escuchas? ¿Estás ahí?
―Sí, te escucho. ¿Desde cuándo has decidido llamarme cabezón?
Escuchó una risa sincera desde el otro lado de la línea.
―Tenía otros apodos pensados, pero ese fue mi favorito. ¿Quieres saber todos los que tenía pensados para ti?
Gavin sonrió.
―Parece que has olvidado que soy bueno en eso. A ver si piensas que el apodo de Robocop que les he puesto a Anderson y a su iPod andante salió de la nada. ¿Quieres arriesgarte a que te ponga uno también?
―Uuuy, ¡qué miedo! Creo que me mearé encima si sigues amenazándome.
Escuchó otro divertido carcajeo como respuesta por parte de la chica.
―A ver, ¿qué coño quieres, Tina?
―He aprovechado el turno de noche para revisar informes sobre la venta de Hielo Rojo en el último año, que precisamente el teniente Anderson y el detective Connor me han sugerido consultar para nuestra investigación. ―Tina elaboró una pausa premeditada. Tal vez, lo hacía para fastidiarlo, que era lo más probable―. Al parecer, el dueño de ese bar fue antes de la Revolución el director de una empresa pequeña de reparación de androides. En esta se compraban repuestos de segunda mano a Cyberlife y luego eran vendidos a precios más asequibles a personas con menos recursos para mantener a sus androides. Y una cosa más: he comprobado que esta empresa reparaba los androides del Eden Club hasta que lo cerraron. Y donde hay conexiones con la prostitución androide...
―...hay Hielo Rojo de por medio. ―Terminó la frase Gavin―. ¿Y qué ocurrió con la empresa?
― Pues, al igual que el Eden Club, cerró durante el mes de diciembre, cuando las leyes proandroide comenzaron a ser aprobadas.
―Así que ―añadió Gavin―, siguiendo el patrón de perfiles de sospechosos semejantes, no es de extrañar que el dueño de The Venue ahora esté implicado en el tráfico de Hielo Rojo.
―Así es. Gavin, he enviado toda la información que pude recoger a tu tablet. Tal vez te pueda servir de algo.
―Gracias, ahora le echaré un vistazo. Te debo un café.
Gavin pudo imaginar la sonrisa divertida que tenía Tina en ese instante al otro lado de la línea.
―¿Solo un café? Me debes una cena o un turno de noche.
―Cómo te gusta aprovecharte de mí, ¿eh?
―Por supuesto. Oye, ¿piensas entrar en ese bar? ―se adelantó a preguntar Tina antes de terminar la conversación.
―Tal vez. No hay mucho movimiento fuera. No he visto ni un puto camello merodeando en torno al bar. Y, por inercia, si no está la droga vendiéndose fuera, es que la están vendiendo dentro.
―Ten cuidado, cabezón. ―Escuchó a Tina decirle desde el comunicador tras exhalar un suspiro―. Avísanos si necesitas respaldo en cualquier momento. Hay dos patrullas más circulando cerca de Delray.
Tras despedirse de Tina, Gavin sacó su tablet del compartimento guardado en el compartimento bajo la guantera y abrió el enlace que lo llevó a la base de datos del DPD.
QUINE, George.
Fecha de nacimiento: 19/11/1981 (57 años).
Altura: 1,88 cm – Peso: 105 kg.
Propietario del bar 'The Venue' / Ex propietario de la empresa 'Nox'.
Antecedentes penales: No se observan.
Releyó el nombre del aludido y frunció el ceño mientras se mordía una esquina del labio inferior con los dientes incisivos. Luego amplió la información que había recibido de Tina y los resultados no fueron muy halagüeños.
La empresa Nox de George Quine, tal y como le había confirmado su compañera, fue un concesionario especializado en la reventa de piezas, biocomponentes, Thirium y software básico para androides. Además, Nox contaba con un taller de reparación. Sus precios eran más bajos que los servicios ofrecidos por Cyberlife (y de menor calidad, obviamente). Fue una empresa que en ese momento se amoldaba a la demanda de las clases medias y bajas, las cuales les costaba adquirir y mantener un androide en época anterior a la Revolución.
