Tenía que escribirlo...

Hetalia Axis Power no me pertenece


El heredero salio de su despacho y caminó hasta la cocina, dio las ordenes pertinentes para que le trajeran el chocolate caliente de todas las tardes. Saludó al cocinero sonriendo, esté parecía nervioso pero no le dio mucha importancia, imaginó que la comida del medio día no había satisfecho el paladar de su padre y había sido castigado o simplemente estaba nervioso por el banquete que se llevaría acabo la siguiente semana.

Ordenó a uno de los sirvientes llevárselo al comedor cuando estuviera listo, se despidió del personal y salió de la cocina. Avanzó por el gran pasillo adornado con cuadros de sus predecesores y ricos tapices que habían sido adquiridos tiempo antes de que él naciera.

Momentos antes había estado revisando unos manuscritos importantes que su padre le había confiado. Entró al salón revisando mentalmente lo antes leído, se sobresaltó al escuchar una voz masculina que le saludaba desde el otro lado del salón de forma baga. Alzó la cabeza y le miró.

Se trataba de aquel que era el espíritu de su país, Gilbert Weillschmidt, Prusia. Le devolvió el saludo algo cohibido, hacía poco que trataba con él, ya que años antes a penas se había interesado por el joven. No le culpaba por ello, entendía que estaba ocupado con su padre convirtiéndose en una gran nación.

Cuando estaba en presencia del peliplateado su pulso temblaba y sus mejillas se teñían de carmín. Esperaba que cuando su turno de gobierno llegara estuviera a la altura. La nación sonrió de medio lado al verle así y desvió la mirada.

Suspiró y volvió a concentrarse en sus pensamientos. Uno de los sirvientes le sirvió el chocolate y se alejó de allí casi sin ser percibido por el menor. La nación miró significativamente la taza de chocolate.

Federico se levantó de la silla y corrió a la habitación de la que había salido momentos antes, había cometido el error de no guardar bajo llave los documentos que había estado mirando, no quería imaginar el castigo si su padre llegaba a enterarse.

Volvió al comedor acercándose con lentitud a su taza de chocolate, entonces observó un fino hilo que bajaba desde el techo hasta su taza, pasó un dedo por el hilo cortando este. Negó con la cabeza y mandó llamar un sirviente para que cambiaran la taza. Cuando el sirviente se hubo ido la nación estalló en carcajadas no pudiendo creer la buena suerte del heredero.

El menor le miró alzando una ceja no entendiendo lo que le ocurría al de ojos rojos. Tiempo después se enteró de que el cocinero se había suicidado al ver que le devolvían la taza pensando que Federico había descubierto que la taza estaba envenenada y prefería suicidarse a sufrir el castigo que el rey le impondría.

Años mas tarde mandaría pintar una gran araña en su tela en el techo de aquella habitación.