A Baz le gustaba ser la cuchara pequeña, siempre. Porque en los fríos días de invierno, su novio era mucho mejor que una sábana a la hora de hacerlo entrar en calor.

En ambos sentidos de la palabra.

Baz sentía que encajaba perfectamente en los brazos de Simon, y que no había mejor sensación que la de sentir su cuerpo envolviéndolo. Esos eran los momentos en los que se sentía más seguro, siempre al lado de Simon.

Era por eso que cuando despertaba con los labios de Simon en su cuello y sus piernas entrelazadas, sabía que iba a ser un buen día.

Y cuando Simon llegaba tarde del trabajo y encontraba a Baz ya dormido, trataba de meterse sigilosamente en la cama por detrás, pero no funcionaba. Inconscientemente, su novio lo jalaba y colocaba el brazo de Simon alrededor de su cintura.

Y por eso, cuando Baz tenía una pesadilla, lo único que tenía que hacer Simon para calmarlo sin tener que despertarlo, era abrazarlo por detrás y acariciar su vientre con una mano. Baz dejaba de retorcerse en la cama, y volvía a dormir tranquilo.

Y en las noches frías de invierno, cuando la calefacción se malograba, Simon funcionaba perfectamente bien. Simon siempre estaba tibio, a diferencia de Baz, que siempre tenía los pies y las manos frías.

Y en verano, a Baz no le importaba cuánto calor hiciera. Si no tenía los brazos de Simon alrededor suyo, se negaba a dormir.

Baz era la cuchara pequeña, y no lo cambiaría por nada del mundo.