Gavin centró después su interés en buscar entre los informes si Nox tenía demandas de consumo o ilegalidades destacables. Según los datos ofrecidos por la base de datos, Nox no guardaba ningún secreto que sembrara algún tipo de desconfianza. Salvo por el hecho que reparaba sexdroids; no obstante, antes de la Revolución hacer este era algo que estaba dentro de márgenes legales. Por lo que el historial de la empresa Nox no era especialmente destacable en sentido negativo. Era una empresa normal y corriente, que suplía la demanda.
Después de la Revolución, todas las empresas dedicadas al mismo sector que Nox fueron cerradas por la ley proandroide. Únicamente Cyberlife, ahora regida por los propios androides, podía fabricar y vender repuestos (tanto nuevos como de segunda mano) y servir como taller de reparación a favor de los de su especie.
A pesar de todo, Gavin no halló ningún dato que relacionara Nox con el Hielo Rojo. Y eso le tocaba a él descubrir.
Soltó un resoplido e inconscientemente hizo un gesto llevándose las manos hacia su pecho, como si se señalara, y encogió los hombros para luego envolver el pulgar de su mano derecha en la palma de la izquierda, cerrándola después con el puño y luego soltándola con desdén:
«Estoy cansado de esta mierda.»
Se restregó la cara con las manos en tanto que se revolvió después el pelo, que quedó desordenado con varios mechones castaños colgando torpemente sobre la frente. Sus penetrantes ojos grises siguieron observando atentamente la fachada del bar. La difusa luz del amanecer desdibujaba la marca de la cicatriz: una línea que se extendía por el puente de la nariz y terminaba en la parte inferior de la mejilla izquierda.
Gavin no había pegado ojo durante toda la noche. No se sentía cansado, pero sí lo suficientemente exasperado. Tenía que actuar. Así que guardó la tablet y salió del coche. Tocaba hacer de policía de incógnito.
Su chaqueta y cabellos se empaparon de humedad nada más hubo puesto un pie en la calzada; aún lloviznaba. Según se acercaba a la puerta de entrada de The Venue, dos hombres que llevaba cada uno un paraguas negro se acercaban apresurados aunque con discreción hasta allí, uno más grande y dominante que el otro. Avanzaban por una acera sorteando de vez en cuando los charcos de lluvia acumulados. Gavin se topó justamente con ellos una vez hubieron llegado a la puerta, amparándose de la lluvia bajo el toldo rojo oscuro de la entrada, y los vio cómo bajaban el paraguas y lo agitaban.
Uno de ellos era un hombre que estaba probablemente en la treintena al igual que Gavin, aunque era mucho más robusto, alto y rapado al cero; el cráneo pelado decorado con un llamativo dragón chino estilo Old School en una de las sienes. Iba vestido con un suéter negro de poliéster, chaqueta de corte bajo y vaqueros oscuros y botas militares. Estéticamente hablando, el grandullón parecía un extra postfuturista sacado de Blade Runner o The Fifth Element.
Los ojos grises de Gavin se dirigieron hacia el otro hombre y, en reacción, estos se abrieron en signo de sorpresa. En realidad, este no era un humano, sino un androide. Podía pasar desapercibido para cualquier persona, pero no para la experiencia policial de Gavin.
Este era un androide PL600, para ser exactos.
Gavin recordó que el modelo PL600 se puso de moda en el año 2034. Buena parte de Detroit llegó a tener a este chico bonito, de grandes y dulces ojos azules, viviendo en su casa como cuidador doméstico. Gavin había perdido la cuenta del impresionante número de casos de androides PL600 asesinados, maltratados y torturados hasta la desconexión.
Estos casos fueron registrados por el DPD años antes de la Revolución, que quedaron archivados como delitos menores contra bienes materiales y que por aquel entonces tenía tanto valor jurídico como romper el cristal de una ventana de la casa de un vecino.
Otra cosa que conocía acerca del modelo PL600 tenía que ver con su inestabilidad ya que fue uno de los primeros modelos que dieron señales de desviación, probablemente debido a tener una relación más estrecha con los humanos ya que trabajaban en el entorno familiar y puramente doméstico.
Años antes de la Revolución, se contaron infinidad de casos de desviación en los PL600: de diez modelos, ocho de ellos se desviaban. La gente dejó de comprarlo y su valor en el mercado cayó en picado. Los propietarios de modelos PL600 más benevolentes, en lugar de tirarlos en un vertedero (cosa que hubiera hecho Gavin), los devolvían a Cyberlife para cambiarlos por otros de mayor y más fiable rendimiento, como el AP700 o el AX400. Curiosamente, estos fueron los siguientes modelos que no tardaron en seguir con el mismo patrón de desviación que su predecesor.
Ni qué decir que, una vez estos androides eran devueltos por sus propietarios, Cyberlife los desensamblaba hasta hacer de ellos cubitos metálicos reciclables como los coches tras pasar por la máquina de desguace.
A diferencia de su fornido acompañante humano, el PL600 no lucía ni alto ni musculoso. Vestía un cárdigan en tejido sudadera con mangas revestidas, capucha y cremallera diagonal. Al llevarla desabrochada, dejaba entrever una camisa roja con el logo de los Detroit Pistons. Vaqueros, unas Converse rojas y una bufanda del mismo color completaban su atuendo.
La impresión general que producía el PL600 era la de un ser frágil y encantador. Incluso, indefenso. Como si jamás pudiera hacer o decir algo malo. Cyberlife le había dado un físico acorde a su labor, por supuesto. Y su labor era poder entablar una rápida conexión emocional con los humanos y ganarse así su confianza.
―¿Se encuentra bien? ―escuchó de pronto la suave voz del PL600, quien se había dirigido amablemente a Gavin.
Su mirada, reconfortante, se había estrechado creando una cálida sonrisa. El androide se había percatado del mutismo de Gavin, que había quedado paralizado justamente delante de la puerta de acceso al interior del bar.
Gavin se inquietó.
¿Cuándo fue la última vez que alguien lo miraba así?
Antes de llegar Gavin siquiera a responder, gruñir a la defensiva o trabajar profesionalmente evitando un contacto tan directo como para que sospechasen de él, el otro hombre lo apartó sin pronunciar una palabra y Gavin quedó a un lado. Seguidamente, el grandullón tiró del androide por un brazo para que lo siguiera, accediendo ambos al interior.
Esta situación despertó las alarmas en Gavin.
Ahora tenía motivos convincentes de que algo raro se estaba urdiendo ahí dentro.
¿Acaso George Quine estaría aún involucrado en mantener su antigua empresa Nox de manera ilegal usando aquel bar de tapadera? Podría ser. Gavin barajó también la idea de que el PL600 iba al local porque quería. Teniendo en cuanta la forma relajada y amigable con que actuaba el androide, no parecía estar siendo secuestrado en absoluto. Era como si el PL600 estuviera de acuerdo con ir a este bar. Entonces, ¿qué motivos habría para que el androide quisiera visitar un sitio antiandroide como aquel?
Gavin respiró hondo,contó hasta tres, estiró los hombros y entró en The Venue con la intención de no perder de vista al PL600.
¡Buenas! Curiosamente, Gavin900 no es mi OTP de DBH. Es un ship que me gusta por la interesante dinámica que tiene. Sin embargo, desde hace unos meses me venía rondando por la cabeza una historia un tanto diferente sobre cómo podría aparecer el RK900 a la vida de Gavin sin tener que repetir la misma línea narrativa de este ship: RK900 aparece en el DPD y se convierte en el compañero de Gavin y, a raíz de esto, surge su relación de enemigos a lovers.
En lugar de eso, en esta historia he querido dar una versión totalmente diferente, en donde he decidido volcarme además en otras facetas interesantes del juego que iré desglosando según avance con los capítulos.
No va a ser un fic demasiado largo y aún lo estoy desarrollando, así que las actualizaciones serán algo lentas. Hace mucho tiempo que no escribo y me está costando lo suyo poder alcanzar la soltura que tenía antes. ¡Pido disculpas por adelantado, que conste! ;D
Comentarios constructivos, sugerencias y correcciones serán siempre bien recibidos.
¡Gracias por leer!
